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jueves, 29 de mayo de 2025
El cuento de la criada. Sexta temporada.
Tortitas. Prioridades. La sexta temporada de El Cuento de la criada empieza preguntando en varios lugares, sobre las prioridades. Distintas prioridades. Muchas prioridades. Anoche, en la oscuridad temprana del 28 de abril, la gente no hablaba. “La justicia divina se impondrá”. O no. Tortitas. La gente no hablaba. Silencio. Lunes. Lunes, o cualquier dia. ECDLC nos lleva a un escenario insospechado, pero que, como casi nada, no podemos descartar. No podemos descartar nada. Posibilidades o mierdas, que decía EHDLCV. Cuando denegamos la ayuda del diablo, no hay nada más que decir. Nada. Tortitas.Nunca: “¿Se acabó el plantar cara?”. Esa pregunta, buscando amigos donde los tenemos, es recurrente en nuestra vida. Siempre hay que tomar partido. Partida. Cruzar. Volver. Tortitas. Mierda. Pero se escucha ese “no podemos dejar que ganen” que suena muy bestia, muy bíblico (que decía EHDLCV) y con el que no podemos (o que queremos) mirar hacia otro lado. Es imposible mirar para otro lado. Tortitas. Pasada la parafernalia, el barniz y todas esas mierdas, solo nos queda una pregunta: ¿Podemos perdonar a los bordes? Tortitas. ¿Podemos matar a los bordes? ¿Se merecen los bordes la mierda? El trabajo, los suegros, camionetas. ¿Podemos o no podemos hacer el jarra bajo un arco? ¿Qué se hace bajo un arco? ¿Silbato, esquivar? Guarderias. ¿Qué se basa en la misericordia y el perdón? ¿Tan importante es el agua potable? ¿Mercedes? ¿Rolex? ¿Cosas de mujeres? ¿Puentes? ¿Altos? ¿Dedos? Esta serie siempre nos lleva a preguntas, a la vuelta, a creer que todo es mentira porque todo es mentira. Refugios. “Puto gobierno”. Hágase querer por llamadas telefónicas, por la emoción, por creer en lo que no se puede creer. Y pronto significa muchas cosas. Demasiadas. Pronto significa esperar, aunque muchas veces se confunde esperar con añorar (y con otros eufemismos de esperar). Y en el pasillo largo (que siempre es muy largo, y oscuro, aunque no sea 28042025), siempre hay sustos. O ventajas. O conversaciones sobre trenes. Todo tiene un precio. O varios precios. Demasiados precios. Ya lo dijo Volpini, y ya habló Volpini sobre los agentes dobles. Pero no todo el mundo es valiente. “¿Cuándo dirán basta? Basta. Basta: “Cuando no quede nadie para luchar”. Hágase querer por la gallina roja. Gallinas rojas, eso. Siempre. No se ve esta serie, esta última entrega, sin el premio de la paternidad. La crianza exige prioridades, igual que tomates. Muchos tomates. O azaleas. Las respuestas, la fe, el púlpito: “La gente necesita creer en algo”. Y un pijo. La gente necesita estudiar, leer, aprender. Lo demás son milongas. Lo demás (EHDLCV lo decía mucho), solo necesita leer. Y si no sabe leer, que le lean. Adiós consejos, adiós confidencias, adiós mierdas. Adiós. ¿Quién nos guía? Cuando pensamos en que hay asuntos en los que debemos ser guías, debemos (otra vez) priorizar. Déjate de buenas decisiones. El potencial es un chicle en nuestro zapato. Una puta mierda. El miedo que da ECDLC en esta sexta temporada viene de la obligación, o de importancia de nuestros deberes. Esas últimas vocales nos meten en un lío, con o sin teléfono a la vista, o con sin gente tocándote el hombre con el auricular en la oreja. Desde arriba, con el fungicida pendiente, los nombres bíblicos se convierten en asfalto, en suelo, en una gloria desvirtualizada (¿existe esa palabra?). ¿De verdad debemos justificar cada uno de nuestros actos? ¿Debemos creer en la posibilidad de cambio?. No. Nunca. Todo mentira, incluso cuando nos cambian (o nos cambiaron, o nos cambiarán) los pañales. Todo mierda, filfa. Mucha filfa. Hágase querer por una visita. Hágase querer por lo inesperado. La paz, otra patraña. ¿Qué entendemos por la palabra gentil? O quizás, simplificar: “La única salida es sobrevivir y proteger a tus seres queridos”. El rezo, el silencio y todo lo demás. Pero la solución, la que nos presenta ECDLC, es equivocada. Se queda a medio camino. No se puede cambiar el sistema desde dentro. Nunca. Está viciado. Tumorizado, decía Ginés Caballero. Todo tumorizado. Tragar o no tragar. Y siempre hay una cita bíblica que tergiversar: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol”(Eclesiastés 2:11). “Si Dios existe no está en palabras vacías ni en ritos extraños, y desde luego aquí no ha venido”. Siempre hay motivos para joder la conciencia. Todo mentira: “Dios está en todas partes, especialmente en lo lugares más tenebrosos”. Y cuando vemos a los fantasmas del pasado hechos presente, solo podemos decirles una cosa: “Olvídame”. Más frases: “No puedes estar enamorada de un puto nazi”. Deja buenas conversaciones entre mujeres, comparando en número violaciones, comparando monstruos, comparando. Supervivencia: “Nunca fuimos amigos. Tú me dabas miedo. Yo te daba miedo. Nos habríamos traicionado sin dudarlo para sobrevivir”. Volver a repetir la caída a los infiernos. Y viajes que hacer, no por obligación o por tragaderas. “Siempre hay algo impredecible”, pero en las caídas todo tiene su ritmo. La descomposición de un Estado, independientemente de su naturaleza, empieza con las personas y las banderas. Unas tras otra. Luego hay fuego, palabras que no siempre