martes, 5 de junio de 2012

¿Me puedo quedar la camiseta?

Ya sé que no es lunes, pero hoy, para los pocos que leen Gintonicdream ahora, toca hablar otra vez de Paul Shirley. Sí, los lunes sale habitualmente su columna en El País, con tilde. Casi siempre, y, esperemos que no lo censuren nunca. Hoy toca hablar de su libro ¿Me puedo quedar la camiseta? Este libro publicado por léeme, es una especie de recopilación de blog/cuaderno de bitácora/diario que escribió durante algunos años este jugador de baloncesto que jugó en aquellos Suns de D’Antoni que nos maravillaron hasta que se los cargó el sargento Popovich en finales de Conferencia por 4-1; jugó en ACB en distintos equipos, como también lo hizo en Kazan y Panionios. Un trotamundos, que dirían los clásicos; un buscavidas. Y hay una palabra que repite Paul Shirley que le han enseñado sus andanzas con tipos de todos los continentes: la perspectiva. Y la inseguridad laboral es un milonga, porque el infierno es una cosa muy personal. Siempre hay alguien peor que tú, o como diría el padre de Shirley, siempre hay alguien cavando zanjas (me ha falta el corrector de Word, que ya estaba yo usando la be sin sentido; siempre, hasta la muerte, serie be). Y que quede claro que para juntar estas letras está tito Wolfang de fondo, que ni he puesto a Muse, ni a Vanilla Ice, ni a The Editors… Bueno, para empezar, para aquellos que somos noctámbulos/fanáticos de ese ingenioso deporte que es el baloncesto, se antoja imprescindible la lectura de estas 324 páginas. Por muchas cosas. Por demasiadas. Siempre nos quedamos con la imagen de los deportistas en la cima de su éxito. En el caso del baloncesto profesional, enebeaniano en especial, cada poco tiempo, conocemos un nuevo caso de un tipo que ha mandado su fortuna a tomar viento fresco, y no me refiero solo a Antoine Walker. Podemos encontrar cientos de casos. Shirley nos muestra las dos caras: el que lucha, o luchó, como él, por un contrato de diez días con tipos que rezan a Dios antes de ir de putas mientras ganan decenas de millones de dólares por cada curso baloncestístico. El que juega en ligas menores por cuatro perras o el que viene a Europa y en el equipo griego de turno, aparte de entender el motivo de que exista el lanzamiento de peso y de martillo por propia experiencia, juega sin esperar cobrar antes de 90 días. En eso se centra el libro. Y en un montón de cosas más, en personajes comunes. Un ejemplo es el de Tim Floyd, el entrenador que se hizo cargo de los Bulls post-Jordan, del que tenía una imagen lamentable y que Shirley pone por las nubes (pero no en plan Carrero Blanco). Esa perspectiva de la se jacta Shirley está impregnada de sarcasmo, del mejor sarcasmo. Y, hasta cierto punto, agradece al basket que le permitiera salir de los USA y conocer mundo, el planeta que no sólo es norteamericano a través del prisma de un blancucho endeble y larguirucho que pudo salir de su pueblo de 700 personas de Kansas. Y, aunque esa precariedad laboral llena de eufemismos es una hija de puta que te espera con una corbilla en la mano (voy a evitar escribir improperios sobre la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, que el sábado cumple 30 años, y sobre sus malnacidos políticos de derecha [Murcia no ha tenido en estos putos años ni un jodido político de izquierdas con cargo ejecutivo]) es gratificante que nos lo recuerden. Que nos recuerden que Grecia, hace 10 años, como ahora, y como España, también hace diez años, y desde los hijoputas de los franceses que llegaron en 1700 y se exhiben en cacerías y en brasileños viajes con banqueros imitando a la exmujer de Steven Seagal, era una auténtica casa de putas. Que las casualidades no existen. Que te puedes emocionar aún sin jugar viendo una exhibición de Steve Nash (habrá que prevaricar donde sea [Obama, haz algo en esta legislatura, o en la próxima, pijo] para que el canadiense consiga un anillo). Que la imagen que tenía de Zan Tabak es acertada (afortunadamente), como lo es la de Nenad Markovic (lamentablemente todavía nos acordamos de su temporadita en Murcia). Y muchos nombres de entrenadores y jugadores, después de tantas madrugadas y tantos años de basket, de, los que por una vez tenemos referencias de primera mano (me sorprende hiperpositivamente la de su entrenador en Bulls, Skiles). Podría escribir 29 páginas sobre este libro, pero, como los chicos del análisis de Google me dicen que ya no me lee nadie en el blog, y el que tiempo de permanencia es limítadísimo, no lo voy a hacer. Si os gusta el basket, y, en mitad de vuestra precariedad laboral os sobran unas horas (a mí, a partir del día 30, meses) id a por el librito blanco con código de barras 9788415589006. Y todo lo demás.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

La prespectiva, Super, la prespectiva, eso es lo importante.

Los noctámbulos y todo lo demás.

supersalvajuan dijo...

Gran invento la perspectiva.

Anónimo dijo...

... Y que no la perdamos, Super.

Que sepas que yo te pediría la elástica.

Eme (Nada que ver con eme dj)) dijo...

¿tú crees que me gustará?