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jueves, 29 de septiembre de 2016
La (penúltima) desilusión política
Estos últimos días. Gran título planetario que presenta tantos momentos. Incluso políticos. Y Los Hermanos Dalton, lo rematan. La derrota política como metáfora de un país que hace mucho tiempo se fue a la mierda. El pesebrismo político como riñones al vino blanco. También cantaban LHD que Se acabó la fiesta. La fiesta solo se la pegan los que no madrugan, senadores, diputados, concejales, miembros de diputaciones, de concejos, ayuntamientos, de parroquias y cabildos. Unos pagamos las putas y otros las disfrutan. Y todo lo demás.
El 28 de septiembre de 2016
Vamos a recordar este 28 de septiembre como el día en que se montó aquel follón inolvidable en el PSOE. Unos hablan de guerra directamente. Otros de rebelión. Otros editoriales también serán recordado. Editoriales que no falten. Fauda caótica para todos horas después de la despedida de Peres. Vaya horas. Y todo lo demás, también.
martes, 27 de septiembre de 2016
¿Qué sería de nosotros sin Juniper Moon?
El señor Amat nos recuerda a uno de los más grandes grupos del territorio español, de efímera existencia pero creador de himnos generacional. Viva Juniper Moon.
Coda: ¿Se puede olvidar una enfermedad como la que ellos cantaban?
lunes, 26 de septiembre de 2016
domingo, 25 de septiembre de 2016
Braindead. Primera temporada.
Nada como el verano para mezclar bichos y política porque, a fin de cuentas, son casi siempre lo mismo. Toca elegir entre Clinton y Trump, entre Sánchez y Rajoy, entre perdedores y apuñalados, entre politicuchos de tercera división y alguno que otro de segunda división B. Pero es lo que nos toca. Pero de pronto, en el verano de 2016, con las reuniones de demócratas y republicanos, apareció la primera temporada de Braindead. Con capítulos de risa desatada, con desamor e insectos, con lo mejor y lo peor de la política de los gringos. Siempre que se pasa de la tortura a la felicidad, los políticos andan jodiendo. Se joden entre ellos, literalmente, en todos los sentidos de la palabra. En todos, no solo en el que Poyet habló tras la derrota del Betis en casa ajena contra los chicos de Sampaoli. Y si algo tiene Braindead es locura y desesperación, soluciones inesperadas e imaginación científica, geniecillos locos que aparecen de la nada, explosiones cerebrales que salpican en ambulancias, en programas televisivos, en gimnasios, en despachos. La sangre alcanza límites insospechados. Y, como en las zapatillas blancas de Jack Teller ante su despedida de Gema, solo nos queda tirarlas a la basura. No hay solución para unos zapatos que llevan horas manchados de sangre. Hay que innovar, pensar, buscar hioides en cráneos de Atapuerca. La única manera de salvarnos de la guerra es evitar a los extremistas, saltar de lago en lago, volver a pensar un enroque definitivo. La palabra perder, según la ideología de Braindead, significa "redefinir la victoria". ¿O era al revés? Insano, loco, paranoico. ¿Qué no hacer en un jaleo de bichos del espacio que van a cambiar el rumbo del Imperio llegando a los jefazos del Senado? Simplemente se trata de poner(le) imaginación al asunto. La que cada uno pueda. O deba. O romper un listado de estándares de aprendizaje de la LOMCE. O escupir en el mar. O volver a todo que es, otra vez, insano, loco, paranoico. Luchar hasta morir por unos principios, aunque parezcan equivocados. Insistir, luchar ante un muro que no quiere escuchar. Bichos espaciales, desamor y amor entre republicanos y demócratas en todos los sentidos, tipos de la NSA que no parece ser de la NSA, doctoras con principios, padres que esconden muchos secretos. Y la vergüenza. En la vergüenza está la salvación. Nuestra salvación. Parece una contradicción pero a lo mejor solo nos queda huir. Es cuestión de tiempo que los bichos tomen el poder, y no solo en Corea del Norte.