se entienden y tragos que siempre se entienden. En en ese San Juan de quema de trastos viejos siempre hay dioses que caen, que aunque fueran imperfectos, eran nuestros dioses. Ese “Dios siempre exige sacrificios” no es siempre entendido, pero es que Dios es demasiado complejo para entenderlo todo. Aunque al final, todo se resume en la pregunta que todo lo concentra: ¿Qué hubiéramos sido sin nuestras madres? Cuando toca “pulir ese concepto de lo imposible”, siempre nos equivocamos. En esta historia ficción, se dejan muchas preguntas en el aire, sobre la posibilidad de otras muchas cosas. La penúltima frase de la serie es la siguiente: “Pensar puede perjudicarte”. Pensar siempre te mete en líos. En muchos líos. Ahora, recordando, he vuelto a ese febrero de 2018 en el que leí El cuento de la criada de Margaret Atwood, después de ver la primera temporada de la serie, y lo que puse en el blog al respecto: [“ Escribe también MA en la introducción de esa "tendencia a sermonear" de los escritores en algunas de sus novelas. Tendencia a sermonear. Todos, con más o menos voz, sermoneamos: en casa, en clase, en el autobús, por la calle, en un partido de baloncesto, en sueños. Será por sermones. El problema es elegir el sermón correcto, la homilía necesaria de cada día (y no únicamente los domingos). Todos somos sermón, todos somos unas líneas que soltar a un rebaño que nos bosteza en la cara o a una oveja que nos es fiel hasta que la llevamos al matadero. Siempre hay un matadero cerca. Escribe MA sobre ese "jardín imaginario" que iba a crear. No todo es césped perfecto y amapolas y pinos canarios en el jardín; cuando te acercas, hay demasiada mierda (humana y de los perros) y algún que otro cactus con el que pincharnos, y sangrar, y llorar. Recuerda MA que hay personas que dicen que Dios está en los detalles. Margarita nos recuerda que el diablo, también. En muchos de esos detalles y en algunos otros en los que no nos damos cuenta. Será por detalles”]. Pero siempre nos queda Atmosphere de Joy Division, aunque hoy, como cuando uno pierde a alguien que solo se materializó durante unas semanas, quizás sea mejor escuchar Shadowplay. Un buen final para una serie que no siempre pareció tan buena.
miércoles, 28 de mayo de 2025
József El Húngaro
“La edad adulta no es más que el arte de ponerse cómodo ante una frustración constante”, escribe José F. Peláez en el prólogo de József. Me costó varios reinicios József, porque no terminaba de arrancar, porque no hay tiempo en la sociedad contemporánea cuando uno con la crianza se despista (y el trabajo y todo lo demás). Sobre el Juez, dueño de ideas ajenas y propias, escribe el autor, Luis Enríquez, nada más introducir el asunto: “El Juez acreditaba una resistencia al alcohol digna de un espía del KGB”. Esperaba menos contexto en las ciento y pico primeras páginas de József. No quiero decir que no estén bien escritas, que lo están. Son pulcras, sencillas y se entienden, que hoy hace mucha falta que lo que se lea y sea original, se entienda (yo no soy capaz de escribir algo que se entienda, la verdad). ¿Por qué me gusta József? Porque deja claro la diferencia entre grados de líquidos que vienen de las islas europeas; porque deja perlitas de esas que soltar y con las que me río solo [“Yo nunca pregunto. Le suele sentar mal a mi horario”]; porque deja claro que no todo está escrito en los genes y las teles (“sin saberlo, estaba sembrando en su cabeza la semilla de la fascinación por la cultura occidental”); porque hace una reivindicación de San Patricio que no hay Sumo Pontífice tras cónclave que la crucifique mejor (“No hay nada que inspire más temor en Europa que los irlandeses”). Tengo dudas si a Luis Enríquez le interesa más la historia de József o cómo contar la historia de József. A mi que me gusta el gris, quiero ser tipo oculto en mitad de ciento y pico profesores en claustros desagradables, me gusta leer frases como la de la 75: “Tu trabajo es pasar desapercibido y, si lo haces bien, al terminar la noche, nadie recordará que estabas en la puerta”. No he leído nada de H.T. aunque siempre recordamos películas, y Las Vegas, y esas volteretas de Granada que te preguntan sobre la necesidad de dar la espalda. Escribe también LE juntando en una frase juzgado y tragedia, y sobre “barracones que huelen a pan y café” y aquello que da miedo (“la vuelta a una vida previsible”). “Mil demonios ocupando tu lugar”, cantaba Jota con Los Planetas en esa canción que se repite multiplicando diablos y sitios. Y luego, el diván: “Verá doctora, usted es francesa. No tiene ni idea de lo que es vivir en un país como Hungría. Allí no hay caminos correctos. O caes de un lado de la mafia o del otro. O te conformas con una vida gris en la que nadie se fije”. Y en ese día, con o sin preguntas, ponemos interrogaciones sobre lo que nos viene sin esperarlo, compartiendo almohadas, cojines y distintos muebles que deberían saltar por un décimo piso directos al vacío: “Lo cotidiano no volvió nunca a parecerle tedioso”. Espejismos que se diluyen, que diría EHDLCV. Caídas ladrillescas que “es imposible resumir con oraciones estasísticas” (eso también lo decía mucho Ginés Caballero). Hoy no es 18, pero escuchamos mezclando, como József en la 148, con “despreocupación” e incluso con “ilusión”. Esas palabras, perdidas hoy en mi diccionario personal, en este József, dan aire fresco a un cielo contaminado del que no podemos salir (o, quizás, del que no queremos salir, o no nos dejan salir). Pero al final la vida es pum pum y “el boxeo tiene reglas y límites y el combate cuerpo a cuerpo no”. Y como en otra canción, canta Ricardo Vicente y su Roméo Dallaire, y recordamos a hutus, a tutsis y aviones y ese ocho-cero-cero- que no sabemos lo que es pero que da miedo igualmente. Kigali al poder. Iglesia, mercado, radio y feudalismo en el nuevo Apocalipsis sin Patmos ni vuelta atrás en la barca, porque no hay barca: “Los mismos matones en todos los países. Las mismas amenazas. Su arrogante forma de atemorizar a los débiles. Y el puto tendréis noticias”. Café, fronteras y jodiendas con vistas a una línea de cartabón (solo pensar en el olor de ese viaje, de ese paso entre mierdas y arenas, da miedo). Pero, al final, todo es una versión de algo anterior. Algeciras, paso y ese “con eso que lleváis parecéis nazis disfrazados de moros” que te hace sonreír en mitad de una clase de Mantenimiento de Vehículos de la Formación Profesional Básica. Ítaca, los viajes y esos libros que no se leen ahora en los institutos salvo en asignaturas escondidas de los programas educativos y que algunos, con empeño, consiguen que salgan adelante. Pasaportes falsos y como en The Office (porque EHDLCV decía que estaba todo en TO): “Me siento incapaz de traducir gazgpacho” [Me dijo antes de esa romería de la que volvió pero no volvió que era más fácil traducir salmorejo]. Hágase querer por el permiso de personas ajenas. La llegada al Poniente y esas cosas que suponemos que son de una manera y luego nunca llegan. Y ese “prefiero no saberlo” de la 244, que se nos repite muchas veces en la vida ante preguntas incómodas ante la familia de carné. De puto carné. Y medita (eufemismo) el autor sobre ese pasar de mañanas y tardes y noches que son iguales: “Los días pasaban volando, como les sucede a las personas con todas las piezas de su vida perfectamente encajadas”. Encajadas. Copas de yate (¿eso qué pijo es?, decía EHDLCV). Copas de yate es, asegurar, como en en el último guión de la 252, que todo el mundo vuelve a casa después de hacer otras cosas aunque tenga un anillo en el anular. Pero hay semáforos, hay colegios, hay cebras con pasos que no se pueden saltar, hay frases con las que asumir que este país (o lo que queda de él), como el Animal de Pearl Jam, es así: “Ser gilipollas es legal en España. Si no, las calles estarían vacías”. Vacías, joder. Y aunque esperabas más, el libro acaba (como si fuera una canción de El Niño Gusano, “concedí un deseo, todos se cumplieron, todos menos el mío”) como debe acabar: “Me horroriza pensar que el destino de un hombre bueno depende solo de factores adversos incontrolables. Que, al final, todo sea arbitrario. Que no haya en la vida algo de justicia”. Y yo también me acuerdo de las columnas de David Gistau todos los días, aunque siga siendo incapaz de traducir gazpacho. El jodido gazpacho.
lunes, 26 de mayo de 2025
El Eternauta. Primera temporada.
Tuve con El Eternauta un problema desde el principio de la serie. No se escucha bien. O es mi sordera atemporal (siempre, como en La peste), o no solo vale hablar de caceroladas y Argentina, siempre, da igual la década. Pero cuando los peones (¿hay algo más que peones entre cacerolas?) empiezan a caer, toca huir. Lágrimas, frío y caídas como las de Busquets cada tres minutos. Nombres equivocados en aplicaciones. Gente poniéndose harapos, ropas y máscaras con el objetivo de llegar a ningún sitio. Usos inapropiados de lo inapropiado en el momento inapropiado. Hágase querer por un autobús de tipos sedientos y hambrientos, por dínamos inutilizadas, por filamentos inutilizados, por personas hechas a la resistencia. El fútbol congelado, los conductores congelados, todo Cristo congelado. Hágase querer por un accidente, por el casco en un perro (Neápolis al poder), por un juego equivocado, por la escalera inconsistente, por las preguntas sin respuesta. Y rezar, rezar, rezar y volver a rezar. Me gusta (o sufro con ella), la preocupación del padre, reprochando a la madre, la ocurrencia de dejar a la hija ir a sus anchas (“quién iba a saber todo esto…”). Sólo cuando truena nos acordamos de Santa Bárbara. Con Sánchez pasa algo todos los días pero se lo aguantámos todo (sé fuerte, incluso en la redacción sin comas de tus WhatsApps pasados). Esa búsqueda, la de la hija. Lo resume todo. Inmunidad. Inmunidad. Hágase querer por una bolsa. Por una simple bolsa. Por una jodida bolsa. En Ray Donovan se dice que “no hay escuela como la vieja escuela y en El Eternauta que “lo viejo funciona”. Al final del tercer capítulo, escuchamos: “La brújula anda bien. Lo que se rompió es el mundo. El mundo tal cual lo conocíamos desapareció para siempre”. Aunque mete mucha fruta podrida en la misma coctelera y distinta chusma, no termina de salirle mal el zumo a El Eternauta, aunque quizás le falte el sabor definitivo. Gritos por la patria, guerras del pasado, parásilis facial, bichos que dan miedo, locomotoras locas y un no saber qué vendrá después. Aunque al final, como siempre, todo es mentira.
miércoles, 21 de mayo de 2025
The Office (USA). Tercera temporada.
