sábado, 18 de enero de 2014

James Gandolfini: tributo a un amigo

Hace un rato, pero con versículos en cristianos, he visto James Gandolfini: tributo a un amigo. Tito James, un grande, en todos los sentidos. Recuerdo que este junio pasado llegaba al departamento del centro penitenciario, cuando trabajaba de verdad y no la porquería de este año (un beso al pedáneo del Puerto, futuro presidente del reino valcarcil), el compañero Sergio, dándole a la tecla, me dijo que Gandolfini ya estaba por el otro barrio. A Gandolfini, con mala uva, lo recordamos comiendo pasta a cualquier hora, pegando puñetazos, sentado al sol con los colegas, en el puticlub, con el oso y la piscina, matando personal o mandando matar personal, recibiendo tiros y un montón de asuntos más que vimos en Los Soprano. Casi nada Los Soprano. Un tío con cojones. Con un par. Meter(se) en ese personaje, aguantar a esa madre (con la que se reía un montón) en el rodaje, aguantar a Junior (otro crápula que ha aguantado hasta Boardwalk Empire), aguantar a Carmela, a esa hermana pelma y gorda, a esos hijos, a esta tropa soprana, irrepetible, cabrona, encantadora y divertida. Pero lo que no tenía ni idea, y me ha reconfortado, es la labor que hacía Gandolfini con la otra tropa, la de los soldados estadounidenses destinados en el exterior, Afganistán e Irak en primera línea. Y, aún más, con los soldados repatriados, con los licenciados, con los retirados, con los que peor lo pasaban y lo siguen pasando. Un tributo entrañable, tito James.

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