La segunda acepción de la Rae: “Demostrar ser digno de algo”. El honor siempre presenta a las personas. A las primeras personas del singular. Brillos y horrores, barnices y andaderas, persianas caídas y voces olvidadas, oasis neuronales y grandes batallas. Todo queda en el disco duro. Y cuando no demuestras ser digno de algo, y, encima, jodes a la familia y a la verdad, todo se pudre. Gangrena. Y el pasado, siempre martillea a los oídos más sensibles. Cuestión de honor lo mezcla un poco todo: demasiado para una película, para un muy buen film: el cáncer de la conciencia y el cáncer físico, la degradación moral y la degradación intelectual, la falsedad matrimonial y la falsedad individual, la corrupción propia y la corrupción policial. Todo es una puta mentira en esta vida. Absolutamente todo. Antes o después, siempre mentimos. Siempre. Fascinado por la mentira en algún momento de la vida. Y desde ese momento eres un esclavo. Un maldito esclavo de tus falacias. Nombres falsos, eufemismos, sinónimos, toda una pluralidad de mentiras. Eso es la existencia. Aunque siempre pueden sonar los Oasis y alegrarte unos minutos la existencia. Pero las mentiras siempre seguirán así.
Hace 2 horas
3 comentarios:
D. Supersalvajuan, los dos estamos llenos de nostalgia. Para olvidar un poco las mentiras.
Nostalgia del Barrio de Salamanca
Hoy me he dado un buen baño de nostalgia. Anoche tomé el coche y esta mañana temprano lo dejaba en las afueras, cerca de la boca del metro que me ha llevado hasta Diego de León.
He pasado por la Asociación de la Prensa de Madrid, donde han sido tan amables de recordarme que en Septiembre llevo inscrito allí 25 años. Me han hundido. ¿Me imaginan con 25 años menos? Entonces, las chicas no miraban a trevés de mí como si fuera de cristal.
Humillado me ha reconfortado ver el Milford enfrente y pensar que allí hay loros y cacatúas mucho peores que yo. Más animado me he metido a pegar la hebra a Diana Cazadora donde compraba las chaquetas de lana cocida austríacas y reparaba mis escopetas. El dependiente, me ha dicho que ya son pocos quienes usan prendas austríacas.
-D. Alfredo, "desde que usted dejó de cazar" (coño, fue en el 87, no en la Edad de Piedra), han salido nuevos tejidos, nuevos materiales y ya nadie quiere las chaquetas austríacas.
Después de este nuevo jarro de agua fría, me largo a Serrano y me compro unas trufas en Santa, antes de meterme al Corte Inglés, esquina con Ayala, para controlar. Siempre he presentado allí mis novelas. Cuatro ya. Y la quinta esperando para salir.
Parado en Claudio Coello, esquina con Ayala, miro mi vieja casa donde tuve comechado durante meses a Alfredo Bryce Echenique. Paseo por el mercado y saludo al pescatero y al frutero. Hecho de menos el Roma donde me localizaron cuando gané el Premio Nacional de Periodismo. Era 1984, joder.
Muerto de la nostalgia paso por Denis, donde tienen los más bonitos calcetines de rombos y las corbatas más bilbaínas de Madrid. Me acerco a Loewe para cambiar un regalo navideño de un amigo y me lo encuentro lleno de rusos comprando como desequilibrados. Me gustaba más cuando arrasaban los japos. Puafffffff.........
He vuelto al coche, salí de Madrid y estoy en una bar de carretera escribiéndoles desde mi vieja laptop.
Nostalgia del Barrio de Salamanca
Tengo guardada esa peli desde hace un par de semanas y todavía no me he decidido a verla... este finde creo que toca :-)
Y sí, tienes razón, todos mentimos, antes o después. Y es más, sin mentiras, o mejor dicho, mentirijillas, todo sería muy aburrido... nos creeríamos lo que dicen los políticos, lo que dicen los medios de comunicación... pues vaya aburrimiento oiga.
Salu2!
Sí que mentimos, Lorkiano, siempre, demasiado a menudo.
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