miércoles, 8 de enero de 2014

Novela de ajedrez

Empecé a leer Novela de ajedrez de Stefan Zweig al cuarto de hora de empezar el claustro de profesores del día 20 de diciembre. En esa pérdida total de tiempo que es un claustro me escapé, me evadí, por un rato, de la desesperación. No quiero contar mucho sobre la novela porque es corta y una joya por descubrir, de esas que cuándo caen en tus manos te preguntas el motivo de no leerla antes. 19 días después de empezarla la terminé, después de recordar ciertos asuntos después de ver acabar Nuestros padres, nuestras madres. El asunto en cuestión, aparte del final del propio Zweig, es la tolerancia que tenemos sobre los nazismos (interiores y exteriores), o sobre cualquiera que nos intente obligar a comer mierda aunque insistamos que no sabemos si no nos gusta porque no la hemos probado aunque no tenemos la intención de hacerlo. Llamdlo ikurriña, senyera, mortadela con olivas, caviar o lo que sea. Si no quieres hacer algo no se debería hacer. En Novela de ajedrez es el caso de la invasión hitleriana de Austria, y también se habla de la cuestión checoslovaca. La cuestión es que cuando el nazi de turno se empeña en joder, siempre hay daños colaterales. Aquí, nuestro hombre, nuestro protagonistas, ante la única posibilidad de memorizar partidas y partidas de ajedrez, de jugar contra él mismo hasta la locura, sufrirá de por vida consecuencias insospechadas. Como nos pasaría a cualquiera, digo yo. Coda: y tengo pendiente Fouché.

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