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miércoles, 10 de febrero de 2010
Las grietas del infierno.
Siempre digo que, lo peor, como el infierno, es una cosa muy personal. Y cuando te abandonan, como dice Rubén Castillo Gallego en la página 163 de este libro “no veo el infierno a través de las grietas de esta pesadilla, y tú ni siquiera me escribes”. Las grietas del infierno. Vaya joyita. Rubén me dijo que en libro “estamos retratados”. Reconozco que llevo muy poco tiempo en la docencia, es verdad. Pero en un instituto, cada uno, antes o después se “retrata” de una forma u otra. Pero existen momentos en un centro (des)educativo. Y, en muchos momentos te encuentras a la tempestad cabrona, esa hijaputa que te pilla a 20 millas de la costa y, que antes que antes, te sumerge en la marea más desagradable, y acabas hecho boquerón enlatado. A veces es mejor perderse ciertos asuntos, pero en un instituto te enteras de todo. Si los niños son muy malos (se ríen del cuatro ojos, se ríen del que tiene RH grasa positivo, se ríen del que no habla el castellano que ellos destrozan), los profesores son una calaña, en muchas ocasiones, asquerosa. Hay que pasar por ciertas situaciones de “miedo” e “indefensión” en un instituto para darse cuenta, hay que vivirlo en 1ª persona masculino singular. Sí, porque lo que cuenta Rubén Castillo en Las grietas del infierno es la historia de Pablo, un profesor de Literatura que se ve inmerso en un proceso (Kafka se queda corto) de humillación pública en el instituto donde trabajaba desde hacía años. Y ese juicio público deja en bragas los de Nuremberg o el del Irangate, o el que tú quieras. ¿La esencia de la vida? Una panda, gente que te rodea que, a la primera ocasión, y sin pruebas,, te da la espalda, baja la cabeza, y no sólo no te ignora sino que va a Albacete y se compra el cuchillo más afilado para clavártelo en cuanto te despistes. Vamos, como la historia del cosmonauta Iván Istosnichkov. Ni la Gestapo. Te das cuenta de que Goebbels perdió unos compañeros de viaje increíbles para su aniquilación. Todo es sospecha, todo es una jodida purga estalinista. Y, en cierta medida, en cada instituto cada uno implanta su dictadura: los “patanegra” que describe Rubén; el equipo directivo (veleta total, y lo dice uno que únicamente conoce 5 centros; un jefe departamental que como buen diplomático ejerce de Ministro de Asuntos Exteriores (cuando dice sí quiere decir quizás, cuando dice quizás quiere decir que no, y cuando dice no es que no es buen jefe de departamento); unos compañeros de departamento que un día son personas y otro cabrones en plan secuaces de Tony Soprano; y un claustro de profesores, cada uno hijo de su padre e hijoputas totales. Es, en esos momentos, donde, como dice y repite siempre el gran Ramón Trecet, se distinguen los hombres de los niños. Y un claustro de profesores (y profesoras, que no se me enfade la ministra Aído) es una guardería a la máxima potencia: envidia, celos y mierda sobre mierda. Y si hay un incendio, ellos (y ellas, ministra, ellas también, incluso si hace falta, un poquitín más) van a la estación de servicio más próxima y compran todo el combustible posible. Que no todos los días hay fallas en Villa Desmadre ESO. Y a la inversa, también, si hay que secar el mar, se seca. Perdón, que me voy del tema. Lo que cuenta Rubén Castillo es la persecución que sufre un profesor de Literatura por la presunta relación que tuvo (o intentó tener) con una alumna que, y queda claro desde el principio de la historia, es mayor de edad. Pero la mayoría de edad en un papel no es la real (la mía anda poco más de la docena). Y que cada uno piense lo que quiera. Incluso, en algunos institutos, ombligos del mundo y centros del universo, los más viejos y los más jóvenes, los más superguays y los socialmente no retrasados, creen que rozan la perfección. Todos los individuos e individuas (tercer guiño, ministra, ya me estoy mereciendo una despacha oficial, pijo) del claustro (¿y por qué no decimos claustra?) en su puta tarima. Y el putañero y asaltacunas es ese, sí, sí, ese, ahí donde lo ves, ese, el cabrón que está ahí tomándose tan tranquilamente el café con leche, que te decía yo en la comida de Navidad que tenía algo raro en la mirada. ¿Cómo las interpretamos esas dos palabras juntas? ¿Cómo las medimos? ¿Nos acordamos de los comentarios que hacemos sobre la gente en un instituto? ¿Pero y si es cierto? ¿Y tú qué piensas? Como siempre digo en estos casos y en otros, las pruebas. ¿Dónde están las pruebas? Y en un instituto de Secundaria, salvo honrosas excepciones de compañeros de gintonics en los peores bares de la ciudad de Murcia, no tenemos amigos: tenemos gente con la que pasamos ratos, quizás muchos ratos, ratos de muchos años, ratos de décadas, pero no amigos. Que quede claro. Lo demás, no importa. Sólo importa lo que dice la gente, y un brujo, o una bruja, con 30 años en este instituto, no va a mentir. Dan igual tus palabras, tu fachada, tus hechos, tus 200 alumnos de cada curso (multiplique señor director, señor jefe de estudios, señor jefe de departamento, señores compañeros [aquí no hay guiño, me quedo sin ser Subsecretario de Educación, joder]). La mentira no se puede parar. No hay nadie invencible. El mundo sigue su curso y ese Pablo, ese mierdecilla de Lengua que intenta que a las niñas se les haga el chicle agua con el puto Garcilaso tiene lo que se merecía. Recuerda, estés donde estés (y cuánta más responsabilidad, se incrementa), que todo puede ser peor. Y el odio y el rencor, puestos a siete mil revoluciones en plan Ferrari alonsiano, son Caín y Judas ebrios de venganza, y estos dos no se andan con bromas.