Coda: Y el peligro de una niña con una cámara. A conseguir nuestra vergüenza. Como sea.
sábado, 24 de septiembre de 2016
Easy. Primera temporada.
Parecen fáciles pero no lo son. Parecen fáciles pero son un jaleo. Parecen fáciles pero pueden ser un gran desmadre. La primera temporada de Easy ilustra la dificultad de relacionar(se). Relaciones de todo tipo y calibre, fabricantes de cervezas, roles invertidos, parejas imposibles, ocasiones perdidas, estructuras desordenadas, jodiendas con vistas a una bahía muy lejana. Buen ejercicio, buen intento, pero quizás fallido. Y todo lo demás.
Mr. Robot. Segunda temporada
Empiezo a ver Mr. Robot un 18 de julio. Un día para tirar(se) al mundo. Imaginad que la derrota es continua. Imaginad un república con un partido líder llamado (Tres)vergencia. Pensemos mal. Empieza Mr. Robot hablando de la belleza del deporte, con un partido callejero en el empiezan con triples y acaban con puños. Empieza Mr. Robot con un Elliot con una nueva rutina: hablar con un negro comediante rey del monólogo al que ve tres veces al día. Nuevas rutinas al lado de mamá, con el espectro de papá dando vuelta, con una escritura diaria en un cuadernillo mientras chorrea sangre imaginaria y mientras fregamos los platos y planchamos la ropa y hacemos tareas domésticas regladas en espartana rigidez. Pero también sale el señor Obama, ese inepto a la altura de Rajoy y Zapatero, el peor presidente de la historia de Estados Unidos a la altura de Jimmy Carter, hablando de ciberataques y que había que prever los ciberataques. Y los ataques en general. Ese 18 de julio, estaba todavía la sangre pendiente en Estambul y Niza, ataques con matices muy diferentes. Los sillones están para sentar(se) y Obama ha dejado de ejercer de emperador. ¿Quién nos lidera? ¿Qué podemos hacer para dejar de ser esclavos y pasar a ser simples peones? En Cuando la noche obliga, magnífica novela de Montero Glez, hay un tipo que se encarga de soldar los cojones de los toros de Osborne en la Baja Andalucía. Para empezar la revolución los soldaditos de la mano derecha de Elliot deciden cortar los santos cojones de una escultura destacada. ¿Y qué hacemos con los cojones? Selfies para todos. Cualquier cosa es posible. Si se sondeó al líder de los besos soviéticos, Domenech, para ser líder del Congreso de los Diputados en España, cualquier cosa es posible. Y si hay chantaje es que hay chantajistas. La primera frase de Mr. Robot hace referencia a la pregunta de que tiene la sociedad que nos decepciona tanto. ¿Tanto? ¿Mucho? ¿Glasnot? ¿Qué pasa si pones un Pistorius en tu vida? ¿Seguimos haciéndonos la pregunta con respuesta a partir de las doce de la noche? ¿Por qué tenemos miedo a olvidar las hemerotecas? ¿Cómo quitar(te) una máscara cuando deja de ser una máscara? ¿Sigue siendo la ópera hermosa? ¿Por qué nos planteamos un ciber Pearl Harbour?
