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sábado, 8 de marzo de 2025
Mil Golpes. Primera temporada.
Mil Golpes tiene un punto de Deadwood que no sabes si da miedo o atrae un poco más “pero la mentira es tu amiga”. Puestos a mentir, saquemos las mentiras a luchar, a buscar un nuevo dialecto, habladurías, “el salvador del hombre común”. Nada como vender “alcohol sanitario con la etiqueta de ron jamaicano”. Habla mucho Mil Golpes de ajedrez, ese deporte convertido en “sarta de mentiras”, de embustes, de sombreros en tiempos de verano, de caballos en época de mucha mierda por las calles porque “todo el mundo puede robar a los de abajo”. Pero también hay robos en Mil Golpes para los ricos, que la seda va a la par de las joyas y de los relojes de agujas (y las enaguas también sisan, sisan muy bien, son las que mejor sisan, que decía el hombre de la camisa verde). Enfados, días y cielos amarillos. Recuerdos de hospicios, que “las sombras se nos quedan pequeñas”. Muy pequeñas. En este delirio de personas que solo piensan en llegar a mañana, en voz alta escuchamos una homilía que no siempre se cumple: “Para sobrevivir en Londres debemos pensar que somos más grandes que esta ciudad y que nuestro infortunio es temporal”. Pero ese infierno, llamado capital inglesa, no siempre nos invita a tarifar, porque hay obligación de engaño, de sangre caliente, de objetivo prioritario con una apuesta que consiste en “darle al emperador la oportunidad de restaurar su reputación”. Todo tiene un precio. Como en Pulp Fiction, siempre hay un asalto numerado en el que caer en esa ciudad en el que “demonios tiran del carro”, pero el carro albionista tiene termitas. Matar para seguir siendo el número uno, aunque hay que considerar, llegado el punto que “sólo las jaulas son para los animales”. En esta epopeya, de elefantas y proletariado con falta de sandalias y agua que se pueda beber, la seda tiene un precio milagroso: “Una polla que no haga bebés y una lengua que no responda”. Entállate, pero sin cinta (y menos, métrica, que medimos distintos). En ese traje que no nos entra, no hay amistades, ni revoluciones: “Somos delincuentes comunes y prosperamos con el despiste”. Y en ese despiste, confundimos amistad y cuitas, porque “no es mi amigo, era un cabrón con problemas, con muchos problemas”. Lentitud. Siempre llega alguien más joven que nos sustituye, que nos deja atrás y al final nos vemos con el agua al cuello, aunque el agua esté muy sucia: “A veces el destino es como este río, te aclara exactamente lo que necesitas”. Ajedrez en tiempos de barro, aunque, tiznados “podemos ser hombres, pero nunca humanos”. O casi nunca. Hágase querer por una impertinencia, o por días negros llenos de barro: “Puede que estemos en el fondo del barril, pero vamos a flotar con elegancia hasta la puta cima”. Claro que no. Viva el desagüe y ya sabemos que “el puño limpio está muerto”. Y el brazo muerto, a la sierra. Monte un número para acabar con vajilla falsa. Todo es una gran farsa, hasta el mejor de los combates. Y en la noche, tanto la venganza como el color de la piel, e incluso el cainismo, se confunden. La protección, convertida en traición, se transforma en locura. De la peor. Nada como unas pieles para acabar bien metalizado. Y nada como citar a Shakespeare en el lugar equivocado, con las banderas equivocadas de fondo, en el acontecimiento equivocado. Y queda claro que “la mentira es lo único que nos mantiene con vida”.
viernes, 28 de febrero de 2025
Lykkeland. El tiempo de la felicidad. Tercera temporada.
Hágase querer por un dedo cosido a su posición original. Hágase querer entre la medicina y las finanzas, entre la familia y las visitas inapropiadas, entre saber lo que hacer y querer hacer lo que no sabemos: “No es delito ser un capullo”. Pero ser un capullo tiene consecuencias, aunque no sea delito. No deja lugar a los espacios equívocos El tiempo de la felicidad porque siempre hay ataques, ya sea externos o internos, que nos dejan fritos. Crear, columpiar, innovar, poner en su sitio los asuntos, las cosas e, incluso, la familia. Con ese ritmo lento, sin prisa, El tiempo de la felicidad ha construido un buen relato, un ejercicio de comprensión de un proceso en el que se ensamblan máquinas y personajes, seres y piezas, válvulas y miembros de un cuerpo que da satisfacciones y también muchos quebrantos. Crisis bancarias, hipotecas, sueldos que no se cubren, despidos, ejemplos holandeses: “Sé que no es el peor día de tu vida. Ni el segundo. Pero no es bueno”. Y como decía el hombre de la camisa verde, y también ETDLF, “nada es nunca para nosotros”. Prudencia en épocas de imprudencia. ¿O era al revés? Ni retirada ni jubilación, que eso es un vocabulario trasnochado. Adicción a un trabajo que no acaba nunca, aunque poniendo en esa balanza que siempre va al mismo lado, dudamos entre familia y trabajo. Y volvemos a dudar de esa normalidad que aburre y abruma, que asusta y adormila. Humillaciones y discusiones, pero no todo va para ser puchero de marrano de engorde: “Somos buzos, no gais que se acuestan con desconocidos en saunas”. Y la pregunta del millón: ¿Hasta cuándo el petróleo? Hay veces que hay que tragar vinagres, saltar al vacío, hacer lo imposible por la familia política, y, si toca, rezar aunque el ateísmo sea tu religión y preguntarnos: “¿Deberíamos sacar pecho por contribuir a una sociedad clasista?”. Esta tercera temporada de El tiempo de la felicidad nos lleva a reflexionar sobre las dependencias: dependencia de Dios, dependencia de la familia, dependencia de las drogas y, sobre todo, dependencia del capitalismo, porque hasta los más recalcitrantes enemigos del mismo se derriten ante un buen cheque cargado de ceros. Pero al final, todo se reduce a lo mismo: “Jugamos al Monopoly. Nos compramos la primera casa, tenemos suerte cuando todos caen en nuestra casilla antes de que puedan comprar nada, y, de repente, tenemos un hotel y podemos ir a por todas. Y esta casa me la quedo yo. ¿Cómo? ¿Sólo dos casas? Pues venga, me las quedo yo también. El que inventó el Monopoly lo hizo para que la gente entendiera lo injusto y arbitrario que es el capitalismo. Nos subestimó. Todos somos avariciosos sin remedio”. Y yo quiero más casas.
viernes, 21 de febrero de 2025
Crimen de Irvine Welsh. Segunda temporada
La segunda temporada de Crimen de IW vuelve entre hormigas, sogas y dudas acerca del miedo: “El miedo: la emoción humana que nos indica si debemos luchar o huir. Es bueno enfrentarse a tus miedos, pero hacerlo no garantiza el éxito. Si así fuese no habría que echarle tanto valor. Enfrentarse al miedo no significa vencer al muy cabrón. No, ese es un reto muy diferente. Pero todos debemos hacerlo para seguir viviendo”. Viva el delirio, el ocultamiento, la vuelta a la rutina. Cenizas futboleras para intentar dejarlo todo atrás. “Los viejos miedos engendran otros nuevos”. O no. Y ya sabemos que “si la policía no es imparcial, la democracia está jodida”. Y si no se puede pasar del límite, habrá que “engañar al sistema, no luchar contra él”. Y en el retrato de CDIW nos queda claro que “las familias son un desastre, siempre tienen algo que ocultar”. Todo es mentira, porque “nadie consigue las cosas con esfuerzo”. Nada como el riesgo, como el barranco para hacerte la pregunta incorrecta, vayas de uniforme, con bata o tiza en la mano: “¿Quieres seguridad siendo policía en un mundo que se cae a pedazos?”. Nada como unas calaveras para volver a la realidad, aunque la realidad solo sea un pozo sin fondo, o un padrino que recae, o un jefe que da la desbandada aunque no llegue a la costa. Pesadillas para darte cuenta de que “nuestros fracasos crecen como tutores en nuestros corazones fatigados”. Si no había esperanza con la primera entrega, CDIW nos deja una segunda para asumirlo, para no creernos cuentos de catarsis ni reformas formales. No. Todo mentira. Siempre: “Hay cosas dentro de ti que nunca se van. Traumas y emociones que por mucho que intentas afrontarlos, siempre te tendrán cogido por las pelotas. Al intentar construir un mundo seguro en el que no suframos daños, al eliminar las amenazas físicas creamos las condiciones ideales para un insidioso colapso mental”. Y nos lleva a pensar si está permitido pensar, sólo pensar, matar a un nazi, aunque esas ideas sean de “pijos e imbéciles”. Y va a ser verdad que “el mundo es un pozo negro lleno de monstruos”. Y en esas cuitas, el personaje nos sigue dejando perlas a su estilo: “La pérdida es omnipresente e implacable. Pero las cosas que si queremos perder como el dolor, la inseguridad, la ansiedad, la desesperanza y el cansancio, tienden a quedarse. Y la desesperación, la sensación de que nos quedamos sin opciones, eso es lo que nos lleva a lugares extraños y oscuros”. Todo mentira, incluso, hasta la necesidad y la dignidad, pero pasan cosas “cuando los niños se hacen hombres”. Pero siempre está bien que la venganza, de la forma que sea, salga a relucir aunque sea en la mayor de las parálisis. Sin estar a la altura de la gran primera temporada, CDIW sigue estando a una altura considerable, incluso, recordando ese pasado con dolor, para pegar un salto a un vacío casi inimaginable.
