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viernes, 20 de diciembre de 2024
Yellowstone. Segunda parte de la quinta temporada.
Muerto el rey, sigue la rabia, pero es verdad que “cada uno se enfrenta a la muerte a su manera”. Y no todo es rezar, porque como siempre pasa, “ya hemos rezado lo suficiente, y si no está en el cielo, no irá o es que no existe”. La jodida rabia. No era así la frase (o quizás sí), pero el final de Yellowstone está a la altura de toda la serie. Sin Kevin pero con ese elenco que nos recuerda que “cuando se muera, se acabarán las leyendas”. Juega, además, con esa tirita en la herida de saber lo que se puede decir, o no se debe decir, y con esas palabras que siempre están a la altura porque “un potro malo se convierte en un mal semental”. Y en esa guerra está claro que “los leones no mueren jóvenes, mueren en las fauces de los leones más jóvenes”. O no. “No existe la clemencia con excepciones”. No. En todas las familias hay jarrones rotos y traiciones porque “los reyes no se lamentan, los reyes se deleitan en la recompensa de sus conquistas” Pum, pum. Y van cayendo, todos, como moscas de color verde metálico: “Cuando muere el hombre que se hace un nombre, el nombre muere con él”. Reflexiona también esta parte final sobre lo que vale llevar un filete a la mesa, con los muertos que quedan por el camino y Brasil en el horizonte: “Los vaqueros no tenemos seguro de vida. Eso es ser vaquero”. Pero todo es mentira, pero “en las mejores mentiras hay mucho de verdad”. Yellowstone, como la vida, nos golpea, nos cainiza, nos lleva a un extremo que no siempre entendemos, porque “al ser vaquero sufrir es nuestro trabajo”. Y puestos a ver sufrir, que nos vendan una buena yegua, un buen ternero, una buena hipoteca, un buen humo indio. Todo es mentira. Vivan las mentiras.
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