sábado, 29 de octubre de 2022

Fartblinda. Segunda temporada.

Fartblinda nos vuelve a llevar al drama del fin de la suerte y de sentirse especial en su segunda temporada. Pérdida y números, saltos que llevan a más drama ya más cirios y a preguntas sin respuesta. Titulares ambiguos. Nuevos comienzos, llevando lo racial y lo personal a la venganza. Desahucios y chinos, deudas que no paran de crecer, cambios que nos llevan a un abismo que se nos escapa las de las manos. El tira y afloja de las relaciones, las demandas por difamación, las disculpas y errores que nos involucran a todos. Dirección prohibida. Influencias que nos llegan, aunque no queramos. “La cerveza tibia y ningún millonario a la vista”. Y en mitad del riesgo, porque siempre hay que arriesgarse, nos sale el espía que vamos dentro y que sale a relucir, aunque no queramos. Siempre. Hay momentos en los que Blinded, o Fartblinda, o como queramos llamarla, tiene la pretensión de ser una Succession de serie B, de familias que todavía no se han formado o ya están destruidas, de hijos que dan problemas porque los padres eran un problema aún mayor. O quizás es todo una impresión equivocada, un error continuo, una constante situación de desequilibrio. Y como en Dopesick, la perversión se va extendiendo, se nos escapa de las manos, alcanzando límites insospechados. Sistemas en los que vivir, aunque no sean los deseados. Y ya se sabe que “esto es lo malo de los nuevos ricos, que se lo toman todo muy a pecho”. Y el infierno sigue lleno de buenas intenciones.

viernes, 28 de octubre de 2022

The Old Man. Primera temporada.

“No podemos controlar lo que sentimos”. Nada como un berrinche un y un plato de comida, nada como interpretar papeles equivocados, nada como meter al villano en la historia de turno. “Debes fingir, al menos, que aspiras a algo más en la vida”. O no. Y preguntas sobre el dinero, porque el dinero son muchas cosas. Y las cosas que desaparecen, y las batallas perdidas, y la familia, y las hijas que no son hijas, pero se comparten, o se raptan, o se usurpan. Nos apropiamos de las personas y de sus sentimientos, de sus llantos y sus pecas, de sus cargas y sus prejuicios. La defensa siempre nos lleva a una trinchera personal, a un infierno del que no podemos salir indemnes. Islamabad, giros, oscuridad. Se escucha en The Old Man la frase que nos pesa a todos: “Si llegas a mi edad en este negocio, tendrás algo personal con casi todo el mundo”. Y lo personal se confunde con tu necrológica preparada con antelación, que siempre hay que ser previsores. O muy previsores. The Old Man es una serie lenta, con historias de décadas pasadas que vuelven al presente, de perros fieles convertidos en Sanchos que siguen a un Quijote que se niega a morir, de asesinos de traje y oficina que bajan al fango porque todo en la vida tiene consecuencias. Y aunque abandonas, y pasas al plan B, todo puede fastidiarse. Desenterrar un asunto de treinta años solo tiene un hedor que nos inunda la mente, nos provoca el vómito, nos lleva a una arcada que nos trae momentos que quisimos olvidar pero que siguen en nuestra retina. Opiniones varias. Protección y familia. Y entonces te vuelves a preguntar sobre el titular de tu necrológica, sobre la incomodidad de hablar de dinero, sobre la confusión entre lo que hemos vendido que somos y lo que realmente somos. Y al final solo somos mentira.

domingo, 23 de octubre de 2022

Irma Vep. Primera temporada.