El Pingüino. Primera temporada.
El comienzo de El Pingüino no sabes si tomártelo en serio o si va de una parodia mafiosa de poca monta. Luego se va enderezando, porque “nadie es intocable” y ya sabemos que todo es mentira porque hay preguntas que se contestan solas: “¿Cómo va a saber alguien lo que vales si no se lo dices?”. El Pingüino, en su versión de monstruito postmoderno refrito de muchos otros capos salidos de abajo y con aparato (da igual que sea en las piernas o con cicatrices en el rostro), nos muestra lo que vale hacer negocios y de que el trabajo no siempre es la salida profesional para el ascenso: “El mundo no está hecho para que triunfe el hombre honrado. Ser mecánico es un buen oficio, ese debería ser el sueño americano, una historia bonita con final feliz. Pero el mundo no funciona así. Todo es un chanchullo”. Y en esta historia, entre saltos en el tiempo y padres muertos, entre oleadas y medallitas para el tartajoso, nos deja claro que “no se dan premios por morir en los suburbios”. O quizás, mejor hacerse el tonto y no buscar letanías, porque “si te crees nada, serás nada hasta el día en que te mueras”. El Pingüino se concentra más en el pasado que en el presente, es una historia de mentirosos que no pueden superar a la mentira universal. Ni a ninguna. Ni al fuego ni al agua, aunque te abracen cuando te quemas o cuando te ahogas. O te obligan a la llamada, y luego no hay solución porque “no se construye un imperio con dos putos cubos”. En el cambio de cromos que es la vida nunca sabes si hay suficiente pegamento para aguantarlo todo, o para gasear a la familia. La diferencia no es importante. En ese tablero de ajedrez, todos somos “peones, ignorados, prescindibles”. Y aparte de peones, somos setas que buscamos una humedad en cualquier túnel, también ignorado, también prescindible. Pero al final, todo es codicia y la búsqueda de una lealtad que no solo se consigue con dinero. Y puestos a humillar, siempre es más fácil hacerlo cuando parece que no habrá mañana y no hay que dejar a nadie que sepa nada por el camino.
jueves, 20 de febrero de 2025
El borde cortante
Tenemos mucho chalado alrededor. Cuatro de cada cinco, decía el hombre de la camisa verde (sin contarse él, que estaba en una categoría superior al chalado, por supuesto). Si a eso sumamos la adolescencia, con su etapa previa y posterior, se crea un clima que ríase usted del infierno (o de la tundra, que eso también lo decía mucho EHDLCV). Pero El borde cortante nos lleva al extremo, al hospital y a su fuga en re menor, entre autobuses y palmeras, de tipas cuya vida “ha sido una infinita sesión de terapia”. Ahora utilizamos muchos eufemismos para todo, soltamos “salud mental” para no llamar a las cosas por su nombre, rebautizamos todo para no definir a los locos como locos y a los gilipollas como gilipollas. Todo empieza en el colegio, sigue en el instituto y, entre apareamientos varios y retos virales de redes sociales, termina en lo que antes era la universidad y ahora una ludoteca subvencionada con profesores en bambos y mascando chicles. Y los papás, o los que hacen de papás, tienen su culpa, aunque algunos ya llevan la locura en los genes. El borde cortante, pese a que creo que le sobran páginas, se hace de lectura fácil y diálogos rápidos (aunque con demasiada terminología entre confusa y loca, nunca mejor dicho), y contiene una sorna que nos lleva “del Tercer Reich a Torre Pacheco”. Entre el Luis Valenciano y el Román Alberca, siempre nos podemos encontrar a individuos con esas retinas ilustradas con palabras por el autor: “Los ojos, que son claros y que transmiten la sensación de ser una puerta cerrada para siempre”. Me gusta la valentía de Ginés Sánchez para llamar la atención sobre la contaminación, sobre la corrupción (“Primero pones a un consejero de Agricultura que sea negacionista de esto, ¿me sigues? Y luego pues ese consejero empieza a hacer trampas. Venga, hagamos una comisión que regule los vertidos. Y se hace la comisión, claro. Pero luego el mismo consejero se olvida de darle dinero para que trabaje. O de darle competencias. O se olvida de establecer cuál es el órgano que tiene que hacer las inspecciones. O se olvida de decir cómo hay que hacer los controles. O a quién hay que inspeccionar…”), sobre las tradiciones envejecidas convertidas de sábado fiesterosardinero en Murcia (“¿Esto qué son? ¿Reminiscencias de la marquesa tirándoles monedas a los pobres o qué pelotas?”), sobre la cultura de la cancelación (“¿Fue por lo de Orenes en sí o por lo del presidente acodado en la barra del casino los sábados por la tarde?”) y el pirañeo propio de una región que vive en una cloaca permanente en lo político y en lo ecológico porque “cuando entran en juego los intereses, pues empiezan a sonar los teléfonos”. Creo que habría quedado mejor, como entiendo yo la lectura, si se hubiese centrado más en lo salvaje de lo contaminado que en esos seres destrozados carne de locódromo, pero siempre está bien magnolializar el relato, aunque no te apellides Anderson y seas Sánchez: “Cuando se viven determinadas vidas, el suicidio es más que algo aplazado”. Y como todo es mentira, ya sabemos que “la verdad no existe y esa es la única verdad”.
