martes, 28 de enero de 2014

Treme. Cuarta temporada.

Es verdad que todo lo bueno se acaba. Pero la pregunta no es esa. Exactamente. La pregunta es: ¿Qué ocurre cuando se acaba lo mejor? ¿Qué ocurre cuando se acaba Treme? ¿Y qué ocurre cuando el mismo bache sigue en la misma calle de mierda? ¿Qué se puede hacer ante la derrota continua? Hace tres años, cinco meses y diecisiete día, en mitad de un calor insoportable, me preguntaba por estas mismas procelosas aguas turbias: "¿Qué diablos interiores tenemos que no nos dejan dormir?". Pues sigo sin tener respuestas, aunque el cansancio y las canas me hagan dormir y no recordar. Y Treme, precisamente, en muchas de sus secuencias, es un intento por no olvidar el pasado: las tradiciones, las canciones, el carnaval, el criollismo, los asesinatos impunes, la corrupción, el (des)amor y todo lo demás. Y cuándo no hay negocio, o posibilidad de mantener, aunque los Saints sean los campeones del mundo y los Colts una ilusión de lo que fueron con Manning, aunque luchen Godzilla y Martin Luther King, aunque un nombre sea una lucha, aunque los 40 hagan una mutación y un bautizo turbio, aunque las niñas vuelvan a meter las manos en el pan, todo cambiará. A peor, quizás. Nunca lo sabremos: nunca entonaremos himnos por jefes que ya no están, nunca se olvidará al hijo muerto, nunca se trabajará el miércoles postjarana. O tal vez sí. Tal vez nos convirtamos en ese holocausto sin final, en esa collar entre disparos, en esa banda que nunca se reunirá. También tiene una importante reflexión esta cuarta temporada de Treme relacionada con las concesiones que se somos capaces de hacer: en el trabajo y en la vida cotidiana, en concebir la mentira como algo positivo, como una llamada que esperamos en primera persona del singular pero que es una llamada a la incógnita. Ya sé que pongo en un altar a Treme, pero el altar se ha quedado pequeño. Quizás debería ponerla en una catedral, pero al final las catedrales tienes grietas, y las vidrieras estallan y las goteras hacen que te resbales y todo se vaya a la mierda. Pero es que la vida es eso, un momento entre el que todo no se ha ido a la mierda. Y punto. Coda: No he hablado de Obama, pero el fracaso y la decepción con este individuo, con este "ángel de la paz" que nos ha salido rana Gustavo es tan grande que no merece la pena más que el desprecio. Y todo lo demás.

2 comentarios:

Eme (Nada que ver con eme dj)) dijo...

Qué optimista....

supersalvajuan dijo...

Imprescindible. Única. De momento, la más grande.