lunes, 7 de julio de 2025

Los sin nombre. Primera temporada.

El teléfono y El principito. Mira que asustan los dos a la vez, metiendo miedo. Porque Los que escuchan mete miedo desde el principio, con algún momento cerdo hanniballectérico incluso. Milagros y desapariciones en una Barcelona sin resurrección. Y hablan en gabacho y no en catalán. Eso sí que es un milagro. En esta Barcelona, hay muchos enfermos y en muchos sentidos. Y muchas mariposas. Y noticias, y esa catarsis convertida en huída o abandono, o en venta, o en alcohol. Hágase querer por lo oculto, hágase querer por la ínsulina, hágase querer por la casa de los horrores, hágase querer por las renacidas, hágase querer por los cabezazos contra la mesa (mi madre me decía más lo de “los cabezazos contra la pared”). Pero al final, todo es mentira, te crees lo que quieres creerte aunque sea una puta farsa, un engañabobos. O lo que sea. Y los pájaros, se choquen o no contra nuestras ventanas, son ratas del aire. Siempre. Hágase querer por la loca de las resurrecciones. Y ese comodín, argentino y desaparecido, que aparece cuando menos te lo esperas. O esperes. O peros (es, manzana para todos). Estafas piramidales que acaban en bañeras, en cuerdas, en disparos, en salas de interrogatorios, fotos y cajas de cartón. O en muchas cajas, repetidas, repartidas por el mundo. Protegidos, locos, paranoias y más mariposas. Todo entre milagros y señales divinas, o nada divinas. Insectos para todos. Volver, volver, volver: “El mundo puede ser muy cabrón para los niños como nosotros”. Y como en la NBA con Guille, tenemos que hablar de Kevin (con o sin lengua). Mariposas y mentiras, y sílabas encadenadas que hacen pensar y preguntarse, en voz alta, como en aquello de San Mateo sobre la búsqueda. Y lo que encontramos. Tiene miga el pan de Los que escuchan y es mejor no tragarlo con el estómago vacío, si es que acaso quedan entrañas cuando llegas al sexto capítulo.

sábado, 5 de julio de 2025

Europa

Europa no tiene denominador común. Pasa del cenicero de pie y del mueble bar a personas que tienen protocolos para los sueños de sus hijos (que ya han soñado el mismo sueño), va de fanzines de institutos y de la posibilidad de viajes temporales, de canciones de Sinatra y de Johny Cash. Pero es mucho más. Eso solo es la escama de un pescado que es adictivo pero puede resultar entre repulsivo y venenoso, y eso lo hace más atrayente. El nombre viene de una luna, de una luna de Júpiter, según nos dice Luis López Carrasco en la segunda píldora de esta medicina literaria hecha de imaginación (mucha imaginación) y, porqué no decirlo, de derrota. Aparecen, o eso me da la impresión a mí, personajes derrotados que pasan del videojuego a pensar en un lugar o una fecha imposible a la que volver. Y esos sueños, los de Europa y el resto de relatos de este libro, “son incontrolables”. Y añade LLC: “Al menos, hasta su generación, lo eran”. De estos relatos, me quedo, en primer lugar, con el titulado como Todos los finales posibles. Será por la Historia, eso que me paga las facturas y que antes era atrayente y ahora un mal necesario que explicar una y otra vez para evitar otros males mayores y no necesariamente obligatorios. TLFP nos mete en un berenjenal apocalíptico, de esos que tanto dicen llegar y afortunadamente no llegan, aunque el miedo es que lleguen y tengamos que cambiar de calculadora: “Y todo el mundo se acostumbra, tras días de bombardeos, a que la cuantificación ahora, en tiempos de guerra, se realiza en unidades de millón”. En esa posibilidad de viaje de la que hablan los dos protagonistas de TLFP, “la máquina solo podía viajar al pasado y solo podría realizar un viaje”. Podía, podría, por ese orden. Apostilla el autor en la página 73: “Y había sido Daniel, padre de una adolescente sombría, quien le había disuadido de intentar enderezar a los hombres, convencido de que ese cataclismo era el mejor de los posibles”. Cataclismo y mejor en la misma frase, para que se entienda, y es verdad que así se entiende. Añade LLC: “Estamos viviendo el diluvio universal con retraso. Y vuelvo sobre la idea de que muy probablemente el pasado sea inmutable. Es una misión condenada al desastre”. Como no nos miramos al espejo (lo suficiente) no nos hemos dado cuenta de que “quizá nosotros seamos la plaga, quizás siempre hemos sido la plaga, las siete plagas”. Jesucristo, Sócrates, San Pablo. La arrogancia del canon occidental y entender “El Imperio Austrohúngaro como el hogar del pensionista”. Da mucho que pensar TLFP. Pum, pum. Y entre el resfriado de las gallinas (yo todavía recuerdo cómo los vecinos del Campillo las emborrachaban dentro de las jaulas, y como mi padrino castraba los marranos encima del Renault 5), en segundo lugar me quedo con la pildorita titulada Donde los enemigos esperan sentados junto a cubos de basura, unas letras de encuentro entre el desencanto, la decepción y la escapada, y donde leemos que “el que viene a hacer el caos se acaba cansando, se muerte y se va”. Decía el hombre de la camisa verde que si le ponemos empeño podríamos llegar a ser invisibles. De eso, o quizás no, va DLEESJACDB, ya que “los cadáveres digitales desaparecen a los pocos segundos”. En definitiva, un buen libro que se entiende (aún mejor) cuando en la página 165 llegas al final de los agradecimientos y lees sobre la “velocidad caníbal” de la incertidumbre y de la precariedad, y como el autor reconoce en primera persona “que no podía apoyarme en el recurso que hasta entonces nunca me había fallado: la imaginación”. Que viva la imaginación. Siempre.

jueves, 3 de julio de 2025

1923. Segunda temporada.

1923 vuelve hablando de voluntades, pero no solo voluntades divinas. Cada uno tiene lo suyo, incluido su Dios, que decía el hombre de la camisa verde. Nada como observar, para aprender. Todo es comercio, como si de un gobierno mentiroso se tratara: “El gobierno quiere mendigos, porque un mendigo no se cuestiona nada. Y el que lo hace, el que cuestiona, pasa hambre”. Y claro, “si hacemos las cosas por nosotros mismos, no necesitamos un gobierno”. 1923 habla de lucha y supervivencia, de días que permiten saltar y días que no vale más que aguantar: “A la gente no les define lo que les pasa, les define lo que hacen. Con cierta frecuencia les define lo que no hacen o lo que les da miedo hacer. Demasiado vagos o egoístas”. Siempre hay algo por lo que luchar y un puma (o un hijo del siglo) del que huir: “Hay dos clases de hombres en este mundo: los hombres que hacen cosas y los hombres que se las quedan. Mussolini es de los que se las quedan”. Vivan los eufemismos sobre la clase turista, hace 102 años o ahora: “No son turistas. Lo llaman así porque ladrones y vagabundos sonaban mal”. Claro que todo es mentira, como “que no ves la prisa porque no tienes visión”. O tenemos visión y no queremos darnos cuenta de nada, que es mejor olvidar esos anuncios de soda entre la nieve, esas estrellas esperando, ese frío en mitad del juicio y ya se sabe que “las amenazas llevan una cierta inseguridad social”. Pero, puestos a buscar perras, ahora toca pensar en los que dominan el mundo: “Rancheros aparte, este es un mundo de ricos, y todos pueden disfrutarlo: los repartidores de periódicos, los comerciantes, los vendedores de coches, los médicos, los abogados. Lo único que no se puede comprar en una tienda es la euforia del riesgo, la emoción del peligro”. Y los continentes por explorar, qué gran invento, para dormir o mirar o ranchear: “América no es la tierra de los sueños, es la tierra de las oportunidades. Las oportunidades es algo que hay que aprovechar”. Si cuestionamos lo que hace cada uno, es nuestro problema. Vivan las habilidades rentables, viva la lectura, viva lo que hacemos y no sabemos si deberíamos hacer. Vivan los pasajes de relevancia. Viva lo que pensamos que debemos hacer en voz alta y no siempre hacemos. Viva cuando gritamos que todo es mentira. Y siempre hay que aprender de los viejos, sean o no amables, sean o no sean otra cosa. Y hay conversaciones que siempre hay que tener. Tener. Agujeros. Presión. Mierda. ¿De verdad no podemos confiar en un cocinero delgado? ¿Nunca? ¿Seguro? No hay nada seguro: “El hombre lo destruye todo. Lleva en guerra con este mundo desde que llegó a él. En guerra con sus animales, con sus árboles, con el clima y todo lo demás. Si de los lobos dependiera, sólo existirían ellos y lo mismo con los osos y las serpientes y las arañas. Los árboles crecen bien altos para robarles la luz del sol a todo lo que tengan o se pongan bajo sus pies. Nada coexiste. La vida es un constante estado de lucha por la supervivencia y solo hay una cosa que sale victoriosa: La naturaleza. La Tierra no es una roca condenada a soportar innumerables y pequeñas violaciones de sus habitantes . Es un ser vivo, que evoluciona, interactúa y que es capaz de acabar con cualquier existencia con cualquier tambaleo de su eje. Han habido cinco extinciones en este planeta en las que prácticamente toda la vida ha sido erradicada y sus habitantes eliminados de la faz de la Tierra. Tiene todo el sentido que se avecine una sexta”. La sexta es un infierno (en todos los sentidos). Siempre. Siempre. Una gran serie con un capítulo final excepcional.

miércoles, 2 de julio de 2025

Algún día este dolor te será útil

No todo el mundo entiende la soledad. Desde hace unos años, cada instituto al que llego es para mí un espacio de soledad en los momentos sin clase. Escribe Peter Cameron en Algún día este dolor te será útil: “Estar solo es una necesidad básica para mí, tan básico como la de alimentarme o beber agua, pero observo que a los demás no les sucede lo mismo”. Antes, cuando tenía tiempo antes de la crianza, me encantaba ver solo el baloncesto, leerme los periódicos solo, la lectura encerrado conmigo mismo. Ahora que eso es imposible entre el matrimonio y la niña, sigo sin entender ese miedo a la soledad de muchos. Pánico de la mayoría. La gente no sabe estar sola, decía el hombre de la camisa verde. ADEDTSÚ es una novela de lectura fácil, que engancha, pero no es agradable. Trata de personas que viven en su encierro, temporal o definitivo, rodeados de soledad aunque siempre tengan alguien cerca. Y no todo está en Shakespeare. Añade PC: “El gusto por el arte es fácil. Lo importante es que te guste la vida. A cualquiera puede gustarle la Capilla Sixtina”. Pero como todo es mentira y tenemos que pagar facturas, vamos al instituto, o donde nos manden: “Si todo el mundo tuviera que creer en la labor que desempeña en su trabajo, no se haría gran cosa en el mundo”. Y en esa gran mentira que es la vida, incluso, a veces, te llevan al loquero, o loquera, y te hacen hablar, o repetir preguntas o lo que sea: “La terapia es una idea de las sociedades capitalistas bastante equivocada en la que un examen de tu vida, complaciente para contigo mismo, sustituye a la auténtica realidad de la vida”. Pero es que hasta Tony Soprano iba a terapia y aunque no esté a nuestro alcance, debemos tener claro que “es mejor no decir nada que expresarme de una manera inexacta”. Y en esa soledad, compartida o no con redes sociales o antisociales, con viajes sociales o antisociales, en trabajos sociales o antisociales, “es muy difícil agradar al prójimo, no digamos amarlo, porque eso te lleva a hacer cosas equivocadas, cosas que te distancian”. En definitiva, ADEDTSÚ es un librito que te puede ayudar casi sin pretenderlo, y eso es mucho en este presente en el que la soledad está proscrita por esa mayoría ausente que siempre está dando consejos. Y yo odio a los regaladores de consejos.

lunes, 30 de junio de 2025

Total Control. Segunda temporada.

Si en la primera temporada todo empieza con tiros ajenos, el detonante de la segunda temporada de Total Control es un sucidio. Un tipo en silla de ruedas se pega fuego en la puerta del banco que le embarga la granja. La “exsenadora volátil” y su “nueva política”, con sus diferencias, se deja otro partido, por segunda vez, y se olvida de su hipotético ministerio por intentar sacar su propio escaño por cuenta propia. En el papel no es fácil, en la práctica un delirio. Y en el cóctel desértico se unen las amenazas de muerte, las persecuciones, el miedo en el cuerpo. Y la expresidenta, intentando resucitar de un letargo causado por sus propios seguidores. Total Control nos enseña lo vulnerable, los extremos, la búsqueda de eso que dicen que existe (centro) y que es un magma que no ayuda precisamente. Como decía el hombre de la camisa verde, entre zorras anda el juego en la zorrera. En la maldita zorrera. Todo ha cambiado en el panorama político, nada es lo que era: “La gente normal ya no se afilia a los partidos, están ocupados viviendo la vida, lo que significa que las bases se han reducido a un montón de idiotas y a los corruptos de la derecha cristiana”. Derrapes y amenazas, saltos a un dakariano escenario de mierda. De mucha mierda, como siempre en política. Pero la televisión lo cambia todo. No para de cambiarlo todo. Y en primera persona femenino singular, en el debate televisivo, la protagonista afirma: “No pido confianza. ¿Quién confía en los políticos?”. Si en España se habla de la España vacía, en Australia repiten mucho lo de la Australia rural y regional. Todo mentira, pero casi todo da votos. O ruido, y la industria del carbón, y lo eólico y lo solar, y esas mierdas que nos llevan a apagones mediáticos y los que ocurren el 28 de abril. Traiciones y venganzas. Hágase querer por la ética ausente. Por todas las éticas. Pero cuando van contra tu familia, todo cambia. Y la jodienda de tener capacidad de elegir, ante el miedo y ante el odio. Las dos malas, las dos peligrosas, con las dos siempre sales perdiendo. O perdienda. O perdiende. Zorras, madres y toda la jungla, o selva, o estepa de toda la vida. O vida. O vide. La política siempre defrauda, pero es atrayente, decía EHDLCV. EL miedo, los hombres de hojalata y esas cosas que te pasan cuando menos te lo esperan. En Total Control todo es circo, dentro y fuera de la cámara representativa, pero es que, como en la vida, estas fieras solo necesitan un poquito de carnaza para afilar el colmillo. Y siempre hay cuchillos, propios y ajenos, raciales y de los otros, que buscan su objetivo. Siempre.

jueves, 26 de junio de 2025

Total Control. Primera temporada.