Y si el banco nos roba, habrá que robar el banco. No queda otra. Y quemar el dinero, o incluso obligar a quemar el dinero. Todos somos actores de las crisis: de la cibercrisis, de las económicas de 2007, 1992, 1973 o 1929, de las políticas de 1914 o 1939. Actores principales, actores de reparto, elementos de guión que chirría una y otra vez, que necesita bisagras nuevas y nuevos dispositivos para no envejecer en tres meses como cualquier móvil que utilicemos. Nos gusta que nos peguen, nos gusta que nos tomen por imbéciles porque no actuamos. No actuamos un 26 de junio ni lo hicimos un veinte de diciembre. Somos hijos de perra, y, como buenos hijos de perra, solo comemos y dormimos, porque cuando tenemos la posibilidad de cambiar las cosas, vegetamos. Somos lechugas luchando contra cyborgs, enanos políticos con pies de barro contra el Arca de Noé de la maldad. Tal que así. Pero seguimos acudiendo a nuestra particular cancha, seguimos viendo partidos de baloncesto aunque fueron muy pocos los que vieron el mejor partido de baloncesto de la historia como un día nos contó Trecet. Y cuando nos pegan, queremos más: no basta con el labio roto. No, necesitamos más. Necesitamos que el Exxon Valdés derrame su crudo sobre nuestra puta cabeza. Necesitamos una colonoscopia con toda la mierda del Prestige entrando en dirección contraria. Así nos va, y así nos seguirá yendo. Siempre. Aunque sacrifiquemos actores secundarios, los erdoganes de la vida siempre siguen en su puesto; aunque en una reunión, en un mitin, en un partido de fútbol, silbemos el himno nacional, siempre ganarán los mismos. Y, como cantaba La Habitación Roja, nunca ganaremos el Mundial. Hasta que nos lo planteemos. Hasta que el cibertikitaka se lo crea y lo cambie y las murallas caigan como lo hicieron en la Revolución Francesa. Siempre es más fácil escupir en el mar que gritar en una mezquita. Siempre es más fácil asaltar una capilla católica que decir buenos días al entrar a un vagón del tren de media distancia. Pero tenemos que educar a los jóvenes en valores y en contemplar los partidos de baloncesto como joyas irrepetibles. No hay dos partidos de baloncesto iguales. Nunca. Podemos hablar de F. D. Roosevelt en una conversación y quedar bien, pero eso no va a hacer que salgamos de la crisis. Se acabó el tiempo de las promesas: solo queremos soluciones. Y si hay que ir de farol y colgar un teléfono, pues se cuelga. Ya está bien de que se financie la mafia a costa de nuestros madrugones. Ya está bien. Aunque si he de elegir un lugar donde morir, quiero morir en un bar, con una buen vaso de sidra en la mano derecha pero que no esté lleno de sidra. Ya me darán sidra los gusanos. Y siempre hay una reunión en la que hablar mal de Dios, y de las guerras que ha provocado y del motivo de la penumbra. Y siempre se puede delegar en alguien para llevar al ostracismo a dos tipos sin futuro. Y siempre se puede llevar al éxtasis a una pobre vieja liándole en condiciones dos buenos porros. Y siempre hay una máquina que nos responde en mitad de nuestra soledad. Y siempre una buena mano puede solucionar una mala noche. O no. Y hay un momento en el que el Adderall se acaba, y esos días sin dormir de actividad y palabras son un sueño dentro de otro pesadilla porque los fantasmas vuelven en persona. Otra vez. Otra vez la herida. Otra vez la bala. Otra vez las palabras. Otra vez no somos nadie sin estimulante del sistema nervioso. Ahora es tarde que diría el hombre de la camisa verde, que tanto sabía de pastillas, drogas, paranoias y jodiendas con vistas al lorquino. Y, en plan profético, escuchar voces. ¿Cuántas voces escuchó Jesucristo en su misión mesiánica? ¿Cuántas escuchó David intentando poner firme al personal? ¿Y Juan el Bautista? ¿Y Abraham? Será por voces. ¿Debemos hacer caso a las voces que vienen a nosotros? ¿Debemos jugar ante nosotros mismos? ¿Espejo y tablero de ajedrez en primera personal masculino singular? ¿Debemos siempre tener presente Madrid y