La primera impresión, o pregunta, o cuestión, o duda que te entra empezando a ver Irma Vep es si estás dentro de alguna mezcla de El Séquito, de un nuevo cóctel, con el que, como con aquel programa de Jorge Albi, había que dejarse besar. Es así. ¿Es la versión guay (cool dirían otros) de Entoruage? ¿Cuándo sale Tortuga? ¿Cuándo la familia? Aeropuertos, aviones, hoteles, presentaciones, gira promocional, exnovia… ¿Seguro que no es un elemento distópico de Entourage? Pero es más complicado, porque la niña protagonista, o la actriz que tiene pinta de niña protagonista, da un paso más que aquellos cuatro locos. Esta niña protagonista, o actriz que tiene pinta de niña protagonista, se hace querer, aunque saque las garras, aunque empiece con mal pie, aunque no quiera ir a una piscina a las dos de la mañana. Nada como un bofetazo (¿o las leyes de género nos obliga a escribir bofetada?) de realidad en un país extranjero y con un director extranjero para hacer una nueva versión de una obra hecha en 1916 siendo musa de vampiros. Y eso en la primera media hora. ¿Y qué te puedes esperar después? Pues después comienza una sucesión de dependencias, personales y adictivas, de sumisión y de llamadas de atención que merecen reflexión. ¿Por qué ciertas personas se aficionan a lo tóxico en lo sentimental? ¿Hay algo de bueno en eso? Y en ese cine dentro del cine, siempre hay que tratarlo con mimo, con cuidado, porque los deslices desvirtúan el asunto. Pese a sus lagunas (mantener el nivel de los primeros capítulos es imposible) y a la imaginación que hay que ponerle, Irma Vep nos traslada a aquello que soñamos con plasmar y no nos atrevemos. Irma Vep es una obsesión hecha realidad, una utopía realizada, un salto al vacío con éxito, un ejercicio iluso de creer que los buenos van ganando. Irregular, como somos nosotros, pero por momentos, mágica, y capaz de destilar una ambición que les falta a la mayoría de los capítulos de las series actuales. Merece mucho el tiempo que hay que dedicarle y verla sin prisa enriquece aún más. Un buen intento de alcanzar la lucidez cuando todo son tinieblas e impedimentos.

martes, 18 de octubre de 2022

The Bear. Primera temporada.

No hemos sido educados en la altivez de muchas cosas, ya lo advertía don José Perona con lo que empieza por ese y acaba por o. El problema es que estamos educando al personal, les vendemos una película: todo perfecto. Y nada es perfecto. Todo se desmorona en un momento, tengas vírgenes junto al fregador o no tengas. Pero hay facturas que pagar, hay ejercicios que realizar, videojuegos que pasar, fuegos que encender, personajes que elegir, carne que trocear. Ternera para todos. The Bear nos pone un ritmo trepidante, fotos y aceite, tragaperras y mandiles, y más fotos con una camiseta de Jordan, que para algo estamos en Chicago. Todo el mundo sabía del asunto del cobre desde la II Guerra Mundial. ¿O no era el cobre? Las herencias peligrosas son para aprovecharlas, aunque no siempre tengamos angus de calidad. Regalos que ofrecer. Camisas blancas que ensuciar. Cambios en una vida: pasar de jefe de cocina del mejor restaurante de ese momento (sea el que sea, si es que existe la palabra) a hacer bocadillos. O a empezar a hacer bocadillos. Tenemos miedo a los cambios, pero no hay más que arrestos que apechugar, suene Wilco o Sujfan Stevens. Y a casi todos nos gusta la pechuga. El espíritu de Aaron Sorkin está vivo, aunque desde el primer episodio vemos diálogos imperfectos porque la vida no es perfecta. Y escuchamos discusiones sobre la familia y los cuchillos, sobre el respeto infundado y las semanas que lo cambian todo. “Los espaguetis tienen éxito porque no tienen gusto”. Incluso, si no lo proponemos podemos cocinar hormigas, al son de Radiohead o del Animal de Pearl Jam. Nuevos ruidos aunque ya no nos gustan los funerales. Usamos tiritas para los dedos cuando las necesitamos para el corazón. Buscamos llamadas ene l móvil cuando solo nos recreamos en la desesperación. El correo de Dios no es una simple metáfora culinaria. No. Es mucho más. ¿Por qué nos dedicamos a hacer cosas que no nos gustan? ¿Por qué no seguimos escuchando a Pete Doherty y a Carl Barat continuamente? Estamos bien en el caos, o creemos estar bien. Pero lo que no tiene arreglo es imposible. Bendecir la mesa dando gracias por los gatos y por Philip K. Dick: “Feliz navidad, lagartijos”. Todos lagartijos, aunque no siempre escuchamos a Antonio Arias. Y el pasado siempre nos lleva a un año antes, a un infierno anterior aunque estuviera aterciopelado de perfección. Pero no es el terciopelo lo que nos engaña, somos nosotros. Estropajos para todos. Siempre es el momento. The Bear nos lleva a mostrar la dificultad de la convivencia, sea con Van Morrison de fondo intentando alegrarnos el día. Pero no siempre lo consigue. Y no siempre es fácil pedir ayuda. Y no sabía el tiempo que estaba sin escuchar a los Countig Crows, porque quizás hemos perdido la memoria definitivamente. Y siempre podemos ir a terapia, o recrearnos mirando ese chiste ambulante que nos mira desde el espejo del cuarto de baño. Y perritos calientes y camisetas: “Un mordisco a una rosquilla trae mucha alegría; dos mordiscos, traen tristeza”. Y buscar el plan alternativo en fiestas de cumpleaños y ver a Oliver Platt convertido en un señor mayor. Y alguien lee algo sobre la microbiota y la lectofermentación, y sobrevivir al COVID con un plan alternativo, y plomos que saltan porque no tenemos Casanova que lo resuma mejor, y ese momento que nos lleva del infierno a la felicidad hecho fogón. Ceres. O historias sobre Ceres. O recuerdos sobre historias sobre Ceres, que no es lo mismo. Y el cierre de negocios, gota a gota, extintor tras extintor, cristales rotos y balas perdidas que buscan su cristal. Y siempre pasa algo malo, aunque siempre hay un recurso al que llegar, una lata que abrir, un fraude que asumir. Y preguntas sobre la clase obrera, de la que todos somos portavoces hasta que pasamos por el cuartelillo: “Es un negocio, no una carcasa vacía en la que proyectar tus fantasías moribundas sobre lo que sea”. Vivan los estados fallidos, viva Somalia, vivan las cartas y las despedidas, y monólogos sobre lo que sentimos o creemos sentir, y sobre lo que escribimos en libretillas, y entender, que solo tenemos derrota y que siempre salimos perdiendo.

