sábado, 11 de febrero de 2017

Un fotógrafo ciego

Conocí a Juan de Dios García el curso pasado. No había leído nada de él, la verdad. En Un fotógrafo ciego da su particular versión de momentos, de preguntas, de dudas, de observaciones, de cuestiones, de muertes de cantantes. En Niño se pregunta por momentos de muerte, de hombres que han de morir como hombres; en Habibi, recuerda el amor de los moaxajas; en Hipo recrea situaciones utópicas, de giro político, de sangre, libertad y vino; en Desayuno se identifica como poeta meridional; en Autorretrato muestra la desazón por la felicidad ajena, desertor insomne con sed indolente; en Sísifo enseña el camino de la ebriedad y el olvido; en Voluntad habla de la necesidad de recordar (una y otra vez, hasta el infinito), el dolor; en Tarde de domingo (no sabríamos decir con o sin dinero), suelta preguntas sin brújula por la que ser guiado; en Asamblea de pareja muestra su inconformidad porque se reduzca todo al blanco o negro, olvidando los grises, olvidando el santiabadismo; en Locutor siguen las preguntas ajenas, siguen las dudas existenciales antes del boletín de turno; en Oficina nos recuerda que muchas carcajadas, forzadas, son falsas, que todo es barniz y que casi todo mentira; en Playa de Galúa habla de romper la barrera del dolor y hacer de este hecho algo sin fin; en ¿Dónde estabas tú? pone en labios de Silvia la noticia de una muerte que te deja unas horas en shock; en Victoria busca cobijos imposibles. Estas son algunas de las impresiones que me ha dejado Un fotógrafo ciego un sábado que no termina de romper a llover. O tal vez, sí.