Atocha? ¿Siempre? ¿Y si no necesitamos tener delante nuestra imágenes continuamente? ¿Y si realmente estamos siendo espiados las 24 horas del día? Minuto a minuto dudamos. ¿Y es posible que exista esa película llamada Masacre meticulosa de burgueses de 1984? ¿Se puede llegar a ese nivel de socialismo sin sentir rencor? ¿Se puede uno creer las mentiras que dice en voz alta? ¿Se puede creer? ¿Se puede? ¿Se? Y palizas, y mirar sin tener que mirar, y buscar un móvil en busca de una llamada de mamá. Y esos 18 minutos, de cachondeo dentro del drama, del inicio del sexto capítulo. Siempre hay un Alf que jode la democracia. Siempre. Un Rajoy de pacotilla. Un Rivera de palabras cambiantes. Un Sánchez llamado estornudo. ¿Y vivías en una cárcel o en la casa de tu madre? ¿Y la partida de ajedrez era real o era solo un sueño? ¿Y la llegada de White Rose? Y Alf otra vez en el recuerdo, en el recuerdo desde la naranja mecánica de la indumentaria carcelaria. Y subir puestos en la empresa a costa de lo que sea, y comer gambas en la reunión de trabajo porque lo único importante de la reunión de trabajo son esas maravillosas gambas. Y los huevos del toro de Wall Street abriendo informativos, abriendo The Newsroom. Y las demandas colectivas olvidadas, o casi olvidadas, y las protestas a las puertas de todos los grandes emporios. Y pasar 86 días a la sombra. Y ver que todo es mentira, y que la única manera de ganar, como en Juegos de Guerra, es no jugar. Jugar con cartas ajenas no sirve de nada. Absolutamente de nada. Escupir, de nuevo, a la bahía. La huída como forma de vida, el dolor como respuesta, la protesta como ADN. Y todo lo demás.
viernes, 23 de septiembre de 2016
jueves, 22 de septiembre de 2016
Entre murcianos andaba el juego
Me lo perdí mientras dormitaba entre el FCB Vs Atlético, antes y después del correazo, pero como dijo el otro no hay mal que por bien no venga. Y todo lo demás.
miércoles, 21 de septiembre de 2016
Y yo años sin leerlo
Nada como recordar a Abellán. Otra vez. Tantas mañanas, tantas noches, enganchado a la radio. Sentir y reir, llorar y disfrutar con sus genialidades. Un grande. Siempre.
Coda: Todavía recuerdo cuando fui con Don Importante a ver El Show de La Jungla con el Palacio de Deportes de Murcia en plan bestial. De traca.
Ray Donovan. Cuarta temporada.
Piensan que con Ray Donovan no tienes con que sorprenderte y al final siempre te sorprenden. Viva Boston, viva la cuarta temporada, vivan las herraduras con sorpresa, vivan las galerías de arte con sorpresas, que no vivan los rusos con los que no te sorprendes, viva el vodka ruso, vivan los animales disfrazados de hombres, vivan los boxeadores del mal vivir y mejores ahogamientos, vivan las presas de las que llueven hermanas en brazos, vivan las huídas de los hospitales, vivan los dueños de casinos con piscinas, vivan los seguros por cobrar, vivan las curaciones milagrosas, vivan los judíos con buenos principios a los que hay que socorrer, vivan las redenciones carcelarias, vivan las vueltas a casa, vivan las simulaciones en coches ajenos, vivan las apuestas falsas, vivan los momentos en que las miradas se cruzan y en que Ray Donovan debe bailar. Cuando ves el bate de baseball en la mano de Ray Donovan, como en esta temporada, todo puede pasar. Aunque sea bueno. Y si canta en un karaoke, por algo será.
Coda: Y disfrutar como canijos en busca de un Kojak en busca de calorías ácidas y dulces, y disfrutar con esos momentos de sopranización de los Donovan. O todo funciona, o todo se va a la mierda. Pero en familia. Como debe ser. Que todos los cuadros, con guitarra, sitar o mandolina, tienen secretos ocultos. Demasiados.
Coda 2: Y rezar, en mitad del dolor extremo, para que venga, otra vez, Ray Donovan. Y nos saque del infierno. Y después del infierno, la redención. Todo evangelio acaba de manera apocalíptica, con y sin San Juan. Y todo lo demás.
martes, 20 de septiembre de 2016
lunes, 19 de septiembre de 2016
Sons of Anarchy. Séptima temporada.
