viernes, 20 de octubre de 2023

Blue Lights. Primea temporada.

Blue Lights va soltando pildoritas hasta que la fentanilonada explota al final. Pero hay que olvidarse de las críticas leídas (y de las que no son leídas): esto no es Line of Duty. Esto es otra cosa. Hay interrogatorios y señoras que toman apuntes, y señoras que mandan en la policía de Belfast, e hijas de señoras que mandan en Belfast que también son policías y tienen miedo, y policías novatos, y policías con décadas de trabajo a sus espaldas, y secretos oficiales y de los otros que son secretos hasta que dejan de serlos. No sé si la palabra caprichosa es la adecuada para hablar de esta primera temporada en la que escupen y golpean a la policía, en la que se miden los niveles de tragaderas hasta listones que superan lo tolerable. Aunque el azar juega su papel (o los números, o las bienaventuranzas, o el bienestar común fuera de lugar), antes o después, esas pildoritas, hacen su efecto. No es azar todo lo que parece azar. Quizás lo queramos creer, quizás lo necesitemos creer, quizás lo perfecto no quepa en la ficción porque editorializar a los malos con planos de buenos no siempre nos deja buen sabor de boca. Los malos existen porque todavía, parece ser viendo Blue Lights, quedan personas en la policía. Eso parece ser, aunque yo sigo teniendo mis dudas, porque “no puedes simplemente luchar contra las sombras”.

viernes, 13 de octubre de 2023

El querido hermano

Deja El querido hermano un poso de amargura terrible desde el principio. Joaquín Pérez Azaústre nos muestra la figura de Manuel Machado, otro señalado, otro “converso protegido” por el régimen, otro “farsante”. ¿Pero no somos farsantes todos? ¿No somos todos en algún momento de nuestra vida como Pablo antes de su conversión? La guerra es esa mierda indescifrable que mata los ideales, porque “no hay ningún ideal lo bastante alto como para que los hermanos se maten entre sí”. O sí. ¿Cómo definir la Guerra Civil? Pues JPA lo hace en pocas líneas, y lo hace muy bien: “Un hermano yendo en coche a despedirse de otro que acaba de morir. Eso es la Guerra Civil. Y esta ha tenido la suerte de ser quién es. La mayoría no podemos despedirnos de nadie”. Pero en nuestra vida todo es inspección, todo cadena de mando, todo etiqueta, y Manuel Machado es otro de esos etiquetados, otro papel pegado a la botella de Luis Felipe para que se pueda leer que es Luis Felipe y no Cardenal Mendoza, o Siglo XIX: “También cabría preguntarse por qué hay que juzgar a Manuel Machado, cuando no se juzga a Antonio, y qué tipo de superioridad moral íntima convierte a ciertos estudiosos y escritores en valerosos guardianes de la moral pública cuando ha pasado el peligro”. Siempre, a posteriori, todo es más fácil, más sencillo, pero el retrato entre obuses es más complicado, es más de dibujar una flecha en el corazón (sin conejos, o con ellos). EQH es un ejercicio que, por momentos, parece insano, con un viaje a enterrar a la familia sin saber exactamente un paradero moral o físico (aunque parezca que es lo contrario). Pero también recuperará momentos anteriores de los Machado en París, en momentos de absenta y noche interminable porque “uno siempre sublima su juventud”. O parece que sublima, aunque sea otra cosa. Y Dorian Gray, y títulos de discursos que lo dicen casi todo (o “todo”): “Semi-Ficción y Probabilidad”. ¿Qué probabilidad tenía España de llegar a una guerra entre hermanos cuando se estrenó La Lola se va a los puertos y esos hermanos se fotografían con Miguel y José Antonio Primo de Rivera? El porcentódromo, que decía el hombre de la camisa verde, se rompió varias veces antes de la guerra, pero al final nos quedamos sin cántaro, sin fuente y con muchas familias rotas y en cunetas. Y las etiquetas reinan, en las guerras de antes y de ahora, pero la muerte lleva a esa igualdad en el dolor que nos supera: “Pero no ha muerto su hermano. Ni siquiera su mejor amigo. Ha muerto un compañero en la literatura y en la vida. En la poesía y en la vida”. También reflexiona Joaquín Pérez Azaústre sobre ese “desencanto previo a la contienda”, sobre una “desesperación absoluta que precede a la posibilidad de la muerte”. Hágase querer por adjetivos convertidos en sustantivos. O no. La burguesía y los toros desde la barrera, que todos fuimos, somos o seremos barrigones, y a todos nos sobrará el mismo abrigo que antes nos quedaba pequeño. Y la enfermedad y el engaño, la decepción y el cariño, la espera y la resignación, teniendo en cuenta que “no existe mayor afrodisiaco que la imaginación". En esta historia de bares, hoteles, carreteras y ciervos, hay fauna retratada y tuberculosis que no olvidar, diferencias de edad que chirrían, abuelos y padres que no fueron entendidos, y “esa perduración de ilusiones perdidas” que antes o después nos invade a todos. La vida suele ser derrota y como todo es mentira, “la mitad de una media verdad siempre es una verdad entera”. Amarga buena lectura la de El querido hermano.