miércoles, 12 de febrero de 2025
La península de las casas vacías
Termino, después de un mes de lectura entre recreos y huecos entre clases, La península de las casas vacías, de David Uclés, mientras en Murcia tiran los muros de la Cárcel Vieja para convertirla en bar, o restaurante, o lo que quieran. Ese es el nivel de nuestros políticos, y no es raro que la gente pase del asunto, o, directamente, no le importe. Es un libro complicado LPDLCV, porque el asunto de la guerra civil española no es fácilmente digerible a estas alturas. En la página 22, se lee: “En Iberia, país al que pertenecía Jándula, con voluntad, paciencia y algo de fe, en ocasiones la lógica se invertía al capricho de sus habitantes”. España es diferente y siempre caótica. Es raro que no hubiese más guerras civiles a lo largo de los años porque como dice DU “los gañanes no leemos, solo cavamos la mayoría nuestra propia tumba”. Esta es una novela de muertos pero sin tumbas apenas, de misas dichas y pospuestas, de gente que no era de política hasta que un empujón los metió en un torbellino de ideas equivocadas y ajenas. LPDLCV es una novela de mucho luto, de dolor, de liturgias que se respetaban, aunque no se comulgaba con ellas (Corpus Christi), de recuerdos de Imperio Argentina al principio y al final del libro, de cabañuelas y de idas y venidas, de grapas e istmos, de asesinatos que son previas y jaleos provocados por “niños grandes que se creen que van a cambiar el país”. LPDLCV habla de tierras pobres y pobres sin tierra, de santos y hábitos, de carnets que se utilizan y de bandos incontrolables, pero es que en la guerra (casi) todo vale. Deja buenas frases (en el realismo mágico o sin magia no me meto, que empecé siete veces CADS y ninguna vez pasé de la página 20), porque para entender aquel enfrentamiento muchas veces hay que ir a lo básico, a las oraciones sin rezo y al rosario a medio recitar: “Los políticos no tienen campo. Si no, no tendrían tiempo de inventar tantas cosas”. Y entre ajusticiamientos y comuniones van pasando páginas, entre cristales hervidos y ligas en el bar, recuerdos de Casas Viejas y de Castilblanco, de personajes que llegaron a mandar sin motivos más que su enriquecimiento o su tortura interior, como esa Carmen Polo que describe con palabras DU: “Intuyó que aquel hombrecillo podría mantener su mayor afición aparte de ir a misa: las joyas. Misa y joyas, una relación que de por sí dice más de ella que cualquier biografía”. En LPDLCV se habla de radio y se escucha la radio, caen del cielo panfletos y pan, crecen acelgas como sacramento de confirmación, se enumeran palacios por los que pasó Franco y campos de concentración donde pasaron otros españoles, se recuerdan matanzas, bombardeos, checas, sacas, paseos y nos ilustra el autor con palabras aquella situación a la que llegamos por (de)méritos propios: “Somo un país de necios, aquí y allí, por muchas camionetas de maestros y muchos ateneístas espabilaos que haya. La inepcia nos carcome”. También nos muestra LPDLCV la incompetencia y la maldad de unos mandos militares más preocupados por el desgaste y el alargamiento de una guerra que ya está en los libros, aunque “los libros y tanto pensar no traen nada bueno”. Reflexiona DU sobre la forma en que los libros de texto pasan muchas veces de puntillas sobre esta guerra entre hermanos, este fratricidio universal convertido en hechizo maldito que sigue aquí porque no hay manera de entender los augurios ni los viajes áureos a Moscú ni los ganchos con los que troceaban los cuellos. La llegada de la guerra a los pueblos fue distinta a la urbanita, aunque se transformó en venganza y rencilla, en cambio de vocabulario y de festividades, en modificación de hábitos y prohibición de costumbres. Nada como esas palabras de Odisto a su hijo José: “¡Te vas a una guerra, a una guerra entre hermanos donde todos seréis cainitas! ¡No sois derechistas ni izquierdistas! ¡Sois hermanos!”. Pero como todo es mentira en esta vida, ese todo se resume en una buena frase que se encuentra en la 281: “¿Qué coño vas a hacer con las ideas cuando te pongan el cañón en la boca?”. Hace DU mención musical para acompañar malos tragos o amargos, que a veces confundimos los sabores y olores (“supieron que habían llegado al campo de batalla por el olor podrido de la guerra”), las desbandadas y los zulos, los carniceros, los límites que no existen en la guerra y esos ruidos que se te meten en el alma y ya no salen en ningún momento (“conforme se acercaba al enemigo, oía el ruido de la guerra con mayor contundencia”). LPDLCV es un retrato de personajes citados (no sé si en el contexto adecuado), de intelectuales y fotógrafos, de compañías de teatro y tiros de gracia, de países que viven juntos pero no conviven, porque la convivencia es imposible si no cedemos en muchos puntos. Además, se refiere DU a esos momentos de ausencia sonora, “de ese silencio general, el que siempre presagiaba la batalla”. En esos silencios siempre hay un recuerdo para mártires y esquelas, para hojas de biblia reconvertidas, para esos suicidios que se convirtieron en repetición (fuera y dentro de los triángulos), para los que solo podían obedecer en su condición rasa, para asedios y treguas, y de cómo todo se transforma y la enseñanza más común se simplificaba con la ausencia de planes. Y en esa ilustración de lucha y muerte incluso hay hueco para fotografías presentes y escondidas, para quintacolumnistas y milicianos hoy totalmente olvidados porque, como escribe DU, tras aquella locura de guerra, postguerra y dictadura todo se tapó con un “pacto de silencio”. Y la entrada en las ciudades y las salidas de los puertos y unas fronteras que no eran más que espino con el que caer y no poder levantarse. De la infinidad de citas me quedo con la del olvidado Julián Besteiro, hoy borrado hasta en las filas del que fue su partido: “Me quedaré con los que no pueden salvarse. Es indudable que facilitaremos la salida de España a muchos compañeros que deben irse, y que se irán por mar, por tierra o por aire; pero la gran mayoría, las masas numerosas, esas no podrán salir de aquí, y yo, que he vivido siempre con los obreros, con ellos seguiré y con ellos me quedo. Lo que sea de ellos será de mí”. Con ese tiempo mecánico, de reloj, nos recuerda DU que “en una guerra siempre gana el que tiene más tiempo”. Un libro que nos recuerda que no está de más recordar, en más de una página, nuestro pasado, por muy oscuro que fuese y si se nos escapan las lágrimas, será, como decía el hombre de la camisa verde, por algo: “Todos lloraban, pues en la guerra, raro es el hombre que no se siente solo y llora, que no se siente herido y llora, que no ve la muerte venir y, acongojado, llora; por mucho que el cine y la literatura nos muestren hombría y poca lágrima”.
sábado, 8 de febrero de 2025
The Order
En el minuto 37 de The Order hay un diálogo entre el nuevo cachorro blanco que dice vivir la economía racial frente al viejo tiburón blanco que es acusado por el nuevo cachorro blanco de predicar en un desierto que es blanco pero que no se siente igual. Ambientada en 1983 y 1984, podría ser perfectamente aplicable al 2025, con o sin alas cortadas porque “en toda revolución siempre hay alguien que tiene que disparar primero”. Asaltos a bancos, ataques a sinagogas y cines porno, bombas hechas señuelos y persecuciones en un mundo hecho de mentiras. Porque en The Order todo es mentira. Neuronas al servicio de un gran plan, pero todo está podrido en Yankilandia, ese “gran país de mente cerrada”. Crisis al servicio de la idea equivocada, o de la falta de ideas, o de argumentos, o, directamente, del relato. The Order te pone en el estrado de la decisión, entre palabras y hechos, en las decisiones equivocadas: “Nos enfrentamos al exterminio de nuestra historia, de nuestra propia forma de vida”. Y con ese ladrillo, se puede montar un muro. O las cárceles que quieras. Hágase querer por 6 pasos, o por quinientos, para llegar al delirio: reclutamiento, obtención de fondos, revolución armada, terrorismo nacional, asesinato y día de la soga. Todo mentira, incluso en la doble vida, en la falsedad de los argumentos, en los chismorreos, en la palabrería de una historia que se cimentaba en el peor de los dramas: “El ganado, muere; los compatriotas, mueren; yo, moriré; lo único que sé que nunca morirá son las hazañas de un hombre muerto”. Lo dicho, hágase querer por un pensamiento equivocado y se meterá en líos de los que quizás no vuelva. O no quiera volver.
miércoles, 5 de febrero de 2025
Herrhausen. El banquero y la bomba. Primera temporada
“Un deudor muerto nunca pagará el dinero que debe”. La frase, del primer capítulo de Herrhausen. El banquero y la bomba, nos lleva a la pregunta y la posibilidad de una quita total de la deuda de los países endeudados. ¿Qué tipo de personaje podría hacer tales afirmaciones en 1987? ¿Quién perdió la IIGM? ¿Qué tiene que ver la deuda de Méjico con la alemana? ¡Condonación, condonación!! Vocabulario, trasnochado vocabulario: “No se trata de deuda sino de configurar el futuro”. ¿Entonces? ¿Lo perdonamos todo o somos inconscientes? ¿Se puede mirar continuamente hacia otro lado? Y en el partido de tenis entre hombres de corbata, siempre hay una réplica: “El valor añadido exige deudores”. Y desde el resto, de nuevo, la iniciativa: “Pero en un mundo limitado no hay crecimiento ilimitado y hay que ser innovadores. No sólo en cuestiones de deuda, sino que debemos pensar en todo”. Y, gritando entre un Nole antitodos y un Roger estilista, se le acusa con la tierra batida en la garganta de panfletista rojo al hablar de condonación. No hay juez de silla y el punto se alarga: “Para nosotros, un desplome bursátil es peor que una condonación”. Entre banqueros anda el punto: “Si algunos bancos no han hecho sus deberes, es su problema, no el nuestro”. El juego también lo lleva a cabo el poder cancilleresco, que Helmut mandaba mucho… El set, la junta. Y más frases: “Estados Unidos tiene una crisis de deuda más importante que la del Tercer Mundo, y nos afectará sobre todo a nosotros”. Se habla de presión constructiva, porque entre yanquis y alemanes anda el juego desde hace muchas décadas. Hágase querer por Bonn antes de Berlín. La lupa. La vigilancia. Rutinas a poner en entredicho. Hágase ser querer por lo antiprusiano: “Tenemos que ser desordenados, el peligro lo requiere”. Objetivos. Dianas andantes. Cambios. Hágase querer por una reja. Y Gorbachov, y reformas, y cambios inimaginables hasta que llega el caos. Hágase querer por un presupuesto soviético (viva la bancarrota): “La quiebra de la Unión Soviética es mayor de la que se intuye, y la RDA vive de su ayuda. ¿Qué pasará con la RDA cuando deje de existir la Unión Soviética?”