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domingo, 5 de enero de 2025
Celeste. Primera temporada.
No hay nada que mejor resuma la figura del inspector de hacienda que la legendaria canción de Barón Rojo que el Ibáñez ponía para desconcentrar a sus oponentes del ajedrez. Del jodido Ibáñez. Esa figura, alfil de ese escenario de escaques de persecución, de izquierdas y derechas, es señalada en dianas por el común de los mortales. "La gente prefiere un bulto en la ingle a una carta de hacienda en el buzón", se dice, o algo parecido se dice en la primera temporada de Celeste. El hombre de la camisa verde decía que la cara es el espejo de otras partes del cuerpo, pero no del alma. En Celeste se ven a los encargados del tinglado hacendístico con una cara de amargados que no pueden con ella. Bache, ramas, sonrisa, monedas. Viva Barón Rojo. Siempre. Más frases de Celeste: “¿Por qué crees que hay tantas parejas entre los inspectores de hacienda? ¿Por qué se gustan entre ellos? Porque no les gustamos a los demás”. Hágase querer por un gintonic en la noche, por un buen calendario, por unas patatas bravas con las que sacar las garras, porque la soledad no es suficiente. Nada como una perra, rodeada de más perros, siguiendo a otros perros que ladran y defraudan. Pulseras, Judas, locos, amaños, remordimientos, bailes, caras con agujeros, cartas, donaciones, broncanadas, hijas preocupadas, madres preocupadas, abuelos conscientes. Y al final todo queda en Panamá o en algún sitio que lleva la palabra Islas, o Vírgenes, en su nombre o en su código postal. Sitios reconocibles en todos los capítulos, momentos repetidos y algún que otro punto suspensivo para darle cierre a una primera temporada en la que los malos son los mismos. Y siempre ganan los malos.
sábado, 4 de enero de 2025
Slow Horses. Cuarta temporada
Nos encontramos muchas sorpresas en los baños y casi ninguna agradable. Casi ninguna. Ninguna. Empezando a tirar de ese papel higiénico, y con los sesos pegados al azulejo blanco del aseo, comienza la cuarta temporada de Slow Horses que nos mete el anzuelo en la garganta preguntándonos si es mejor olvidar u olvidarnos de todo de manera premeditada. En esos jardines de la demencia, hemos acabado subiendo a una montaña de ineptitud en la que se mezcla el odio y el resentimiento revestido de terrorismo internacional. Ahora que no nos dejan insultar como es debido ni llamar bazofia a la bazofia, vuelven en Slow Horses las carreras y la suplantación, la huída y el préstamo, el dolor y la presencia ausente, los pasaportes cambiantes y las bajas en un equipo que mezcla el quebranto y la desesperación pero que como los limpiadores en toda empresa, son imprescindibles. Hay que limpiar la mierda que nadie quiere limpiar. Pero en esta huida, es mejor pensar si hacer el Bolt o creerse caracol, que muchas veces lo peor está por ocurrir. Lo dicho, “cuando te estén persiguiendo, quédate quieto”.
viernes, 3 de enero de 2025
El exclaustrado
Se va Álvaro Pombo con El exclaustrado al lado filosófico-religiosa de la vida. Con un sinfín de referencias (Aristóteles, Safranski, Gracián, Flaubert, Rubén Darío, Henry James, Bernardo de Claraval, Sartre, Rilke, San Josemaría Escrivá, Ortega, Zubiri, Heidegger, Octavio Paz, Jacinto Benavente, Kafka), nos hace preguntarnos si la vida es libro. No deja títere con cabeza en este mitad folletín, mitad evangelio, en el que el exclaustrado piensa en la Iglesia como una Secta. Reflexiona sobre las imposturas, sobre la forma en que “la propia Iglesia de Cristo puede ser un impedimento para llegar a Cristo”, sobre la humildad, sobre el silencio, sobre el modo en que “escribir es rezar”, sobre el trabajo, sobre la soberbia y sobre nuestra incapacidad de llevarnos bien con nadie: “La nueva normalidad será la normalidad de los desenlaces, los desapegos, las súbitas desapariciones de gentes que tenías por amigos. Apegados al desapego todos”. Y como todo es mentira, “el pasado no pasa, se adormece”. Crítica el hooliganismo de las redes sociales, en las que “lo que importa son los likes, los retuits y las interacciones, la pomada…”. La jodida pomada. Pese a que no está a la altura de Santander, 1936, es libro sigue llevándonos al terreno en el que “había mucho que pensar, mucho que hablar, muchos más discursos que quehaceres”. Pone en valor la importancia de las palabras dichas y de las que no decimos, de los libros que tienen clase, de las mujeres que están “entre la santidad y la caricatura”, de las malas digestiones de la vida y de que “el pasado es contrahistórico, aunque sea esencial para nosotros”. Pero lo más importante es el retrato que hace sobre el espejo sucio, sobre ese lugar que no brilla ni con toneladas de Cristasol: “Es cruel pensar que cualquier criatura, desde un gato a un sabio, son criaturas limitadas, cuyos límites, cuyas deficiencias, se nos mostrarán de inmediato, por mucho que nos hayan encantado o aún nos encante”. Pero no tenemos remedio y “ni siquiera un Dios podría salvarnos”. Un buen libro para darnos cuenta de que nuestro “fracaso procede de la insignificancia, de la completa falta de sustancia de todos nosotros”.
Cónclave
Vivan las maletas y las venas bien señaladas en las manos. Los crucifijos. Los cardenales. Nada como una muerte papal para que un paciente inglés se nos ponga a rezar en latín. Hágase querer en una agonía. Hágase querer por un anillo,” porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive” (Hebreos 9:16). Nada como un ajedrez con tipos asotanados: “El infierno vendrá mañana al traer a los cardenales”. Ciento y pico individuos con un pensamiento: “Nadie cuerdo querría el papado”. Y menos en un viejódromo en el que “nadie está bien a esas edades”. Le digo a mis alumnos que soy un mal necesario como profesor, al igual que existen los médicos y los arquitectos. Aquí toca pensar en lo que dice RP: “A algunos los eligen como pastores y a otros para administrar la granja”. Habla Cónclave sobre perder la fe en la Iglesia, no en Dios, porque en estos asuntos, como todo en la vida, todo es mentira. Lo que se debe hacer, y lo que se hace. Las tradiciones, las modas envejecidas y saber que “el centro no existe”. Claro que lo sabemos, porque “el infierno llama al infierno”. O no. Dice el primer día de Cónclave también RP, decano y con manchas en la frente: “La certeza es el gran enemigo de la unidad. La certeza es el enemigo total de la tolerancia. Ni Cristo sabía con certeza que pasaría al final: Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Y apostilla: “Nuestra fe es un ser viviente precisamente porque va de la mano con la duda. Si solo hubiera certeza sin la duda, no habría misterio. Y, por lo tanto, no necesitaríamos fe. Recemos porque Dios nos conceda un papa que dude. Que nos conceda un papa que peque, pida perdón y que pueda continuar”. Hágase querer por 72 votos. O por escaleras interminables, o por mármoles impolutos o por pinturas atemporales. Vaya nido de víboras. La guerra, los bandos, el infierno, las dudas, la oración. Ni ideales ni ser ideales. Siempre es bueno el recuerdo, aunque no tanto mirar atrás continuamente: “La Iglesia no es la tradición. La Iglesia no es el pasado. La Iglesia es lo que hagamos en adelante”. Amén.
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