Hace 20 minutos
miércoles, 17 de febrero de 2010
Mad Men. Primera temporada.
Estamos en los meses prejotaefecá. Agencia de publicidad. Cadena de mando y jerarquías en las oficinas. Hombres con puestos de responsabilidad, mujeres secretarias/amantes y negros ascensoristas. El primer capítulo, desde su título (“El humo ciega tus ojos) es una declaración de intenciones. La oficina, como los bares, como la casa, es una gran nube de humo y un derroche continuo de alcohol. Allá por los 60’s no se tenían los complejos que tiene la sociedad del siglo XXI. Y ese primer capítulo de la serie lo deja claro: “Mad Men. Término acuñado a finales de los años 50 para describir a los ejecutivos publicitarios de Madison Avenue. Lo acuñaron ellos”. La vida mostrada por Mad Men desde la cabecera hasta el último momento del capítulo 13 es un salto al vacío continuo. El infierno está a la vuelta de la esquina, de acuerdo, pero mientras deja que riegue mi hígado y enquiste mis pulmones. ¿Lo entiendes? Y en ese universo con zapatos de papel que se embarcan con el viento, nace el centro de todo, el gran Donald Draper. Un personaje redondo, a la altura de veneración hay muy pocos. Y, como no podía ser de otra manera, la serie empieza en un bar y termina en un escalón. Y describe la falsedad de la publicidad: el gran Don Draper prepara su clase magistral en la servilleta de ese bar y acaba preguntándole a la única persona sincera a la que puede acceder, el camarero negro del lugar.
Y en los años 60’s, guerras incluídas, igual que ahora, todo era mentira como todo es mentira. Siempre se lo digo a la gente: como todo es mentira, hay que vender la moto, hay que estirar el chicle, hay que darle hilo a la cometa. Lo mejor de Mad Men son esos diálogos en los que un plan demasiado profundo el personal se muestra de verdad. Pero el sueño americano es posible, el ascenso social puede estar a la vuelta de la esa esquina. Como inició Sed de Champán el gran Montero Glez, “el pasado o se olvida o se magnifica”. El gran Donald Draper tiene un pasado que esconder, una familia que olvidar, un hermano que borrar de su disco duro, una historia que diapositivar. El Draper ganador, el Draper amante infiel, el Draper de camisas perfectas y raya perfecta en el pelo. Pero ese sueño americano, cual crisis de 1929 se puede derrumbar en cualquier momento, ese sueño se puede destrozar en ese crack en el que todo el mundo vendía acciones. En su Hooverville particular, Draper se debate entre el amor inconexo y el sexo que todos desean. Pero la pompoa de jabón se estrellará en cualquier pared, porque la lealtad no se compra ni se vende es un leasing en sus horas bajas. Pero hay algo que rompe la monotonía, y hay que contestar siempre lo que se piensa. Y referencias al judaísmo como realmente se cree, se piensa de verdad. Más retratos, el del Sterling, otro de los socios de la empresa, también vividor de esposa en casa, amnte en la oficina e hija depresiva. El amor, como dice Draper, no existe lo inventó él “para vender medias”. No hay que creer nada. Nuestro sitio es virtual, jugamos con cartas marcadas por ese Dios que lleva milenios vendiendo productos. Y yo quiero otro gintonic, por favor. Y el perfume de una mujer, también.
Más retratos, el de Peggy Olson, la secretaria nueva de Donald Draper que, desde su ingenuidad pero también inteligencia dará un aliento nuevo a la oficina pero que pagara muy cara su osadía en ese mundo hombres.
Vender, vender, vender. Y yo necesito otro cocktail. Siempre estamos secos. Y para vender sólo hay que contar mentiras. Más retratos, el de esos yuppies de mierda, o, mejor dicho, el de esos supergilipollas que creen que haciendo chistes van a ascender cuando, en realidad, se ponen de rodillas en cuando se lo piden.
Más retratos, la del grupo de bohemios soñadores que aguantaron hasta luchar contra Vietnam, ombligos de una torre Eiffel de cantos de sirena a los que visitar cuando las entrañas salen a relucir cuando hay que celebrar algo bueno o malo. Da lo mismo, siempre hay que celebrar. Excusas de acercamiento. Y todo lo demás. Retratos, retratos. El niño de la buena familia que quiere ascender a toda costa, que nunca será expulsado de la empresa (se perderían clientes) y que sería capaz de poner un cuchillo en el cuello de Dios exigiendo un trocito de cielo envenenado.
En conclusión, todo es difícil. La vida, como maceta que regar, requiere la cantidad exacta de todos sus elementos. Un grito a medianoche, un beso en la azotea, llenar el frigorífico de yogures con sabores que no nos gustan. Vamos un cocktail con demasiada ginebra. O sólo con ginebra. Hay acontecimientos que podríamos evitar pero que, conscientemente, no evitamos. Las historias tienen que acabar, pero el desarrollo del tema no es un fallo en Matrix continuo. Y la factura del teléfono, aparte de pagarla, siempre muestra las sospechas que nunca quisimos hacernos. Hasta ese día en el que sol entra en esa ventana y hay demasiadas cervezas en el frigorífico al que, paradójicamente, no han llegado los yogures de ningún sabor porque, en el hipermercado, te fuiste directo a la licorería. Ejemplo de diálogos entre Sterling y Draper:
- Sterling: No sabes beber, ni tu generación tampoco. Bebéis por motivos erróneos. Los de mi generación bebemos porque nos gusta, porque relaja más que quitarse la corbata. Porque nos lo hemos ganado. Bebemos porque somos hombres.
- Draper: ¿Y el temblor de manos? ¿También es propio de tu generación?
- Sterling: No bromeo. Vosotros bebéis para ahogar vuestras miserias, intentáis lamer una herida imaginaria, Don.
- Draper: No siempre imaginaria.
- Sterling: Ya, puro cuento.
- Draper: Puede que yo no aguante sentirme impotente como tú.
Queda claro, ¿no? ¿O no? Y un poco más:
- Sterling: Cada generación cree que la siguiente acabará con todo. Seguro que en la Biblia aparece gente quejándose de los chicos de hoy.
- Draper: Los chicos de hoy no tienen un buen ejemplo, porque se fijan en nosotros.
Ufffff!!! Ese icono draperiano, ya en altarcico propio, con frases míticas como catedrales. Otro ejemplo: “Las personas necesitan tanto que las guíen que escuchan a quien sea”. Yo, por eso, como alumno, cada vez que podía, me fugaba la clase. Pero para que te escuchen hay que gritar, y hay días que no me sale la voz. Y todo lo demás.
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6 comentarios:
Mira tú por dónde, ésta sí me apetece. Llevo tiempo detrás de ella (y el que me queda). Para vender medias... qué bárbaro. Yo quiero que me anuncie ese tipo
Leandro, una joyita de serie.
nenu he quedado con Idoia a las 7:30 en el togo. te apuntas?
Maica, no lo sé, acabo de llegar hace un ratico. Luego te confirmo.
No hace falta guapi, ya sabes que allí estaremos si te apetece, aunque no creo que se alargue mucho porque tengo cosas pendientes de hacer.
Maica, lo tengo en cuenta. Chaíto.
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