Hace 2 horas
domingo, 27 de febrero de 2022
Nasdrovia. Segunda temporada.
Empieza la segunda temporada de Nasdrovia con Los Brincos. Ni más ni menos. Y con personitas hablando de cebolla en la tortilla que piensan cambiarse de nombre. ¿Seguro que no todos los taxistas escuchan la Cope? Y nada como un 25 de febrero de 2022 para el estreno. Putos ruskis. Y los recuerdos de la guerra de Chechenia del 90, ahora recordados como chiste macabro. Y dice el hombre elefante, por las calles de Moscú, “que en las calles no se entiende el inglés, se entiende el miedo”. Toma nota, Biden. No, perdón, que la momia está embalsamada y no puede tomar nota de nada. Y nada como comparar la Toscana con Chernobyl. Con la mafia, sea del sitio que sea, solo hay un camino: huir. No se les puede vencer. Nunca. Quemar a Tachenko. Llamar a George Harrison el gourmet de los Beatles. Casas con rincones únicos. Decorar el terror. Mierda sobre mierda. Y los planes alternativos, bacalá. Concursos y cazas. ¿Cara de acelga? Y la Autosuficiencia de Parálisis permanente, y Rocío Jurado, y Rafaela, y los taxis y las jodiendas con vistas al transformismo. Y es cierto que la mafia mata más que el ejército. O no. El infierno sigue lleno de buenas intenciones, incluso siendo más floja que la primera temporada.
Coda: Y esos secretos de las recetas...
jueves, 24 de febrero de 2022
The Responder. Primera temporada.
The responder es un querer y no poder. Saber que tienes que trabajar en un ronda de noche pero la pintura da miedo. Necesidad frente a realidad. Hay veces que hay que parar, pero no puedes. El policía de guardia nocturna que es llevado al colapso… pero eso es que pasa en todos los trabajos. Cuidarse y descansar, le recomienda la loquera. “Este trabajo me mata”. ¿Y a quién no? ¿Para qué sirve apagar un fuego en mitad del infierno? Dice el prota: “He olvidado la última vez que hice el bien”. Nada como ser odiado, nada como ser un borde, nada como refrescar el pasado para joder bien el presente. La terapia y la pérdida de tiempo. Lo chocante es la patrulla solitaria, con el loco haciendo solo la noche por esas calles del demonio, rodeado de yonkis, pajeros solitarios y muertes súbitas. Nada como ser degradado como para recordar otras cosas, otros asuntos, otras mierdas. “Los polis son porteras”. Asuntos pendientes, ir de recados nocturnos, demasiada mierda en mitad del vertedero. Esas noches son una ciénaga, casi tanto como un primero de ESO. Nada como venderse, nada como dejarse comprar, nada como estar siempre a punto de la lágrima. Y las residencias de mayores y sus factores, y los cuernos, y volver a pensar, como David Jiménez Torres, en El mal dormir. Hay mucha gente a la que nadie le importa una mierda. Solos en el infierno. ¿De qué sirve a alguien que le alarguen su agonía? ¿Y los curas borrachos tienen solución? ¿Y hay perversión en el error continuado? ¿De qué sirve la reputación cuando no tienes dinero en el banco? The Responder nos hace reflexionar sobre la capacidad que tenemos las bestias, entre las que están incluidos muchos humanos, de caer en la repetición del error, una y mil veces, hasta buclear el infinito.
miércoles, 23 de febrero de 2022
State of the Union. Primera temporada.
Pintas y vino, y esperas en una mesa, y por supuesto que no puedes cagar en una casa que no sea la tuya. Ni en el trabajo. Kant y niños y castigos y mierdas varias. ¿Hornby era esto? ¿Hornby ha quedado para esto? La responsabilidad compartida y los chascos, y los atajos en las relaciones. Todo mentira. Incluso las matemáticas. ¿Qué supone la repetición del pecado original? ¿Reescribir la Biblia? Nada de 100 metros, nada de maratones, nada de Usain Bolt: aquí estamos con lo de Fermín Cacho, siempre con Fermín Cacho. O con Abel Antón. ¿Pero qué queda cuando no queda nada? ¿Juego de tronos? ¿Existió Juego de tronos después de la segunda temporada? ¿Enfermedad? El dinero, el trabajo y hacer el trabajo propio de tu sexo: siempre ganar. El bien, el mal, lo injusto y lo tramposo. Vivan las conversaciones en los bares. ¿De qué hablar si no hay nada de lo que hablar? State of the Union es una farsa teatral, una mentira contemporánea, una canción con buen estribillo sobre el desamor con facturas, terapeuta y ruido de coches y vajilla de fondo. La terapia, esa forma de perder tiempo, dinero y retransmisiones televisivas. Y nada como la comparación del divorcio y el Brexit (otra vez). Burocracia de día a día, de compras de rúcula y suposiciones de entrecot diario. Y de atocinar la vida, que nos hace falta más tocino. Nada como compararnos con los demás, nada como perdonar la vida cuando llega el apocalipsis sin San Juan. Y recordar la patada del holandés a Xabi Alonso, y de ese tipo al que te puedes encontrar en la graduación de uno de los tuyos y que comparte algo con una e y una equis. “Siempre puedes imaginarte vidas mejores que la que tienes”. Y más frases con las que pensar sobre si volver a la soledad después de compartir vida y criar hijos es bueno, malo o manifiestamente mejorable. Hornby no es el mismo Hornby pero sigue teniendo algunos momentos de lucidez. O no. O quizás, reflexionar sobre morir solo, pensar en infartos y morir en accidentes, y todas esas preguntas que, de vez en cuando, entre pintas y vinos, salen a relucir, y a nombres del pasado, y pactos de muerte que no se cumplen o no se cumplirán, compartiendo o no residencia de ancianos. Comer verdura y series de comadronas y temas de conversación y películas en blanco y negro. El futuro, salir adelante y eufemismos baratos para rellenar minutos de conversación. Esperaba muchísimo más.