No he visto Shakespeare in love (ni falta que me hace), pero sí La jungla de cristal. No sé las veces, aunque tampoco se acuerda tito Bruce. Eso hubiera sido la puntilla al primer chascarrillo de la tercera temporada de The Office, que empieza con una caza de brujas. Brujas gay. Brujas (gran ciudad): “A los tarados no les llamas tarados. Se lo dices a tus amigos, cuando hacen el tarado”. Hidrogel para todos por la boca: ¿Quién mete una grapadora en gelatina? Moscas: “Esto es como los bomberos: nunca abandonas a tus colegas, aunque te enteres de que en Connecticut hay un incendio mejor”. ¿Ondular? Y es que El séquito hay que verlo una y otra vez. Y volver a verlo. Aunque hay personas que lo cuestionan todo: “¿Cómo va a aumentar la productividad una película?”. Respuesta: “La gente trabaja más deprisa después”. Pum, pum: “Si dejas a una mujer, nunca te lo perdona. Es uno de los muchos defectos de su sexo. Y no tener brazos fuertes”. Bailes indios, viajes al futuro a través de un fax, despidos que no son tales despidos. ¿Quién es el rey de los monos encorbatados? Y hacer la gracia de juntar en una misma frase Bowling for Columbine con Dos tontos muy tontos por el asunto de los bolos. Viva SC, viva Michael Scott. O no: “Siempre voy un paso por delante. Como un carpintero… que hace escaleras”. O tampoco. ¿Y quién se acuerda de Colin Powel?. Más para la tostadora: “Cierra los ojos. Imagínate a un preso. ¿Qué lleva puesto? Nada especial: una gorra de béisbol invertida, pantalones anchos y dice algo normal como que pasa tron. Vale, ahora abre los ojos poco a poco y dime a quién ves. ¿A un hombre negro? Pues no, a una mujer blanca. ¿Sorprendido? Vergüenza debería darte”. Hágase querer por las risas ajenas, por la suspensión de la Navidad. El universo siempre gana: “¿Por qué hay tanta gente aquí. Hay demasiada gente en la Tierra. Necesitamos una plaga”. Viva el espíritu de Robert Parish. Y si hay que volver a explicar el capitalismo, se vuelve a explicar: “Cuantas más pegatinas vendas, mayores beneficios, que es la forma fina de llamar al dinero, para comprar Playstations o peluches y productos…”. El jodido capitalismo, siempre presente: “¿Y sabéis quién más lucha contra cinco Goliaths? Estados Unidos: Al Qaeda, el calentamiento global, los violadores, el mercurio en el chopped… ¿Y por eso nos vamos a doblegar? ¿Eso es lo que os enseñan en Empresariales?”. Y como todo es mentira, utilizamos eufemismos: “¿Depresión? ¿Eso no es un palabro pijo para decir cansado?”. Aunque llegados al final, espejo contra espejo, camisa color mierda contra camisa color mierda, gafas inclasificables contra gafas inclasificables, nos llega la pregunta definitiva: “¿Qué clase de oso es mejor?”. Y como con los apagones, siempre llega la crisis: “Parece ser que un empleado descontento de la fábrica pensó que sería gracioso poner una filigrana obscena en nuestra papel de carta marfil de 80 gramos. Hemos distribuido 500 cajas con la imagen de un conocido pato manteniendo relaciones maritienses con cierto ratón al que la gente tiene cariño. Aunque a mí ese ratón no me gustaba mucho”. Ni a ti ni a nadie, SC/MS. Ni a ti a nadie: “Y no, no me duele la cabeza, pero me estoy tomando las aspirinas porque me estoy preparando”. Y dale Perico al torno: “La única diferencia entre un mendigo y yo es este empleo. Y haré lo que sea para sobrevivir. Como hacía cuando era mendigo”. Traca, cohete, San Basilio: “La de llamadas que estarás dejando de atender por enseñarnos a coger el teléfono”. Y en esa espiral planetaria, pero sin mirar al sol, ni ver lo que hay detrás, ni con el ojo quemado, escuchamos subidos en un coche: “Hidrátame. Te digo que me pases el agua. Yo siempre digo hidrátame. Una de cuatro personas se ríe”. Y si hay que preguntarnos, en voz alta, la fruta que debemos hacer brillar en la cuneta para venderla, brillo para todos: “Y si no tenías ni idea de su edad, eso no te servirá en el juicio”. Y puestos a despejar, defensa central: “A ver que me aclare: en tu mayor fantasía, estás en el Infierno y regentas un hostal a medias con el malvado diablo”. Con el puto diablo. Blog, blog. Aunque no está al altísimo nivel de las dos primeras temporadas, el listón sigue alto en esta tercera temporada de The Office.
lunes, 12 de mayo de 2025
The Office (USA). Segunda temporada.