. Y entonces, la Fracción del Ejército Rojo sale a escena: “Alemania y sus autoridades son historia”. ¿Qué no es historia? Vivan los rituales, sean o no sean soles de mediodía. Y las reuniones, los Mercedes iguales uno detrás de otro y saber que “lo que vale para Méjico vale también para el resto”. Hágase querer por un micro, hágase querer por los intentos de resurrección imposible, hágase querer por la moneda, por la inversión, por los defensores del mercado, por los que van en contra de todo. Ni una encíclica engloba tantas preguntas como la primera temporada de Herrhausen. Amigos entre amigos hasta que dejamos de ser amigos. ¿Qué es una probabilidad? ¿Quién hizo lo posible para que hubiese un día después de la caída de la URSS? Dormir y cohabitar, todo mentira, que la vuelta no es solo un pañuelo blanco en la americana. Mejor no hablar, que los bancos siempre dan problemas. Y siempre recordamos una caída del caballo, un Damasco particular, una casa de verano, una velocidad inusitada entre pinos. O lo que sea. Redenciones y Cristos camino del calvario. O de los calvarios. Vivan los negocios. Lo correcto es una conversación olvidada en mitad de un claustro, en mitad de un camino polvoriento, lo que queda escrito en una carta en un cajón de una mesilla. No se puede rezar esperando milagros siempre, que toda profecía llega antes o después: ¿Predecible o evitable? El pánico y ese dolor detrás de un mapa enorme: “Debemos decir lo que pensamos y luego hacer lo que decimos, y también debemos ser lo que hacemos. Entonces tendremos credibilidad. Esta adicción a ganar dinero rápido ha debilitado las estructuras consolidadas”. No hay calma pensada para asumir una catástrofe económica planetaria. O, quizás, tampoco tengamos soluciones para nada. O para casi nada. O para ni coger un teléfono. Pinchame y sabrás si sangro o cuento billetes, o pienso en la rentabilidad del dólar, o creo que una camisa sin botones es mejor en China que en ningún sitio. El crédito discreto, el crédito con garantías federales, el crédito a los rusos que un silencio es mejor que palabras que no se entienden en el mercado. Glasnot, Perestroika, Kissinger y superpotencias que quieren un plan B: “Ser militarmente fuerte no es suficiente”. Motivos para hacerse amigos de la URSS. Siete ni más ni menos, enumerar el miedo de los demás. El protagonista busca catarsis, y los americanos, siempre con la Z del insecticida van contra esas ideas utilizando a los antagonistas, porque las ideas preocupan cuando se dicen en voz alta: “A veces pienso que Gorbachov tiene la misma misión laberíntica que yo: reformar una empresa apática donde nadie cree en el cambio”. Y esas preocupaciones del jefazo del Deutsch Bank ochenteras, entre visionarias y apocalípticas (¿no es eso toda Edad Media o la Guerra Fría?), lo mismo valen para las caídas de ladrillos que para los bombardeos de ideas imposibles: “Un tercio de la población mundial no tiene acceso al consumo, por lo tanto, a un de tercio de la población mundial debemos ofrecerle las condiciones de acceso al consumo”. Sumas, manchas en la frente y colapso, aunque sean la mitad de los capítulos y sin supermercado ni gasolinera ni barco en el que huir. Comandos partidos, o partes de un comando. Secuestrar o matar. Saltar por los aires. Pero todo es por el dinero, porque “el dinero que no va ligado a proyectos es un error”. Visiones amplias, bicicletas, saltos al vacío. Visiones y casas que no son representativas de su pensamiento: “Muchos errores se cometen cuando a las empresas les va bien”. Más Cristos y hospitales, siempre redención, siempre buscando un Cirineo que ayude con la cruz, o con una escapada húngara, o un espino que cortar, como el que corta flores ajenas para personas ajenas. Tormenta para todos, decisiones que son sueños imposibles. Pero todo requiere dos velocidades, y siempre hay detractores e incluso hasta la revolución es mentira: “Deberíamos esperar a que se pose el polvo de los escombros para ver con humildad hacia dónde nos llevará este viaje después de la revolución”. Pero no hubo ni revolución, y cada ladrillo caído, otra losa para enterrar ideas y represión a partes iguales. Y puestos a rizar la bomba, nos preguntamos: ”¿Por qué no votamos primero si realmente queremos votar”. Todo, al final, es como un chiste sin gracia y, sin final propiamente dicho. Una buena serie para pensar que toda reestructuración por las buenas sigue siendo imposible. Pero siempre hay que recordar las derrotas para saborear mejor la mentira de las victorias. O de las falsas victorias.
jueves, 30 de enero de 2025
Conquistadores
Conquistadores, de Eric Vuillard, me ha gustado mucho menos que Una salida honrosa, o 14 de julio. Ni que decir respecto a El orden del día. Se va EV en Conquistadores al lado de la épìca, intentando explicar lo inexplicable: la forma y el modo en el que una pandilla de locos se fue a por oro y acabaron montando un manicomio (dorado, por supuesto), en las Américas (siempre en plural, vivan los plurales). Le sobran páginas, le sobran descripciones, le sobran caídas aunque ese detallismo que muestra quizás necesita de esas descripciones, de esas caídas (y no sólo la de la portada). Allá por la 232, se lee: “Los conquistadores, como muchos hombres que perseveran en cometer crímenes, se consideraban miserables y, a la vez, destinados a no se sabe qué lejana redención”. Viva la redención. No se explica la conquista de aquellas selvas, de aquel lugar olvidado de la mano de Dios sin la redención ni la imposibilidad de obtenerla a base de sables, sangre, moscas y cagaleras. De todo hay en el Cuzco, y todo es congelable: “Las dos cosas más frías del mundo acaban de tocarse: el oro y el corazón humano”. En aquella mezcla de jauría y pocilga, sólo cabía apocalipsis: “Los indios no conocen ni el pan ni el vino, ni la carne ni la sangre, ni la eucaristía ni la cruz”. Amén. Conquistadores es una historia de envidia y muerte, de angustia y sabiduría a base de fango, de aprendizaje porque “el mundo es una esfera, pero lo recorren senderos tortuosos”. Cajamarca queda resumida en una frase que se puede subrayar en ese rojo sanguíneo que no falta ni sobra: “Era como si toda esa masa ciega de huesos, brazos y rostros esperara el día del Juicio Final”. Excrementos y lodo, porque “todo lo que no tiene gloria alguna es complicado”. Muy complicado. Nada es perfecto en la conquista. Imposible hacer églogas, imposible encontrar lucidez en mitad de esa jungla sin éxtasis: “Ya nadie muere como en los campos de batalla de los cantares de gesta”. Pero todo cambió, nada como una cabeza pensante para meter los líos al personal en la quijotera: “Desde que se conoce la brújula, el timón y la redondez de la tierra, ya no hay enemigos. Sólo el espacio abierto, el ingenio y el mundo por conquistar”. Y entre tanto ingenio, y tanto invento, solo quedaba repetir el asunto, volver a los errores y desaciertos, a la definitiva huida hacia adelante de toda la vida: “Fue como un rito enloquecido en honor al oro y al miedo, un triunfo de perro, del hierro y de la pólvora. De repente no había más que tierra roja, muros húmedos de sangre, la integridad del cielo”. Y cadáveres, miles de cadáveres, porque “no existe expresión más altiva que la de un muerto”. Sueños que se cumplen para que no cambie nada, o lo cambie todo. Préstamos y más préstamos, llenos de secretos y cláusulas, todo para acabar rodeado de hierbas enormes, humedad infinita en esa naturaleza convertida en “libro para iletrados”. Amén y gestos, delirio y comunión, que “la vida circula y baila”. Y apostilla EV: “La convertimos en imágenes, no sabemos hacer otra cosa”. Y en mitad de los bailes, de los del pasado y la correa, de los del golpe y la cuaresma, se hizo el milagro de la conquista: “Es asombroso comprobar hasta qué punto el azote ha encaminado a los jóvenes en la senda de la crueldad y de la gloria. El Nuevo Mundo fue una empresa de bastardos y niños golpeados”. Sangre, riqueza y penitencia, para que luego todo se simplifique al oro, “esa nada que los niños se disputan”. Se alargó lo antiguo. Mucho: “Las cosas comienzan siempre antes. Porque nunca hubo Edad Media, sino un largo Renacimiento. Un mismo tendón sobre un mismo músculo”. Y sobre ese tendón, sobre ese músculo, había que hacer algo, crear cimientos, ya que “se funda una ciudad un poco como se abre una tienda”. Y una vez abierta la tienda, había que robar, y matarse entre sí, “porque los españoles matarían más españoles que los indígenas a lo largo de toda la conquista”. Todo se enmarcaba en ese “acre goce de matar” y “había que morir por dos campanarios y una plaza enfangada”. Lo vende todo EV como un lugar con encanto, pero en este sanatorio mental siempre había traidores: “Cambiar de bando es como evitar la lluvia metiéndose debajo de un portal”. Añade al respecto: “En periodo de guerra civil, la felonía es una elección como cualquier otra”. Y, con ese marco bíblico que rodea Conquistadores, resume: “El trozo de pan que Judas no se terminó cuando abandonó la mesa pasa rápidamente de mano en mano”. Y entre Nueva Castilla y Nueva Toledo, nos damos cuenta de que “mucho antes de Goya, ya están ahí esos dibujos de rostros terribles, esas escenas de borracheras entrevistas desde el desorden de los tiempos”. Col y catecismo, muerte fraternal y mucha letra para el futuro: “Es curiosa la ingente cantidad de legajos que esos conquistadores, labriegos iletrados, produjeron. Hicieron que se escribiera mucho. Ellos, incapaces de firmar con su propio nombre, sintieron la imperiosa necesidad de la escritura”. Quizás, llegando a lo básico, porque “a lo mejor le cogieron gusto a manipular las cosas que no entendían”. Y en ese estadio básico, no queremos nada para los demás: “Se comparte un pastel, no un fruto. No se puede dividir una nube, un gesto, un trono. Pizarro no pedía nada. Se preparaba para una victoria completa, sin concesiones”. Y en la historia, como en la vida, todo es lucha entre hermanos: “A veces, sólo una guerra civil lleva a la verdadera victoria. En muchos casos, nada grande se ha producido sin una guerra civil.Sin duda soluciona tanto los problemas más profundos como los más triviales”. Y todo lo demás, también.
