domingo, 21 de febrero de 2021

Coyote. Primera temporada.

Pasa con las series y sus icónicos protagonistas un fenómeno de comparación. Eso pasa con Michael Chiklis y su Vic Mackey de The Shield y todo lo que viene después de The Shield y de Vic Mackey. Pasa que escribimos sobre The Shield, reflexionamos sobre aquella iglesia convertida en comisaría, sobre aquel grupo, sobre aquel tipo con la señal del fuego en la cara… desde una mesa de oficina (por no hablar los que teletrabajan, otra mierda pirañística). Pero no. En voz alta, Coyote empieza con cruce de fronteras. Gran tema recurrente para series y libros, para épica y epopeya, para trumpistas que están desheredados y para bidenianos decepcionados porque resulta que no quita los aranceles a los productos españoles. Trumpistas todos, pijo. Hablando de fronteras, todavía no se han exiliado los guionistas de El Cid. Todavía no. Pero demos tiempo que alguien más vea la serie. ¿Cómo me engañaron? En fin. Esos diálogos en torno al Sidi… ¿Ha quitado ya Joe Biden la valla? Fenómenos planetarios. Ambos. O todos. Pero la primera temporada de Coyote hace pensar el motivo de verla en tiempos pandémicos. Por Vic Mackey. ¿Qué otro motivo hay para ver Coyote si no es el recuerdo de Vic Mackey? Los culturillas, culturetas y doctos que mean agua bendita no hablan de The Shield. No. Hablan de The Wire. Prohibido. Vaya usted a saber ese motivo. Ellos se lo pierden. Hasta cagando piensa el espíritu de Vic Mackey…en Coyote. Mierda sobre mierda. Túneles. Mira que dan juego los túneles y los MENA’s. Pero hoy toca empezar hablando de túneles (y no he visto la original Bron más allá del tercer capítulo pero sí The Bridge). Los túneles y no los que sufrió Thomas Shelby en la Primera Guerra Mundial. Vaya pesadillas… En fin. Tampoco he leído el de Sábato. Tampoco. Túneles fronterizos, que no de trincheras. Jubilaciones, patadas en el culo y escuchar canciones (hoy hubiera tocado una planetaria, ni más ni menos). Protocolos hasta respirar. Ahora nos obligan a eso. Todo está protocolizado. Todo. Y el idioma, llamar pelón a Vick Mackey. A Vick Mackey… Me cago en la leche. Pero todo mundo tiene su corazoncito. O no. Principios, ideas preconcebidas, lugares en el mundo, ayudas y beneficios, lugares comunes, Méjico (andreísmos totales) y problemas morales. Hasta de la Guerra del Fútbol se habla en Coyote. Pero Coyote, con sus muchos errores, es una historia de conversión, como San Pablo camino de Damasco. Vivan las conversiones. “Yo no podría dormir tranquilo con Pablo Iglesias en el gobierno”, que nos dijo el Presidente Sánchez cuando todavía no era su vicepresidente Pablo Iglesias. Y a Casado le da igual que en un balcón tengas una estelada que una “rojigualda” (así lo dijo el perdedor Casado, rojigualda, sin acordarse de la foto de Colón). Pero no nos salgamos por la tangente (ya no dice casi nadie salirse por la tangente, joder). Y luego el chantaje. Atenciones y desacuerdos. Hasta la plaza de toros se recrea en Coyote. Una enorme plaza vacía. El silencio de las plazas de toros: eso si es para hacer una tesis doctoral, o para que te la hagan como al Presidente (perdón, para que la copien). O mejor, para un mastercito de Casado. O de Cifuentes. Y pasarse al lado oscuro, siempre al servicio de una trama. Saltos en el tiempo. Jodiendas que van y vienen. Y frases que valen para más de una circunstancia: “Hay dos tipos de personas en este mundo: Los que deciden incumplir la ley y los que no”. Y reflexiones sobre la familia: “Vemos la tele en habitaciones distintas y llevamos a los ancianos a residencias a morir”. O algo así. Y se lo dice un mejicano a un gringo. Y como con Cayetano o con Pablo, no elegimos la familia donde nacemos. Pero es lo que hay.

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