Vuelve Carrell a las andadas para empezar la segunda temporada de The Office. Tras una conversación de vecinos sobre premios que no han sido dados, el tipo con ojos de loco, corbata de piltrafilla y peinado indeterminado y cambiante, suelta: “Y al día siguiente el empleado nota un hedor que viene de la casa del vecino. El vecino se ha ahorcado. Por falta de reconocimiento”. ¿De verdad que miramos los accidentes de coches cuando ocurren? Hágase querer por un premio, por beber los posos de los floreros, por lo que dejamos en el váter al salir: “Cincuenta indicios de que tu párroco podría ser Michael Jackson”. Vaya tiempos los de los reenvíos de correos electrónicos. Se pregunta The Office, desde el principio de esta segunda entrega, por los límites del humor: “No existe el concepto de chiste apropiado; por eso es un chiste”. Claro que si haces ciertas preguntas, te das cuenta y “da mucha pena que la educación pública a muchos no les haya servido de nada”. O de casi nada. Siguen, como antes, las preguntas a destiempo entre compañeros: “¿Dónde está el clítoris? En una web ponía que está en el vértice labial. ¿Eso qué significa? ¿Qué aspecto tiene la vulva femenina?”. No. ¿De verdad quedan pelirrojas naturales? ¿De verdad un 10% de duda es duda? Y más: “Lo que me pasa es que soy el jefe y parece ser que no puedo decir nada”. Los límites, la raya. Y más límites. ¿Dónde está nuestro límite? Y claro, llegados así, solo queda repetir: “A partir de este momento ya no podremos ser amigos. Y cuando hablemos de algo aquí, solamente podremos hablar de cosas relativas al trabajo. Y podéis considerar esto mi despedida de la comedia”. Claro, “eso me dijo ella”. Besos para todos. Y si hay que contratar un abogado, se contrata. Viva la libertad de expresión (“y los pleitos por accidentes, temas laborales y píldoras adelgazantes”). O no: “Hay que llevar cuidado con lo que se dice”. O no se dice y se piensa decir, luego, en un rato, con o sin la muñeca hinchable cerca. Y si te toca la lotería ya sabes a la persona que vas a echar a la calle. Tampoco: “Si yo me comprara un ataúd me lo compraría con muros más gruesos para no tener que escuchar a los otros muertos”. Alegría: “Me encanta Halloween. No sé, es divertido. Cada año me lo paso pipa. El año pasado, vine disfrazado de teta de Janet Jackson. Estaba de moda. La gente se partía el pecho. El año anterior me disfracé de Monica Lewinsky, ese estaba chupado”. Y al empezar el capítulo siguiente, le dice a Pam: “Te noto premenstrual”. Imposible hacerlo hoy. Más: “A veces las mujeres dicen más cosas con las pausas que con las palabras”. En ese universo de chorradas bien construidas (no como la Alhambra), SC se sincera con uno de sus empleados en mitad de una sala de juntas llena: “Ahora insinúo que cuando coincidimos en el ascensor, más ve valdría coger las escaleras. Porque, joder, cómo apestas… Y yo nunca diría algo así en público, nunca lo he hecho y jamás lo haré. Pero todos debemos ser absolutamente conscientes…”. La inconsciencia, quizás sea lo mejor, o lo mejor aún está por llegar (“¡Como si el alcohol hubiera matado a alguien!”). Pero como todo es mentira, una buena muestra de ello es el amigo invisible (“Feliz cumpleaños, Jesusito, al final se armó el Belén”). Y más preguntas que nos hacen pensar: “¿Pueden 15 botellas de vodka emborrachar a 20 personas?”. Hágase querer por un baile, por un baile ajeno, por un baile de vergüenza ajena. Titanic, la trilogía de El Señor de los Anillos. ¿Carbonizarse el pie en una plancha de la comida? ¿A quién no le gusta desayunar oliendo a bacon? Y la amistad no existe, solo tenemos gente con la que pasamos ratos: “Pues no. Yo solo dono órganos a los amigos de verdad. Apáñate con un riñón de mono”. De las manos de cerdo hablamos otro día. Y puestos a comparar, siempre salen comparaciones: “Scranton es estupendo, pero Nueva York es como Scranton hasta el culo de tripis. No, de speed; no… de esteroides”. Y nada como soltar en un discurso, sin venir a cuento, después de otro orador: “Lo siento mucho, no sabía que llevaba audífono; pensaba que hablaba… un poco raro”. Y siempre podemos engañar a alguien, o soltarle un discurso de tito Benito para que lo transforme, o lo reutilice. Y cuando toca ponerse serios, no hay manera de ponerse serios: “No es que los niños me incomoden; es que, ¿para qué ser padre si puedes ser el tío gracioso?. Nadie se rebela jamás contra su tío gracioso”. Y habas chinas en germinación en un cajón de la oficina. De la maldita oficina, en la que se escucha: “Yo nunca sonrío si puedo evitarlo. Mostrar los dientes demuestra el sometimiento en los primates. Cuando alguien me sonríe, solo veo un chimpancé que no quiere morir”. Y llegando al final, desparrame sobre perros, SIDA, afganos y puros: “Hay temas que los cómicos no pueden tocar, como JFK, el SIDA, el holocausto… y hasta hace poco el asesinato de Lincoln. Antes muerto que ver esta obra”. Una temporada que, aunque deja puntos suspensivos, mejora la media docena de píldoras primigenias.
