Hace 18 minutos
jueves, 10 de noviembre de 2016
The Fall. Tercera temporada.
¿Se puede ser paciente ante el horror? ¿Se puede intentar ser mejor que peor? ¿Se puede intentar olvidar? ¿Por qué atender a alguien que causa terror? ¿Por qué intentar entender a un asesino? ¿Por qué es más importante lo malo que lo cotidiano? Los puntos suspensivos con los que empieza la tercera temporada de The Fall son duros de compresión. Cantan Los Punsetes que lo importante siempre está en el exterior. Y puede que tengan razón. Y que los botiquines, a veces, se quedan pequeños. Y no tenemos respuestas para esas sensaciones: para los silencios cuando te dan la mano, para no saber decir te quiero, para encerrar diablos en el bote del jabón líquido fresa pasión hidratante y protector. Todo es difícil de entender en esta puta vida y, el horror, aún más. Y nada es lo que parece, o si pero no lo queremos creer. The Fall se despide a lo grande, con puntos suspensivos, con silencios y diálogos lentos, con sudores ante una cámara y un coche en una playa, con dolor y más dolor, con loqueros que quieren imponer sus criterios y con las grietas de los sistemas judiciales que gotean sin parar en mitad de la tormenta. No hay cielos para los que se merecen llegar al túnel del aguacero final antes de tiempo. Pero el tiempo, como si Bloch y Febvre y Braudel fueran historiadores no olvidados, hay que medirlos por los cambios y no por la duración. Y el aguacero del dolor sigue su marcha, desde el principio al final, sigue sin descanso, jodiendo la marrana hasta el final. Hasta el final de los finales, lineal y circularmente. The Fall es una serie que duele ver, pero que hay que ver. Retrata al personaje, al cabrón con momentos de lucidez, pero que es un cabrón. Con motivo o sin él, cabrón. Y que bien retratan algunos guionistas y directores a estos hijos de Satanás. Hay veces que piensas en apagar la tele y olvidarte del mal, del horror. Sabes que puede acabar mal o fatal, pero lo tienes que ver. Y todo lo demás, también.
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2 comentarios:
Se es paciente cuando se piensa que merece la pena serlo.
A veces no es suficiente
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