Acabo de terminar de leer Derrumbe, de Ricardo Menéndez Salmón. El mundo desacelerado es el mundo de la venganza. Derrumbe es una novela de gente inadaptada que lleva a cabo actos inexplicables. La ética y la estética cosidas con hilo de pescar. La muerte y su peso, y su cambio. La aberración no es marketing, está ahí cuando cogemos la prensa por la mañana. No es sorprendente el hilo argumental de estas 189 páginas. Fascinante, sí. Y las venganzas están a la orden del día. Unas dulces, otras más agrias, pero venganzas al fin del flan que siempre hay de postre en cualquier casa decente. El orden y la aberración van muchas veces de la mano. Y las obsesiones. Cuándo se nos mete algo en la cabeza es muy complicado sacarlo. Buscad y encontraréis, dice un pasaje bíblico. El problema es que la esperanza es un valor a la baja en la Bolsa sinfónica de la vida. Pero hasta los zombies tienen sus devociones. Y las fotos solitarias son difíciles de sobrellevar. Y siempre estamos tentados de entrar a ese bar a la vuelta de la esquina, siempre abierto. Y la luminosidad de los estribillos. Y entonces caes de rodillas, y que crees que te ahogas, que te falta el aire, que te pesan los codos, que te duele el alma y te ofende la inteligencia de los demás. Las cabezas de los locos son puzzles a medio hacer, nunca sabes cuál puede ser la última. Perder la vida, la propia y la ajena, por algo intangible, por algo imposible de tener, por algo imposible de imaginar. Las conductas híbridas de la postmodernidad, en la que cabe todo, desde mezclar ginebra con bebidas de colores a tocar una barriga preñada en mitad de un autobús, en la que caben, a la vez, Kant y Kafka, y un tipo sin piernas. Derrumbe, en fin, una novela con mayúsculas, de lectura obligatoria. Y punto.
Hace 3 horas
2 comentarios:
DE JA ME LO.
Vale, yo tomo nota de este libro
Tu pasión ha sido determinante
muakkkkkkkk
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