domingo, 11 de mayo de 2025
Canijo
En vez de Canijo debería llamarse la novela de los vómitos. No, mejor. La novela del mono. Vaya retrato del mono hace Fernando Mansilla en esta obra titulada Canijo. Ahora que parece que todos son seguidores de Glutamato Ye Ye tras la muerte de Enrique Fernández en la ciénaga de las redes sociales, recuerdo la letra de El suicida mientras terminaba Canijo (a partir de ahora LNDM), porque había personajes que no escogían el camino menos tortuoso para quitar(se) de la circulación. En este cuadro, el de LNDM, aprendemos que “los camellos del caballo no entran a sus clientes, no hablan, te miran a los ojos y esperan, son los amos”. Estos tesoros nacionales de la España de fines de los 80’s, entre las 3000 viviendas y calles con nombres de santos en Sevilla, nos muestran lo peor de la vida hecha rastrojos: “Porque el caballo tiene eso, que pica, y es agradable, pero pica mucho y los chavales se rascan con frenesí, sobre todo las narices, que es donde más pica”. LNDM muestra cuernos y violencia tras entierros, muestra golosinas de terror y lugares de yonquis sevillanos, pero sobre todo muestra lo que el nombre alternativo al título nos quiere decir: “Los síntomas y señales del síndrome de abstinencia en su cuerpo: el descontrol muscular, los espasmos, el desdibujamiento siniestro de su rostro, la expresión ida, la terrible ansiedad que transmitía su sistema nervioso”. Y apostilla FM: “Algo al otro lado que acababa con el desasosiego: el calor interior, las arcadas de placer, el control de la realidad, la desaparición absoluta de la ansiedad. Aire, combustible, calor, realidad…”. Escribe el autor, y subraya, que la droga no engancha, que la droga posee. Muestra la bestialidad de las bestias, también convrtidas en camellos, la bestialidad de aquella persona cuyo mejor día en la vida fue el que probó la heroína. Enfatiza FM en LNDM: “Yacía en el catre aplastado por toneladas de mono, de gorila inmenso”. En este paseo por el desierto, en esta Biblia desgastada y sin salvación y casi sin venas, leemos en la página 270: “La primera verdad del drogadicto es: no te fíes ni de ti mismo. De ti menos que de nadie. Cumpliéndose también la segunda verdad: el cliente siempre lleva las de perder”. En la página siguiente, leemos: “La tercera gran verdad del drogadicto: el cliente siempre espera”. Y la dependencia no solo era hípica, sino económica: la deuda infinita. Sumando doses, cincos y sietes, llegamos a la siguiente conclusión: “Todos nosotros, poseídos por el Espíritu, orgullosos de nuestra condición de yonquis, conscientes de entregarnos sin condiciones a la ruina más absoluta por un buen chute de heroína y cocaína. Capaces de darlo todo, la vida, el amor, la amistad, el prestigio, el orgullo, la honradez y la hacienda entera. Todo. Por un chute de heroína y coca”. Todo. No hay mejor resumen porque como transmite FM, “este es un submundo habitado por la no-normalidad”. Superado el ejército espartano (+2), seguimos sumando ideas para el cambio a LNDM: “Cuando pides para quitarte el mono te da igual que te miren como te miren, el yonqui pasa de todo y la opinión de los demás te importa menos que nada”. Todo, menos que nada y saber que “cuando uno está enganchado, el cerebro trabaja siempre a favor del enganche”. Y en ese pum pum del ring, leemos como “cada vez se hacen los monos más insoportables”. El retrato se pone más borde al final con el SIDA, bicho de esos finales de década, con el epílogo hospitalario y el juego del olvido: “El que prueba las agujas ya se puede hacer la cruz”. LNDM es un retrato que da miedo, pero que hay que leer para intentar comprender la complejidad de esa España que miraba para otro lado ante el enganche definitivo.
martes, 6 de mayo de 2025
Black Metal
En la presentación de los personajes de Black Metal, de Magius, hay mucho de pipí en las camas, recuerdos olímpicos de Lillehammer, caretos irreconocibles, historias familiares entre divorcios y fríos y una ausencia de rostros que harían que nos cruzásemos de acera si nos encontrásemos con alguno de estos pájaros viniendo hacia nosotros. Como si fuera un libro de Historia, comienza recordando el pasado y tradiciones (modas envejecidas como diría EMDG), los deportes de invierno y los deportes de la realeza. Pero llegados a otra página sin número (como todas), nos viene a la mente la pregunta del medio millón de coronas: “¿O hay alguna que otra nube en el cielo nórdico?”. Falta algún mapica para situarnos en Bergen (situada en la zona noroccidental de Noruega), aunque los pluviómetros funcionan todos los días. Y cuando los cerebros inquietos se juntaban a principios de los 90’s, cualquier cosa era posible. La adoración al diabólico black metal, a “la maldad en estado puro”, es premisa fundamental en BM. Castillo, gárgolas y demonios, y frases de épocas oscuras pasadas por la nieve nórdica: “En mi feudo medieval todos conocen mi política: la muerte y la tortura… ¡¡¡Soy un tirano!!!”