domingo, 2 de mayo de 2010

Una tarde de sábado.

Pasa que, como siempre, no duermes. Y cuándo crees que vas a hacerlo no lo haces. Pero los sábados (a no ser que te despiertes en mitad de la siesta y pongas la tele y estén poniendo [Dios mío, otra vez, Grease]) siempre tienen sus sorpresas. Y agradables. Decía el Maestro de Gramática en más de un artículo, que, de vez en cuando, entráramos a una clase de otra carrera, y así veríamos que eramos unos completos desconocidos. Que no sabemos nada. Nos creemos el ombligo del mundo pero la vida te sorprende minuto a minuto, segundo a segundo. Ayer estuve con doña Fuensanta preparando actividades de Lengua de 2º de Bachillerato, y volví a caer en la cuenta, siempre sumando mal, de lo difícil que es todo. ¿Por qué la vida es tan complicada? ¿Por qué decimos un sí cuándo deberíamos decir un quizás? ¿Por qué un quizás cuándo queremos decir un no? Y si decimos un no, pues ya se sabe, no vamos a llegar nunca a ser ministros de Asuntos Exteriores. En esas estábamos, escuchando muy buena música, y analizando un poema de Miguel Hernández, Canción del esposo soldado, y uno empieza a darle demasiadas vueltas a las cosas. O tal vez no. Tal vez sólo, únicamente, exista una solución. O no. Pues eso, canciones de sábado tarde:

He poblado tu vientre de amor y sementera
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torrres, alta luz y ojos altos,
esposa de piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mi dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al mas leve tropiezo
y a reforzar tus penas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una loca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garra.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un dia iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y de brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Maravilloso.

supersalvajuan dijo...

Es verdad, Amor. Es así.

Eme (Nada que ver con eme dj)) dijo...

Qué bonito!! Mil besos

rakel dijo...

Ooohh, me has dejado patidifusa,la patataaa.
Portate bien que si no ya sabes...ice,ice baby.

Anele dijo...

Peazo poema.
;)

Silabaria dijo...

En el fondo te gusta la poesía (en general), porque hay poemas, como ese, que no pueden dejar a nadie indiferente... y por suerte, tenemos muchos...
"tu corazón y el mío naufragarán quedando/ una mujer y un hombre gastados por los besos". ¡Qué versos!

Ciao!