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lunes, 1 de abril de 2019
Cheat. Primera temporada.
En cualquier momento, en cualquier situación, te enfrentas con una alumno y adiós pantalón. Y pantalón, en este caso, es sinónimo de vida, de rutina, de problemas cotidianos. Cheat reflexiona sobre venganza dentro y fuera de las aulas universitarias privadas, de vida de pueblo en el que todo Cristo (católico o protestante, que a fin de cuentas es el mismo) se conoce. Viva la venganza, viva el chismorreo. Hasta las gatas sufren daños colaterales. También hace pensar Cheat en las comparaciones, en lo que vale y lo que no en la vida. Palabras que son cuchillas, como cantan los Carolina Durante. Y, siguiendo con CD, hay que pensar en los menores de treinta tacos que están perdidos (hablamos de millones de personas) y que hacen lo primero que se les cruza por las neuronas subvencionadas durante lustros por papá. Siguiendo con himnos musicales en relación con el tema, dicen Viva Suecia que llega el suspense a fin de curso... y los suspensos. Suspender está mal visto. Ahora toca aprobar al que copia y al que deja de copiar, al que lleva pinganillo y reloj suprainteligente en la muñeca, al de la chuleta de toda la vida y al que te desea la muerte. El alumno no es el enemigo. Nunca. Pero algunos son de otra liga o, directamente, de otro deporte. Pero todo se tuerce, y si se tuerce, hay que tenerlo todo atado y bien atado. Y grabado. Y pueden sonar los Talking Heads y volar pintas y recoger los frutos en una etapa distinta de la de su maduración. Siempre hay un anillo que lo jode todo, una visita inapropiada. ¿De verdad que los chicos de ahora no saben quien es Joni Mitchell? Pues no. Pero en esta vida, y en la otra, y en la cárcel (no sales tan pronto como si te llamas Pujol de apellido pero sales) al final, todo se sabe. Y se sabe la mentira, porque todo es mentira. Y todo lo demás, también.
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