Hightown. Segunda temporada.
Hay series que necesitan un empujón, y no quedarse a medio camino. Y Hightown lo hace en su segunda temporada, dejando claro desde el principio que no hay medias tintas, que hay asuntos que hay que dejar atrás pero que conviene no borrar ciertos números de un móvil. O sí. Hay que borrarlos y largarse, pero no siempre puedo uno marchar. No. Nunca. Hightown saca los fantasmas a pasear y va del insomnio al recreo familiar, de la paliza que se repite al ensueño de una vida que no es vida sino rutina infernal. Las medias tintas, en espacios de tiburones, llevan a redes de decepción, de huida y de negación. ¿Y hay solución? Yo creo que cuando todo se tuerce, es imposible, aunque algunos sigan creyendo que sale el sol y que es posible un mañana. Hightown nos lleva a esa pregunta, a la posibilidad de creer que si lo hay, de que es posible. Vivan los enredos. Niños que se hacen adultos a base de golpes, adultos que no quieren responsabilidades y viejos que ven humillado su orgullo. Hay para todos, dentro y fuera de la cárcel, en los escalones de la vida y en las casas ajenas, en los aparcamientos y en las mesas compartidas, en los ojos llorosos y en los silencios incómodos. Viva el presidente Jefferson y Acción de Gracias. Hightown va sobre recaídas y pasos atrás, sobre llantos y preguntas a doctores, sobre aceleraciones y nuevas reconversiones que no siempre funcionan. Y pérdidas de las que duelen y no te recuperas nunca. Nunca. Y fantasmas de SOA, y fantasmas que viven vidas de perversión y huida, de anhelo y decepción. No es perfecta, pero la segunda temporada de Hightown deja buenos momentos para desconectar de un mundo que no es perfecto. Nunca.
lunes, 21 de febrero de 2022
Raysed by Wolves. Primera temporada.
Hágase querer por un androide, hágase querer por una mezcla de Matrix y Alien, hágase querer por planetas lejanos y por ridleyscottanianas historias, hágase querer por dioses con nombre de sol, hágase querer por ateos y tecnócratas, hágase querer por tipejos que cambian sus caras, hágase querer por niños abocados a su erradicación, hágase querer por historias que mezclan ilusión y desolación, hágase querer Eminencias que tienen fin desde el principio, hágase querer por familias ficticias, hágase querer por fetos reales e imaginarios, hágase querer por la infertilidad y el terror, hágase querer por la mutación y los altos vuelos, por los bichos y los pozos, por el amor y el desamor, por la capacidad de elegir y errar, por las historias bien contadas y maravillosamente narradas. Vaya joya es la primera temporada de Raised by Wolves.
Justified. Sexta temporada.
Termina la sexta temporada de Justified creyendo que hacemos, de vez en cuando, justicia. Pero es mentira. Ni existe la justicia, ni creemos en ella. Quizás podemos mirar para otro lado, podemos encerrar a un loco, podemos utilizar la Biblia con fines espurios, podemos bastardear hasta la náusea. Lo que haga falta. En esta sexta, se adelgaza desde el principio la base de la serie, cayendo personajes siniestros uno detrás de otro, pero dejando vivo a más de uno (o de una, o de une, ministra) que debería estar muerto (o muerta, o muerte, ministra). Justified no es una serie que nos recomendaría el Ministerio de (Des)igualdad, o el de Justicia e Interior, o el de Gracia o de Guerra. O Guerras. Justified necesita tiempo, va a su ritmo, pero es una gran serie que, pese a los errores finales, suele tener coherencia. Quizás sean los años pero cada vez más repito las palabras coherencia y reflexión, y Justified, casi siempre, cumple con esas dos palabras, con dos premisas. Es difícil encontrar a tipos, en las miles de series que podemos encontrar, a tipos como Raylan Givens y Boyd Crowder, a individuas como Ava, a policías que guardan buen licor en su oficina. Justified se cierra (de momento, que ahora entre tantas sagradas escrituras profanadas cualquiera resucita lo que haga falta) con una buena temporada y con momentos que mezclan aversión y atracción, ganas de asesinar y jodiendas con vistas a un pueblo del que, antes o después, hay que salir porque está maldito. Y nos encantan los malditos. Vivan Ray y Boyd y Ava. Hasta el final.