Total Control va de lo de siempre. Siempre. En época de redes sociales, ahora convertidas en tiranías obsesivas y macabras, todo es posible. El ascenso meteórico y el paso al mayor de los ostracismos. Total Control va de sangre y crecidas, de llegadas a una política en la que todo es asco y falso, corrupción y barbarie, falta de sentimientos e insensibilidad. En el capítulo cuatro, escuchamos que “la política es un deporte de sangre”. Yo le quitaría parte de deporte y añadiría millones de cisternas de lo otro (vivan los leucocitos). Total Control ilustra con personajes que deberían hacerse continuamente la pregunta de nuestros políticos (¿eres traidor o incompetente?), siempre y cuando sepan preguntarse a sí mismos, que no siempre saben (no siempre saben de casi nada y siempre se cumple el axioma del odio a preguntarse a sí mismos, que son demasiado ególatras, y llevan aquello de Glen Rice de hablar de ellos mismos en tercera persona al extremo. Al extremo que sea, con niebla y sin ella, porque “cuando subes a la cima es difícil quedarte con las caras del camino”. ¿Y todo para qué? Para nada. En cualquier país, por muy avanzado que parezca siempre vemos lo mismo: “Hay madres durmiendo en sus coches con bebés. No tienen sitio dónde ir. ¿Cómo puede ser este un país civilizado?”. Nada. En política, todo es mentira. Siempre.

lunes, 23 de junio de 2025

The Studio. Primera temporada.

Cuando una panda de payasos borrachos se pone a pegar gritos, aunque estén rodeados de viejas glorias, o estrellas, o muros de cartón piedra, da igual que tengamos al profe de química en un sillón caro o volando de una cuerda en un escenario babeando. O a Scorsese sin levantarse de la silla. Todo mentira. Tanto grito, cansa. Visualmente, ya estamos cansados de videojuegos. O no. The Studio pone a los primates a hacer de primate. Da igual todo. El principio de Peter hecho serie. O no. Juego sucio para un tipo que se ríe de sus propias gracias, aunque te vuelvas loco viendo una cámara loca que no para. Nunca. Y las arrugas de Steve Buscemi en el cuello. Casi nada. Aunque pretenden arreglarlo acordándose de Ray Liotta atravesando una cocina. O varias cocinas. O todas las cocinas del mundo: “Es lo que más me gusta de este trabajo. Los de fotografía y la directora dando vida al guión”. Y se hacen preguntas sobre los trajes. ¿Hace falta saber el nombre de las personas que nos pagan la nómina? Habla The Studio sobre la posibilidad de meter chimpancés en virus o virus en chimpancés. O lo que sea: “Los buenos copian y los grandes roban”. ¿Quién todavía no ha visto El club de la lucha? ¿De verdad? ¿Alegatos a favor del golpe? O no. Más frases: “¿Verías El séquito religiosamente o te era demasiado familiar para disfrutarla?”. Esa pregunta, hecha al protagonista en una cena benéfica, resume bien ese tiovivo de locura, no siempre bien) entendido de The Studio. Y ya no entendemos la vida, porque hay gente que todavía duda de El padrino, y prefiere The Bear. ¿Somos más de médicos o de películas? Hágase querer por unos premios en los que no es nombrado, o quiere ser nombrado y no lo consigue. O por unas setas en una Venecia de mentira.

sábado, 21 de junio de 2025

El órgano

El órgano, de Diego Sánchez Aguilar, es una historia de bestias en tiempo de bestias. Pero, sobre todo, es una historia de mentiras, de grandes mentiras. Decía el hombre de la camisa verde que la vida es lo que pasa entre mentira y mentira. Reflexiona DSA en El órgano sobre obligaciones, las que tenemos y las que nos imponen, sobre lugares inhóspitos, sobre tarados en tiempos de taras y sobre campanas que no suenan porque no hace falta pensar en vísceras cuando las tenemos delante. O quizás, todo es una ilusión, un recuerdo borroso: “Cumplir un deber es lo mismo que entender el sentido de una historia”. La historia de El órgano, llena de engaños, está ahí, como esos árboles que vemos en un sueño de velocidad, en la que se confunden árboles y quitamiedos, asfaltos gastados y señales con ciervos donde no hay ciervos: “Cree que está llegando, y no sabe que nunca se llega, solo se pasa”. Solo se pasa, y luego, la reina, la diosa, la mentira: “Escuchará todas las historias y todas las mentiras, porque toda historia es siempre una mentira; porque toda historia tiene un principio, que es mentira; un misterio, que es mentira; y un final, que es la mayor de las mentiras”. Apostilla DSA: “Solo la palabra del hombre tiene sentido para el oído del hombre, porque el oído del hombre solo es capaz de escuchar la mentira, y solo es sordo a la verdad”. Pero entre mentiras, vemos a Dios, vemos iglesias donde solo hay escombros y cenizas, porque “Dios es paciente en la contemplación de nuestro dolor”. Añade el autor: “Y mentía una y otra vez hasta que una mentira conseguía sostener a la otra mentira y así levantó muros de mentiras, pilares de mentiras, arcos de mentiras hasta que estuvo satisfecho con aquella catedral que resguardaba con su imponente arquitectura todo el silencio donde quedó sepultada la verdad”. O no. Y las mentiras, y meter a Dios en las mentiras, llevan al enfrentamiento bélico: “¿Qué habría pasado si no hubiera llegado la guerra? Esa es una buena pregunta. Quién sabe. Quién sabe por qué llegan las guerras, por qué aparecen así de repente, como una tormenta, para llevarse a los jóvenes a morir y luego desaparecen como si no hubiera pasado nada. Y se olvidan, eso es lo peor: tantos muertos, y no recordar ya por qué, qué era tan importante en ese momento como para que tantos jóvenes murieran, ¿sabe? Eso es lo peor, que ya nadie recuerda para qué lucharon, lo único que recuerda son los muertos, y los escombros, y el dolor”. Y después de ese enfrentamiento, nada es igual, ni las cicatrices intactas: “¿Qué poder tiene la guerra, para convertir a la gente en animales?”. Mulas ciegas y borrachas, que también decía EHDLCV. Pero no nos desviemos entre mentiras. Sigue DSA: “¿Será la guerra lo que nos convierte en animales, o es la paz la que viste al animal que somos con un frágil barniz de humanidad, que se derrite en cuanto nos acercamos a algún fuego?”. Y fuego, y gritos, y la locura disfrazada de otras cosas, o, quizás, otras cosas disfrazadas de locura, “porque la locura lo explica todo para las mentes más simples”. Y buscando lo simple en la dificultad, nos podemos perder entre los tres entes divinos e incluso perder “la voz de tanto rezar y de tanto perdonar a cada vecino de este pueblo”. Un buen libro, con momentos alephianos que hacen pensar mucho sobre las consecuencias de los actos en primera persona grupal. Y no hay Dios que perdone, porque “el último pecado es el mayor de todos ellos”.

viernes, 20 de junio de 2025

The Office. Cuarta temporada.

Para empezar, casi como en Misfits, pregunta del día: “¿Quién manda realmente? ¿El perro o un boquerón?”. Y todo eso con SC/MS mirando a cámara, con su pelota de béisbol detrás, en la misma oficina. Y más: “¿Alguien hizo algo con un cementerio indio?”. Y rizando el rizo, el medio calvo, afirma todo serio: “Yo he estado en varias sectas, como guía y como adepto. Te diviertes más como adepto, pero ganas más pasta como guía”. Y en ese torno (ahora hilo en X), el alfarero no para: “A lo mejor creer en Dios está mal. ¿En qué creía antes la gente?”. Y, al momento, dice que Dios sí existe y que estaba todo previsto. Todo igual siempre: “¿Dios existe? Si no, ¿para qué tanta iglesia?”. ¿Cómo? Puede ser. O no: “Al loro viejo no se le enseña a hablar”. Y si hay problemas de dinero, solución rápida: “La bancarrota es un borrón y cuenta nueva. Es empezar de nuevo. Es la tabla rasa”. Pero al final, hasta en The Office sacan su corazoncito: “El hombre se civilizó por algo: Decidió que quería estar calentito, y tener ropa y televisión y hamburguesas y caminar erguido y encontrarse un futón mullido al terminar el día”. O no. Todo mentira, igual que los nombres: “¿Por qué se llaman arañas si no tienen uñas?”. Pero siempre hay un cohete, o una fiesta, que lo desajusta todo. O lo arregla.

domingo, 15 de junio de 2025

El tranvía fantasma

No es fácil la lectura de El tranvía fantasma de Miguel Sánchez-Ostiz. No es fácil, pero es estimulante, aunque como en la mayoría de los libros de MS-O, no leemos para quedar bien, pero ya sabemos que “el sambenito no te lo quitas ni duchandose con salfumán”. Reflexiona en ETF el autor de ese “redil de bichos de coral, amaestrados y domesticados”. Tras la pandemia del 20, todo cambia, pero MS-O nos lleva a recuerdos que son atemporales, aunque nos perdamos un poco con los nombres. Pero no tenemos buenos tiempos: “Mala época esta, mala, para ejercer de sociable y para casi todo lo que sea salvar el propio pellejo sin hipocresías. Hay que estar con los buenos, que son los que digan y así bauticen nuestros gobernantes”. Y, como siempre, MS-O nos mete en sus circo, porque todo es circo: “Las cosas ni son lo que parece ni lo que yo creo que son, ni están donde las había dejado. Nada, nadie lo es en la pista de este circo en derrota, en la escena de este teatro de variedades ni el ruedo de los locos goyescos”. Va dejando una estela MS-O de personajes que van de infierno en infierno sin redención, porque “las cosas, a los objetivos me refiero, cogen rumbos caprichosos”. Reflexiona también sobre “esa cloaca máxima que son las redes sociales”, en el que todo se exagera o se lleva al extremo, o al vertedero, con o sin gaviotas, aunque la gaviota máxima siempre está ahí. Y el recuerdo de César Borgia y de La Movida, y de la gran “sociedad gastronómica de borrachones”, y los quitababas y los golpistas de raza y las profecías que siempre se cumplen (a nuestro pesar). Borrasca y germanías, y personajes que viven entre la parranda y el manicomio, entre lo precario y lo siniestro y como vivimos ese “esperpento español que nunca cesa, el de un ejército que perdió todas las guerras en las que participó salvado en las emprendidas contra sus propios compatriotas”. Habla MS-O de escapar, o de intentar escapar, a la “Patagonia perpetua” o a lo que se tercie, y si se tercia no siempre son cervezas: “Las cosas como son o como se ven y padecen, sin mayores honduras, en plan tranvía… de Placeres a Cementerio, y vuelta, pero de vacío”. Nos recuerda MS-O a esos que van “paloma en la calle, lobo en casa” y sus transformaciones en público, al “manso altivo” y de que todo es mentira, ya que “no necesitamos la verdad tal y como la sirve la prensa diaria…”. Habla también el autor del “rabioso nacionalismo español rojigualdo”, de los problemas contemporáneos que hemos leído en prensa y de que “siempre sucede lo que imaginamos”. Es así. Y de la forma en la que algunos ascendieron, mutando y cambiando sus pieles hasta mostrar lo que eran realmente: “Savaterianos de segunda fila, saltatumbas que les decíamos nosotros, elogiadores de corruptos, tramposos, criminales de la derecha, pero con mucho nacionalismo vasco de por medio al que meterle el cuerno o poner en él los ojos de sapo”. Aparecen en ETF personajes de toda ralea, que van de los de “hedonismo de cátedra”, a los que van “coleccionistas de lo inverosímil” y llegando al “crítico con el mundo en plan abstracto, metafísico, pero jamás con el que llevaba la vara de mando y la llave del cajón de las perras”. Pero siempre vuelve el espejo, ese que nos refleja con la “vehemencia de feriante” y en la que “lo local no quita lo germano”. Y el recuerdo de personajes que no siempre se estudia (pone el ejemplo de José Bertán y Musitú) y que están en nuestro historia, Pero al final, ya con doscientas páginas en las retinas, nos damos cuenta de que “ya está bien de versos que ni nos corresponden ni son nuestros”. Y apostilla MS-O: “Los muertos, bien muertos están, descansaron y regalaron el descanso a todos aquellos para los que eran una carga, un obstáculo, una odiosa servidumbre”. Y en ese espejo, el de antes y el de ahora, solo vemos que “hay muchos menos sanitarios que policías dispuestos a abrirte la cabeza por gusto y por dinero”. Y llegamos al domingo de carnaval, que no lunes, que el lunes ya pasó y encontrar el sitio perfecto para no ver, o no ser visto: “No hay mejor lugar para rematar una carnavalada que los descampados, las lejanías, los lugares que parecen estar ahí y son remotos o al revés, lugares imaginarios, invisible para la mayoría. En definitiva, un libro con el que meditar sobre esos personajes que, antes o después, aparecen en nuestras vidas y que siempre tendremos presentes independientemente del correspondiente entierro de la sardina. Y el euskera suletino lo estudiaremos otro día. Mejor otro día, uno que haga bueno.