domingo, 26 de enero de 2025
Megacuarenteno Mini
Nada como un mamarracho haciendo de las suyas para que Megacuarenteno vuelva a salir de su letargo, ponerse su traje, buscar a Limoncier y saltar hacia ninguna parte como hace Contra el avaricias. La botellica nos lleva al deseo incontrolable de poseer lo que no siempre podemos poseer. Contra el mosquito Nosferatu nos muestra la peligrosidad de los bichos que se acercan con malas intenciones, del que “no cree en nada, del que no tiene valores ni respeto por nadie”, aunque al final hace lo de todos: “Pues como todo el mundo en este país amiguito, cuando tengas un problema vete al bar y ya verás como todo problema se solucionará”. Y los daños colaterales hacen que la cogorza tenga hasta consecuencias positivas… Contra el monito loco nos deja estampas catedralicias, nos deja al comisario Bruno y nos deja la moraleja de que podemos vencer sin superpoderes y de que más vale maña que fuerza. El zoo particular de Megacuarenteno sigue con El pavito ilusionado, aunque esta minihistoria no va del de Nochebuena y del que sabe bien con una buena salsa. O sin salsa. El animalario particular de Megacuarenteno continúa en Contra la mafia de la sardina, donde hay trampas y acusaciones y donde queda claro que “pedir disculpas es de débiles y blandurrios”. La animalada también nos trae al zorroclander Ojete Pelao y la serpiente Rogelia que nos hacen preguntarnos por los encasillamientos y los estereotipos. La evolución biológica también la vemos en La Venganza del Mosquito Nosferatu, que va entre la necesidad de sangre y el ofrecimiento de la mejor lectura. La última píldora se titula Contra el ladrón del tiempo y nos lleva a la lucha contra las agujas temporales y el intento de pararlo todo. Una buena lectura la de este Megacurenteno Mini. Y esperando las próximas aventuras.
Chacal. Primera temporada.
Habrá que preguntar el nombre de la agencia de viajes que ha llevado a cabo la producción de la primera temporada de Chacal, porque es un show continuo de imágenes con las que deleitarse. Hágase querer por un Concorde, que pensó algún día el hombre de la camisa verde y no sé si llegó a decirlo en voz alta. Renuncias. De Cádiz a Tallin y tiro porque me toca escapar de una Croacia imposible antes de llegar a Montenegro.. Bajo esa superficialidad azul, o azul marino, o de los que dicen “ni tan mal”, se esconden otros argumentos. No siempre el relato es el ideal, pero sigue siendo relato, aunque vaya de más a menos. El control. Los poderosos, utilizando sus medios, para que no llegue el caviar a las masas y nos conformemos con el jamón york, que no es de York ni es jamón. Escuchamos, antes de tiros propios y ajenos, allá por el capítulo 7: “Los ricos se han vuelto más ricos, los poderosos se han vuelto más poderosos. Los corruptos se han vuelto más corruptos. Los ricos, los poderosos y los corruptos se han llevado lo que es de la mayoría y lo han escondido para que solo unos pocos lo encuentren”. A lo mejor, tanta parafernalia, tanto barniz en la madera (madera de barco, barniz de barco, por supuesto), tanta fachada, es simplemente para que no veamos el edificio en ruinas, para que no saquemos la sidra y nos conformemos con el agua con bicarbonato. Para no pensar. O todo sea mentira, y todo sea una ficción, y lo chacales de la vida siempre estuvieron ahí, empuñando los cuchillos ante el Senado con Julio César o en el asesinato del primer ministro argelino en el 92. Da igual. Al final, muchas veces, no distinguimos entre hiel y sangre, entre pus y kombucha, entre Cádiz y Tallin, porque bebemos lo mismo, respiramos lo mismo y, puestos a engañarnos a nosotros mismos, creemos ser los mismos fantoches de siempre, marionetas en manos ajenas, Monchitos articulados por una mano que nos levanta los pies cuando hace falta. Y entre tanta confusión, llegas a distraerte entre los malos que parecen buenos, y los policías, que no sabes a qué juegan. Un disfrute visual en una historia con bastantes grietas argumentales.
jueves, 23 de enero de 2025
Landman. Primera temporada.
Hágase querer por un saco en la cabeza, por unas manos atadas a la espalda. Así termina y comienza la primera temporada de Landman, la penúltima cruzada visual de Taylor Sheridan en su oeste particular, en el que todos se “saludan cuando coinciden, porque todos van armados”. Hasta hay abuso estadístico sobre la importancia del petróleo. El señor lobo de esta historia lo resume al principio del primer episodio: “La industria del petróleo y del gas genera 3000 millones de dólares al día de beneficio, genera más de 4,3 trillones de dólares al año en ingresos. Es la séptima industria más grande del mundo, está por encima de la producción alimentaria, la de coches y de la minería de carbón. Con 1,4 millones de trillones de dólares la industria farmacéutica ni siquiera se sitúa entre las 10 primeras. Las industrias que figuran por delante del petróleo y del gas dependen completamente de ellos, y, cuanto más crecen, más crecemos nosotros. Esa es la escala. Así de grande es todo esto. Y no para de crecer. Este puto trabajo... Pero antes de conseguir este dinero hay que conseguir el alquiler. Hay que asegurar los derechos y reservar la superficie. Hay que cuidar de los propietarios y de sus equipos. Y hacer que la policía y la prensa se ocupen de ellos cuando no se quieren sentar a hablar. Ese es mi trabajo. Asegurar el terreno y gestionar a la gente. Lo primero es muy sencillo; lo segundo es lo que puede hacer que te maten”. Aparte de números y estadísticas, también cuestiona nuestro modelo de funcionamiento, porque como decía el hombre de la camisa verde, “sin petróleo no somos nadie”. Y con calzadores varios, nos hace reflexionar sobre el valor de vida y la familia (todo tiene un precio), se cuestiona las relaciones personales y de convivencia, se pregunta si somos una sociedad lo suficientemente madura como para pasar de un modelo a otro. Y como en todas sus producciones, TS hasta nos inquieta con el cuidado de la alimentación, de nuestra supervivencia y de nuestro estilo de vida no siempre saludable (“no estar de humor es mi puto día a día”). Y llevando el modelo americano al límite, pone en evidencia (y no solo el modelo americano) el tratamiento de nuestros ancianos y el olvido que ejercemos sobre ellos. Y todo eso con la excusa del petróleo, ese mundo en el que se encuentran los perdedores y no despiertos de toda la vida: “Hay dos tipos de personas trabajando aquí: los soñadores y los fracasados. Antes todo el país era así. Los fracasados se fueron al oeste para morir o triunfar”. Del maldito petróleo, ese negocio que “está en una crisis constante interrumpida por breves periodos de éxito”. Pero siempre hay una explosión en nuestra vida, sea once de mayo o seis de junio, que lo cambia todo y aparecen nuevos personajes y hasta los mayans más olvidados salen de sus cuevas defendiendo a sus viudas. Y el poder de las drogas como contrabalanza, y un Don Draper de corazón roto (ese tipo al que “eso es lo que lo está matando, tratar de ser inmortal”), y una Demi Moore que hace largos en una piscina de incalculable de valor. Y siempre hay subalternos que hacen su trabajo, aunque no siempre lo hagan bien. Y hasta en los camiones de la basura de Landman hay mensaje en este oro negro interminable: “Nosotros creemos en Dios”. Habrá que seguir creyendo.
miércoles, 22 de enero de 2025
Crimen de Irvine Welsh. Primera temporada.