Si Sigmund Putifroid levantara la cabeza, encendiese un televisor y, curiosamente, que no casualmente, en ese preciso momento sintonizara cualquier episodio de la séptima temporada de Sons of Anarchy, se volvía a la tumba. Nunca una serie mete a la familia en este embrollo de padres, hijos, abuelos y ancestros varios, parientes, amigos, hijos de la anarquía y del horror sin fin. Porque la deriva hacia ese horror, hacia el espanto mayúsculo no cesa en la última temporada de Sons of Anarchy. Como el rayo, pero en motos y con pistolas, con muchas pistolas. Una serie en la que se escucha mucho decir te quiero, hermano, y en la cual la mentira es la base de todo. La gran mentira. Mentira crepuscular, en este western sin arreglo en asuntos hemofílicos. Y el perdón, y las cartas marcadas en las barajas falsas, y el señor Manson, eme para los amigos, con cruces gamadas en las manos. Cuadrutura de círculos imposibles de descifrar. Y los delatores, y las confesiones de hospital, y el precio de la traición. La enésima traición. Ni en El Padrino se hace uso de la palabra Familia como en esta serie. Pero las mentiras, con Courtney Love de maestra de escuela, o sin ella, saltan. Se ven. Y los cuervos, entre las sábanas, hechos morcilla y sin ahuecar el ala carnavalesca, tienen una pinta aún peor. Y hay cárcel de redención y hay moteros que, tras las cirugías manuales, podrían entrar en la organización que lleva el cupón pro ciegos. Y siempre hay un espectro detrás de una puerta, un niño que escucha, una camarera con buenas intenciones, un Wayne para todo, un escocés que escucha, otra policía corrupta y otra con buen corazón. Hay de todo. Y manos encajadas en azoteas sin Beatles, y Carmelo empuñando un machete, y utópicas huídas a granjas con exyonkis y niños. Todo es mentira en la viña telleriana, todo es mentira en el extinto mundo morrowiano. Cenizas que huelen a cenizas, como debe ser. Hospitales en el horizonte, horror en el presente. Y las galletas de la suerte no funcionan en los funerales de la puerta de atrás, como en casi todos. Solo queda mirar al cielo y rogar que deje de llover sangre. Y cuervos cuando la hora llega. Y siempre llega la hora. El final. En un bar, en un juzgado, en una tienda, en una carretera. Llega el final, el rosario, la cuenta, la sangre de nuevo. Y el cuervo, enterrado y resucitado, vuela entre interestatales, con y sin manta. Y todo lo demás.
sábado, 17 de septiembre de 2016
Queen Of The South. Primera temporada
¿Tenemos idealizada a Teresita Mendoza? Puede ser. Pero no es fácil adaptar la novela de Pérez-Reverte al mundo gringo. Cambiar presidios por imágenes preconcebidas. El pasado que vuelve a la memoria. La construcción de un imperio después de pasar droga en tus tripas. De mula a emperatriz pero tragando camiones de mierda, tragando millones de lo que tenía en su panza el Prestige. Tampoco es fácil ver a Joaquin de Almeida convertido en don Epifanio Vargas camino de ser gobernador de Sinaloa. Tampoco es fácil ponerle cara al Güero Dávila, sobre todo si era León en Narcos. Ni a Batman. Todo es difícil en las adaptaciones televisivas. Pero esta primera temporada de La reina del sur es adictiva, tanto o más que el tequila que se barruntan en fiestas tigresas, en despachos políticos, en oficinas de abogados, en clubs indeterminados. Nada es fácil, nada. Ni las adaptaciones, ni las interpretaciones. Pero hay ritmo, que no decrece, y hay tensión, que tampoco lo hace. ¿Nota para la primera temporada de Queen Of The South? Notable, al menos. La fiesta debe continuar, sin prisa, sin el hombre de los pájaros, sin agentes de la DEA, sin secuaces ni mulas que se quedan por el camino. Y la libreta de los números, el espectro numeral, está presente. Túneles que recuerdan a otras muchas series, inevitables visitas arriba y abajo, niñas que tienen un destino muy jodido y el pasado. Siempre el pasado. Cuando huyes, miras atrás, piensas, vuelves, te sorprendes porque el dolor vuelve a aparecer, vuelven los lamentos y el agentodoblismo. Todo es mentira en la huída, pero hay que seguir buscando, como el hueco que ha dejado Teresita Mendoza en mi estantería.
