miércoles, 4 de marzo de 2020

Hemos perdido el norte

Ayer otra vez este país, a modo de duplicidades de estupideces, multiplicadas hasta el infinito, saco su lado más subnormal. Sí. Ahora que estoy empezando a leer Mujeres y negros de Enrique Rubio, puedo volver a decir y escribir subnormal. "Contra la farsa misógina del melómano sensible". Lo escribe una tal Carmen López. No he leído nada anterior (quieren que quite el bloqueador de publicidad, y va a ser que no), perdieron un lector hace tiempo aunque busco lo que escriba Jabois por donde sea. Tengo en mi dormitorio, uno junto a otro, varios libros de Nick Hornby: En picado, Fiebre en las gradas, 31 canciones, Juliet, desnuda, Todo por una chica y Alta Fidelidad. Alta Fidelidad son palabras mayores. Pero ahora, en mitad de la imbecilidad, en mitad del Ministerio Antihombres, parece ser que, irenemonterizados todas (y todos, y todes), hay que cuestionar hasta a Alta Fidelidad. Con un par de ovarios. Resulta que el escritor seguidor del Arsenal creó un monstruo. Sí. Un monstruo al que le gusta la música y que busca su redención con las ex. Tal que así. Definía Diego A. Manrique las canciones de Los Planetas como himnos de "desamor, venganza y misoginia". Todos somos asesinos entonces porque nos gustara el primer Tarantino (el de Reservoir Dogs, el de Pulp Fiction, el de Kill Bill), todos somos enfermizos porque nos gusta el dolor mostrado por Menéndez Salmón (el de Derrumbe, el de El Corrector, el de La ofensa), todos somos canallas porque nos gusta la moracidad feroz de Enrique Rubio (el de Tengo una pistola, el de Tania con i, el de Mujeres y negros). Estamos arreglados. Algunas veces comento a mis alumnos (y también a las alumnas, y a los alumnes, e incluso a las plantas que hay entre Pío Baroja, Miguel Hernández y San Juan de la Cruz) que el final va a ser pedir perdón por existir. Por respirar. Todos los que hemos pensado algo, cualquier cosa, somos susceptibles de ser señalados en esta dictadura de chicas poderosas que en su estrechez de miras, en su ocho marzismo ilustrado, nos señala como canallas, cafres, machistas, fachas y por estar a la muy muy muy muy derecha de Hitler. Hemos desenterrado a Franco y ahora hemos desenterrado la estupidez y el feminazismo más asqueroso. El más terco, el más incontrolable y el más cafre. Sí. Estamos llegando a lo peor. ¿Qué es lo peor? A mí ya me da miedo hasta pensar lo que voy a hacer cuando llego a un instituto y me presentan a una compañera o a una jefa y no sé si dar dos besos, dar la mano coronviruzada, mandar mensajes de humo o lanzar una paloma (o palomo torcaz) mensajera. La estupidez. La puta estupidez desde las altas esferas. El Principio de Peter hecho ministro, ministra y ministre. Y, desde ahí, a todas las esferas: a los telediarios, a la música, a las novelas (cualquier día van a secuestrar los ejemplares de Falcó), al trabajo, a la jodida vida cotidiana. Algunos seguiremos releyendo Música de mierda, y Alta Fidelidad, Tengo una pistola, Primera temporada (de Enric Pardo), Las Pirañas, Nocilla Dream, Amarillo o Pero sigo siendo el rey. Llamadme canalla, quemad Tres minutos de dolor nocturno, destruid Un día revisitando miles de galaxias, aniquilidad La jerga extranjera. Cada uno tiene el diablo que se merece. Siempre. Y es nuestra culpa permitir que las locas (y loques y locos) gobiernen el mundo. Coda: Hace falta Sed de champán. Para todos. Coda: Y sí. Viva el espíritu de Don Draper.

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