miércoles, 16 de febrero de 2022
lunes, 14 de febrero de 2022
La flecha del miedo
No me gusta subrayar los libros y eso a veces me juega malas pasadas. Dejé un 7 de octubre de 2021 la lectura de La flecha del miedo de Miguel Sánchez-Ostiz y de otros tres libros que llevaba en danza. Me entró el bajón, me fui unos días a Totana y luego no volvió la normalidad, si es que tenemos algo parecido a la normalidad en los dos últimos años. Ese viaje, huida y escape de La flecha del miedo se quedó en un cajón, y perdí los apuntes que iba tomando de esos cuatro libros. No sé si quedaron en Totana, en La Manga o en Murcia, o se los llevó la señora de la limpieza para mejorar su castellano, o se quedaron olvidados en una estantería del instituto. No lo sé. Me fastidia perder esas líneas, pero me quedé por la página 300 y por esa seguí. Y justo ahí, aparece algo paradigmático: “Pero tampoco hay que meterse mucho en las cuevas a ver qué hay dentro porque puede uno encontrarse fácilmente con lo que no quiere”. La flecha del miedo me ayudó a sobrellevar un inicio de curso caótico y decepcionante. No se puede confiar en la gente. Piensas que por trabajar años con alguien se puede confiar, pero es todo lo contrario: justo ahí llega la decepción. Siento no escribir de La flecha del miedo como lo hice de Las pirañas en dos ocasiones. Cuando tenga ánimo para una relectura lo haré. La relación que tenemos con los libros es muchas veces contradictoria. Nos ayudan, pero, a veces, tenemos desconsideraciones con ellos. En ocasiones, charlando con los alumnos (cuando se puede), hablo del disfrute de las relecturas. A veces no lo entienden, pero otras te dicen que algunos lo hacen constantemente de sus libros preferidos. Lo dejé un 7 de octubre y volví a La flecha del miedo un 22 de enero de 2022. Y parecía que solo tenía recuerdos difusos de esas primeras doscientas y pico largas páginas: la maleta, las voces de unos y otros, el local que abrió y cerró, las amistades perdidas, las persecuciones, el horror, las conversaciones con pares e impares. Ahonda La flecha del miedo en el tema de la desconfianza y en la falta de verdad: “Mentira y dos a pares, como casi todo lo que tiene que ver con el zoco de la memoria: mentira”. También se habla del desamparo y de lo que dejan los demás cuando se van rápidamente, por el camino del abandono, del suicidio. Ahora que todos sabemos, o creemos saber, sobre el comportamiento de psiquiatras y psicólogos, yo repito mucho aquello que me decía el hombre de la camisa verde: “El número de suicidios sería menor sin tanto psiquiatra que te vende humo”. Y mucha razón tenía. Me gusta eso de la “panda de aldeanos críticos”. Y recordar frases que se decían, de tanto en tanto, como lo de la ética republicana andaluza, y analizar a los amos del cotarro y recordar, entre memorias obtusas, momentos brillantes de literatura con la que disfrutar. El problema de La flecha del miedo, como el de otros libros, es que no quiero que se acabe. Voy por la página 332 y me da pavor, como conducir, que se acabe. Más frases que me recuerdan al hombre de la camisa verde, como aquello de “buscando la humedad corrosiva de la losa”. Las ganas de vivir se tienen o no se tienen, pero, por mucho que se busquen, no se encuentran. Miras al cielo, en mitad de Carlos III o en ningún sitio, tampoco Aljucer vale, y no encuentras ni chanfainas ni estrellas de agosto. Y, en mitad de la nada, encuentras frases con las que crees reconfortarte o pensar que compartes momentos con otras personas: “Yo qué sé en que demonios crees cuando la depresión te acogota”. Es verdad. No sabes. No encuentras salida, y “sigues andando en redondo por el fondo del pozo”. Lo de regar mandrágoras no lo había oído nunca, es verdad. Y me gusta la comparación de la oposición y de la vida, del temario y los amaños, de la andada y las venidas. El hombre de la camisa verde hablaba de sopas mudas en vez de sopas sordas, pero todas son raras (también la del miedo), la verdad, todas “palabrería de charlatán”. Es verdad que algunos no sabemos vivir, no tenemos entrañas, no aguantamos lo que tenemos que aguantar. Y los venenos, con o sin rebabas, son triquiñuelas, pensando (o sin pensar) en si hay un mañana o un hasta luego, López. Y las naderías, y aquello que no hay que tener en cuenta y lo que sí, y ese “escepticismo de confitura” en el que mirarse en el espejo, y adoquines desgastados por suelas que buscan solución o puerta grande de la taberna, y cargados hasta las amuras