“La ignorancia es una bendición. Vivimos en la ignorancia y nos burlamos de la maldad porque suena a algo religioso. La ignorancia nos ayuda a seguir con nuestras vidas sin enfrentarnos al hecho en cada esquina, debajo de cada cama. Los incautos e ignorantes quieren hacerte creer que los monstruos son una excepción, que sufren enfermedades mentales, que están locos. Siempre quieren ver lo bueno de las personas y están convencidos de que en el fondo todos tenemos arreglo. Pues siento aguarles la fiesta, pero me he topado cara a cara con la maldad y los malvados no quieren cambiar ni redimirse. Siempre se ha dicho que el infierno está lleno de buenas intenciones, pero a mi entender no es así. El infierno está lleno de ignorancia”. Con estas palabras empieza la adaptación de Crimen, de Irvine Welsh, serie que no deja indiferente y que nos pone delante a un raro, de esos que dicen en voz alta que no conducen porque les gusta pensar y observar. Y volver a pensar y observar, y cuestionarlo todo. Están mal vistos en muchos trabajos estos personajes que lo cuestionan todo. ¿Qué sería de nosotros si no lo cuestionáramos todo? Nada como pensar en voz alta. Y volver a pensar, aunque nos meta en líos: “Si algo está en el lugar que no debe será que está ahí por algún motivo”. Y viva la luz como desinfectante. “Los niños no desaparecen, se caen a un río, se quedan atrapados en algún sitio o los secuestran”. Y con esa madeja, el hilo de la serie no para, y no hay motivos juanlanescos para pararlo. Y el personaje, pensando, deja clara su visión del mundo, su rol en la vida, su presencia entre nosotros con una clásica camisa azul y la clásica gabardina: “Esto es la guerra. No va de resolver crímenes sino de erradicar el mal de la faz de la tierra. Y por eso tenemos que descartar sospechosos”. Y junto al personaje de camisa azul, una voz femenina que lo complemente y, a su vez, cuestiona al tipo que lo cuestiona todo. Y el crimen y el fútbol siempre van de la mano, que “cuando los futbolistas se hacen mayores se dedican a entrenar, así se quedan dentro del mundillo”. Y el personaje habla de perversidad y poder, enseña piruletas, tiene adicciones, no soporta el trabajo pero le apasiona: “Siento que trabajar en este puto empleo me destroza el alma. Cada día tengo que lidiar con despojos humanos y mis compañeros, la gente que me rodea a la que el Estado emplea para perseguir a la escoria de este mundo… estoy rodeado de payasos mire a donde mire, y lo único que quiero es olvidar, lo único que quiero es olvidar, cada célula de mi cuerpo me pide olvidar: cada célula de mi cuerpo me pide olvidar, quiero beber hasta dejar seca esta ciudad, esnifar la puta selva tropical de Sudamérica y quisiera arrasar este maldito lugar”. Secretos, pedantería, condescendencia, sonidos, vocecitas. Pero sigue el personaje reflexionando: “Lo malo de la ignorancia es que siempre llega un punto que la realidad te la arrebata. Algunas personas no buscan la redención, saben que van a ir al infierno. Tan sólo quieren arrastrar con ellos tantas almas como puedan”. Pero este ser atormentado, tiene lecciones para todo: “Si uno se vuelve inmune a los horrores, el alma muere. Pero a la vez, ser testigo de ellos, es una puta tortura”. Es lo que hay. Hasta para cuestiones políticas de unidad de Escocia con el Reino Unido tiene este Crimen de IW. Hágase querer por un panfleto, por una pinta, por un whisky. Hágase querer por un inspector loco y por un jefe necesario, que no es lo mismo tratar a Stam que a Cantona siendo Ferguson, aunque siempre recordamos que Ferguson perdió mucho en sus primeros años en el United. Añade el personaje, el mismo que confunde amarillo con blanco, poniendo a Sade en sus labios: “La imaginación humana es alucinante, no se nos resiste nada. Tenemos los medios para perpetrar todo tipo de crímenes y los empleamos, multiplicamos el horror por cien”. Rezar para volver a caer. Vodka para todos. Fútbol para escapar. También retrata bien este CDIW a la escoria política como la escoria política que es: “Los miembros más inteligentes del Partido Conservador siempre han utilizado a los liberales como amortiguadores de la ira de la clase trabajadora”. O algo así decía la perorata, Y siempre, la escoria salpica y aplica sus modelos en los demás: “Hoy en día los trabajadores no dan golpe, por eso Gran Bretaña es un país de mierda. Pero es normal, lo entiendo, está todo amañado para que sólo triunfen los ricos”. ¿Acaso triunfan los que no son ricos? Y las preguntas del millón de neutrones, que nunca hay electricidad suficiente: “¿Cómo se atrapa a un monstruo que mata a sangre fría? Pensando como ellos. Pero si lo haces, han ganado la partida antes de empezar”. Reflejos de Bowie, zanahorios encarcelados, desnutrición, palabras y gestos ante tumbas de menores. De todo hay en los parrales de CIDIW: “Se suprime la lógica porque la gente pide sangre”. Y la adaptación, que no queda otra: “Para vencer al sistema, compórtate según el sistema. Todo sistema es injusto”. Pero luego nos hacemos preguntas sobre todo lo que nos rodea, porque ya sólo el hecho de salir a la calle es un peligro, y si es el caso de una niña, peligro hasta el infinito: “¿En qué momento hemos pasado de matar para sobrevivir a matar por placer?”. Y los teléfonos, y los hoteles, y el daño hecho y por hacer, y todo multiplicado en el pasado hasta límites no sólo matemáticos. Hágase querer por las mentiras, por lo que no podemos cambiar, por lo que está por llegar. Y si no hay que dormir, no se duerme. Terapias, lazos de colores en el pelo y esa forma de engañar que inventa nuevos modos de dolor. El abuso, las malas hierbas, las familias complejas, la dependencia, la vidriera en el bar. Hágase querer por un Mesías, aunque no volveremos a tener otro. Y aquellos partidos, aquellas derrotas, aquellos ferrocarriles. Viva el 86. Pero todo cambia, y todo lo controla el dinero. Comprar para ganar: “Y vino el neoliberalismo, el fútbol, la música, la política, también la gente, todo pasó a ser mercancía de compra y venta”. Pero entre el Mesías, los Judas, las Magdalenas y el huerto de los olivos (convertido en sala de interrogatorio), este CDIW deja un rastro más que positivo, digno de alabanza. Incluso, hasta para bajar la persiana deja el listón por las nubes: “Una vez que miras al mal a los ojos ya no hay vuelta atrás, te sumerges en la oscuridad y los muros se cierran, muros de terror”.
viernes, 17 de enero de 2025
Get Millie Black. Primera temporada.
Viva la Jamaica de la primera temporada de Get Millie Black, los callejones, las tartanas, las brujas del pasado, los niños como juguetes de los mayores, la ropa cara y los rizos indomables, las tradiciones, los vuelos hacia ninguna parte, las monjas que no conocen el hambre, el chico convertido en hermana y los colegios falsos. Secuestros. Bombarderos y frases de blancos que ponen en tensión a los negros: “Lo que sabe un delincuente es más importante que la vida de un niño negro”. Pero el viento remueve las olas, y lo que no se pudo salvar, no se salva. Oda a los niños muertos. La culpa, intentar arreglar algo que está destrozado. Voces distintas en cada episodio para mostrar un drama que no puede acabar bien, porque nada está bien en el mundo: “Crecí en un rincón oscuro de esta ciudad sin nada ni nadie. Cuando tienes que aguantar a gente que no tiene nada, ahuyentar a las ratas que quieren compartir tu cama y quedarte sin cenar cuando tus padres no tienen trabajo y están en la trena, creces con hambre. Cuando naces sin nada tienes hambre de todo. De elogios, de amor, de hogar. Pero hay una cosa que la gente que tiene todo no tiene: suficiente”. Y en tierras negras, los blanquitos dejan su huella, y, como no, hablan de sombras: “Solo soy otra sombra, y lo que pasa con la sombra es que a veces la tienes delante y no puedes atraparla”. Y en esta historia de planes que no salen bien y de llamadas al otro lado del mundo, nos queda claro que “la gente se conforma con lo malo porque cree que es mejor que nada”. Incluso llegando a la puerta de salida, todo es mentira: “Si la salida tiene un precio alto, piensa que ya lo has pagado”. Y no nos podemos creer nada, porque “cuando toda tu vida es un secreto, no dices más que mentiras”.