Dark Winds. Segunda temporada.

Vuelve Dark Winds en su segunda temporada con sus historias de fronteras dentro de fronteras, del pasado y los viajes a un dolor temprano que nunca se va, a la locura lunar y a las mentiras del matrimonio, al dolor de madres con hijos que no quieren y a las preguntas que no queremos responder y, añade, un rubio malísimo y una nieve que hace más duro el desierto. Pese a no innovar mucho, las historias siguen siendo buenas, los personajes (con sus silencios) siguen siendo atrayentes, los paisajes siguen siendo espectaculares. Muchas veces perdemos el tiempo que no tenemos en historias que pretender inventar la fórmula del agua en polvo y el salto con pértiga. Pero está todo inventando, y estas historias del pueblo Navajo, de la adaptación y la huida, de lo propio y lo ajeno, siguen dando mucho que observar. Aunque siempre salimos perdiendo. Siempre. . “Y hay monstruos por todas partes y los monstruos no necesitan razones”.

viernes, 6 de octubre de 2023

Vivir deprisa

“Escribo desde ese escenario lejano donde aterricé y desde el que vislumbro el mundo como una película algo desenfocada que se ha rodado mucho tiempo sin mí”. Con esas palabras de la página 15 de Vivir deprisa, Brigitte Giraud, nos mete en “la aceleración más demente de mi existencia”. Antes había escrito, también en esa misma página: “Me mudé sola con nuestro hijo, metida en una secuencia cronológicamente bastante brutal. Firma de la escritura. Accidente. Mudanza. Funeral”. Y no da tregua: “A quien decía que era viuda lo rociaba con un lanzallamas. Pasmada de pena sí, viuda no”. Y luego, las letanías, esas repeticiones, esas preguntas, esas reflexiones que no llevan a ningún destino porque no hay destino posible: “Vuelvo a la letanía de los si que me ha tenido obsesionada todos estos años. Y que ha convertido mi existencia en una realidad en condicional perfecto”. Y ya puestos, pensemos en Death In Vegas, y su Dirge, tantas veces escuchado (danzad, danzad malditos) y en Marc Márquez: “¿Por qué la Honda 900 CBR Fireblade (espada de fuego), joya de la industria japonesa, en la que circulaba Claude ese 22 de junio de 1999, la reservaban para la exportación a Europa y estaba prohibida en Japón por considerarla demasiado peligrosa?”. Claude, la pareja ausente, causante de preguntas sin respuesta y de ese Rewind de la cinta de casete que no necesita bolígrafo porque no va a escucharse más. O sí. Pero el aburguesamiento lleva a preguntas, a cuestionarse los motivos: “Convertirse en propietario, sin duda, no es solo el símbolo ideológico que pensamos”. Altivez y música de Nirvana, también hay su dosis de ello en los recuerdos de BG. Esa utopía, marcada a base de cambios, se ve con el tiempo distinta: “Nos imaginábamos que teníamos el monopolio del arte de vivir. Éramos gente guay y segura de sí misma”. Pero los guays quieren más, quieren “ascender un peldaño en la guaytud”. Especulación y llantos, muertes de abuelos e himnos de Oasis: una generación con esos ídolos no podría llegar muy lejos. O sí. Nos creemos más de lo que somos, o somos más de los que nos creemos, decía el hombre de la camisa verde. BG escribe: “Si fuera una persona elemental, hablaría de una forma larvada de lucha de clases y quizá incluso de una revancha. Digamos que soy una elemental ilustrada”. Y, como no, “para escribir hay que estar obsesionado con lo que se escribe”. Y más citas, y más música: “No por escuchar a los Sex Pistols dejo de hacer todo como mis padres”. Complejos provincianos y más preguntas que no cambian la respuesta final, la muerte de Ian Curtis, por mucho que se resalte el concierto de Joy Division en Les Bains Douches en 1979. Pero es que todo es mentira: “Igual que sobre las parejas heternormativas, también corren tópicos sobre esas madres que no acertarían a vivir lejos de sus hijos y que, al parecer, no tienen más tema de conversación que sus críos ni más preocupaciones, y hay que decir que no es del todo mentira”. También, frases de algo que ahora llaman