martes, 10 de junio de 2025

Martinete del rey sombra

Por estudios de mi esposa he visitado unas cuantas veces Villaviciosa de Odón. Con las prisas, las carreras, los autobuses, los trenes, la alta velocidad murciana en autobús hasta Albacete, los taxis y esas cuitas, no entré en ninguna de las ocasiones a ver el castillo de Villaviciosa. Entre carrera y carrera, siempre fallaba la visita. Solo por fuera, con el carricoche de la niña o errando tras volver a caer. Y alguna vez, en Los libros salvajes, estuve tentado de comprar Martinete del rey sombra, pero hubo otras elecciones. Ha tenido que ser la sexta edición la que cayó en mis manos después de mi última visita a VDO, y, precisamente, MDRS y su historia acaba en VDO. Esperaba otra lectura de MDRS (o me vendieron otra cosa cuando leí sobre ella, o yo creí entender otra cosa). No es una lectura fácil, pero si instruye mentalmente a la hora de entender ese siglo XVIII y otros siglos, porque es un pequeño manual de información variada que ilustra a esos personajes a los que Raúl Quinto pone en su particular tablero de ajedrez político. La historia del arresto de los gitanos a partir del 30 de julio de 1749 es secundaria en este libro, aunque siempre alguien apellidado Cortés que aparece en nuestra historia, o pasando lista al alumnado en una clase, antes o después. Esa “misión de limpieza y servicio al rey al progreso” era una puzle que no encajó bien desde el principio. Sobraban piezas, faltaban medios. MDRS es una historia borbónica, con todo lo que eso conlleva, con sus matrimonios concertados y sus líos de primos y tronos, y el parentesco, y los relojes y las joyas, y los maquillajes y las pelucas, y el amor en cortes que son muchas cosas menos el amor. Centrándose en esos primeros borbones de España, nada podía ser perfecto, pero nunca nada es perfecto. Deja buenas frases RQ en esas primeras hojas hablando de ese proceso de limpieza ensenádico, pero ya desde la página 18, todo gira en torno al rey: “El reino es el rey, y la Corte es una prótesis del rey, necesaria e incómoda. No hay nada fuera de ella, y dentro de ella todo es política y ciencia bastarda”. En esos cuadros que cita RQ, y con los que nos hemos recreado, con los que hemos preparado oposiciones o que directamente lucían las carpetas de nuestros compañeros de promoción universitaria, vemos lo que escribe RQ: “Hay días en que asiste a dos o tres misas más, para que Dios se entere, para que lo mire y lo cuide. Y nadie sabe nunca si Dios mira o no”. Y en esos cuadros no siempre sale la camarilla: “Al rey no hay que atosigar con datos y vericuetos. Eso lo sabe la camarilla que mueve los hilos tras las cortinas: el cura, el marqués, el eunuco y la reina”. Y los que cantaban, que aunque no compusieron como Clint Mansell, siempre estaban haciendo el gorrión y gorroneando, conspirando y copiando en do menor cualquier coplilla cortesana con la que traficar y ganar. Escribe RQ sobre la esposa de Fernando VI, Bárbara de Braganza, “su única y verdadera cómplice en el complicado ejercicio de vivir”. Y apostilla: “La luz portuguesa en la trinchera recurrente del rey”. Decía el hombre de la camisa verde que las cortes borbónicas eran como una cuadrilla de procesionarias entre pino y pino. Y empezando a contar esas historias cortesanas, RQ va soltando perlas sobre esa persecución a los gitanos, ese “reflejo torcido en un espejo que hay que romper”, esa “maraña de espectros y harapos que gritan y hasta cantan, rodeados de ojos y armas, de miedo y excrementos”. Y vuelta a la necrológica sucesión borbónica en España, con ese Luis el Breve (¿no era Pipino?) y como “la vida va pasando entre funerales de hermanos y bautizos de hermanastros”. Pero entre velatorio y alborque tras el funeral, recuerda RQ a Alfonso V de Aragón y el primer gitano documentado en España, y ese Egipto Menor y todos esos chipriotas que no caben en Chipre. Y ese trasiego de Zenón Somodevilla y Bengoechea a Marqués de la Ensenada, a todopoderoso hombre para todo. Y los arsenales, porque MDRS es una historia de arsenales y espías, de hombres de negocios y de tintes para las telas de una revolución industrial que crece en océanos y factorías. Y no había Lux Aeterna como no había mejora en el asunto de los gitanos porque “no va a ser fácil encontrar una solución cristiana y útil para el reino”. Y el inicio borbónico, con aquel Robert de Clermont que no se cita en los libros de texto ni en los manuales ni casi en ningún sitio, y esa Iglesia con ese Benedicto que muchos dicen que era bueno, y esa guerra que era por una oreja pero no por la de Malco y como todo, antes o después, puede ser “un monumento al desierto de la derrota y al poder”. O no, que también decía mucho EHDLCV. Y sobre esa partida, escribe RQ: “La política es un ajedrez monstruoso donde uno no sabe cuántas piezas está moviendo o son movidas por otros, y donde el tablero cambia de tamaño y de lugar a cada momento”. Y en ese martilleo, añade el autor: “El día a día en la partida de ajedrez del siglo son espías con cien ojos y tres bocas, confeccionando informes falsos para confundir a los otros espías y que nadie sepa a ciencia cierta qué es real y qué no”. Todo es mentira. Y el juego de contrapesos entre Carvajal y Ensenada, y los recién llegados y el postrero indulto de 1767 y esa locura en VDO que no era solo locura sino muchas cosas más. Un buen libro para reflexionar sobre las decisiones tomadas, no siempre entendidas sin comprender a personas y contextos, sin creer en anhelos y en errores repetidos, sin llegar a escuchar una sinfonía de verano un 10 de agosto de 1759. Y el espíritu de Rosa Cortés, y ya veré si vuelvo a VDO. O no.

lunes, 9 de junio de 2025

MobLand. Primera temporada.

Cuando Tom Hardy amenaza entre susurros, aunque no te lo termines de creer con esas orejonas y esa pinta de macarra, sabes que va en serio el asunto. Empieza MobLand como “Oda a las cuitas de TH”, o como “Los problemas de la mafia y sus descendientes descerebrados” (como degenera la especie en los cabrones, que decía EHDLCV). Pero Mobland es algo más que eso: son los escupitajos de Pierce Brosnan, el no enterarse de Helen Mirren, las dudas entre matar o no matar (no es circo romano porque en Londres ya son menos del 40% los británicos de origen, los romanos de toda la vida) y sobre todo, puñaladas. MobLand es una sucesión de puñaladas al pecho, desde el principio, compartas o no hija, compartas o no huidas, compartas o no hijo o nieto o complot. Mobland es traición, porque “en este mundo solo sobreviven los monstruos más grandes”. En esta sucesión de traiciones, de roturas en la cárcel y con el padre al que hacer daño, no hay medias tintas. Todo sale por los aires, sea coche vacío o lleno, sea el día acabado en griega o en mentira. Todo es mentira en Mobland, aunque “de todas las innumerables conclusiones de los acontecimientos humanos, mi favorita es la irónica”. Aunque tiene pinta de no concluir, Mobland apuntaba más de lo que se esperaba tras los primeros capítulos, pero es que es difícil mantener el listón tan alto durante tantas horas.

viernes, 6 de junio de 2025

Warfare

¿Era Iraq o Irak? Da igual. ¿Era 2006? Lo era, eso no da igual. En este tiempo de guerra (siempre es tiempo de guerra), hay burkas y mapas, aeróbic y notas que tomar en largas esperas, sillas de plástico y ruedas abandonadas en mitad de una calle con arena y sin asfalto. Pero eso solo es el marco. Nunca la expresión “no tengo tiempo ni para ira a mear” se materializó tan bien. Como decía el hombre de la camisa verde, todo va rodando hasta que deja de rodar. Warfare es tensión continua, no hay descanso. Es estrés, respiración profunda, sudor, sangre y no solo en las manos. La espera y las caras de pavor. Hágase querer por el miedo. Y esa cuenta atrás, más enemiga que nunca, aunque no escuchemos música ni a Josele ni a Fito ni a Dios. Porque no hay Dios que entienda esa espera. Ni ninguna. Y la tragedia, llega entre humo y silencio, y las heridas, y el sudor sobre la sangre, y las gasas que son como escupir en el desierto. Y la espera, con ríos de sangre propios. Hágase querer por una espera, mientras vemos las entrañas de una pierna que no es que se desangre, es que es el Amazonas teñido de rojo. Hágase querer por un torniquete. El dolor hecho mil gritos. Morfina para todos. Y tanques amarillos, que las huídas, sean en Iraq, en Irak o las bíblicas de Egipto, son siempre desoladoras. Y se dejan muchas piernas por el camino.

¡Mártir!

“El amor era una habitación que solo aparecía cuando entrabas en ella”. Esa frase, de la página 390 de ¡Mártir!, podría ser un pequeño resumen de este libro lleno de desamor. Siempre pienso en la forma de describir la canción Un buen día de Los planetas que hizo en un especial de Radio 3 Diego A. Manrique: “Una canción de desamor disfrazada de vida cotidiana”. Escribe Kaver Akbar que “los humanos son más que un enorme vacío esperando a que alguien lo llene”. Es difícil llenar los vacíos en la sociedad contemporánea. Con tantas prisas, con tanto estrés, siempre perdemos el tiempo (siempre salimos perdiendo). Junto al desamor, en este libro, todo está marcado por la dependencia. Desde el principio, KA hace hincapié en esa forma de desaprovecharlo todo: “A lo mejor era que Cyrus había consumido las drogas equivocadas en el orden correcto, o las drogas correctas en el orden equivocado”. Pero entre el desamor y la dependencia, siempre hay rendijas: “¿No estoy siempre diciendo que tengo que vivir los poemas que aún no he escrito?”. No es fácil superarlos (el desamor, la dependencia, el día a día) porque al protagonista de ¡M! “no beber le suponía un esfuerzo titánico”. Y aunque hay vida más allá del Everclear, y del adormecimiento, siempre queda esa nada de la que habla en la la página 35. En ¡M! hay meadas en la cama, hay abstinencia que no se contiene, hay canciones de Arcade Fire y hay sentencias que te sirven para casi cualquier momento (“nunca saques a un personaje al escenario sin saber lo que quiere”). Entre mierda de pollo industrial (no de cualquier pollo, no) y citas de Borges sobre padres y espejos, ¡M! te lleva a su terreno, a pensar en la dependencia del alcohol y en la dependencia de las personas, a sermones que no siempre se entienden y a la voz de Nick Cave (no entiendo la elección de la canción, yo me hubiera ido al hermano de la copa vacía), a las consecuencias de nuestros actos y de nuestras palabras, tanto de las que hacemos como las que no materializamos: “Estaba furioso consigo mismo por no haber dicho algo más contundente al marcharse que la mierda de esta secta de mierda. Mientras volvía a casa, iba pensando en alternativas mejores: iglesia republicana de pollaviejas, aquelarre de crápulas racistas”. También ¡M! nos lleva a ese mundo perdido, el de los sueños, pero metiendo en la coctelera la palabra calvario: “Como un incentivo para el calvario, el cuerpo ofrecía sueños. A cambio de un tercio de tu vida, te ofrecía grandes festines, exóticas aventuras, amantes hermosas, alas. O, por lo menos, la promesa de unas alas, que solo resultaba un poco menos embriagadora por la curiosa amenaza de una pesadilla. A veces sin más, tu mente decidía reducir a un gemido, o a un jadeo en medio de la noche”. Y Jordan, y Iverson, y Ray Bradbury, y esas piedras angulares sobre las que, dicen las sagradas escrituras, se apoya todo: “El verdadero amor de Cyrus, su piedra angular, su alma gemela, seguía siendo el alcohol. El alcohol era fiel, omnipresente, predecible. El alcohol no exigía ningún tipo de monogamia, como los opiáceos o la metanfetamina. El alcohol solo te pedía que al final de la noche volviera a casa con él”. Y, a continuación, KA, sentencia: “Deja las cosas en el orden en que te están matando”. Deja ¡M! también bastantes momentos en plan Hermanos Coen cuando lees sangre, zapato, hacha, comida, calzoncillos y comida en pocas frases. Juega, quizás con falta de esmero, con esa culpabilidad ajena que llevan en la chepa algunos llegados a otros países y que nunca superan (o es mi impresión, quizás equivocada), o no quieren superar, o la de mirar a otros pensando en culpas que no llegan nunca: “Si mañana muriera intentando matar a un dictador genocida, las noticias no dirían que un estadounidense de izquierdas ha hecho un sacrificio basado en sus principios y por el bien de la especie. No, las noticias dirían que un terrorista iraní ha intentado cometer un magnicidio” [Y me hace pensar en el Dictador Serbio de Los lagos de Hinault]. Comiendo pollo orensano ecológico (!!!), retomo el tema avícola, que hasta la mitad de la primera década de los 80’s viví enfrente de una avícola: “Pollos industriales, así era como llamábamos a nuestras aves. Eran como mágicas. crecían como mala hierba y apenas había que darles de comer. Los sacrificábamos a los 35 días, cuando ya casi pesaban dos kilos. Un pollo criado al aire libre puede tardar más de un año en alcanzar ese peso”. Y el espíritu de Reggie Miller, ahora que los sobrevalorados se apellidan Halliburton, está bien reivindicarlo (¿Y quién reivindica a Thibodeau?): “Si era temporada de baloncesto, veíamos los partidos de los Pacers. Nuestro jugador favorito era Reggie Miller. Era implacable y nos encantaba. Metía una canasta y se burlaba del jugador que intentaba marcarlo”. No dice nada del Tourette de Shareef Abdur-Rahim, aunque habla de él, y de Olajuwon y de esas botellas de ginebra enormes que te llevan a la pregunta del sifón: “Era una medicina asquerosa, pero ¿cuál era la alternativa?”. También nos retrata ¡M! en los complejos de la vestimenta (sobre todo, los complejos ajenos), con zapatos y zapatillas que dan ganas de huir del mundo (“la moda es un arma capitalista”), y los retratos, y Bush, y como se puede llegar a la “aversión vitalicia hacia la gente rica”. Reflexiona también, con momentos de lucidez no siempre taciturna, sobre “la aversión vitalicia hacia la gente rica”. Y en ese retrato, siempre hay una capilla con una vidriera que nos mete los rayos en los ojos: “Era cristiana, pero cristiana americana, una de esas personas que están convencidas de que lo que necesitaba Jesús era un rifle más grande”. Mármol, cinceles y todo lo demás. Y esos momentos que retratan a una generación, aunque hay generaciones que no tienen etiqueta suficiente para retratarte: “Eran las dos de la madrugada y Cyrus era ideológicamente contrario y constitucionalmente incapaz de rechazar alcohol gratis”. Aunque a veces se estrella con una pértiga en una final olímpica de decatlón, siempre nos decantamos por la Maratón: “Es mejor acostarse con un caníbal sobrio que con un cristiano borracho. Se veía a sí mismo como el caníbal sobrio y a los americanos, así en general, como los cristianos borrachos”. Incluso, puestos a especular, habla sobre el futuro inexistente, ese futuro que nos lleva a una locura de manicomio incontrolable: “No creo que sea muy recomendable ponerte a imaginar titulares sobre tu arte antes siquiera de crearlo”. Y como todo es mentira, todo es mito: “Los mitos son las historias que nos contamos para hacer la vida más tolerable. Para que nos parezca que vale la pena soportar nuestras vidas de mierda”. Y en ese laberinto, nos perderemos, o quizás, tú, en primera persona masculina singular: “Encontrarás el final que buscas cuando dejes de buscarlo”. Y el Miserere de Allegri (en do menor, por supuesto), y el paisaje de la caída de Ícaro de Brueghel (seas viejo o no), y entender, en la mayoría de los contextos, que “los cerdos son más listos que los perros y las perlas no son más que piedras”. Llega ¡M! hasta el punto (con un horno a una temperatura muy alta), de indicar el camino de las migas digitales, de que no ignoremos los sacrificios paternos invisibles y de llegar a ese momento en le que te das cuenta de que “si no encontramos el Infierno es que no es Infierno”. El jodido infierno, ese día a día (con o sin etiqueta de veneno), en la que “los humanos no son más que un enorme vacío esperando a que alguien lo llene”. O lo desborde. Y ahora que tenemos nuevo Papa, no está mal leer una frase sobre dogmas, o sobre principios, o sobre aquello que no entra en la catedral porque los parroquianos no es que estén dentro, es que tapiaron la entrada ante el pestazo de los peregrinos: “Algunos poetas andan siempre pontificando sobre el precio del pecado –añade Zee–, pero nadie menciona nunca el precio de la virtud. El peaje de esforzarse tanto por ser bueno en un juego que está amañado contra la bondad”. Pero en esa gran mentira, y ¡M! es todo mentira desde el principio (Mamá, vuelve, Mamá), toca creernos que siempre nos han contado la verdad y que esa verdad, con mierda de pollo en los pies, resulta creíble: “Es difícil no envidiar a los monstruos cuando ves lo bien que les va. Y lo poco que les importa ser monstruos”. Una buena novela con la que creer que hay redención, aunque llevemos unas zapatillas con las que espantemos al personal a nuestro alrededor (y que dure).

