He visto esta tarde, entre sueño y sueño, entre agua y leche, Smoke. Creo que me la regaló hace bastante Jesús. Es una buena reflexión. Sobre la vida. Sobre cada uno de nosotros y sobre nadie en particular. En cualquier momento, siempre alerta, te puede cambiar la vida. Y no por casualidad. Siempre digo, quizás equivocadamente, que las casualidades no existen. Curiosidades, sí. La vida da muchas vueltas. Pero hay que respetar las vueltas que da. A veces, siempre a posteriori, me doy cuenta de algunas cosas. De que debemos ser tolerantes. Lo que ocurre ahora con el tabaco, me puede ocurrir a mi en el futuro con el azul. O a ti con las morcillas o el fuet. La tolerancia, que ilusión óptica. Smoke no es peli de efectos especiales. No es parafernalia postmoderna. Simplemente personas que hablan de sus vidas y sus problemas de los giros existenciales, de las elegías cotidianas, de las arritmias diarias, de desesperación y claridad, de ensoñación e ilusiones perdidas. Con los años todo cambia, hasta el color de la noche. Pero, como dice el gran Harvey Keitel: “¿Si no puedes compartir un secreto con un amigo que clase de amigo eres? Pues eso, una peli de esas que da gusto ver.
Hace 1 hora
2 comentarios:
Sí señor. Una película extraordinaria, nacida de un cuento no menos extraordinario. Un maravilloso cuento de Paul Auster, el cazador de coincidencias. Y mis disculpas por el autobombo, pero es donde lo tenía más a mano.
Un buen recordatorio, Leandro, un buen recordatorio.
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