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jueves, 23 de mayo de 2019
Gomorra. Cuarta temporada.
Y ríete tú del aeropuerto de Corvera. La multiplicación de los cabrones y los hijoputas perpetrada por el mismísimo Judas en el Infierno de los bastardos. Nos lleva esta cuarta temporada de Gomorra a aeropuertos insospechados y chicas con cáncer, a una Patrizia llena de poder y a personas que delegan del mismo. O no. Y ciudades que te engañan y te hacen creer que hay redención. No. Ni en Londres ni en Nápoles ni en una villa llena de pepinillos en vinagre (de manzana, de vino, de alcohol). Y como en las otras temporadas, celos y recelos, grupos enfrentados y mierda sobre mierda que lleva al adelgazamiento de la base social de esta mafia. Sin embargo, como también ocurre en las tres anteriores sesiones, se produce la renovación, con tipos cada vez menos experimentados y con menos razzias a sus espaldas. Pero siempre se cuestiona todo. Nadie puede dormir tranquilo. Nadie. Escombros y calaveras, tierra sobre muertos. Frenos y memoria corta. Bodas, herencias y saltos al vacío. Anfitrionas con pretensiones de ser lo que no son. Y siempre, la familia. La puta familia para arriba y para abajo. Pero no sirven de nada las alianzas ni los parentescos, ni Gerlandos ni Patrizias. No. Seguir rico es esconderse en un zulo, vivir con miedo, cumplir sueños para tener pesadillas. Y todo lo demás, también.
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