jueves, 29 de mayo de 2025

El cuento de la criada. Sexta temporada.

Tortitas. Prioridades. La sexta temporada de El Cuento de la criada empieza preguntando en varios lugares, sobre las prioridades. Distintas prioridades. Muchas prioridades. Anoche, en la oscuridad temprana del 28 de abril, la gente no hablaba. “La justicia divina se impondrá”. O no. Tortitas. La gente no hablaba. Silencio. Lunes. Lunes, o cualquier dia. ECDLC nos lleva a un escenario insospechado, pero que, como casi nada, no podemos descartar. No podemos descartar nada. Posibilidades o mierdas, que decía EHDLCV. Cuando denegamos la ayuda del diablo, no hay nada más que decir. Nada. Tortitas.Nunca: “¿Se acabó el plantar cara?”. Esa pregunta, buscando amigos donde los tenemos, es recurrente en nuestra vida. Siempre hay que tomar partido. Partida. Cruzar. Volver. Tortitas. Mierda. Pero se escucha ese “no podemos dejar que ganen” que suena muy bestia, muy bíblico (que decía EHDLCV) y con el que no podemos (o que queremos) mirar hacia otro lado. Es imposible mirar para otro lado. Tortitas. Pasada la parafernalia, el barniz y todas esas mierdas, solo nos queda una pregunta: ¿Podemos perdonar a los bordes? Tortitas. ¿Podemos matar a los bordes? ¿Se merecen los bordes la mierda? El trabajo, los suegros, camionetas. ¿Podemos o no podemos hacer el jarra bajo un arco? ¿Qué se hace bajo un arco? ¿Silbato, esquivar? Guarderias. ¿Qué se basa en la misericordia y el perdón? ¿Tan importante es el agua potable? ¿Mercedes? ¿Rolex? ¿Cosas de mujeres? ¿Puentes? ¿Altos? ¿Dedos? Esta serie siempre nos lleva a preguntas, a la vuelta, a creer que todo es mentira porque todo es mentira. Refugios. “Puto gobierno”. Hágase querer por llamadas telefónicas, por la emoción, por creer en lo que no se puede creer. Y pronto significa muchas cosas. Demasiadas. Pronto significa esperar, aunque muchas veces se confunde esperar con añorar (y con otros eufemismos de esperar). Y en el pasillo largo (que siempre es muy largo, y oscuro, aunque no sea 28042025), siempre hay sustos. O ventajas. O conversaciones sobre trenes. Todo tiene un precio. O varios precios. Demasiados precios. Ya lo dijo Volpini, y ya habló Volpini sobre los agentes dobles. Pero no todo el mundo es valiente. “¿Cuándo dirán basta? Basta. Basta: “Cuando no quede nadie para luchar”. Hágase querer por la gallina roja. Gallinas rojas, eso. Siempre. No se ve esta serie, esta última entrega, sin el premio de la paternidad. La crianza exige prioridades, igual que tomates. Muchos tomates. O azaleas. Las respuestas, la fe, el púlpito: “La gente necesita creer en algo”. Y un pijo. La gente necesita estudiar, leer, aprender. Lo demás son milongas. Lo demás (EHDLCV lo decía mucho), solo necesita leer. Y si no sabe leer, que le lean. Adiós consejos, adiós confidencias, adiós mierdas. Adiós. ¿Quién nos guía? Cuando pensamos en que hay asuntos en los que debemos ser guías, debemos (otra vez) priorizar. Déjate de buenas decisiones. El potencial es un chicle en nuestro zapato. Una puta mierda. El miedo que da ECDLC en esta sexta temporada viene de la obligación, o de importancia de nuestros deberes. Esas últimas vocales nos meten en un lío, con o sin teléfono a la vista, o con sin gente tocándote el hombre con el auricular en la oreja. Desde arriba, con el fungicida pendiente, los nombres bíblicos se convierten en asfalto, en suelo, en una gloria desvirtualizada (¿existe esa palabra?). ¿De verdad debemos justificar cada uno de nuestros actos? ¿Debemos creer en la posibilidad de cambio?. No. Nunca. Todo mentira, incluso cuando nos cambian (o nos cambiaron, o nos cambiarán) los pañales. Todo mierda, filfa. Mucha filfa. Hágase querer por una visita. Hágase querer por lo inesperado. La paz, otra patraña. ¿Qué entendemos por la palabra gentil? O quizás, simplificar: “La única salida es sobrevivir y proteger a tus seres queridos”. El rezo, el silencio y todo lo demás. Pero la solución, la que nos presenta ECDLC, es equivocada. Se queda a medio camino. No se puede cambiar el sistema desde dentro. Nunca. Está viciado. Tumorizado, decía Ginés Caballero. Todo tumorizado. Tragar o no tragar. Y siempre hay una cita bíblica que tergiversar: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol”(Eclesiastés 2:11). “Si Dios existe no está en palabras vacías ni en ritos extraños, y desde luego aquí no ha venido”. Siempre hay motivos para joder la conciencia. Todo mentira: “Dios está en todas partes, especialmente en lo lugares más tenebrosos”. Y cuando vemos a los fantasmas del pasado hechos presente, solo podemos decirles una cosa: “Olvídame”. Más frases: “No puedes estar enamorada de un puto nazi”. Deja buenas conversaciones entre mujeres, comparando en número violaciones, comparando monstruos, comparando. Supervivencia: “Nunca fuimos amigos. Tú me dabas miedo. Yo te daba miedo. Nos habríamos traicionado sin dudarlo para sobrevivir”. Volver a repetir la caída a los infiernos. Y viajes que hacer, no por obligación o por tragaderas. “Siempre hay algo impredecible”, pero en las caídas todo tiene su ritmo. La descomposición de un Estado, independientemente de su naturaleza, empieza con las personas y las banderas. Unas tras otra. Luego hay fuego, palabras que no siempre se entienden y tragos que siempre se entienden. En en ese San Juan de quema de trastos viejos siempre hay dioses que caen, que aunque fueran imperfectos, eran nuestros dioses. Ese “Dios siempre exige sacrificios” no es siempre entendido, pero es que Dios es demasiado complejo para entenderlo todo. Aunque al final, todo se resume en la pregunta que todo lo concentra: ¿Qué hubiéramos sido sin nuestras madres? Cuando toca “pulir ese concepto de lo imposible”, siempre nos equivocamos. En esta historia ficción, se dejan muchas preguntas en el aire, sobre la posibilidad de otras muchas cosas. La penúltima frase de la serie es la siguiente: “Pensar puede perjudicarte”. Pensar siempre te mete en líos. En muchos líos. Ahora, recordando, he vuelto a ese febrero de 2018 en el que leí El cuento de la criada de Margaret Atwood, después de ver la primera temporada de la serie, y lo que puse en el blog al respecto: [“ Escribe también MA en la introducción de esa "tendencia a sermonear" de los escritores en algunas de sus novelas. Tendencia a sermonear. Todos, con más o menos voz, sermoneamos: en casa, en clase, en el autobús, por la calle, en un partido de baloncesto, en sueños. Será por sermones. El problema es elegir el sermón correcto, la homilía necesaria de cada día (y no únicamente los domingos). Todos somos sermón, todos somos unas líneas que soltar a un rebaño que nos bosteza en la cara o a una oveja que nos es fiel hasta que la llevamos al matadero. Siempre hay un matadero cerca. Escribe MA sobre ese "jardín imaginario" que iba a crear. No todo es césped perfecto y amapolas y pinos canarios en el jardín; cuando te acercas, hay demasiada mierda (humana y de los perros) y algún que otro cactus con el que pincharnos, y sangrar, y llorar. Recuerda MA que hay personas que dicen que Dios está en los detalles. Margarita nos recuerda que el diablo, también. En muchos de esos detalles y en algunos otros en los que no nos damos cuenta. Será por detalles”]. Pero siempre nos queda Atmosphere de Joy Division, aunque hoy, como cuando uno pierde a alguien que solo se materializó durante unas semanas, quizás sea mejor escuchar Shadowplay. Un buen final para una serie que no siempre pareció tan buena.

miércoles, 28 de mayo de 2025

József El Húngaro

“La edad adulta no es más que el arte de ponerse cómodo ante una frustración constante”, escribe José F. Peláez en el prólogo de József. Me costó varios reinicios József, porque no terminaba de arrancar, porque no hay tiempo en la sociedad contemporánea cuando uno con la crianza se despista (y el trabajo y todo lo demás). Sobre el Juez, dueño de ideas ajenas y propias, escribe el autor, Luis Enríquez, nada más introducir el asunto: “El Juez acreditaba una resistencia al alcohol digna de un espía del KGB”. Esperaba menos contexto en las ciento y pico primeras páginas de József. No quiero decir que no estén bien escritas, que lo están. Son pulcras, sencillas y se entienden, que hoy hace mucha falta que lo que se lea y sea original, se entienda (yo no soy capaz de escribir algo que se entienda, la verdad). ¿Por qué me gusta József? Porque deja claro la diferencia entre grados de líquidos que vienen de las islas europeas; porque deja perlitas de esas que soltar y con las que me río solo [“Yo nunca pregunto. Le suele sentar mal a mi horario”]; porque deja claro que no todo está escrito en los genes y las teles (“sin saberlo, estaba sembrando en su cabeza la semilla de la fascinación por la cultura occidental”); porque hace una reivindicación de San Patricio que no hay Sumo Pontífice tras cónclave que la crucifique mejor (“No hay nada que inspire más temor en Europa que los irlandeses”). Tengo dudas si a Luis Enríquez le interesa más la historia de József o cómo contar la historia de József. A mi que me gusta el gris, quiero ser tipo oculto en mitad de ciento y pico profesores en claustros desagradables, me gusta leer frases como la de la 75: “Tu trabajo es pasar desapercibido y, si lo haces bien, al terminar la noche, nadie recordará que estabas en la puerta”. No he leído nada de H.T. aunque siempre recordamos películas, y Las Vegas, y esas volteretas de Granada que te preguntan sobre la necesidad de dar la espalda. Escribe también LE juntando en una frase juzgado y tragedia, y sobre “barracones que huelen a pan y café” y aquello que da miedo (“la vuelta a una vida previsible”). “Mil demonios ocupando tu lugar”, cantaba Jota con Los Planetas en esa canción que se repite multiplicando diablos y sitios. Y luego, el diván: “Verá doctora, usted es francesa. No tiene ni idea de lo que es vivir en un país como Hungría. Allí no hay caminos correctos. O caes de un lado de la mafia o del otro. O te conformas con una vida gris en la que nadie se fije”. Y en ese día, con o sin preguntas, ponemos interrogaciones sobre lo que nos viene sin esperarlo, compartiendo almohadas, cojines y distintos muebles que deberían saltar por un décimo piso directos al vacío: “Lo cotidiano no volvió nunca a parecerle tedioso”. Espejismos que se diluyen, que diría EHDLCV. Caídas ladrillescas que “es imposible resumir con oraciones estasísticas” (eso también lo decía mucho Ginés Caballero). Hoy no es 18, pero escuchamos mezclando, como József en la 148, con “despreocupación” e incluso con “ilusión”. Esas palabras, perdidas hoy en mi diccionario personal, en este József, dan aire fresco a un cielo contaminado del que no podemos salir (o, quizás, del que no queremos salir, o no nos dejan salir). Pero al final la vida es pum pum y “el boxeo tiene reglas y límites y el combate cuerpo a cuerpo no”. Y como en otra canción, canta Ricardo Vicente y su Roméo Dallaire, y recordamos a hutus, a tutsis y aviones y ese ocho-cero-cero- que no sabemos lo que es pero que da miedo igualmente. Kigali al poder. Iglesia, mercado, radio y feudalismo en el nuevo Apocalipsis sin Patmos ni vuelta atrás en la barca, porque no hay barca: “Los mismos matones en todos los países. Las mismas amenazas. Su arrogante forma de atemorizar a los débiles. Y el puto tendréis noticias”. Café, fronteras y jodiendas con vistas a una línea de cartabón (solo pensar en el olor de ese viaje, de ese paso entre mierdas y arenas, da miedo). Pero, al final, todo es una versión de algo anterior. Algeciras, paso y ese “con eso que lleváis parecéis nazis disfrazados de moros” que te hace sonreír en mitad de una clase de Mantenimiento de Vehículos de la Formación Profesional Básica. Ítaca, los viajes y esos libros que no se leen ahora en los institutos salvo en asignaturas escondidas de los programas educativos y que algunos, con empeño, consiguen que salgan adelante. Pasaportes falsos y como en The Office (porque EHDLCV decía que estaba todo en TO): “Me siento incapaz de traducir gazgpacho” [Me dijo antes de esa romería de la que volvió pero no volvió que era más fácil traducir salmorejo]. Hágase querer por el permiso de personas ajenas. La llegada al Poniente y esas cosas que suponemos que son de una manera y luego nunca llegan. Y ese “prefiero no saberlo” de la 244, que se nos repite muchas veces en la vida ante preguntas incómodas ante la familia de carné. De puto carné. Y medita (eufemismo) el autor sobre ese pasar de mañanas y tardes y noches que son iguales: “Los días pasaban volando, como les sucede a las personas con todas las piezas de su vida perfectamente encajadas”. Encajadas. Copas de yate (¿eso qué pijo es?, decía EHDLCV). Copas de yate es, asegurar, como en en el último guión de la 252, que todo el mundo vuelve a casa después de hacer otras cosas aunque tenga un anillo en el anular. Pero hay semáforos, hay colegios, hay cebras con pasos que no se pueden saltar, hay frases con las que asumir que este país (o lo que queda de él), como el Animal de Pearl Jam, es así: “Ser gilipollas es legal en España. Si no, las calles estarían vacías”. Vacías, joder. Y aunque esperabas más, el libro acaba (como si fuera una canción de El Niño Gusano, “concedí un deseo, todos se cumplieron, todos menos el mío”) como debe acabar: “Me horroriza pensar que el destino de un hombre bueno depende solo de factores adversos incontrolables. Que, al final, todo sea arbitrario. Que no haya en la vida algo de justicia”. Y yo también me acuerdo de las columnas de David Gistau todos los días, aunque siga siendo incapaz de traducir gazpacho. El jodido gazpacho.

