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lunes, 26 de mayo de 2025
El Eternauta. Primera temporada.
Tuve con El Eternauta un problema desde el principio de la serie. No se escucha bien. O es mi sordera atemporal (siempre, como en La peste), o no solo vale hablar de caceroladas y Argentina, siempre, da igual la década. Pero cuando los peones (¿hay algo más que peones entre cacerolas?) empiezan a caer, toca huir. Lágrimas, frío y caídas como las de Busquets cada tres minutos. Nombres equivocados en aplicaciones. Gente poniéndose harapos, ropas y máscaras con el objetivo de llegar a ningún sitio. Usos inapropiados de lo inapropiado en el momento inapropiado. Hágase querer por un autobús de tipos sedientos y hambrientos, por dínamos inutilizadas, por filamentos inutilizados, por personas hechas a la resistencia. El fútbol congelado, los conductores congelados, todo Cristo congelado. Hágase querer por un accidente, por el casco en un perro (Neápolis al poder), por un juego equivocado, por la escalera inconsistente, por las preguntas sin respuesta. Y rezar, rezar, rezar y volver a rezar. Me gusta (o sufro con ella), la preocupación del padre, reprochando a la madre, la ocurrencia de dejar a la hija ir a sus anchas (“quién iba a saber todo esto…”). Sólo cuando truena nos acordamos de Santa Bárbara. Con Sánchez pasa algo todos los días pero se lo aguantámos todo (sé fuerte, incluso en la redacción sin comas de tus WhatsApps pasados). Esa búsqueda, la de la hija. Lo resume todo. Inmunidad. Inmunidad. Hágase querer por una bolsa. Por una simple bolsa. Por una jodida bolsa. En Ray Donovan se dice que “no hay escuela como la vieja escuela y en El Eternauta que “lo viejo funciona”. Al final del tercer capítulo, escuchamos: “La brújula anda bien. Lo que se rompió es el mundo. El mundo tal cual lo conocíamos desapareció para siempre”. Aunque mete mucha fruta podrida en la misma coctelera y distinta chusma, no termina de salirle mal el zumo a El Eternauta, aunque quizás le falte el sabor definitivo. Gritos por la patria, guerras del pasado, parásilis facial, bichos que dan miedo, locomotoras locas y un no saber qué vendrá después. Aunque al final, como siempre, todo es mentira.
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