con eufemismos que suenan a más, pero que siempre las mujeres con hijo o hijos, quieren llegar a obtener, que es la corresponsabilidad del progenitor con ese hijo, con esos hijos. Y que esos progenitores son (o somos), para criar, un poco mayores porque “tener hijos es también cosa de viejos”. La autora también compara década, padres e hijos, madres que dejaron de currar en la década de los 70’s porque era lo que tocaba (criar y dejar de trabajar fuera para trabajar más dentro). Y no, no todo el mundo escucha a PJ Harvey. ¿Pero es toda una pataleta en Vivir deprisa? ¿Es la cháchara de una mujer que con el paso del tiempo no asume lo que debe asumir? ¿Es Vivir deprisa un ensayo sobre la velocidad y los cambios? ¿Nos deja Vivir deprisa demasiado sabor a vinagre en las retinas? Busca motivos para abochornar a los constructores, al creador, al mundo con motos: “Se reservaba para la exportación a Europa y estaba prohibida en el Japón”. ¿Y qué hacemos con las armas? Sigue: “Su industria distinguía entre la producción nacional y la exportación”. Y en esa pataleta (que es una pataleta muy bien escrita, entendida como un grito entre un páramo que quiere morir ausente), suena Joe Strummer con su Should I stay or should I go, en este ensayo que es Geografía y es llanto interminable, en esta perla que nos dice que “sabido es lo necesario que resulta adjudicar la culpa”. ¿La culpa? ¿Podemos hablar de culpa cuando todo son preguntas que nos lleva a otro estadio? Podríamos escuchar a Weezer con su versión del SISOSIG, o a We Are Standard o seguir pensando en preguntas que no debemos hacer en voz alta: “¿Quién homologa el hecho de que una moto fabricada para la competición se habilite para circula por las carreteras de Francia, España o Italia?”. Y nos volvemos a repetir, añadiendo lo que BG añade tras el punto y seguido: “Sabido es lo necesario que resulta adjudicar la culpa. Aunque sea a uno mismo”. Y en este ensayo, en esta clase geográfica, también hay mucha política, porque no hay ensayo sin política, ni política sin relato, ni relato sin medias tintas: “Oigo que me reprochan la pertenencia a la izquierda moralizante, si tanto quiero a los inmigrantes, ¿por qué no me voy a vivir con ellos? Moralizante se ha convertido en islamoizquierdista con el paso del tiempo”. Seguros, casas de seguros, pero “la lógica de los demás es un misterio”. Habría que añadir, si se pudiese añadir aullido en el Azkoitia un 29 de diciembre de 2012, en lo que nos hemos convertido en comparación con lo que queríamos ser: “¿Qué lo convierte a uno, a ratos, en una persona de clase media que firma una hipoteca en el banco, un buen padre de familia, y en otras un punk dispuesto a plantar cara, a joderlo todo?”. Y nos hace pensar, entre velocidades endiabladas y reinas muertas en accidentes de moto, entre mapas de carretera y belgas ausentes, en los 183 kilos del bólido, de la bestia, en el Stephen King de los accidentes (como si SK no fuera un accidente en sí mismo), en el factor meteorología (factor Tindersticks), en el ensayo lesterbángsico como modo de vida hablando de Dirge: “Ese canto lancinante que empieza con guitarras y una voz femenina, va absorbiendo luego poco a poco la rítmica, se despliega con la entrada de un sintetizador distorsionando, sube un nivel cuando una guitarra un poco sucia aparece con el apoyo de una batería que pasa casi a primer plano”. Y apostilla: Dirge, antes del final, es lo que siempre me he dicho, sería como dejar en el aire un crescendo sexual, encender la luz en momento que llega el placer”. Insiste BG en esos cinco minutos y tres cuartos, como insiste en recordarnos a LB, “una de esas leyendas de la crítica anglosajona que supieron darle al rock sus títulos nobiliarios”. Y en la revolución industrial que es Vivir deprisa recordamos los primeros semáforos en 1868, reflexionamos sobre rotondas y moteros sin rostro, en esas notas de Dirge y en Iggy Pop, y, sobre todo, en reconocer que “no hay si condicional que valga” porque todo es mentira.