todos somos mulos de carga. O no. Y esas “armas del desprecio” desde las cuales todo es distinto, o nos volvemos locos y esas jaranas que acaban en alboroto, y no pensar en la muerte hasta que piensas en ella continuamente. Y en esa “murga fina de perdedor nato”, te haces muchas preguntas y, como en Juegos de guerra, “la única manera de ganar es no jugar”. O sí. Hay que jugar e intentar no perder, o como escribe Miguel Sánchez-Ostiz en este libro, “vivir es perder y arrear con las cajas perdidas y su recuerdo preciso”. Me gusta, aunque me recuerda un poco a Murcia en su provincialidad, esas forma de describir el espionaje de los pueblos, esas paredes que oyen, ese “enemigo acecha”. Y no sentirse nada, o nadie, y saber que estamos de paso. Eso también lo describe bien Sánchez-Ostiz: “Hay gente que desaparece de nuestra vida y que sabemos que es para siempre”. También nos hace pensar La flecha del miedo sobre las agonías (largas, peligrosas) y de los individuos que esperan en las esas esperas. Y la enfermedad, y las esperas en los hospitales y los manicomios, y los reproches de las familias (llámese Nico o Camino, o el que tú quieras), y la ronda de la muerte, el peligro continuo, la conciencia de lo que está por llegar, y el tratamiento, y las mañanas bien cargadas en todos los sentidos. Y en ese celofán del dolor, siempre hay preguntas que cuesta responder, y esos aldeanos críticos que son legión o minoría, pero que están ahí. No había leído nunca eso de la campana de madera, aunque si lo que “a veces recordar da vahídos”. Mejor no recordar, mejor no coger las botellas de los estantes superiores, mejor aguantar de la manera que se pueda esa “intoxicación de amargura”. Subraya Sánchez-Ostiz que no siempre estamos acertados con nuestros recuerdos, que muchas veces son brumosos, o, directamente falsos, inventados. Y copón de Bullas, y todo lo demás. Y en mitad de la comedia, sea mala o regular, hay veces que solo queda aguantar, seguir, mantener la locura y el delirio de todos los días, inventando o trajinando embustes para llegar al mañana. Y en esa historia, novela de la vida, hay sermones que ayudan y otros que matan en vida, otros que son venganza y desamor. Y lo cotidiano de los venenos, de esa sombra que te llega y se queda contigo hasta meterse en tus entrañas. Y Tobías y el arcángel y todo lo demás. Y las revanchas pendientes, y la amargura eterna, y ese momento en el que, como indica el autor, “pasaba de la ironía al sarcasmo y de sarcasmo al comentario amargo, al rictus de la vejez prematura que todo lo demás enmascaraba”. Palabras mayores. E intentar sobrevivir, con comercio y bebercio, y con una depresión que nunca acaba. Y los personajes dañinos que se cruzan en nuestra vida y con nuestra familia (y que siempre han estado ahí, y ahora parece que se reproducen), y con los que hay que tragar, aunque quieran “hacer daño por deporte”. Y exorcistas varios, con los que te cruzas antes o después, quieras o no quieras, directa o indirectamente. Y ese final de entierros y ciudades, de marchar y volver, de enclaustrarse y encerrarse, del mus y los truenos, de toda la Biblia que sale a relucir. La flecha del miedo, un libro impresionante para reflexionar sobre errores y vueltas a la realidad, sobre el día a día y la depresión, sobre las losas que nos caen encima y de las que tenemos que sobreponernos. Lo acabo de terminar y ya estoy pensando, como me pasó con Las pirañas, en releerlo.
martes, 8 de febrero de 2022
Hightown. Primera temporada.
Llegué a Hightown casi por error y me quedé allí. Con una canción de entradilla que engancha, con policías que tienen lado oscuros y tinieblas de distinto calibre, con malditos que llevan traje y tatuajes, con negros que odian y mandan, con libertad y desengaño. Hightown, con su drama, nos hace pensar en los malditos, en su espacio y sus rebabas, en su hogaño presente, con sus demonios interiores que te pueden condenar o salvar, dependiendo de como se tome la administración el tema. Hasta, con calzador, tenemos #MeToo y lo que haga falta. Buenos actores, como el tipo de Pacific y Rubicon, cabrones que buscan su espacio y quieren resolver problemas, y otros que se los buscan, y con la bandera Starz y sus pildoritas correspondientes. ¿Serie B? ¿Quién cojones decide si la serie B es mejor o peor? ¿Otras ligas? Una buena serie, con buenas interpretaciones y una buena historia. No busquemos la excelencia en todo. O sí.
lunes, 7 de febrero de 2022
Ozark. Cuarta temporada. Parte 1.