¿Cómo acabará la primera etapa teresiana?
Antes del 13, entre Urraca y los Lara y los Castro, y los cárteles del XXI, y las adaptaciones, encontramos a estos músicos de ínfulas fantásticas. Y todo lo demás.
viernes, 16 de septiembre de 2016
El complejo crece
Nada como elecciones para que los políticos se retraten. Ellos solitos. El último, el penúltimo, sin ser despectivo, fue Alfonso Alonso. Exministro y ejemplo del principio de Peter. Ante la pregunta de Zabala, no sabe contestar. No sabe recordar quien organizó el GAL. No. Se queda en silencio. No recuerda que gobierno organizó el GAL, ni las víctimas del GAL ni nada parecido. El silencio se hizo carne. Ascendiendo, otra vez, hasta el máximo nivel de incompetencia.
jueves, 15 de septiembre de 2016
Limón sin hielo
A Aljucer le pasa, casi siempre, como a Teruel. Existir, existe. Que aparezca en la prensa por un motivo aparente, no. Para eso no se presta atención. Se presta atención para cobrar IBI, para cobrar vados permanentes, se presta atención para cobrar. Veremos, otra vez, el abandono diario. Que cambie algo para que no cambie nada. Y toda esa política de mirar hacia ningún sitio. Y similares. Y limones sin hielo.
A veces
A veces, la música no es suficiente. No llega para todo lo que se nos viene encima durante la tormenta. No pasa siempre, pero pasa. Y el dolor es largo. Demasiado largo. ¿La culpa? No hagamos esa pregunta.
miércoles, 14 de septiembre de 2016
Septiembre y la normalidad
Y el Atlético, a lo suyo. Otro día hablaremos de los grupos, los sorteos y el viento de levante.
martes, 13 de septiembre de 2016
Lo peor es una cosa muy personal
O eso dicen los gurús, los ejemplos zen de la nada, aquellos que miran hacia otro lado en vez de buscar la verdad.
domingo, 11 de septiembre de 2016
La versión septembrina
Himnos redireccionados. Salidas mejoradas. Opciones mejor ubicadas. Permanentes estados de descontrol.
sábado, 10 de septiembre de 2016
Sons of Anarchy. Sexta temporada
Todos seguimos un proceso de jacksontellerización en nuestras vidas: decimos que somos buenos, que queremos cambiar, escribimos notas manuscritas buscando utópicas reconversiones y acabamos siendo unos cabrones. Copiamos lo peor. Todo lo malo, lo quintuplicamos. Nos vendemos. Al capital, al desamor, al narco, al IRA auténtico, a lo que haga falta. Tragamos sapos. Y en ese susodicho proceso de jacksontellerización, nos lo llevamos todo por delante: a lo que queremos y a lo que odiamos, a la tradición y al folklore motero, a los cimientos del club, a la mierda que todos llevamos dentro. Todo es mentira y, en Jackson Teller, aún más. Todavía más. La vida no es un músculo de Popeye. La vida son los pellejos caídos del exculturista, la vieja en el asilo, las operaciones de Frida. No es fácil de ver en ocasiones la sexta temporada de Sons of Anarchy. La batidora de mierda no para de funcionar, salpica a todo Cristo. Y ya sabemos que ciertos crucifijos hay que dejarlos fuera. Todo tiene un precio, toda cloaca tiene su origen, toda gonorrea una noche con una Diosa de la que no te acuerdas. Y, como pasa en The Wire, o como pasa en The Shield, cuando política y fiscalía se ponen a fastidiar con jota, lo consiguen. La corrupción político-judicial no tiene límites. Nunca. Quiere más, y más, y más y mucho más. Todo. Y todo es rencor, y olvido, y juego de naipes marcados, y puticlubs rentables, y jodiendas con vistas a bandas insospechadas. Se trata de tragar hiel en cantidades escobarianas. Sin final. Y en ese proceso de padrinización, todo vale: hijos que acaban con padres, madres que acaban con hijas, sangre que acaba con su propia sangre. La espiral de locura y degradación no tiene fin ni expiación, no hay almacén para guardar tal cantidad de maldad. Maldad de serie b, pero a fin de cuentas, maldad. Y todo lo demás.