. En la presentación del grupo Mayhem se utilizan los adjetivos siguientes para sus miembros: vagos, maleantes, duros, violentos, agresivos, loco o maniaco (casi como una clase de FPB). Nada como una presentación en condiciones. “Nosotros somos Mayhem… Nos gusta la tortura y la muerte… Por eso seguimos las enseñanzas de Satán y de los camaradas Stalin y Mao”. Aunque la pregunta del otro medio millón, esta vez de euros, es la siguiente: ¿Qué harías si te encontrases un cuervo muerto? Y en ese infierno del Bosco (vaya recreación), leemos: “El infierno nórdico es probablemente el lugar más divertido al que un niño noruego de principios de los 90 pueda viajar”. Pero el infierno es una cosa muy personal, y leemos en BM: “Necrobutcher me dijo que su novia le dijo que yo las debía quemar. Pero hace años que prescindí de sentir amor. No estoy en este negocio por diversión”. Pero puestos a vender, habrá que vender: “No es fácil el capitalismo: hay que vender cantidad de mierda para sobrevivir”. Y apostilla unas páginas más atrás: “Satán y el capitalismo no cuadran”. En su cítrico punto de vista (limón para todos), escribe Magius retratando al personal: “Recuerda lo que aprendiste en el campamento de verano de los alevines comunistas (...) La política del palo y la zanahoria”. Referencias a Fidel Castro, a Albania (“Albania es el futuro”), a las clases de marxismo-satanismo ortodoxo, a la forma en que “los adultos han hecho desgraciados a los niños” y de como “la única manera de matar para siempre a un muerto es destruyendo su tumba, su recuerdo”. Y, dentro o fuera de contexto, leemos en BM: “Hola, tío, no soy tu papi; sólo un toxicómano al que alguien prometió dinero por quedarse quieto”. Música, jóvenes profesionales sin ascenso a la vista y frases sobre las que reflexionar: “Esta parece la clásica historia de preadolescentes que se rebelan contra sus padres y la sociedad bebiendo cerveza, falsificando carnés o destrozando un viejo cementerio”. El fuego, la catarsis, el recuerdo de Ceacescu (para bien y para mal), y como “el alegre comunista es ahora el desagradable patrón de una fábrica”. Ya puestos a reflexionar con BM, hay que pensar lo que los padres piensan de sus hijos cuando no se hacen cargo de ellos. Ese nórdico momento, el de mirar desde más alto que nadie (aprovechando los largos permisos de paternidad) se traducen de muchas maneras (o así lo entendemos desde lejos): “Mi madre dice que soy hiperactivo y que prefiere financiarme todas las grabaciones antes que llevarme a un psicólogo. Dice que son muy caros…”. El problema (en el buen sentido) es que los dibujos de Magius no te hacen ver la peligrosidad de estos zagales, como no piensan en lo salvajes que son cuando están tranquilos en su pupitre (bueno, ahora no hay pupitres, hay mesas y sillas color selva antes de que AS se pinte de betún debajo de los ojos y busque un bicho raro en una película). Y hay poses (cuchillos, Hitler, castillo, SS, teutónico, pretensión artística, kárate, olimpiada matemática, regrabar líneas, gitano/inmigrante/olor, rescisión de contrato, ascensor ,Asperger, hiperactividad, nazi, co-líder, duda, apropiación, escapar[guerra,monstruo, muerte complejidad política, olimpiada matemática [de nuevo], guturales gorgoritos, lerdo, el precio de la fama, reformatorio, fake news antes de las fake news, maldad satánica, incredulidad, crisis emocional) que luego valen para todo. Y esa frase de la página sin número (otra más) que nos manda al carajo: “En realidad, en el Black Metal, nadie es amigo de nadie…”. Bienvenidos todos. O casi todos “(Hungría. Nosotros ser pobres por culpa de comunismo”). Jerga que entendemos hasta que queremos dejar de entender. O lo de siempre: “¿Y tú a qué has venido?”. Un buen libro con el que pensar que, hasta en la primera adolescencia del ruido y la música, todo es mentira. Todo.
lunes, 5 de mayo de 2025
Cuando nadie nos ve. Primera temporada.
Con un ritmo lento (a veces, demasiado lento), se desarrolla la primera temporada de Cuando nadie nos ve. Entre citas bíblicas, drogas, corrupción política, Semana Santa andaluza, bases gringas en España, bares, extranjeros copiando lo peor, clases particulares, obras de arte escondidas, casas en mitad de ningún sitio, chachas que lo ven todo y Guardia Civil, se desarrolla este ejercicio que no es completo (parece que falta siempre algo de velocidad) pero que es un buen retrato contemporáneo. La mafia, seas de donde seas, siempre acaba alcanzando ciertas estancias en el poder. Ya sea un concejal, una alcaldesa de pueblo, un militar yanqui destinado en Morón, un ladronzuelo en moto. Y el Libro de Job, y los salmos de turno, y las artes marciales y la prudencia hasta que todos dejan de ser prudentes, y las pastis de temporada y la demencia de toda la vida, y la viudedad tras el suicidio y todo un cúmulo de circunstancias que, junto a unos diálogos tranquilos, dejan ocho capítulos para disfrutar entre versículos: “Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme bajo la sombra de tus alas”. Pero hay lugares en los que ni la mayor de las cuevas sirve de refugio. Y como todo es mentira, “el mal está en el ojo del que mira”.