Ozark va de imposible en imposible, de dioses que quieren penitencias y perdones que no siempre llegan. Y es que las penitencias tienen demasiados daños colaterales. Volver a las andadas, con ese pasado que siempre retumba en nuestros oídos. Y si vuelve Ozark vuelve el silencio y lo incómodo, las miradas pensativas y la crucifixión diaria de todos los días. Y aparece por allí una especie de Joe Strummer tocando la moral. Y resulta que todavía hay personas con conciencia, o lo que sea eso que llaman conciencia. Y el sobrino altanero, jodiendo la marrana. Padres orgullosos de sus hijos aunque se enfrenten con su esposa. Casera, ecológica y todas esas mierdas que te venden, pero aplicada los acompañantes de las yeguas. “Trabajos: la gran excusa americana”. ¿Qué pijo es bueno o malo? ¿Para qué madrugar para trabajar en un empleo normal? ¿Quién quiere sudar teniendo alpiste a mano? Hay que reseñar el crecimiento de la serie, convertida en adicción omnipotente, sabiendo cambiar hasta el infinito desde una segunda temporada manifiestamente mejorable, pasando por una magistral tercera y una primera mitad de la cuarta que roza la perfección. Y, de vez en cuando, los peones van cayendo, y los elefantes convertidos en pequeños alfiles y, si hace falta, los reyes. Grandísimo penúltimo acto.
domingo, 6 de febrero de 2022
Doce césares. La representación del poder desde el mundo antiguo hasta la actualidad.
Empieza Doce césares.La representación del poder desde el mundo antiguo hasta la actualidad, con las imágenes, pequeñitas de los individuos en cuestión y sus fechas y diciendo si murieron en la cama o no. Quizás no debería Mary Beard llegar a tanto, que a lo mejor alguno de los asesinado murió en una cama. O no. O el que murió a manos de su hermano, o por su hermano, tampoco. O sí. Vaya usted a saber, Mary Beard, que se define como aguafiestas, como profesora, como clasicista, como historiadora y como escéptica (me falla la memoria y no era ese el orden, pero a ciertas alturas da igual y el orden y el desconcierto en la menor). También dice que Doce césares habla de historias de decepción, polémica, reinterpretación y más polémicas. Es un libro sobre representaciones, sobre errores y descripciones no siempre exactas, no siempre se pueden contar todas las arrugas en el cuello de Julio César. O sí. Dice MB que su libro es bifocal. Julio César y las monedas. Hágase querer por los flequillos de los Julio-Claudios. Y las monedas en los cuadros, todos parodiando a todos, todos haciendo el jarra, todos mintiendo sobre las mentiras. Desde el punto de vista del contenido, me gustó más SPQR, pero visualmente Doce césares es una sucesión de imágenes mezcla de confusión e ilustración (en el mejor sentido de la palabra). No hay tiempo para resumir Doce césares, hay que verlo y leerlo con tiempo y detenimiento. Y ayuda que haga distinción en las dimensiones de los cuadros y ponga énfasis en saber diferenciar a las Agripinas entre sí y esos detalles en los que dudamos cuando el listillo de primero de ESO quiere pillarte. Un buen libro Doce césares para ver la minuciosidad de las imágenes que nos ilustran una epopeya histórica no comparable con nada.
sábado, 5 de febrero de 2022
Ozark. Tercera temporada.
La inteligencia puesta a prueba. Ozark sigue a lo suyo, con Jason Bateman y sus estadísticas, siempre pensativo y Laura Linney queriendo crecer y aprovechar la crisis y los marrajos y todo lo demás. Y la mentira de la terapia. El casino y los casinos, que decía el hombre de la camisa verde, no son lo mismo. En una timba en mi pueblo, el marido de la maestra se la jugó en la mesa, y la perdió. Y a la mañana siguiente allí estaban, el ganador, en la puerta de la casa para cobrarse la apuesta. Y al final te endureces, conviertes tu corazón en una piedra que ni San Pedro aunque sepas que si vienen a por ti lo menos malos va a ser que te crucifiquen boca abajo. Y hay profesores suplentes que deberían ser fusilados en ciertos pueblos cuando montan el numerito. Y nada como espiar a tu mujer. Viva la desconfianza. ¿Hay alguien sin fisuras en Ozark? Enclaustramiento a la fuerza, huidas hacia un Méjico que da miedo, maquinitas del pasado que vuelven al presente, paseítos por hospitales, viajecitos en bodegas, alpiste en los coches, barcos que explotan, embarazadas con propuestas, jodiendas con vistas a unos lagos que se comen la vida y la existencia. Palizas, acuerdos falsos, viajes bipolares, fuegos en mitad del páramo, llamadas que no se pueden contestar, familia lejos y nunca tan cerca. Pero jugar con dos barajas no siempre sale bien. La mejor temporada de las vistas hasta ahora de Ozark, que deja sangre en la cara, dolor en el alma y ganas de mucho más. Ha mejorado el asunto, y para bien, con su ritmo en el que hay que saber entrar.