lunes, 26 de mayo de 2025

El Eternauta. Primera temporada.

Tuve con El Eternauta un problema desde el principio de la serie. No se escucha bien. O es mi sordera atemporal (siempre, como en La peste), o no solo vale hablar de caceroladas y Argentina, siempre, da igual la década. Pero cuando los peones (¿hay algo más que peones entre cacerolas?) empiezan a caer, toca huir. Lágrimas, frío y caídas como las de Busquets cada tres minutos. Nombres equivocados en aplicaciones. Gente poniéndose harapos, ropas y máscaras con el objetivo de llegar a ningún sitio. Usos inapropiados de lo inapropiado en el momento inapropiado. Hágase querer por un autobús de tipos sedientos y hambrientos, por dínamos inutilizadas, por filamentos inutilizados, por personas hechas a la resistencia. El fútbol congelado, los conductores congelados, todo Cristo congelado. Hágase querer por un accidente, por el casco en un perro (Neápolis al poder), por un juego equivocado, por la escalera inconsistente, por las preguntas sin respuesta. Y rezar, rezar, rezar y volver a rezar. Me gusta (o sufro con ella), la preocupación del padre, reprochando a la madre, la ocurrencia de dejar a la hija ir a sus anchas (“quién iba a saber todo esto…”). Sólo cuando truena nos acordamos de Santa Bárbara. Con Sánchez pasa algo todos los días pero se lo aguantámos todo (sé fuerte, incluso en la redacción sin comas de tus WhatsApps pasados). Esa búsqueda, la de la hija. Lo resume todo. Inmunidad. Inmunidad. Hágase querer por una bolsa. Por una simple bolsa. Por una jodida bolsa. En Ray Donovan se dice que “no hay escuela como la vieja escuela y en El Eternauta que “lo viejo funciona”. Al final del tercer capítulo, escuchamos: “La brújula anda bien. Lo que se rompió es el mundo. El mundo tal cual lo conocíamos desapareció para siempre”. Aunque mete mucha fruta podrida en la misma coctelera y distinta chusma, no termina de salirle mal el zumo a El Eternauta, aunque quizás le falte el sabor definitivo. Gritos por la patria, guerras del pasado, parásilis facial, bichos que dan miedo, locomotoras locas y un no saber qué vendrá después. Aunque al final, como siempre, todo es mentira.

miércoles, 21 de mayo de 2025

The Office (USA). Tercera temporada.

No he visto Shakespeare in love (ni falta que me hace), pero sí La jungla de cristal. No sé las veces, aunque tampoco se acuerda tito Bruce. Eso hubiera sido la puntilla al primer chascarrillo de la tercera temporada de The Office, que empieza con una caza de brujas. Brujas gay. Brujas (gran ciudad): “A los tarados no les llamas tarados. Se lo dices a tus amigos, cuando hacen el tarado”. Hidrogel para todos por la boca: ¿Quién mete una grapadora en gelatina? Moscas: “Esto es como los bomberos: nunca abandonas a tus colegas, aunque te enteres de que en Connecticut hay un incendio mejor”. ¿Ondular? Y es que El séquito hay que verlo una y otra vez. Y volver a verlo. Aunque hay personas que lo cuestionan todo: “¿Cómo va a aumentar la productividad una película?”. Respuesta: “La gente trabaja más deprisa después”. Pum, pum: “Si dejas a una mujer, nunca te lo perdona. Es uno de los muchos defectos de su sexo. Y no tener brazos fuertes”. Bailes indios, viajes al futuro a través de un fax, despidos que no son tales despidos. ¿Quién es el rey de los monos encorbatados? Y hacer la gracia de juntar en una misma frase Bowling for Columbine con Dos tontos muy tontos por el asunto de los bolos. Viva SC, viva Michael Scott. O no: “Siempre voy un paso por delante. Como un carpintero… que hace escaleras”. O tampoco. ¿Y quién se acuerda de Colin Powel?. Más para la tostadora: “Cierra los ojos. Imagínate a un preso. ¿Qué lleva puesto? Nada especial: una gorra de béisbol invertida, pantalones anchos y dice algo normal como que pasa tron. Vale, ahora abre los ojos poco a poco y dime a quién ves. ¿A un hombre negro? Pues no, a una mujer blanca. ¿Sorprendido? Vergüenza debería darte”. Hágase querer por las risas ajenas, por la suspensión de la Navidad. El universo siempre gana: “¿Por qué hay tanta gente aquí. Hay demasiada gente en la Tierra. Necesitamos una plaga”. Viva el espíritu de Robert Parish. Y si hay que volver a explicar el capitalismo, se vuelve a explicar: “Cuantas más pegatinas vendas, mayores beneficios, que es la forma fina de llamar al dinero, para comprar Playstations o peluches y productos…”. El jodido capitalismo, siempre presente: “¿Y sabéis quién más lucha contra cinco Goliaths? Estados Unidos: Al Qaeda, el calentamiento global, los violadores, el mercurio en el chopped… ¿Y por eso nos vamos a doblegar? ¿Eso es lo que os enseñan en Empresariales?”. Y como todo es mentira, utilizamos eufemismos: “¿Depresión? ¿Eso no es un palabro pijo para decir cansado?”. Aunque llegados al final, espejo contra espejo, camisa color mierda contra camisa color mierda, gafas inclasificables contra gafas inclasificables, nos llega la pregunta definitiva: “¿Qué clase de oso es mejor?”. Y como con los apagones, siempre llega la crisis: “Parece ser que un empleado descontento de la fábrica pensó que sería gracioso poner una filigrana obscena en nuestra papel de carta marfil de 80 gramos. Hemos distribuido 500 cajas con la imagen de un conocido pato manteniendo relaciones maritienses con cierto ratón al que la gente tiene cariño. Aunque a mí ese ratón no me gustaba mucho”. Ni a ti ni a nadie, SC/MS. Ni a ti a nadie: “Y no, no me duele la cabeza, pero me estoy tomando las aspirinas porque me estoy preparando”. Y dale Perico al torno: “La única diferencia entre un mendigo y yo es este empleo. Y haré lo que sea para sobrevivir. Como hacía cuando era mendigo”. Traca, cohete, San Basilio: “La de llamadas que estarás dejando de atender por enseñarnos a coger el teléfono”. Y en esa espiral planetaria, pero sin mirar al sol, ni ver lo que hay detrás, ni con el ojo quemado, escuchamos subidos en un coche: “Hidrátame. Te digo que me pases el agua. Yo siempre digo hidrátame. Una de cuatro personas se ríe”. Y si hay que preguntarnos, en voz alta, la fruta que debemos hacer brillar en la cuneta para venderla, brillo para todos: “Y si no tenías ni idea de su edad, eso no te servirá en el juicio”. Y puestos a despejar, defensa central: “A ver que me aclare: en tu mayor fantasía, estás en el Infierno y regentas un hostal a medias con el malvado diablo”. Con el puto diablo. Blog, blog. Aunque no está al altísimo nivel de las dos primeras temporadas, el listón sigue alto en esta tercera temporada de The Office.

lunes, 12 de mayo de 2025

The Office (USA). Segunda temporada.

Vuelve Carrell a las andadas para empezar la segunda temporada de The Office. Tras una conversación de vecinos sobre premios que no han sido dados, el tipo con ojos de loco, corbata de piltrafilla y peinado indeterminado y cambiante, suelta: “Y al día siguiente el empleado nota un hedor que viene de la casa del vecino. El vecino se ha ahorcado. Por falta de reconocimiento”. ¿De verdad que miramos los accidentes de coches cuando ocurren? Hágase querer por un premio, por beber los posos de los floreros, por lo que dejamos en el váter al salir: “Cincuenta indicios de que tu párroco podría ser Michael Jackson”. Vaya tiempos los de los reenvíos de correos electrónicos. Se pregunta The Office, desde el principio de esta segunda entrega, por los límites del humor: “No existe el concepto de chiste apropiado; por eso es un chiste”. Claro que si haces ciertas preguntas, te das cuenta y “da mucha pena que la educación pública a muchos no les haya servido de nada”. O de casi nada. Siguen, como antes, las preguntas a destiempo entre compañeros: “¿Dónde está el clítoris? En una web ponía que está en el vértice labial. ¿Eso qué significa? ¿Qué aspecto tiene la vulva femenina?”. No. ¿De verdad quedan pelirrojas naturales? ¿De verdad un 10% de duda es duda? Y más: “Lo que me pasa es que soy el jefe y parece ser que no puedo decir nada”. Los límites, la raya. Y más límites. ¿Dónde está nuestro límite? Y claro, llegados así, solo queda repetir: “A partir de este momento ya no podremos ser amigos. Y cuando hablemos de algo aquí, solamente podremos hablar de cosas relativas al trabajo. Y podéis considerar esto mi despedida de la comedia”. Claro, “eso me dijo ella”. Besos para todos. Y si hay que contratar un abogado, se contrata. Viva la libertad de expresión (“y los pleitos por accidentes, temas laborales y píldoras adelgazantes”). O no: “Hay que llevar cuidado con lo que se dice”. O no se dice y se piensa decir, luego, en un rato, con o sin la muñeca hinchable cerca. Y si te toca la lotería ya sabes a la persona que vas a echar a la calle. Tampoco: “Si yo me comprara un ataúd me lo compraría con muros más gruesos para no tener que escuchar a los otros muertos”. Alegría: “Me encanta Halloween. No sé, es divertido. Cada año me lo paso pipa. El año pasado, vine disfrazado de teta de Janet Jackson. Estaba de moda. La gente se partía el pecho. El año anterior me disfracé de Monica Lewinsky, ese estaba chupado”. Y al empezar el capítulo siguiente, le dice a Pam: “Te noto premenstrual”. Imposible hacerlo hoy. Más: “A veces las mujeres dicen más cosas con las pausas que con las palabras”. En ese universo de chorradas bien construidas (no como la Alhambra), SC se sincera con uno de sus empleados en mitad de una sala de juntas llena: “Ahora insinúo que cuando coincidimos en el ascensor, más ve valdría coger las escaleras. Porque, joder, cómo apestas… Y yo nunca diría algo así en público, nunca lo he hecho y jamás lo haré. Pero todos debemos ser absolutamente conscientes…”. La inconsciencia, quizás sea lo mejor, o lo mejor aún está por llegar (“¡Como si el alcohol hubiera matado a alguien!”). Pero como todo es mentira, una buena muestra de ello es el amigo invisible (“Feliz cumpleaños, Jesusito, al final se armó el Belén”). Y más preguntas que nos hacen pensar: “¿Pueden 15 botellas de vodka emborrachar a 20 personas?”. Hágase querer por un baile, por un baile ajeno, por un baile de vergüenza ajena. Titanic, la trilogía de El Señor de los Anillos. ¿Carbonizarse el pie en una plancha de la comida? ¿A quién no le gusta desayunar oliendo a bacon? Y la amistad no existe, solo tenemos gente con la que pasamos ratos: “Pues no. Yo solo dono órganos a los amigos de verdad. Apáñate con un riñón de mono”. De las manos de cerdo hablamos otro día. Y puestos a comparar, siempre salen comparaciones: “Scranton es estupendo, pero Nueva York es como Scranton hasta el culo de tripis. No, de speed; no… de esteroides”. Y nada como soltar en un discurso, sin venir a cuento, después de otro orador: “Lo siento mucho, no sabía que llevaba audífono; pensaba que hablaba… un poco raro”. Y siempre podemos engañar a alguien, o soltarle un discurso de tito Benito para que lo transforme, o lo reutilice. Y cuando toca ponerse serios, no hay manera de ponerse serios: “No es que los niños me incomoden; es que, ¿para qué ser padre si puedes ser el tío gracioso?. Nadie se rebela jamás contra su tío gracioso”. Y habas chinas en germinación en un cajón de la oficina. De la maldita oficina, en la que se escucha: “Yo nunca sonrío si puedo evitarlo. Mostrar los dientes demuestra el sometimiento en los primates. Cuando alguien me sonríe, solo veo un chimpancé que no quiere morir”. Y llegando al final, desparrame sobre perros, SIDA, afganos y puros: “Hay temas que los cómicos no pueden tocar, como JFK, el SIDA, el holocausto… y hasta hace poco el asesinato de Lincoln. Antes muerto que ver esta obra”. Una temporada que, aunque deja puntos suspensivos, mejora la media docena de píldoras primigenias.

