miércoles, 8 de febrero de 2017

Baron Noir. Primera temporada.

Vaya crack el señor protagonista de Baron Noir. Vaya crack el señor alcalde y diputado. Con un par. Si todo es posible en política, Baron Noir es un claro ejemplo de ello. Cualquier asunto, tema, cuestión u observación que se le pase por la cabeza, la lleva a cabo. Con un par. Blindados los tiene el Baron Negro. La ventaja que tienen los franceses, a diferencia de lo que nos ocurre al sur de Pirineos, es que llaman a las cosas por su nombre. Al Frente Nacional lo llaman por su nombre; a los que se bajan los pantalones, también. Baron Noir es un gran ejercicio, un espejo donde mirar de frente a la política: lobby, azoteas de edificios, pucherazos, elecciones de todo tipo, mierda y asco occitánico, momentos en Dunkerke en los que salvar un día si no estás muerto. O si no estás muerto políticamente. No solo se trata de saltar desde una altura muy alta. No solo eso. Por supuesto que no. Primeras vueltas, y, segundas, en las elecciones, dan para mucho. Para demasiado. Demasiados puntos suspensivos. Todos somos susurradores, inspiradores de malignidades, Rubalcabas de un momento dado. Primera temporada de maldad política. Todo es posible, siempre, en política. Pero en la época de las facturas, de los registros, del seguimiento telefónico, siempre hay restos de algo, de alguien que sabe algo. Siempre hay faisanes. Siempre hay jueces que quieren notoriedad. Siempre pagan justos por pecadores. Siempre tiene que dimitir alguien. Siempre debe acabar alguien en la cárcel. Siempre hay vencidos porque se necesita un vencedor. Siempre hay que vender humo. Que la corrupción no se detenga, que la maquinaria del poder siga adelante, que la mentira gobierne, que la música celestial se siga escuchando en las cloacas. Baron Noir son las cloacas del poder. Y todo lo demás, también. Coda: ¿Quién no desea ser el nuevo Incorruptible?