Coda: Y hágase querer por una terapeuta loca.
viernes, 4 de febrero de 2022
Ruido de fondo
Tiene un inicio confuso Ruido de fondo. Quizás quiso hablar de muchas cosas en pocas páginas, o quizás yo lo entendí mal en ese momento, o quizás yo soy más borde que los bordes y más ultra que los ultras. Siempre me ha gustado la parte gamberra, la parte del fondo sur de La Condomina, la parte bestia de los City Boys (independientemente de la ideología, del equipo, de lo bestia y lo salvaje). Pero a pesar de esa confusión, me gusta la muerte del gato (he sido testigo de muchas, cuando España era España y no este chiste). Siendo sinceros, en un Bayern contra el Real Madrid lo raro es que no pasen más cosas porque nos ponemos, todos, muy bravos (cada uno en su sitio). De Gistau me gustaban sus columnas, y como a él, me gustaba el consejo del barman y desconfiaba de folclóricas con sentimientos (¿o era al revés?). Pese a todo, pese a la confusión, me ha gustado mucho Ruido de fondo. Mucho. Lo de los cuadros y las nostalgias esteparias, suena bien; lo de la gotita de semen, mejor todavía. Y ojalá tener un aspecto de Soprano a la hora de lanzar el comewhiskas al contenedor de basura. Y ese “cerrado como coño de monja”, para enmarcar. Y el Volvo para aparcar, también. Joyas que lees y, de tarde en tarde, relees, como ese “detector de pobres” del bar. La vida es así y hay que describirla. Y si vas con el punto no es que pienses como Homero, sino que ya eres carnal de Bartolomé. Y en plan Nick Hornby, nos deja perlas de las que hacen pensar, de esas que nos hacen preguntarnos si no queremos volver a casa porque estamos solos o porque no hay nadie esperando en la madriguera. También nos hace David Gistau reflexionar sobre la forma de comportarnos, sobre si somos imbéciles esperando aprobación por todo o vivimos en un estado permanente de sopor o de control, ajeno o propio, de libertad vigilada sin poder levantar los ojos detrás de un culo ajeno o de una buena chica pulmonada. Gistau era un cabrón de esos que escribía bien, frases cortas de las que memorizas para soltar como si fueran tuyas, como si fueran cosecha propia, como si lo de decir que los niños aprobaban exámenes en dos idiomas lo soltara todo el mundo. Ahora que estoy casado tomo nota de eso de no volver a retrocesos evolutivos ni añoranzas bárbaras, aunque no siempre haga caso. Y esa tontería que se acumula y que no sabes si es la falta de alpiste alcohólico o los años. Y el recuerdo de los 90’s, y las peleas, y los viejos amigos del grupo que Gistau los llama Gepeto, Pasoatrás y Pancho pero que podrían ser otros a los que cualquiera conocíamos, y las peleas en los bares, y las sillas voladoras, y escaparte por consejos y olvidar tu pasado hasta que te lo vuelves a encontrar. Recuerdo que hubo un tiempo que daba miedo salir por Murcia, y se daban de palos y la policía, durante una temporada, iba mucho por el Miguel Espinosa (el instituto) y un día un compi con el que no tenía mucha confianza me dijo que si me preguntaban el domingo yo había estado con él viendo el partido. Luego estuvo unos días sin volver al instituto y no me sacó el tema, pero la policía siguió apareciendo durante un tiempo por el Espinosa. Qué tiempos, pijo. Gistau hace del recuerdo y la frase corta algo que, por momentos, no queremos volver a poner en nuestra mente pero que nos lleva a momentos de tensión y disfrute. La avalancha en el fondo sur de La Condomina y jodiendas varias. Y esas frases propias del hombre de la camisa verde que aparecen allá por la página ciento y pico: “CSNVDC”. Grandes frases, grandes momentos, grandes recuerdos. Volver a los amigos del pasado cuando tienes un lío es un desmadre, es un rato de Casi Famosos, es mucho Led Zeppelin y ruido del copón. Y aprender del verbo aproar, aunque sea tarde, no está mal. Y dejarte crecer el pelo, y las camisas y los polos, y que se rían de ti en tu cara y te tengas que tragar los sapos. Todos los sapos. Y nada como el personal diciéndote que pareces un socialdemócrata (si me lo dijera Ángel Calvo, me supondría un alago, pero no siempre tenemos el placer de escuchar aquello de que casi gana el PCI). Pero al final, todos traicionamos. Siempre. Y Ruido de fondo es un gran ejercicio para reflexionar sobre nuestras traiciones y nuestras falsas amistades.
jueves, 3 de febrero de 2022
Todos mienten. Primera temporada.