domingo, 11 de mayo de 2025

Canijo

En vez de Canijo debería llamarse la novela de los vómitos. No, mejor. La novela del mono. Vaya retrato del mono hace Fernando Mansilla en esta obra titulada Canijo. Ahora que parece que todos son seguidores de Glutamato Ye Ye tras la muerte de Enrique Fernández en la ciénaga de las redes sociales, recuerdo la letra de El suicida mientras terminaba Canijo (a partir de ahora LNDM), porque había personajes que no escogían el camino menos tortuoso para quitar(se) de la circulación. En este cuadro, el de LNDM, aprendemos que “los camellos del caballo no entran a sus clientes, no hablan, te miran a los ojos y esperan, son los amos”. Estos tesoros nacionales de la España de fines de los 80’s, entre las 3000 viviendas y calles con nombres de santos en Sevilla, nos muestran lo peor de la vida hecha rastrojos: “Porque el caballo tiene eso, que pica, y es agradable, pero pica mucho y los chavales se rascan con frenesí, sobre todo las narices, que es donde más pica”. LNDM muestra cuernos y violencia tras entierros, muestra golosinas de terror y lugares de yonquis sevillanos, pero sobre todo muestra lo que el nombre alternativo al título nos quiere decir: “Los síntomas y señales del síndrome de abstinencia en su cuerpo: el descontrol muscular, los espasmos, el desdibujamiento siniestro de su rostro, la expresión ida, la terrible ansiedad que transmitía su sistema nervioso”. Y apostilla FM: “Algo al otro lado que acababa con el desasosiego: el calor interior, las arcadas de placer, el control de la realidad, la desaparición absoluta de la ansiedad. Aire, combustible, calor, realidad…”. Escribe el autor, y subraya, que la droga no engancha, que la droga posee. Muestra la bestialidad de las bestias, también convrtidas en camellos, la bestialidad de aquella persona cuyo mejor día en la vida fue el que probó la heroína. Enfatiza FM en LNDM: “Yacía en el catre aplastado por toneladas de mono, de gorila inmenso”. En este paseo por el desierto, en esta Biblia desgastada y sin salvación y casi sin venas, leemos en la página 270: “La primera verdad del drogadicto es: no te fíes ni de ti mismo. De ti menos que de nadie. Cumpliéndose también la segunda verdad: el cliente siempre lleva las de perder”. En la página siguiente, leemos: “La tercera gran verdad del drogadicto: el cliente siempre espera”. Y la dependencia no solo era hípica, sino económica: la deuda infinita. Sumando doses, cincos y sietes, llegamos a la siguiente conclusión: “Todos nosotros, poseídos por el Espíritu, orgullosos de nuestra condición de yonquis, conscientes de entregarnos sin condiciones a la ruina más absoluta por un buen chute de heroína y cocaína. Capaces de darlo todo, la vida, el amor, la amistad, el prestigio, el orgullo, la honradez y la hacienda entera. Todo. Por un chute de heroína y coca”. Todo. No hay mejor resumen porque como transmite FM, “este es un submundo habitado por la no-normalidad”. Superado el ejército espartano (+2), seguimos sumando ideas para el cambio a LNDM: “Cuando pides para quitarte el mono te da igual que te miren como te miren, el yonqui pasa de todo y la opinión de los demás te importa menos que nada”. Todo, menos que nada y saber que “cuando uno está enganchado, el cerebro trabaja siempre a favor del enganche”. Y en ese pum pum del ring, leemos como “cada vez se hacen los monos más insoportables”. El retrato se pone más borde al final con el SIDA, bicho de esos finales de década, con el epílogo hospitalario y el juego del olvido: “El que prueba las agujas ya se puede hacer la cruz”. LNDM es un retrato que da miedo, pero que hay que leer para intentar comprender la complejidad de esa España que miraba para otro lado ante el enganche definitivo.

martes, 6 de mayo de 2025

Black Metal

En la presentación de los personajes de Black Metal, de Magius, hay mucho de pipí en las camas, recuerdos olímpicos de Lillehammer, caretos irreconocibles, historias familiares entre divorcios y fríos y una ausencia de rostros que harían que nos cruzásemos de acera si nos encontrásemos con alguno de estos pájaros viniendo hacia nosotros. Como si fuera un libro de Historia, comienza recordando el pasado y tradiciones (modas envejecidas como diría EMDG), los deportes de invierno y los deportes de la realeza. Pero llegados a otra página sin número (como todas), nos viene a la mente la pregunta del medio millón de coronas: “¿O hay alguna que otra nube en el cielo nórdico?”. Falta algún mapica para situarnos en Bergen (situada en la zona noroccidental de Noruega), aunque los pluviómetros funcionan todos los días. Y cuando los cerebros inquietos se juntaban a principios de los 90’s, cualquier cosa era posible. La adoración al diabólico black metal, a “la maldad en estado puro”, es premisa fundamental en BM. Castillo, gárgolas y demonios, y frases de épocas oscuras pasadas por la nieve nórdica: “En mi feudo medieval todos conocen mi política: la muerte y la tortura… ¡¡¡Soy un tirano!!!”. En la presentación del grupo Mayhem se utilizan los adjetivos siguientes para sus miembros: vagos, maleantes, duros, violentos, agresivos, loco o maniaco (casi como una clase de FPB). Nada como una presentación en condiciones. “Nosotros somos Mayhem… Nos gusta la tortura y la muerte… Por eso seguimos las enseñanzas de Satán y de los camaradas Stalin y Mao”. Aunque la pregunta del otro medio millón, esta vez de euros, es la siguiente: ¿Qué harías si te encontrases un cuervo muerto? Y en ese infierno del Bosco (vaya recreación), leemos: “El infierno nórdico es probablemente el lugar más divertido al que un niño noruego de principios de los 90 pueda viajar”. Pero el infierno es una cosa muy personal, y leemos en BM: “Necrobutcher me dijo que su novia le dijo que yo las debía quemar. Pero hace años que prescindí de sentir amor. No estoy en este negocio por diversión”. Pero puestos a vender, habrá que vender: “No es fácil el capitalismo: hay que vender cantidad de mierda para sobrevivir”. Y apostilla unas páginas más atrás: “Satán y el capitalismo no cuadran”. En su cítrico punto de vista (limón para todos), escribe Magius retratando al personal: “Recuerda lo que aprendiste en el campamento de verano de los alevines comunistas (...) La política del palo y la zanahoria”. Referencias a Fidel Castro, a Albania (“Albania es el futuro”), a las clases de marxismo-satanismo ortodoxo, a la forma en que “los adultos han hecho desgraciados a los niños” y de como “la única manera de matar para siempre a un muerto es destruyendo su tumba, su recuerdo”. Y, dentro o fuera de contexto, leemos en BM: “Hola, tío, no soy tu papi; sólo un toxicómano al que alguien prometió dinero por quedarse quieto”. Música, jóvenes profesionales sin ascenso a la vista y frases sobre las que reflexionar: “Esta parece la clásica historia de preadolescentes que se rebelan contra sus padres y la sociedad bebiendo cerveza, falsificando carnés o destrozando un viejo cementerio”. El fuego, la catarsis, el recuerdo de Ceacescu (para bien y para mal), y como “el alegre comunista es ahora el desagradable patrón de una fábrica”. Ya puestos a reflexionar con BM, hay que pensar lo que los padres piensan de sus hijos cuando no se hacen cargo de ellos. Ese nórdico momento, el de mirar desde más alto que nadie (aprovechando los largos permisos de paternidad) se traducen de muchas maneras (o así lo entendemos desde lejos): “Mi madre dice que soy hiperactivo y que prefiere financiarme todas las grabaciones antes que llevarme a un psicólogo. Dice que son muy caros…”. El problema (en el buen sentido) es que los dibujos de Magius no te hacen ver la peligrosidad de estos zagales, como no piensan en lo salvajes que son cuando están tranquilos en su pupitre (bueno, ahora no hay pupitres, hay mesas y sillas color selva antes de que AS se pinte de betún debajo de los ojos y busque un bicho raro en una película). Y hay poses (cuchillos, Hitler, castillo, SS, teutónico, pretensión artística, kárate, olimpiada matemática, regrabar líneas, gitano/inmigrante/olor, rescisión de contrato, ascensor ,Asperger, hiperactividad, nazi, co-líder, duda, apropiación, escapar[guerra,monstruo, muerte complejidad política, olimpiada matemática [de nuevo], guturales gorgoritos, lerdo, el precio de la fama, reformatorio, fake news antes de las fake news, maldad satánica, incredulidad, crisis emocional) que luego valen para todo. Y esa frase de la página sin número (otra más) que nos manda al carajo: “En realidad, en el Black Metal, nadie es amigo de nadie…”. Bienvenidos todos. O casi todos “(Hungría. Nosotros ser pobres por culpa de comunismo”). Jerga que entendemos hasta que queremos dejar de entender. O lo de siempre: “¿Y tú a qué has venido?”. Un buen libro con el que pensar que, hasta en la primera adolescencia del ruido y la música, todo es mentira. Todo.

lunes, 5 de mayo de 2025

Cuando nadie nos ve. Primera temporada.

Con un ritmo lento (a veces, demasiado lento), se desarrolla la primera temporada de Cuando nadie nos ve. Entre citas bíblicas, drogas, corrupción política, Semana Santa andaluza, bases gringas en España, bares, extranjeros copiando lo peor, clases particulares, obras de arte escondidas, casas en mitad de ningún sitio, chachas que lo ven todo y Guardia Civil, se desarrolla este ejercicio que no es completo (parece que falta siempre algo de velocidad) pero que es un buen retrato contemporáneo. La mafia, seas de donde seas, siempre acaba alcanzando ciertas estancias en el poder. Ya sea un concejal, una alcaldesa de pueblo, un militar yanqui destinado en Morón, un ladronzuelo en moto. Y el Libro de Job, y los salmos de turno, y las artes marciales y la prudencia hasta que todos dejan de ser prudentes, y las pastis de temporada y la demencia de toda la vida, y la viudedad tras el suicidio y todo un cúmulo de circunstancias que, junto a unos diálogos tranquilos, dejan ocho capítulos para disfrutar entre versículos: “Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme bajo la sombra de tus alas”. Pero hay lugares en los que ni la mayor de las cuevas sirve de refugio. Y como todo es mentira, “el mal está en el ojo del que mira”.

