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viernes, 7 de noviembre de 2025
King and Conqueror. Primera temporada.
Uno vuelve a una facultad. A 1997. Recuerda un manual. Mitre. Mitre Fernández. Se hace uno, en plan reversión (¿existe esa palabra?), escucha Marie de Cristobal Tapia de Veer en bucle, y piensa en la batalla de 1066, y en Haroldo, y en los normandos (mandos, porque la que manda es la mujer y la familia de la mujer, como cuando te casas). King and Conqueror, es sufrimiento y penuria (la anterior y la de ahora), pero siempre recordamos más la anterior que la presente, quizás porque el presente es lo que no añoramos porque ya sabemos que nunca tendremos. Y frases. Deja muchas frases, dentro del contexto, dentro del aullido, dentro de la familia con intereses, dentro de un mundo que ya no es el de siempre pero que sigue mirando al cielo y confunde cometas con diluvios y letanías con penitencia: “Necesitar a alguien no es una debilidad, no cambia quién eres”. La necesidad y lo necesario. ¿Quién no es capaz de acostumbrarse a una cama de paja y a una casa con goteras? Y la Iglesia, siempre jodiendo, como la compañía telefónica nacional en un chascarrillo de My13: “Todos somos mensajeros de Dios, pues Dios mismo señala nuestro camino ahora”. Ahora, y siempre, y en K&C más todavía, todo va de monedas, de aleaciones, de fluctuaciones y mierdas con vistas a barcos que añorar: “La lealtad tiene un precio”. Mucho precio, entonces. Y puestos a creer, solo nos queda una creencia, la de la mentira, porque “sólo confiaría en un hombre que fuera fiel a sus creencias”. O no. Quizás todo era al revés, quizás todo (Normandía, Inglaterra, sus muertos), quizás, todo, sea mentira. O es mentira. En esa deriva (la de siempre, la de querer más, la de luces eternas sin Réquiem porque el obispo es el más corrupto de todos, o todos los obispos son los corruptos del mapa), hay fuego: “El poder es como una fogata, te dará calor y te protegerá, pero si ese fuego se descontrola lo destruirá todo a su paso”. Hay doctrina, hay ley (o falta de ella) siempre hay maestros dispuestos a soltar andanadas: “Todo el mundo te enseña algo, lo pretenda o no” (exentos dejaremos aquí a los regaladores de consejos, y, por supuesto, al infierno que les espera, por pedantes). Y únicamente nos queda luchar, porque sólo tenemos la espada y hemos asumido que “la política no se les da bien a los soldados”. Y mirar en retinas ajenas, en cierres y pliegues y el recreo de la “habilidad de ver el peligro en los ojos de alguien”. En los jodidos ojos de alguien. Y soltar la palabra Amén cuando toque, cuando no toque y cuando las que tocan (o callan) son las campanas, porque K&C también va de campanas, de muchas campanas: “La Iglesia se basa en las historias, no pestañean sin abrir ese libro suyo para ver que ojo cerrar primero”. Y viendo K&C hay que procurar pestañear, aunque sea sólo por joder al personal inglés, al normando y al que venga de un frío disfrazado de dios pelirrojo (o de sus descendientes pelirrojos). Y toca decir, otra vez, Amén.
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