domingo, 23 de junio de 2019

Arenas movedizas. Primera temporada.

Casi por asuntos laborales (pensando en futuras tutorías) empecé a ver la primera temporada de Arenas movedizas. Institutos, disparos, clase alta y clase más alta y pijos con problemas mentales. Y yates. La gran diferencia entre los multimillonarios y los millonarios es que los primeros, a la hora de comprar el yate, no preguntan el precio ni por curiosidad. Ese para mí. Lo quiero. Y hasta hablan de Marx y de Milton Friedman. ¿Qué pasa por esas cabecicas para hacer los disparates que hacen? Y al final todo es cuestión de perras. De muchas perras. Viva el capitalismo y los problemas de los niñatos ricos. Que no nos falten los disparates. Y el inmigrante y las preguntas de los suecos y Zlatan (¿de verdad nunca ha leído un libro?). ¿El sueño americano en Suecia? Reconstruir sucesos, volver a los infiernos, escapar de los recuerdos. Reconstrucción, reconstrucción, reconstrucción (a la vez que veo la de la séptima de Engrenages). Y odio. Mucho odio. Muchísimo. Decía EHDLCV que el odio nos da la vida. No sé yo. No sé yo. Otra serie en la que se demuestra que la ley no existe, existen tipos e individuas que interpretan la ley. Y, ya puestos (de huevos fritos, de reclutas [cuánto tiempo sin tomarme ninguno, se aceptan invitaciones], de montaditos de lomo, de pastillas de colores, de canciones de Nacho Vegas, de libros de Leonardo Sciascia), se confirma que todo es mentira. Vivan las mentiras.

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