martes, 14 de enero de 2025
Tenemos que hablar
Pese a comprarlo en una librería salvaje un 13 de diciembre de 2024, no empecé a leer Tenemos que hablar (La conversación en tiempos de la censura, la soledad y la tecnología) de Rubén Amón hasta la primera semana de enero de 2025, con asuntos campaneros en primeras planas, audiencias medidas y desmedidas y otras cuitas que no nos quitan el sueño pero que ya son repetitivas. Este ensayo de RA nos lleva a esa actualidad que no descansa, a esos telediarios que han dejado las noticias y nos llevan al cotilleo cotidiano y, otra vez, a las audiencias, o a los motivos de un motorista para salir antes en una emisora o en otra. Se pregunta desde el principio Amón “hasta que extremos se ha deteriorado la calidad de la conversación”. Es más, ahonda en la necesidad de “reflexionar sobre la crisis de la conversación”. Este curso, con mis alumnos de Formación Profesional Básica, casi no explico materia pero hacemos bastantes ejercicios y charlamos mucho en clase. Y está muy bien. Aunque no tengan un perfil para conversaciones profundas, se aprende mucho de ellos, de sus experiencias, de sus quehaceres, de sus inquietudes. Escribe RA: “Nunca hemos leído y escrito tanto en la historia de la Civilización, pero los canales que utilizamos -WhatsApp, Telegram y las demás vertientes- redundan en la superficialidad de las experiencias”. Se refiere a la famosa Ley de Godwin y describe como “la amalgama es la especialidad del tertuliano radiofónico y televisivo”. Pero no hace falta ser tertuliano: sabemos más que nadie y no lo ocultamos, aunque hagamos el mayor de los ridículos. Y si nos calientan, seamos tertulianos o no, nuestra “nuestra pérdida de argumentos acostumbra a provocar el insulto o la alusión al defecto personal”. En los últimos institutos por los que he pasado creo que me han puesto el apodo de autista. Hay veces que es mejor no hablar en ciertos lugares de trabajo, bajar la cabeza, escuchar al personal y no posicionarse. No es solo política o fútbol. No. Es más. Escribe RA: “No hay peor antídoto de un buen conversador que un charlatán”. Y añade: “Y no hay mejor procedimiento constructivo en una charla que saber escuchar”. Y en estos contextos, pone en el debate el autor al teléfono móvil: “El móvil sobre la mesa es una amenaza”. Mis alumnos, cuando les mando actividades con el móvil en clase para sus aulas virtuales (hasta ahí hemos llegado, que no se llevan el libro a casa porque no pueden) se ríen de mi ladrillo de 2019. Un superviviente precovid. Añade RA que “la experiencia de conversar implica tomar riesgos y aceptar frustraciones”. También explica que “la conversación relativiza los dogmas y las certezas”. Y muchas veces le comemos la oreja a la persona equivocada, o eso creemos. No siempre están a la altura, o nosotros a la altura del otro: “Hablar con el barman ha sido la alternativa laica a la confesión -contarle los pecados a un desconocido-”. Y hablando de bares concluye el autor que “está bastante sobrevalorado el ingenio de los borrachos”. En la segunda cápsula del libro, referente a “La tecnología y la palabra: aislados en la sociedad de la hipercomunicación”, se deja claro desde el principio que el “smartphone ha adquirido la dependencia de un marcapasos”. Tic, tac, tic, tac. Pero el problema son los pajaritos y las caras, los selfies (con palo, sin palo, con mamones cerca o lejos) con los que “hemos decidido convertir internet y las redes sociales en un escaparate de exhibicionismo”. Y añade RA: “No hacemos otra cosa que delatarnos y confesar”. Tenemos que hablar nos sirve para para reflexionar sobre “el trauma de la desconexión como una suerte de muerte civil o de eutanasia social”. Y en esa reflexión, habla de la capacidad de tiranizarnos con mensajes, del secuestro del móvil a la persona, de la forma en que “nos hemos convertido en yonkis del teléfono”. En malditos yonkis que no prestamos atención, que nos arrastramos con respuestas memorizadas y sin sentido, tanto o más que muchas horas de nuestras vidas junto a los perversos aparatitos. Y pensamos que leyendo más sobre todo sabemos algo, y ese algo es la nada más absoluta, y eso “no soluciona nuestros problemas, sino que los empeora”. Y llega al extremo de mostrar el peligro de los clientes solitarios que tiran de llamada a atención al cliente como hace 25 años otros lo hacían del teléfono de la esperanza. Algoritmos, la brevedad de la capacidad de atención, el origen chino de TikTok y como todo “a la par que ha aumentado la capacidad de hacer varias cosas a la vez, decrece la de hacer misma mucho tiempo”. Y el chateo, y los emoticonos, y los pantallazos, y perder el tiempo que no tenemos en WhatsApp. Y metiéndose en política, analiza cómo los nuevos populistas han aprendido de los errores de los populistas de anteayer: “Vox cuenta a su favor con la ventaja del escarmiento populista de Podemos. Iglesias había estimulado la expectativa de una revolución política. Significaba la alternativa al sistema. Y ha malogrado cinco millones de votos a costa de su mesianismo, ubicuidad y carbonización mediática”. Además, aparece la referencia a tópicos, a lugares comunes y como “el dogmatismo de la tolerancia ha terminado coartando la tolerancia misma”. Y mientras nos miramos el ombligo, nos adelantan y nuestro carricoche no arranca: “La estilización de la corrección ha transformado Occidente en un templo pacato, mojigato, de forma que la ferocidad y los peores instintos se amontonan en las redes sociales, como subconsciente de nuestra cultura y como el magma justiciero que está al acecho”. Y ese carricoche nuestro, chirría hasta girando a la que no es diestra, como hace Alejo Schapire en su libro La traición progresista: “¿En qué momento la izquierda se hizo puritana y moralista? ¿Por qué cierta izquierda es tan generosa con la libertad de expresión propia y tan restrictiva con la libertad de expresión ajena”. Y se añade a continuación: “Solo la derecha capitaliza la evidente miseria del progresismo”. Y al final, para acabar la cápsula, nos dice el autor que “el miedo a ofender ha terminado por otorgar el púlpito a los patriarcas del populismo”. La siguiente sección se refiere a cuando hablamos sin decir nada, con clichés y tópicos, y del gusto español por presumir de dolencias, enfermedades y asuntos similares “desde perspectivas victimistas y pesimistas”. Hace RA un inciso para hablar de la supervivencia a las conversaciones familiares, de la obsesión sobre la vecindad y nos deja una gran definición sobre ese momento en el que compañeros se reúnen antes de las fiestas: “Se llaman comidas de empresa porque el personal termina devorándose”. Faltan las flechas, aunque no termina ahí el trasunto: “Cuando hay amigo invisible porque amigos visibles no puede haberlos en estas ceremonias de sonriente sordidez”. Y por ahí aparecen menciones a Vujadin Boskov y a Alberto Olmos, a Roberto Bolaño y a José María de Areilza. En el cinco romano nos da una lección de historia desde Sócrates y Platón hasta el recordatorio de Reinhard Heydrich y aquel 20 de enero de 1942 con la reunión en la que se terminó de organizar la solución final entre 14 individuos. Y la lluvia de ideas, y las tertulias y los cafés y Hume y Virginia Woolf. Pero sobre todo, me quedo con el cuadro de Piero della Francesca (La Sagrada conversación). Después, con la sexta, se hace en el libro un elogio del silencio, recordando al rey Juan Carlos en aquel agosto de 2007 ante Hugo Chávez. Escribe RA: “Hablamos por encima de nuestras posibilidades. Nos opinamos encima. Y recurrimos a Twitter, Instagram, TikTok o WhatsApp como mecanismos de protagonismo”. Y añade: “El jaleo nos ensordece”. Y en eso aparecen mencionados San Bruno, Rojas Marcos, las fábulas de Iriarte, Pamino y Pamino (esos que le encantan a mi hijo en su libro con música), La Venganza de Don Mendo, Erasmo, Kierkegaard o José María Pemán. Y ante esa adicción, “más que buscar, limosneamos para lograr la aceptación, el sentimiento de
pertenencia, la popularidad”. Hasta de los pinganillos del Parlamento hay reflexión y hablando de Sánchez y Puigdemont se nos dice que “hay una estrecha relación etimológica entre amnistía y amnesia”. A continuación nos habla de la conversación como terapia, habla de la misma en grupo y hasta nos recuerda esas palabras de la misa que provienen del Evangelio de San Mateo (8:5-11). Y en esas terapias, hemos visto rastros de todo tipo, personas que no eran personas tras una guerra o tras una desgracia. Y las confesiones religiosas, y la soledad y la forma en que “hemos encontrado en las mascotas el placebo de la compañía”. Y citando a Víctor Lapuente nos recuerda que “la derecha ha matado a Dios y la izquierda ha matado la patria”. Y hasta de los enjaulados tipo Salinger hay referencia. En el siguiente capítulo, Hablar sin hablar, nos recuerda que “podemos entendernos sin necesidad de abrir la boca”, y la forma en que los españoles utilizamos el gesto para casi todo. El fin lo pone la figura del tertuliano, convertida en categoría social, en auténtica “todología”, aunque nos cita a Alsina a la hora de elegir candidatos: “Una buena tertulia debe tener a protagonistas instruidos, que se sepan los temas y que no teman ni discrepar ni coincidir”. Reflexiona sobre la tiranía de las audiencias y acordándose del profesor Rodríguez Braun, acierta a subrayar que “el mejor amigo del hombre es el chivo expiatorio”. La descripción que hace de Sánchez y la sanchosfera de la página 237 hay que leerla, y para eso está este buen libro que nos viene muy bien para pensar lo que decimos antes de abrir la boca. O, directamente, no abrirla.