domingo, 4 de mayo de 2025

Mantícora

Como me ocurrió con El quinto en discordia, el principio me desconcertó. Mantícora nos va metiendo en su tela de araña poco a poco, casi sin querer. La dejé dos veces en el carricoche de mi hija, leída entre sueños de la pequeña junto al patio de un colegio que pone, a mi pesar, a Coldplay a todo trapo para los cambios de clase. Aunque la figura del profesor de Historia de EQED sigue presente, Mantícora nos lleva a la introspección, a la del personaje y a la nuestra, porque nos hace preguntarnos sobre nosotros mismos, sobre lo que nos rodea, sobre nuestra infancia, sobre nuestras experiencias (sean pagadas o no, pagadas por ajenos o en PPMS), sobre nuestro devenir lleno siempre de dificultades y del que salimos, aunque no siempre indemnes. En la página 310 se habla de la “reevaluación de una experiencia personal y profunda”, que es la que lleva el personaje central junto a la doctora encargada de ayudarle en Zúrich. En esa misma página leemos sobre el olvido, sobre las razones que nos llevan a hacer ciertos movimientos en nuestra partida de ajedrez vital (seamos ciegos o no) y en las que no siempre alcanzamos las tablas (o más quisiéramos nosotros contentarnos con las tablas, si es eso a lo que aspiramos). Pero no hay solución contra la mentira, igual que “no hay nada capaz de hacer que una bolsa vacía se sostenga en pie”. Edades y salmos, momentos en los que se desea morir. Reflexiona RD en Mantícora muchísimo sobre el valor de la bebida y de su ausencia y como “la abstinencia, o la templanza, si prefiere la versión religiosa, es una virtud de la clase media”. Sobre la riqueza y la tacañería también hay un buen número de frases en este libro, sobre los síntomas y las enfermedades antes, durante y tras las guerras. Y nos deja preguntas que nunca habíamos leído, o sobre las que es difícil quedar al margen: “Es como eso que se dice de los burros muertos: ¿Quién ha visto uno alguna vez?”. Los burros muertos y su visión. Hablando de muertos escribe el autor: “Los funerales sacan a relucir esa parte lamentable que uno tiene dentro. Uno se ha repetido durante años que no importa qué sea del cadáver, y en los cócteles, cuando llega la hora de ponerse serio, en el momento de mayor embriaguez, uno afirma que los judíos tenían razón, que los entierros más rápidos y más baratos son los más adecuados y filosóficamente más decentes”. Como si del tema 21 a Oposiciones al Cuerpo de Profesores de Secundaria en su especialidad de Geografía e Historia se tratase, se repite, una y otra vez, la historia de David y Absalón. La edad, sus consecuencias, los actos y el córner que decide el partido, estés jugando en 2014 contra el Atleti o no: “Entre los 35 y los 45, todos hemos de doblar una esquina en el camino de la vida, o bien estamparse contra una tapia de ladrillos”. También resalta Mantícora nuestras pasiones (o la falta de ellas), nuestra facilidad para ser autocomplacientes y llevándolo al extremo (sin llegar a las 72 horas), nuestras pasiones ocultas: “Pásese un día sin comer y la cuestión del alimento pasa a ser imperativa. En nuestra sociedad, el alimento no es más que un punto de arranque para el anhelo”. Y la divinidad (o su ausencia) siempre aparecen en el retrovisor, en la cueva, en el osario común olvidado hasta el día de Todos los Santos: “Así las cosas comencé yo a apensar mucho en Dios, y a preguntarme que pensaba Dios de mí”. Y puestos a pensar en Dios, pensemos en el martirio: “Entender y experimentar no son actividades intercambiables. Cualquier teólogo entiende perfectamente el martirio, pero sólo el mártir experimenta el fuego que le quema las carnes”. Continuamente, a lo largo del libro, el verbo pensar centra muchos de los diálogos y de las argumentaciones. Junto al verbo pensar, se unen los secretos. En plural. Como en EQED, todo lo que gira en torno a los secretos, lleva al lío y muchas veces es mejor mirar para otro lado (y no pensar): “Tú no hagas preguntas, que así no te dirán mentiras”. Subraya RD el ruido de la guerra y el ruido de la docencia: “Al igual que tantos profesores de enseñanza secundaria, era un bicho raro”. Y hablando de profesores, hay en algunas especialidades, algunos en concreto, que te cambián la vida: “El estudio de la Historia, decía, era en parte el estudio de los mitos y las leyendas que la humanidad ha entretejido en torno a figuras extraodrdinarias, como Alejandro Magno o Julio César o Carlomagno o Napoleón: eran todos ellos hombres, mortales, y siempre que fuera posible contrastar la realidad con la leyenda era maravilloso verificar qué les habían atribuido los aduladores y mitómanos”. Incluso nos lleva RD a 1812, a la retirada de Moscú de Napoleón contada por Stendhal. En esa profesión docente, hace hincapié en la provocación en la “incomodidad intelectual”, en la búsqueda de contradicciones que no siempre son tenidas en cuenta. Y si hay historia, RD nos dice que estemos atentos a la canción, y, en la propia canción, a los estribillos. Hasta hay referencias a la incomprensión, a la comida del martes de carnaval, a la contradicción entre riqueza, virtud y devoción (o de la forma en la que algunos llevan a cabo esa contradicción), a lo retrospectivo de la caridad y de que es importante saber que “si quieres fruta, come toda la que puedas, pero no te compres el árbol”. Sobre la supervivencia, RD nos mete, con calzador, opiniones sobre la importancia del cinismo: “Ser un cínico no es lo mismo que evitar la ilusión, pues el cinismo es otra clase de ilusión. Todas las fórmulas para hacer frente a la vida, e incluso muchas filosofías son vanas ilusiones. El cinismo es una ilusicón de las peores”. Y puestos a llegar al altar del diccionario, nos da el autor nuevas definiciones, como la de fanatismo: “Se trata de un exceso de compensación frente a la duda”. Aunque no sea martes (ni de carnaval ni el que va después de Semana Santa), toca elegir bando, toca escoger bandera, o credo, o cruzada: “Aseguraos de elegir aquello en lo que creéis, y sabed bien por qué creéis en ello, porque si no elegís aquello en lo que creéis, podéis estar seguros de que alguna creencia, y seguro que no muy de fiar, os elegirá a vosotros”. No todo es Libro de los Jueces, pero hay algo de ello en Mantícora, incluso al recordarnos, de nuevo, algo sobre ese verbo al que antes hacía referencia: “Estupendo trabajo el de pensar. Pero has de saber que también es el mayor refugio, la mayor escotilla de nuestro tiempo”. Y ya puestos a valorar, valoremos Mantícora como un libro con el que pensar en nuestras contradicciones y que no está de más asumir que “cada país tiene a los extranjeros que se merece”.

domingo, 27 de abril de 2025

The Office (USA). Primera temporada.

“Y hasta donde os alcanza la vista es mi reino”. Con esas palabras, tras hablar por teléfono con una mujer y siguiéndole el rollo como si fuera un hombre, se presenta Steve Carrell en The Office. Mientras los demás van dando la cara, gritando, mofándose de sí mismos y haciendo el cafre, empiezan a sumar los palabros sobre cosas y personas: “Yo la llamo Hillary Rara Clinton”. Llamadas intempestivas, palabras desafortunadas, conversaciones en voz baja sobre despidos, disfraces de gatos y el clásico “yo iba para cómico” y “soy Hitler, Adolf Hitler”. Y preguntas en voz alta: “¿Es el sueño de las niñas ser recepcionistas?”. Y el aumento nos lo merecemos todo. La profesionalidad ante todo. ¿A quién admirar? Si ponemos a Dios en el cuarto lugar de admiración sólo hay que pensar en los que van antes. Quizás no daríamos con la respuesta. ¿Cuál es la cara de preguntar algo? Gelatina para todos. O para casi todos. Colores y raza en la misma frase. Hoy sería imposible grabar muchas de estas escenas. Razas, atracción y sexo en una misma frase. Y la sorna no le gusta a más de uno, sea marroncito o no. Galletas para todos, definan o no al héroe. Hágase querer por una firma, aunque sea del Pato Lucas: “Quiero ver las olimpiadas del sufrimiento: la esclavitud frente al holocausto”. Y haciendo el palomo con tarjetitas en el pelo, el director regional reencarnado en ST, nos dice: “Habréis visto que a nadie le tocó ser árabe. Me pareció demasiado explosivo, y no va con segundas”. Judías verdes: “Eso no procede ahora. No me parece correcto llamarlas judías. Me parece ofensivo”. O no. Todo filfa en TO, todo chascarrillo con acento distinto, con y sin flequillo: “Para mí esto es un trabajito. Si yo ascendiera en la empresa, entonces sería mi profesión. Y, bueno, si esta fuera mi profesión, preferiría tirarme a la vía del tren”. El tren y sus metáforas. Más: “No es bueno mimar a la gente. En la selva no hay seguro médico”. Bajo esa apariencia de pánfilos, la crítica va a la sociedad, directa a la yugular, sobre esos momentos en los que estás rodeado en el trabajo de individuos a los que odias (“me paso horas ideando formas de devolvérsela, pero todas son delitos graves con pena de cárcel”), sobre las apariencias y lo que hacemos, y, sobre todo, sobre lo que pensamos hacer y, al final, no hacemos. O no nos atrevemos a hacer. Tomar nota. Confidencialidad y preocupaciones de mierda: “Meredith es una meretriz”. O no: “¿Qué gracia puede tener un útero extirpado?”. Hasta te da hambre viendo como se lo pasan y te sueltan de golpe: “¿Sabes una cosa? Si yo fuera alérgico a los lácteos, me pegaba un tiro”. Gallos, simpáticas muchachas y nada como que no tengamos odio en TO. ¿Quién pijo lee revistas de aerolíneas? ¿Existen realmente las revistas de aerolíneas? Y puestos a acelerar al personal, que no falten las drogas. Un intento de renovación que no siempre fue entendido por los amantes del vinagre. Por algo será.

viernes, 25 de abril de 2025

Bosch: Legacy. Tercera temporada.

El Lobo Plateado está de vuelta. Bosch, con esa cara que te deja pensando en lo que estará pensando, sacando su lado borde, si es que acaso tiene otra. La que se hace más preguntas es su retoño. Idealizamos a individuos que no son perfectos. Muchas grietas, que al principio no vemos, empiezan a aumentar hasta que el tabique no aguanta. Todos tenemos trapos sucios, montañas de basura planetaria que no hay cementerio nuclear que la acoja. Y “si hay que ayudar para enterrar a la escoria por segunda vez, se ayuda”. O lo que sea. Lo que pasa en Afganistán, se queda en Afganistán, aunque nunca se sabe cómo se reinterpretan los hechos del pasado en nuestro presente incierto. “Una familia no desaparece sin más”, pero siempre hay personas que hacen lo que sea porque desaparezcan los demás. Persecuciones, rumores no demostrados, encuestas que van mal, hacer negocios con las personas equivocadas, lazos rotos y familias que no ejercen de familias. Y de esa oscuridad que esconde Bosch (y su retoño), no hay escapatoria. Ninguna. Recuerdos de venganzas que se cumplen, recuerdos de dientes que se fueron por el camino, de globos que explotan antes de inflarse. Aunque tiene altibajos, ha estado a la altura de ejercicios anteriores. Y siempre hay algo que queda por resolver. Un cierre (de momento) con el bajar una persiana desde la que seguir viendo angelinas calles desde las alturas.

jueves, 24 de abril de 2025

Las pirañas. Tercera lectura.