viernes, 9 de septiembre de 2016
miércoles, 7 de septiembre de 2016
Narcos. Segunda temporada
Llega septiembre. Llega Narcos en su segunda temporada. Los puntos suspensivos del batiburrillo netflíxtico de la segunda tanda amplía el abanico de los malos: Cali, paramilitares, gobernantes, el Gaviria que nos merecemos todos, policías, abogados, periodistas. El pack completo. Y la familia que muere, se deshace, se descompone. Y cuando la venganza es la hiel nuestra de cada día, todo es sangre: justa, injusta, relativa, obligatoria, coyuntural, específica. De todos los tipos. Pero es venganza, a fin de cuentas. Se ve el final de Escobar desde el principio, para el desenlace es jodido, el nudo se hace intrigante. Los daños colaterales están ahí. ¿Fue mejor el final del Cartel de Calí con muchos de ellos extraditados posteriormente a USA o morir como el patrón Escobar? Vivir como Dios para acabar con balas en el cuerpo o estar de por vida huyendo o en cárceles extranjeras. El precio del lujo pasado. A posteriori es muy fácil hablar, especular o pensar que hubiéramos hecho nosotros en esas circunstancias, que hubiéramos hecho nosotros ante el panorama de esa Colombia de los años 1992 y 1993. Vaya Guernica que se comieron los colombianos, los de a pie y los del chalé. Todo salpicaba. Sangre con morcilla si pica. También pica. Pero muerto el rey, vivan los reyes. Todos los reyes, antes y después de Beatriz de Suabia. Y el Imperio desgasta, y los billetes bajo tierra, se pudren. Muy rápidos.
martes, 6 de septiembre de 2016
Cloacas hobbesianas
Tres costillas de un cordero. Las tripas de ese mismo cordero hechas cordaje de tenis. Popeye recordando al Patrón. Y todo lo demás.
lunes, 5 de septiembre de 2016
El colmillo y la tercera
Nada como el septiembre esquimal del extinto sultanato de Sean para desear meter(le) el colmillo a los chicos de las teclas.
Coda: ¿Por qué no sabemos nada últimamente del antiguo sultán?
Y el polvo se hizo carne
Dame una Plana que ya te pongo yo un Castellón; dame nobleza del Bajo Aragón que ya me encargo yo, entre 1235 y 1235, de conquistar. O, tal vez, no. Dame 10.000
domingo, 4 de septiembre de 2016
El eco en Juan 8:32
A la cuarta, recuerda el apóstol, que con la verdad, todo se resuelve. Parece ser que es así. O tal vez, no. Siempre nos quedará el eco.
sábado, 3 de septiembre de 2016
El final del principio
El mismo. El que nunca se acaba. Todo llega a su fin y siempre hay un himno que se repite. Una y otra vez.
La política española
Ese cambalache convertido en Congreso de los Diputados. Vaya show lamentable el de ayer. Otra vez. Menudo cambalache.
viernes, 2 de septiembre de 2016
Recordando días malos
Días malos, meses largos, años interminables con la ETA en el horizonte cotidiano. No acababa nunca. Nunca. Y no está de más recordarlo, la verdad.
jueves, 1 de septiembre de 2016
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