No sé el motivo por el que el personal pueda sorprenderse por un título como el de Todos mienten. La vida es eso, una gran mentira. No hace falta ser Pedro Sánchez o Pablo Casado para mentir, o Iglesias, que ya lo reconoce públicamente. No todo es política. Resulta que individuos que reconocíamos de teleseries juveniles se han hecho mayores, y tienen hijos en el instituto, que se drogan y van al reformatorio, y en esa sociedad de socialmente no retrasados (vulgo, pijos) todo es perfecto hasta que deja de serlo. Vivan las sociedades endogámicas que viven en su burbuja, en su urbanización de ricachones perfecta, con sus secretos y sus mierdas de distinta condición. En ese Belmonte particular, de barcos y palacetes, de Alzheimer y rechazo, de corrupción y odio a lo ajeno, a lo de fuera, todo es mentira. No hacían falta seis episodios para esto. Con una película de hora y media, bastaba. Zonas de aguas turbulentas, de fachada y de defender lo tuyo que es lo nuestro, aislados del ruido exterior pero con unas tinieblas interiores que dan para llenar contenedores de bazofia. Y todo lo demás, también.
martes, 1 de febrero de 2022
Los últimos tres días
Escuchas Milosevic y parece que fue hace mucho tiempo. Una eternidad. Una maldita eternidad. Empieza Los tres últimos días con una redacción de un periódico y Milosevic y señora hablando de faltas de ortografía y de relatos que acaban de forma triste. Aquello es que era triste, no podía acabar de otra manera. Serbia y su pasado y su historia que se paró en 2001 y la mierda televisada y jodiendas con vistas a una multitud que protesta frente a una casa agitando las banderas. Toda aquella locura de Yugoslavia fue una sucesión de banderas y egos, de mezclas étnicas que luego fueron depuradas, caras nuevas que había que rejuvenecer, apoyos que se vendían masivos y no lo eran tanto. Ejército contra policía, redacciones políticas o políticas de redacción. Mentira sobre mentira, como todos. Y en ese Gran Hermano televisado, la familia se pone por encima de todo. Un circo, una cámara que baila al son de los círculos, pistolas para todos, un viejo que no sabe lo que le espera o no quiere saber lo que le espera. Y en la tele, la joven reportera es la cara que va contando, novedad tras novedad, la confusión generalizada. Una gran casa de putas, donde los de siempre se enfrentan a los de ahora, donde la Nueva Yugoslavia se enfrenta a la Vieja Serbia. Un buen jolgorio. Desfalco, corrupción, asesinato. Patatas calientes que hay que digerir en casa propia o ajena. “¿A quién coño le importa la verdad?”. Nada como un jefazo de la tele para alargar la historia, pero luego todo es frágil y así nos va. Lo que pasa es que aparece Milosevic como una especie de Gil, con un séquito de borrachos que están con él en las tinieblas y la oscuridad pero sin las chicas berlusconianas. Los últimos tres días muestra una agonía que tiene que acabar antes o después, una familia de manicomio y un país que daba pasos adelante y atrás. Hágase querer por un presidente.
El mal dormir
Cohesión y continuidad. Nada más empezar El mal dormir, David Jiménez Torres utiliza esas dos palabras para hablar de su mal dormir, ese que nos atormenta a todos. Personalmente, recuerdo las noches enteras sin dormir e ir a trabajar y volver hecho un zombi, y repetir eso durante varios días, y estar tres o cuatro días sin dormir y con la cabeza a punto de estallar. A veces, es infernal. Insomnio. Es una palabra repetida, en bucle, en muchas personas. Yo aprovecho para leer, ver deporte yanki, escuchar programas de radio o mirar el techo (aunque soy más de estar Mirando al suelo). Escribe DJT la palabra fracaso, y yo sigo sin carnet de conducir. He escuchado de todo al respecto: cobardía, recelo, miedo. Con el sueño me pasa todo eso y más. Hace un repaso a algunos referentes artísticos en los que la falta de sueño es denominador común (me apuntó esos “sespirianos”). Empieza el autor hablando de las noches. Con el deporte no me duermo. Nunca. Ahora lo que intento es ponerme una serie aburrida y en versión original, y, a veces, funciona. Pero no siempre. Cuando estoy en La Manga, hay veces que me tengo que cambiar de habitación para no estar escuchando las olas durante horas y horas. ¿Fórmulas mágicas? Incide el autor en las paradojas y subraya que, hasta hace bien poco, los asuntos del sueño eran absolutamente desconocidos, y al respecto se han hecho auténticos disparates para su control y mejora. Cita DJT el ritmo circadiano y la presión del sueño, melatonina y adenosina. Recuerdo cuando llegaba la carta de ajuste y no tenía fuerzas ni para leer y siempre me preguntaba: “¿Y ahora qué?”