domingo, 4 de mayo de 2025
Mantícora
Como me ocurrió con El quinto en discordia, el principio me desconcertó. Mantícora nos va metiendo en su tela de araña poco a poco, casi sin querer. La dejé dos veces en el carricoche de mi hija, leída entre sueños de la pequeña junto al patio de un colegio que pone, a mi pesar, a Coldplay a todo trapo para los cambios de clase. Aunque la figura del profesor de Historia de EQED sigue presente, Mantícora nos lleva a la introspección, a la del personaje y a la nuestra, porque nos hace preguntarnos sobre nosotros mismos, sobre lo que nos rodea, sobre nuestra infancia, sobre nuestras experiencias (sean pagadas o no, pagadas por ajenos o en PPMS), sobre nuestro devenir lleno siempre de dificultades y del que salimos, aunque no siempre indemnes. En la página 310 se habla de la “reevaluación de una experiencia personal y profunda”, que es la que lleva el personaje central junto a la doctora encargada de ayudarle en Zúrich. En esa misma página leemos sobre el olvido, sobre las razones que nos llevan a hacer ciertos movimientos en nuestra partida de ajedrez vital (seamos ciegos o no) y en las que no siempre alcanzamos las tablas (o más quisiéramos nosotros contentarnos con las tablas, si es eso a lo que aspiramos). Pero no hay solución contra la mentira, igual que “no hay nada capaz de hacer que una bolsa vacía se sostenga en pie”. Edades y salmos, momentos en los que se desea morir. Reflexiona RD en Mantícora muchísimo sobre el valor de la bebida y de su ausencia y como “la abstinencia, o la templanza, si prefiere la versión religiosa, es una virtud de la clase media”. Sobre la riqueza y la tacañería también hay un buen número de frases en este libro, sobre los síntomas y las enfermedades antes, durante y tras las guerras. Y nos deja preguntas que nunca habíamos leído, o sobre las que es difícil quedar al margen: “Es como eso que se dice de los burros muertos: ¿Quién ha visto uno alguna vez?”. Los burros muertos y su visión. Hablando de muertos escribe el autor: “Los funerales sacan a relucir esa parte lamentable que uno tiene dentro. Uno se ha repetido durante años que no importa qué sea del cadáver, y en los cócteles, cuando llega la hora de ponerse serio, en el momento de mayor embriaguez, uno afirma que los judíos tenían razón, que los entierros más rápidos y más baratos son los más adecuados y filosóficamente más decentes”. Como si del tema 21 a Oposiciones al Cuerpo de Profesores de Secundaria en su especialidad de Geografía e Historia se tratase, se repite, una y otra vez, la historia de David y Absalón. La edad, sus consecuencias, los actos y el córner que decide el partido, estés jugando en 2014 contra el Atleti o no: “Entre los 35 y los 45, todos hemos de doblar una esquina en el camino de la vida, o bien estamparse contra una tapia de ladrillos”. También resalta Mantícora nuestras pasiones (o la falta de ellas), nuestra facilidad para ser autocomplacientes y llevándolo al extremo (sin llegar a las 72 horas), nuestras pasiones ocultas: “Pásese un día sin comer y la cuestión del alimento pasa a ser imperativa. En nuestra sociedad, el alimento no es más que un punto de arranque para el anhelo”. Y la divinidad (o su ausencia) siempre aparecen en el retrovisor, en la cueva, en el osario común olvidado hasta el día de Todos los Santos: “Así las cosas comencé yo a apensar mucho en Dios, y a preguntarme que pensaba Dios de mí”. Y puestos a pensar en Dios, pensemos en el martirio: “Entender y experimentar no son actividades intercambiables. Cualquier teólogo entiende perfectamente el martirio, pero sólo el mártir experimenta el fuego que le quema las carnes”. Continuamente, a lo largo del libro, el verbo pensar centra muchos de los diálogos y de las argumentaciones. Junto al verbo pensar, se unen los secretos. En plural. Como en EQED, todo lo que gira en torno a los secretos, lleva al lío y muchas veces es mejor mirar para otro lado (y no pensar): “Tú no hagas preguntas, que así no te dirán mentiras”. Subraya RD el ruido de la guerra y el ruido de la docencia: “Al igual que tantos profesores de enseñanza secundaria, era un bicho raro”. Y hablando de profesores, hay en algunas especialidades, algunos en concreto, que te cambián la vida: “El estudio de la Historia, decía, era en parte el estudio de los mitos y las leyendas que la humanidad ha entretejido en torno a figuras extraodrdinarias, como Alejandro Magno o Julio César o Carlomagno o Napoleón: eran todos ellos hombres, mortales, y siempre que fuera posible contrastar la realidad con la leyenda era maravilloso verificar qué les habían atribuido los aduladores y mitómanos”. Incluso nos lleva RD a 1812, a la retirada de Moscú de Napoleón contada por Stendhal. En esa profesión docente, hace hincapié en la provocación en la “incomodidad intelectual”, en la búsqueda de contradicciones que no siempre son tenidas en cuenta. Y si hay historia, RD nos dice que estemos atentos a la canción, y, en la propia canción, a los estribillos. Hasta hay referencias a la incomprensión, a la comida del martes de carnaval, a la contradicción entre riqueza, virtud y devoción (o de la forma en la que algunos llevan a cabo esa contradicción), a lo retrospectivo de la caridad y de que es importante saber que “si quieres fruta, come toda la que puedas, pero no te compres el árbol”. Sobre la supervivencia, RD nos mete, con calzador, opiniones sobre la importancia del cinismo: “Ser un cínico no es lo mismo que evitar la ilusión, pues el cinismo es otra clase de ilusión. Todas las fórmulas para hacer frente a la vida, e incluso muchas filosofías son vanas ilusiones. El cinismo es una ilusicón de las peores”. Y puestos a llegar al altar del diccionario, nos da el autor nuevas definiciones, como la de fanatismo: “Se trata de un exceso de compensación frente a la duda”. Aunque no sea martes (ni de carnaval ni el que va después de Semana Santa), toca elegir bando, toca escoger bandera, o credo, o cruzada: “Aseguraos de elegir aquello en lo que creéis, y sabed bien por qué creéis en ello, porque si no elegís aquello en lo que creéis, podéis estar seguros de que alguna creencia, y seguro que no muy de fiar, os elegirá a vosotros”. No todo es Libro de los Jueces, pero hay algo de ello en Mantícora, incluso al recordarnos, de nuevo, algo sobre ese verbo al que antes hacía referencia: “Estupendo trabajo el de pensar. Pero has de saber que también es el mayor refugio, la mayor escotilla de nuestro tiempo”. Y ya puestos a valorar, valoremos Mantícora como un libro con el que pensar en nuestras contradicciones y que no está de más asumir que “cada país tiene a los extranjeros que se merece”.
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