Con Las pirañas no hay medias tintas, ni siquiera con la tercera lectura. Tengo que rebuscar en el pasado, en los archivos de viejos ordenadores, en un blog que ya no es lo que era para recordar la fecha de las dos primeras lecturas. Pero una vez que empiezas, el ritmo va a más, y ese “titiritero, saltimbanqui, de feria en feria, de nacionalidad imprecisa”, nos lleva a su terreno. Ese personaje, y otros, de este cuadro, “sin otra profesión conocida que la de enredabailes”, nos muestra un “coral de voces cencerrosas en suma”. Coral complejo, con este “apañamortajas”, de “conventos con tufo a sopa helada”, y con “euskalbarbas borrachos” en el horizonte. Menudo horizonte. Pero siempre hay un momento de resurrección, porque “solo en el dormir hay misericordia”. Las pirañas nos muestra desde el principio, sea primera o tercera lectura, a un “material de arrastre para gloriosos juegos florales” en el que encontramos “un discurso florido para el parlamento de la andada”. ¿Qué sería de nosotros sin la andada? Miguel Sánchez-Ostiz nos ilustra con ese “último y radical desamparo”, en el que no hay esperanza pero si al tercer día vemos algo de luz, nos aferramos “al rosario en familia”, y, si llega el caso, al “plato de guindillas para merendar” (aunque algunos lo preferimos para el desayuno). En esta imagen sin distorsión de “aldeanos críticos a lampar riñones”, siempre repetimos, aullido común en soledad taciturna, ese lema que debemos enseñar a las criaturas de la Formación Profesional Básica o a quien toque: “Antes que ser joven me capaba”. Y en la fauna, dándole a la tecla ahora, encontramos una señal de tráfico para “la busca de los proscritos, de los pródigos, de los toxicómanos, que llevan varios días sin tocar pared”. Repite mucho MS-O (y bien que hace) lo que nos encontramos y definimos en extramuros, en fuerapuertas, en ensanches. Y en Las pirañas leemos a aquel que “cuenta chascarrillos propios y ajenos, o más bien propios, y ridículos en el fondo, disfrazados de ajenos, e imparte, también como si estuviera en alguna colonia del Pacífico, allá por el mar de Joló, justicia, sí claro, justicia peregrina”. Y en esas peregrinaciones interminables siempre hay enredo y hay que “arrebujarase en esa tela de araña cómplices, encubridores, aliados, compinches, enemigos, afectos resobados, relatores, soploncillos, difamadores, celestinos, bufones”. Y sin solución de cambio tenemos carnet, en primera persona masculino singular, y ya es un “miembro cualificado de la pecera, a su modo, también una sardina brava”. Pero en este Belén sin inocentes todo atufa a “un tibio olor a establo, a invierno, a pasado”. Y en la huida, “nunca se vieron despojos como estos”. Y en mitad de ese “bárbaro apetito”, toca vivir el momento, y buscar “a cada especialidad su taberna, su trago y su posguerra, y con el tiempo su erudito”. Nada como encontrar ese cuadro, con esos grillos que no parar de gritar, “todo a punta de pistola o a punta de sus leyes infames”. Y toca comer, “caracoles de tapia de cementerio” sobre el “taburete de cuerpo de guardia” y acabar con el “carajillo quemado con el mimo de un ebanista de la corte del rey Sol”. Y cuando uno va a uvas sordas, llega tarde, tira el ancla, le tiembla la mano, coge el pastillero y acaba a “muecas naiperas” en mitad de la “sinfonía de casa encantada”. Todo es mentira, incluso si, en mitad de la noche, “alguno piensa si nuestra vida no será un puro tropiezo”. Puestos a tropezar, caigamos en los “andurriales de vivir del cuento”, caigamos en la andada interminable, caigamos en ese esfuerzo cotidiano de ir taberna tras taberna hasta encontrar nuestra casilla en el tablero: “Y al final apalancarse en el de la tribu, el genuino, y no moverse, ahí ni de coña, es decir, no moverse ni cuando cierran, conseguir que entonces te dejen estar a puerta cerrada y que te abran incluso para poder entrar si está cerrado”. Y apostilla MS-O: “Que las putas te conozcan por tu nombre de pila y hasta por tu apodo, que aquí apodos o mejor motes tienen todos”. Y en la recreación de esta corrupta historia, escuchamos “esta ópera de cuatro copas y los mismos bastos”. Pero no hay báscula que aguante este ritmo, esta andada, porque “casi todos lucen panzas soberbias”. Poniendo chinchetas en la pared, se conocen todos “en este kilómetro cuadrado que viene a ser un cuadrilátero de todos contra todos”. Y para rematar, testa sobre testa, compramos este fuego en invierno “puro Dickens”. Y en ese suelo sucio dickensiano, en ese dolor insano, ene ese “kilómetro cero que un tauromático bautizó nada menos que con el nombre de Selvática”, está este “pensamiento radical andante” nada como un recuerdo al PSP y a ese “PSOE del botín desvergonzado”, y a aquella frase (que también decía el hombre de la camisa verde) atemporal: “Yo de la guerra solo sé que no voy a ir”. Y en ese viaje de borregos, quedas oculto, incluso, en las ruedas, aunque “eran otros tiempos y que él se quedó atrapado en ellos (...) como en cepo de oso”. Y siguiendo la estela, vamos detrás de los “amigos del berrido intempestivo y del rebuzno”. Y las sayas de bruja, y los aristócratas, y los asuntos de sucesiones, y truenos de noches sanjuaneras, y decir las cosas de manera mendicante y asumir que “en este valle todos tenemos alma de granujas”. En definitiva, nos queda siempre “un viaje a una selva de lobos, a una ciénaga de sardinas bravas”. Y en el ombliguismo, siempre recaemos en esa mata de restos de camiseta almidonada, todo es euskaldún: “La trucha es vasca, todo es vasco, el universo es vasco, todo es preindoeuropeo, de antes de que el mundo fuera mundo”. Mundo con almax, con mucho almax, porque “estos no tienen empacho, puro Nuremberg, puro 1934”. Y puestos a buscar, busquemos: “En el seminario, sí señora, buen sitio, inmejorable, tan bueno como el manicomio o el cuartel o la cárcel”. Y aparte de la trucha, la raza: “Dicen que es cosa de la raza. Les gusta la raza a estos y lo que entienden de estas cosas”. Y aparte de la raza, el jabalí, el tiro en la nuca, emboscadas para todos. Habla mucho MS-O de la (re)conversión de los individuos, ya sean “rentistas de provincias” o “falangistas reciclados en gurús”. Quema de cartuchos (los últimos, los que peor suenan y más llaman la atención” para un personaje que es “un milhombres que ríe en la noche, a carcajada limpia”. Y en esos espejos, mil sombras de todo, se refleja siempre la miseria del prójimo, no la de uno mismo, porque esa nunca existe en primera persona del singular: “Por su despacho, que es tanto como decir por su bodega o por su despensa, pasan todos, y el que no pasa puede darse por jodido. En la trastienda de esta juerga fantástica se puede oír un vago fragor de seminarios y de conventos, de militancias varias y difusas, de militancia radical con los feroces etarroides o con los de la razón de la historia o de la lucha obrera, de panfletadas, multicopistas, saltos callejeros, pedradas, cócteles molotov”. Y, puestos a comparar, puestos a llevar al extremo, podemos encontrarnos con el “Kropotkin de la barraca” o con “el gran tenista hecho hamponcillo, un héroe sabio de la vida dura, de los que saben estar, la sentencia definitiva”. Ahora que estamos de aniversario planetario, podemos recordar (o intentar recordar), las nuevas sensaciones, que en el mundo pirañesco se traducen, por citar algún ejemplo, entre “enemas y humillación”. Y como no clarea, todo es tormenta perenne: “Se ha terminado, nos han quitado nuestras señas de identidad, ya no podemos beber, nos van a encerrar en casa, eso es un atropello, esto es la consecuencia de vivir en horizontal, del cortacésped y de la barbacoa”. A veces hay que soltar la carcajada, o no soltarla y creer en que podemos soltarla sin consecuencias ante la “pasajera y general irrisión de la parroquia”. Pero no. “No hay paraíso posible para esta humanidad”. Y como si fuera 1992, o 2025, “tanto seminario, tanto socialismo, para acabar viviendo de mangarla”. Y el personaje, nuestro personaje, sigue, existe, respira, aunque esté “intoxicado de la propia vida”. Y esas comparaciones continuas (“como Gordon en Jartum”) que no acaban nunca, como el personaje sabe a lo que pertenece: “A una raza de perdedores, de vencidos, a una raza de mercheros, de usureros de coacción, a esa tribu ubicua que entre sí se odian con furia ciega, que no con pasión, y se sonríen a piñata de teclado y se palmean las espaldas, de torpes que odian la inteligencia, la tolerancia, agredidos siempre por el refinamiento ajeno, torpes, sucios, llenos de ascos y remilgos, de un puritanismo que es insania de tratado de a mil páginas”. Con ese boli rojo, manchado a partes iguales de salsa y pacharán, el personaje se sabe “intoxicado de la propia vida, la que él se ha ido pacientemente construyendo”. Pero en ese ambiente, descrito pero no lo suficiente, aparece un “cotarrillo de matones, de profesionales del braguetazo, de la alianza ventajosa, estudiosos de fueros y privilegios”. Y subraya MS-0, en ese contexto, “el degradante sentimiento del siervo”. Y en ese cuadro, “viejo demonio el de ser aquel que no se ha deseado ser”. O no ser. Y hablando de diablos, “viejo demonio el del miedo a la vida, heredado como tantas otras cosas”. En esa “fúnebre galopada”, nos perdemos, o dejamos de perdernos. O lo que sea. Y ahí, MS-0, habla de manada, habla de cobardía, de claudicaciones, de rebaño y de poquedad: “Y si otro demonio es el pasado, cómo abolirlo, como abolir esos recuerdos fragmentarios de la infancia, de la adolescencia sombría, la culpa de todo, el no acertar, el no saber, cómo acallar las voces que desde allí llegan con el tono justo…”. Nunca acaban las preocupaciones, nunca escapamos de la soledad. Zarabanda. Antabus para todos. O para casi todos porque siempre hay “noches en las que anda acosado por el personaje que se ha visto obligado a representar de continuo”. Habla de la familia el autor, como “ese enfrentamiento sin origen ni término, inexplicable a la postre, peor que un fuego de esos que se consideran apagados y a la menor brisa prenden y lo abrasan todo. No hay rebabas suficientes, o no tenemos (tengo, 1ªPMS que decía EHDLCV) los arrojos suficientes para acabar con todo, porque la cara de pecado no nos la quita nadie. El personaje, en “un kilómetro cuadrado donde nada era lo que parecía y todo era mentira” solo puede salir perdiendo. Absolutamente mentira, como todo en la vida. Y con esa cara de tinieblas (¿se puede definir mejor?), siempre andamos “bailoteando como badajo en campana boba”. El fluorescente hace hincapié en “la condición de parias, de comparsas, de menestrales y de mirones…”. ¿Somos algo más en la vida aparte de eso? Y añade MS-O: “La calumnia, la peor de las mordazas, el buen nombre, todo mentira, filfa de primera calidad, instrumentos del sometimiento…”. Murga, nada como la murga. Y el momento de la zurda y “licenciado en bobería”. Y en ese retrato, en este retrato de “segundo día de inconmensurable novena”, de “ronda de un rosario de demencias”, nada como volver a la falsedad, eso que nos contempla y nos marca, de la que no podemos salir del cuadro. Nada como recordar otra frase (que no era nada de EHDLCV) que siempre se repite, antes del vómito: “Todo se arregla con cenitas”. Barbisss (o como se escriba, que tengo mala memoria) en el horizonte, que no falten. Picoloco al poder: “Hay que ir, mandando y templando y obligando o como quiera que se diga”. Desplantes para todos, que ahora Is nos canta una nueva versión de La Caja del Diablo. Y los corralones de la resaca y todo lo demás. Y el precio del paraíso, gran precio. Y esas descripciones, las que no llegan al alma, “algo de ritmo lento que la hizo famosa, se deja caer, parece abandonada, casi nadie anda por la calle y esta tiene algo angustioso, de tren perdido, de cita a la que llegas tarde, sobre todo si no es la nuestra” (y aprendemos el significado de fiemo en la farra, que siempre está bien aprender). Y ya puestos, buscar distancia de esa “legión de los licenciados y los artistas”, que nunca se sabe. Nunca se sabe. Raptos y despistes, compañía y asamblea dispersa: “La arquitectura, la empresa, la jurisprudencia, la política, los negocios y hasta el arte, sí, señores, y hasta el arte, todos reunidos”. Menuda reunión. Andorga, andorga, andorga. Kiliki, kiliki, kiliki. Quídam, quídam, quídam. Órdiga, órdiga, órdiga (parrillada de mariscos). Y ahora que en la prensa no hay descripciones de los que mandan, bien valdría un ejemplo: “Empezó de cursillista de Cristiandad, se puso unos zuecos de clínica, clop, clop, dijo que era anarquista, luego etarrón, batasuno y acabó, arrepentido, renunciando a sus pecados, donde todos, en el Partido Socialista, mañana ya veremos”. Joder, parece 2025, parece hoy, parece mañana. Chalota, chalota, chalota. Y ese Fernet Branca y, si hace falta, “compramos billetes de loterías premiados, el negro no tiene secretos para nosotros”. Ninguno. Uvas sordas, uvas sordas, uvas sordas. Nada más que añadir: “Para tener segura la pitanza y los vicios, y si se tercia, hasta las putas”. Claque, claque, claque: “Os imagináis lo que sería una patria para estrenar… Todo nuevo, joder, qué sueño más bonito, y todos dentro, todos vascos, pero nosotros solos, con nuestras leyes y nuestra cultura”. Y en esa hipérbole, convertida en chiste pequeño, leemos en este himno hecho letra impresa de hace muchas décadas: “Aquí todo dios va a tener que aprender euskera e informática y el que no aprenda, a la puta calle, no tendrá sitio, el sabrá lo que hace, y se ha acabado, se ha acabado”. Y ya puestos, “cuando se ponen a bodega llena, son temibles, le sueltan su vida escrita por ellos mismos, es decir, bien amañada, al lucero del alba”. Y más murga. Que no falte la murga. Que nadie nos quite la murga: “Hay quien opina que ha llegado a una situación en la que no puede envidiar nada, en la que lo mejor es no envidiar nada, porque sencillamente no tiene sentido. Nada envidiable. O todo, desde que haya siempre un rollo de papel de váter al alcance de la mano”. Y en ese marco, no cabe más brillo que el que no reluce: “Lo de nuestro hombre es una inveterada manía de no dejar al prójimo en paz, aunque afirme lo contrario, siempre atrapado en sus propias tonterías, bufón a pesar suyo, de escudriñar copa a copa sus miserias, de hacerlas añicos, de reducirlas a migajas, bien troceadas, bien masticadas, bien ensalivadas, bien deglutidas, de no dejar que saque la cabeza de sus propias miserias, de sus demonios, de sus vergüenzas”. Tal que así. Vaya retrato, vaya espejo. Y en esas “sólidas insensateces”, hay reflexión. Mucha reflexión. Demasiada reflexión: “Mas por qué no admitir, aunque solo sea por un momento, que es justamente la envidia, el rencor, los complejos, las heridas sin cicatrizar, las afrentas en silencio, la ambición, ese haber probado alguna vez los dones de la existencia, haberlos olido como los perros a sus amos desde el otro lado de la puerta, aunque estén muertos, y no haber podido olvidar, la sensación de que su vida tiene poco sentido, todo eso y mucho más, la soledad, sobre todo la soledad, el temor a que de pronto se abra un abismo a sus pies”. Zaquizamí, zaquizamí, zaquizamí. ¿Y alguien se acuerda del cuento de las tres hachas? Lo mismo de siempre, pero no siempre es lo mismo (EHDLCV dixit): “Todo este viaje, todos estos años, para acabar –el sabor de una historia demasiada vieja– escuchando sus miserias, sus gusanos, sus demonios, todo lo que permanece oculto y es en el fondo el motivo rabioso, la razón leprosa de ese éxito, todo para acabar escuchando este discurso abracadabrante sobre el amor burlado, la vida robada, la vida, cobrada y otras sandeces semejantes”. En la vida de este castañuelas, como en tantas otras, como en las nuestras por momentos, vemos como alguien se entretiene, o busca un refugio porque “no hubo veranos ni inviernos felices ni vacaciones ni hostias en vinagre, solo dolor y miedo y esperanzas frustradas y ambiciones pequeñas, nulas, nada de este mundo, todas liquidadas”. Y cuando te mandan callar, callas, que no queda otra. Bueno, queda la andada, “perderse en andadas monstruosas que le iban minando, hasta que su vida no ha sido más que una andada”. Fuera de lugar, que diría el otro, porque “nuestro hombre proviene de un tiempo que parece haber sido abolido para siempre, y si parece, es que lo ha sido”. En ese dolor, cuando no se levanta cabeza, “no hacía otra cosa que echar madera a la caldera de su insania”. En este retrato, con su fatal cuarta jornada, “de nana en prosa”, no hay que suavizar nada porque el infierno es así. Subraya el autor la importancia de “no nombrar las cosas”, intentando que así no existan. Pero existen, “porque tener miedo es un toque de distinción”. Las pirañas da miedo por su realismo, por “los días de sueños malogrados, de proyectos en común que duran lo que dura una maldita noche de tregua, trampas, antojos, trampantojos, toda la faramalla, la pantomima, la comedieta del común de los mortales, el barullo, la intendencia, el menaje, la Biblia en verso, la vulgaridad una patria, el destetarse, el darse cuenta de que la vida que uno hubiese querido era otra y esta en otra parte, y de ese follón no salimos, mierda, que no salimos”. Y llegando al final, aunque no queramos, todo es fracaso, todo “enfermiza atracción hacia todo lo que es enfermo, imperfecto, hacia todos esos lugares furtivos donde crece el horror”. Quizás algunos lo resumen con el miedo a la soledad, quizás que las quijoteras no funcionan bien (no nos funciona bien nada en ciertos momentos de la vida, que decía EHDLCV), quizá “lo que pasa por la cabeza de la gente es peor que lo que pasa en un ataúd a tapa puesta”. En definitiva, nada como volver a esta lectura en la que siempre aprendes a pensar en lo realmente importante, en lo que hay que subrayar en nuestro esquema mental para poder seguir adelante. Pero no siempre lo conseguimos y, antes o después, acabamos en el callejón que nos acecha como perro que vagabundea cuando la lluvia arrecia. Y hay épocas en las que la tormenta no para. Perenne.