domingo, 5 de enero de 2025
Celeste. Primera temporada.
No hay nada que mejor resuma la figura del inspector de hacienda que la legendaria canción de Barón Rojo que el Ibáñez ponía para desconcentrar a sus oponentes del ajedrez. Del jodido Ibáñez. Esa figura, alfil de ese escenario de escaques de persecución, de izquierdas y derechas, es señalada en dianas por el común de los mortales. "La gente prefiere un bulto en la ingle a una carta de hacienda en el buzón", se dice, o algo parecido se dice en la primera temporada de Celeste. El hombre de la camisa verde decía que la cara es el espejo de otras partes del cuerpo, pero no del alma. En Celeste se ven a los encargados del tinglado hacendístico con una cara de amargados que no pueden con ella. Bache, ramas, sonrisa, monedas. Viva Barón Rojo. Siempre. Más frases de Celeste: “¿Por qué crees que hay tantas parejas entre los inspectores de hacienda? ¿Por qué se gustan entre ellos? Porque no les gustamos a los demás”. Hágase querer por un gintonic en la noche, por un buen calendario, por unas patatas bravas con las que sacar las garras, porque la soledad no es suficiente. Nada como una perra, rodeada de más perros, siguiendo a otros perros que ladran y defraudan. Pulseras, Judas, locos, amaños, remordimientos, bailes, caras con agujeros, cartas, donaciones, broncanadas, hijas preocupadas, madres preocupadas, abuelos conscientes. Y al final todo queda en Panamá o en algún sitio que lleva la palabra Islas, o Vírgenes, en su nombre o en su código postal. Sitios reconocibles en todos los capítulos, momentos repetidos y algún que otro punto suspensivo para darle cierre a una primera temporada en la que los malos son los mismos. Y siempre ganan los malos.
sábado, 4 de enero de 2025
Slow Horses. Cuarta temporada
Nos encontramos muchas sorpresas en los baños y casi ninguna agradable. Casi ninguna. Ninguna. Empezando a tirar de ese papel higiénico, y con los sesos pegados al azulejo blanco del aseo, comienza la cuarta temporada de Slow Horses que nos mete el anzuelo en la garganta preguntándonos si es mejor olvidar u olvidarnos de todo de manera premeditada. En esos jardines de la demencia, hemos acabado subiendo a una montaña de ineptitud en la que se mezcla el odio y el resentimiento revestido de terrorismo internacional. Ahora que no nos dejan insultar como es debido ni llamar bazofia a la bazofia, vuelven en Slow Horses las carreras y la suplantación, la huída y el préstamo, el dolor y la presencia ausente, los pasaportes cambiantes y las bajas en un equipo que mezcla el quebranto y la desesperación pero que como los limpiadores en toda empresa, son imprescindibles. Hay que limpiar la mierda que nadie quiere limpiar. Pero en esta huida, es mejor pensar si hacer el Bolt o creerse caracol, que muchas veces lo peor está por ocurrir. Lo dicho, “cuando te estén persiguiendo, quédate quieto”.
viernes, 3 de enero de 2025
El exclaustrado
Se va Álvaro Pombo con El exclaustrado al lado filosófico-religiosa de la vida. Con un sinfín de referencias (Aristóteles, Safranski, Gracián, Flaubert, Rubén Darío, Henry James, Bernardo de Claraval, Sartre, Rilke, San Josemaría Escrivá, Ortega, Zubiri, Heidegger, Octavio Paz, Jacinto Benavente, Kafka), nos hace preguntarnos si la vida es libro. No deja títere con cabeza en este mitad folletín, mitad evangelio, en el que el exclaustrado piensa en la Iglesia como una Secta. Reflexiona sobre las imposturas, sobre la forma en que “la propia Iglesia de Cristo puede ser un impedimento para llegar a Cristo”, sobre la humildad, sobre el silencio, sobre el modo en que “escribir es rezar”, sobre el trabajo, sobre la soberbia y sobre nuestra incapacidad de llevarnos bien con nadie: “La nueva normalidad será la normalidad de los desenlaces, los desapegos, las súbitas desapariciones de gentes que tenías por amigos. Apegados al desapego todos”. Y como todo es mentira, “el pasado no pasa, se adormece”. Crítica el hooliganismo de las redes sociales, en las que “lo que importa son los likes, los retuits y las interacciones, la pomada…”. La jodida pomada. Pese a que no está a la altura de Santander, 1936, es libro sigue llevándonos al terreno en el que “había mucho que pensar, mucho que hablar, muchos más discursos que quehaceres”. Pone en valor la importancia de las palabras dichas y de las que no decimos, de los libros que tienen clase, de las mujeres que están “entre la santidad y la caricatura”, de las malas digestiones de la vida y de que “el pasado es contrahistórico, aunque sea esencial para nosotros”. Pero lo más importante es el retrato que hace sobre el espejo sucio, sobre ese lugar que no brilla ni con toneladas de Cristasol: “Es cruel pensar que cualquier criatura, desde un gato a un sabio, son criaturas limitadas, cuyos límites, cuyas deficiencias, se nos mostrarán de inmediato, por mucho que nos hayan encantado o aún nos encante”. Pero no tenemos remedio y “ni siquiera un Dios podría salvarnos”. Un buen libro para darnos cuenta de que nuestro “fracaso procede de la insignificancia, de la completa falta de sustancia de todos nosotros”.
Cónclave
Vivan las maletas y las venas bien señaladas en las manos. Los crucifijos. Los cardenales. Nada como una muerte papal para que un paciente inglés se nos ponga a rezar en latín. Hágase querer en una agonía. Hágase querer por un anillo,” porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive” (Hebreos 9:16). Nada como un ajedrez con tipos asotanados: “El infierno vendrá mañana al traer a los cardenales”. Ciento y pico individuos con un pensamiento: “Nadie cuerdo querría el papado”. Y menos en un viejódromo en el que “nadie está bien a esas edades”. Le digo a mis alumnos que soy un mal necesario como profesor, al igual que existen los médicos y los arquitectos. Aquí toca pensar en lo que dice RP: “A algunos los eligen como pastores y a otros para administrar la granja”. Habla Cónclave sobre perder la fe en la Iglesia, no en Dios, porque en estos asuntos, como todo en la vida, todo es mentira. Lo que se debe hacer, y lo que se hace. Las tradiciones, las modas envejecidas y saber que “el centro no existe”. Claro que lo sabemos, porque “el infierno llama al infierno”. O no. Dice el primer día de Cónclave también RP, decano y con manchas en la frente: “La certeza es el gran enemigo de la unidad. La certeza es el enemigo total de la tolerancia. Ni Cristo sabía con certeza que pasaría al final: Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Y apostilla: “Nuestra fe es un ser viviente precisamente porque va de la mano con la duda. Si solo hubiera certeza sin la duda, no habría misterio. Y, por lo tanto, no necesitaríamos fe. Recemos porque Dios nos conceda un papa que dude. Que nos conceda un papa que peque, pida perdón y que pueda continuar”. Hágase querer por 72 votos. O por escaleras interminables, o por mármoles impolutos o por pinturas atemporales. Vaya nido de víboras. La guerra, los bandos, el infierno, las dudas, la oración. Ni ideales ni ser ideales. Siempre es bueno el recuerdo, aunque no tanto mirar atrás continuamente: “La Iglesia no es la tradición. La Iglesia no es el pasado. La Iglesia es lo que hagamos en adelante”. Amén.
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