. Muchas veces le digo a mis alumnos que no saben la suerte que tienen para no aburrirse con el arsenal de inventos que tienen a su disposición (muchas veces los libros no entran en sus planes). Me he pasado noches enteras leyendo con la NBA de fondo, y luego, a currar. El primer examen de la carrera, allá por 1996, de Historia Contemporánea (era sobre las revoluciones), lo hice sin dormir las dos noches anteriores. La profesora me acusó de copiar porque no entendía cómo haciendo tan bien los trabajos que había presentado había redactado tan mal en el examen. Aquello me sentó como un tiro, y no hablaré por aquí de una profesora que ya está muerta, pero aquel parcial me tocó recuperarlo después. En fin. Y nos lleva DJT al Paleolítico, a los que no dormían porque tenían guardia nocturna en la cueva o en la selva. Y ahí pone énfasis el autor, en unos maldurmientes que no hemos evolucionado lo suficiente. Recuerda DJT las advertencias de la OMS y de organismos gringos que hablan de “epidemia de falta de sueño”. Otra epidemia más. Será por epidemias. Y hace hincapié en que el mal dormir también está relacionado con la modernidad. También se refiere a nuestras costumbres. En 2018 me dijo un psicólogo que no era la cantidad lo importante, era la calidad del sueño lo que nos permitía pasar después un día decente para poder rendir. En mi caso, luchar con alumnos de ESO, lleva implícito estar atento ante una buena parte de ellos, que desea tu caída por las escaleras del instituto y poder grabarlas con el móvil. Hay que estar al loro, que diría Laporta. Pero si estamos mal. Reflexiona el autor sobre la hipocondría respecto al sueño. Me da envidia mi padre con la facilidad que tiene para dormirse. En unos segundos, y da igual que esté la radio o la tele puesta, o esté mi madre hablando conmigo por teléfono. A mis alumnos de Bachillerato les digo que lleven mucho cuidado con sus historias de Instagram nocturnas o sus tuits o los mensajes a sus exnovias o exnovios, que el cansancio y la falta de sueño, unidos a la adolescencia, son un peligro. Hace pensar lo que escribe DJT sobre la hiperactividad mental a este respecto, la verdad. Y subraya esos minutos, y esas horas… Yo siempre comparo la falta de sueño con un grupo de alumnos en el que no pasan los minutos. Es que no pasan, se paran los relojes y ni horas ni minutos. Pues con el sueño, igual. Lo mismo. Siempre recuerdo lo que decía aquel rubiales en Un papá genial a Adam Sandler: “Dormir es aburrido y una pérdida de tiempo”. Y la forma y las costumbres a la hora de intentar dormir también son analizadas por DJT. Mis horas y tardes enteras jugando al baloncesto han hecho que mis bisagras digan basta muy a menudo y crujan solas cuando estoy intentando, entre podcast y triple de Doncic, dormir algo antes de que toque levantarme (no he puesto un despertador en mi vida). Compara el autor la calidad de las camas, poniendo ejemplos como el de la descripción en el Lazarillo de Tormes. Me ha sorprendido la cantidad de tiendas de colchones que hay, por ejemplo, en el centro de Murcia, independientemente de la capacidad adquisitiva media del barrio. Y con la pandemia, mucho más. Yo creo que el personal ha valorado mucho poder, o al menos, intentar coger bien el sueño con un buen colchón y una buena cama. Y pone DJT la palabra depresión para comparar la situación de Occidente, lo que hemos pasado en la etapa contemporánea y cómo nos adaptamos a la realidad presente. Después pone el autor su atención en la vigilia solitaria que se padece, o se hace padecer, o se intenta solucionar. Muchas veces le digo a mi mujer si quiere que me vaya a otro dormitorio, pero no está por la labor. Nombra DJT a Michael Corke, un tipo que falleció a causa del llamado Insomnio Familiar Fatal. Además, pone en la ecuación el tema de la angustia, y de ahí pasa al miedo, siempre relacionados y aún más con la guerra, institucionalizada durante siglos. Respecto al miedo nocturno televisado, nunca he creído mucho en él. Ni cines ni leches. Me acuerdo que me encantaba ir al cine y pasarlo bien mientras otros pegaban gritos con Sé lo que hicisteis el último verano o la tercera de Scream. Mi mujer si tiene pesadillas, y muchas, y la veo pasarlo mal y preguntarle sobre la pesadilla del día (que no es la del instituto, esas son a plena luz del día). Ahora rezo con mi mujer por las noches, aunque siempre me pregunto si Dios ayuda a los que no saben memorizar, ni rezar ni contemplar nada. Pero eso da para varios ensayos, es verdad. Con este tema DJT profundiza en la vida monástica, sus horarios y sus sueños, sus celdas y sus suelos en los que intentar dormir. Y sus cilicios, pero de los cilicios habrá que reflexionar otro día, que no quiero romper nada. Y no he contado ovejas en la vida, por mucho que lo recomienden. Nunca. La segunda parte del libro me ha parecido más académica, pero distinta. No quiero decir con eso que me guste más o menos, sino que es diferente. Quizás muchas veces pensamos que nuestros conocimientos sobre un tema sean grandes y luego sean un chiste. No. Pero que hay que leer a DJT para intentar conocer un poco el asunto. Un buen libro aunque me he quedado con ganas de más.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)