No digo nada más. Son 226 páginas que ilustran una historia desde distintos perfiles, porque una iglesia gótica es infinitamente distinta desde la torre al altar, desde la nave central a la sacristía, pasando por el confesionario en el que todo el mundo habla pestes de ti, del hijoputa que desea culear a la pobre niña del Bachillerato nocturno.
Y en un momento de lucidez, intento (por segundos llego a conseguirlo) ponerme, no en la piel, sino en las entrañas de Pablo, ese profesor de esa materia idolatrada como es la de Lengua y Literatura. Ese profesor maltratado por voces de cantina y de esquina de jefatura. Y pienso en ti, Pablo. Joder, en esos segundos, pienso en ti. Incluso te hago desaparecer, por cabrón. O por todo lo contrario, que la distancia entre inocente y culpable es una paso de cebra en una calle peatonal. Ninguna. Y, en esos segundos de madrugada, despierto de mi pesadilla sudando entre unas sábanas en teoría limpias. Y recuerdo lo que dicen los malos críticos de cine luego convertidos en directores (a la novena incluso pueden hacer una buena peli) que “el infierno está lleno de buenas intenciones”. Y, a la par, también, no sé si antes, durante o después de la pesadilla, también recuerdo lo que Federico Volpini contaba en Radio 3 cuando hablaba sobre los Stones, “que el diablo es un agente doble al servicio de la Providencia”. Y Dios te castigará, a ti, por cabrón, porque no hay solución. Y punto.
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13 comentarios:
Joder, menudo buceo en mis páginas. Es increíble lo que una persona inteligente puede ver en las líneas de una novela, donde el autor sólo pensaba que había vómito, y perplejidad, y lágrimas. No tengo materiales en casa para hacerme un gintonic, y las cervezas se me han gastado durante la comida (Marta es testigo), pero me acabo de abrir una botella de sidra y me la pienso hincar yo solo, en plan "Dios, qué bien lee el cabrón éste del Supersalvajuan". A tu salud, maestro. Y todo lo demás.
Yo estaré congelada pero tú estás que echas espuma caliente por la boca...
Me alegra ver que tienes vísceras
;)
Beso con escalera, la banqueta se ha quedado corta, Te voy a subir a un pedestal y punto y que cada uno piense lo que le de la gana...
Ahla
Digo Olé.
Copón!
dónde se vende?
(sí, sí, sí, mucho veneno)
Amén!No esperaba menos, la verdad. Te recuerdo tus palabras del otro día: "cuando lo termine, te lo paso" Así sea.
Muy pero que muy buena reflexión, sin pelos en la lengua, como siempre..aunque no dejas claro de qué lado estás.o sí?
Muakiss
Joder,Salva,pues a mi no me lo pases esta vez.
Aun sigo con la boca abierta despues de leerte...
No se si podria llegar hasta donde lo has hecho tu.
Y que corra la sidra.Y todo lo demas.Y punto.
Rubén, siempre hay que tener reservas de ginebra en cantidades industriales. Nunca se sabe.
Anele, ahora si que viene el frío.
Amor, veneno para todos.
Maica, ¿Hace falta opinión? se ve muy claro de que lado estás.
Rakel, como diría Joaquín Prat, a pintar!!!!
Ya que no quisiste hacer mi sueño realidad y tumbarte en la cama.....
que lo tenia todo preparado:la cinta americana y mis cuchillos que si que son de Albacete.
Por cierto, me he quedado asombrada de leer como pueden afectar las inhalaciones de pinturas y las vibraciones de mi black&decker a tu masa cerebral,para que lo bordes como lo has hecho aqui.
Supersalva, la leí este verano con mucho gusto, es un decir, porque es una novela bastante agobiante, y la tengo pendiente para una reseña lo mejor que pueda, pero tú te has adelantado. Lo que más me ha cortado hasta el momento es que me dan repeluses cuando pienso en el tema. La haré, de todos modos, pero voy a esperar un poco a que se me pase la resaca de ésta, que es fuerte. Ya has comprobado que Rubén es un estupendo escritor y que no hice yo nada mal en poneros en contacto, que saber quién es el lector perfecto para un escritor no es moco de pavo. Eso para ponerme unas pocas medallas, que a veces no viene mal.
Lo que más me gustó de la novela de Rubén, adelanto, es la medida ambigüedad respecto a la chica y a Pablo, y las difrentes voces de la novela, que son la negrura de la mediocridad, pues no hay nadie con sensatez y bondad en todo el libro, nadie con cabeza para desenredar la madeja. La verdad es que es una novela dura.
A tareas pendientes. Y ya opinaré. O no, quién sabe
Rakel, Dexter, Dexter.
Fuensanta, como la vida.
OK Leandro.
¡Vaya! Me has vuelto a dejar sin palabras. Sólo se me ocurre darte las gracias por este regalo inesperado. Esos, los inesperados, son los más intensos...para bien o para mal.
Un saludo.
Stirner, los disfraces pendientes tenemos. Chaíto!!! Ynoestudiestanto!!!
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