domingo, 1 de octubre de 2023

Special Ops: Lioness. Primera temporada.

“¿Hay algo que no le dirías o algo que no le harías al hijo de Bin Laden con tal de librar al mundo de su padre?”. ¿Vale todo? ¿Seguro que vale todo? Con esa pregunta del capítulo 7 de la primera temporada de Operación Lioness nos metemos en el desierto y en las tiendas caras, en las palizas y en el reclutamiento, en los accidentes domésticos y en maldita dependencia del petróleo: “Depender de un recurso que no puedes generar significa que tu posición política es la posición del país al que le compras el recurso”. Así funciona esto, mientras toca la cimitarra algún político esnob en una playita con un daiquiri en la mano. Taylor Sheridan no duda en azuzar a los líderes que llevan el asunto a un callejón sin salida, a un coche que no arranca porque es eléctrico y no tenemos electricidad porque no hemos podido generarla sin petróleo ni carbón: “Hemos jodido tanto la estructura política de los países del Golfo, que los líderes que hemos puesto en el poder necesitan que seamos los enemigos de su gente. Si no, la gente va a empezar a preguntarse por qué el 0,6% de la población gana más de un millón de dólares, mientras que el 41% gana menos de 10.000 dólares. Los conflictos en la región protegen a los poderosos, y nosotros los necesitamos en el poder. Cuando los quitan del poder, pasa lo que pasó en Irán. Por eso, dejamos que nos demonicen, por ejemplo, secuestrando aviones y chocándolos en nuestros edificios”. Con el lenguaje militar que no siempre se entiende bien, la pregunta nos lleva, entre salas de hospital, llantos familiares, accidentes de coche y gente sin ocupación vestida de militar, a preguntarnos por la alternativa: ¿Qué alternativa tenemos a esa situación? Podemos mirar para otro lado, y ponernos una insignia de colores en la americana y creer que Pocoyó nos salvará mirando colores básicos. Pero no. Pese a que los ilustrados progres no les hace mucha gracia Sheridan, no está de más que nos recuerde lo básico: “Todas esas tonterías del cambio climático… cuando estamos al borde de una tercera guerra mundial todos los días. Y ninguna de las potencias mundiales, ni siquiera nosotros, tiene el liderazgo para evitar una guerra nuclear”. Y añade en voz de ese oscuro personaje que ejerce de esposo de una zanahoria no que se ríe ni una sola vez: “Cuando saquemos energía de algo que no sea petróleo, tendremos más posibilidades de no exterminarnos. Dudo que los humanos vivamos lo suficiente como para morir por culpa del cambio climático”. Operación Lioness nos hace reflexionar sobre la autoridad moral (de los yankis, de la izquierda, de lo que no sabemos pero creemos saber). Más que sobre la autoridad moral, sobre la falsa impresión e que somos ombligo de un ser que no responde a estímulos externos, que salta de isla en isla porque la prisión interior no hay quien la soporte. “Los soñadores no tienen dinero”, se repite con distintas frases en esta primera temporada en la que tenemos claro que “uno no planea las rutas con el chófer, sino que simplemente le dices a dónde tiene que ir”. Ya que todo es mentira, no está de más recordar que “las mejores mentiras están envueltas de verdades”. Sigamos fieles a nuestra ignorancia, a nuestro miedo y a nuestra codicia, que así nos va. Y los cambios dan miedo: “Quedémonos con el mal que conocemos, por ahora, porque el mundo no tiene líderes para navegar el mal que no conocemos”. Lo dicho, una buena mentira para escapar de frases hechas y repetidas, que no todo es cambio climático en la vida.