True Blood. Tercera temporada

A veces sólo queda gritar, porque todo ya es creíble (a estas alturas) en Bon Temps. Hasta los aullidos de los hombres lobos que están al servicio del vampiro más gay durante milenios; el pasado de Bill y sus verdaderas intenciones; el verdadero reflejo de Eric en ese infinito camino que sigue entre la felicidad y el infierno criminal; la familia de un Sam en el sus transformaciones son lo más normal; una Tara atormentada por todos los bichos con los que se lía; la penúltima de Jason, mitad policía, mitad no se sabe muy bien cuando debido a la mujer que encuentra; y Sookie siempre ilumina, desde el Piano hasta cualquier día de esta semana. Todos los demás, también vuelven a las andadas. No sé el motivo por el que me enganché a True Blood, yo que no creo (lo suficiente en estas cosas). Pero la trama, pese a lo disparatado y entrevesado, cada vez se parece más a la vida, ese camino difícil de asumir, con días increíbles y otros que no parecen acabar de lo brumosos que son. En fin, que Sookie y sus secuaces vuelven a encandilar en esta tercera temporada. Ya falta menos para el verano, ya falta menos para la cuarta temporada de True Blood. Mientras tanto, sólo queda esperar que las noches sean más largas y, los días (no podía ser de otra manera) más cortos. Y para dormir ya encontraré un rato. O tal vez nunca.

Coda: uno de los últimos capítulo termina en créditos con el Fresh Blood de Eeels. ¿Podría acabar de mejor manera?