sábado, 15 de octubre de 2022

Los 8 de Irak. Primera temporada.

Recordamos Irak por los Telediarios y los distintos informativos, por Pepe Ribagorda y por lo que leía en La Verdad (cuando era un periódico y no solo lo de ahora). Aquel enjambre de mierda y desiertos nos explotó en la cara cuando alguien con un bigote que ya dejaba de ser bigote nos metió, con calzador, en un asunto que olía a podrido. Demasiado podrido. No he contado las veces que se cita el nombre de Alberto Martínez en Los 8 de Irak. Es un personaje que lo engloba todo, pero que continuamente está presente en los cuatro capítulos: jefes, compañeros, subalternos e intérpretes hablan de él como una entidad personal a la que acudir para pedir consejo o ayuda, cual siervo medieval, e intentar que Alberto Martínez lo solucionara, o intentara solucionarlo, o llevarlo a buen puerto. Irak, españoles en Irak, jodiendas en Irak, todo en Irak fue distinto del 11S, y luego aquel enjambre se extendió y llegó a nuestros trenes y nuestras calles. Hoy no es raro ver, o escuchar, o creer escuchar que aquello no sucedió. Ocurrió lejos pero lo recordamos bien, aunque fuera manipulado por una prensa con demasiados intereses en un cambio que no hubiera llegado en condiciones normales. El problema (sin solución) es que no se llegó a 2004 en condiciones normales: pasaron demasiados desagradables en muy poco tiempo. Y no sé valoró lo suficiente el trabajo de aquellos españoles fuera de España. Aquel enjambre que solo dejó cicatrices de las que no se cierran, y no solo en noviembre de 2003. Quizás me sobran jefazos, quizás me sobran trajes de los caros y me faltan de los otros, de los de faena. Dice uno de esos jefazos, o exjefazos, que “la información no se consigue leyendo periódicos”. Cierto es, pero no solo es información lo que mueve esta vida: está la envidia, el dinero, la sustitución, ocupar un lugar cuando el terror se institucionaliza. Quizás faltan pecadores en esta historia, porque se dejan caer hipótesis, se dejan caer los puntos suspensivos, se dejan caer historias que forman la historia global. Me gusta la opinión de los periodistas, a veces demasiado cercana, pero es que parece que la persona de Alberto Martínez llegaba a todos. Una buena labor de investigación, en la que aparecen culpables de corbata y de cargo estatal, aquí y al otro lado del Atlántico, aunque los culpables fueran los que dispararon a los españoles caídos. Hubo un tiempo en el que escuchar armas de destrucción masiva nos llevaba a cuestionar la idoneidad de las misiones, la lucha contra el mal, la reconstrucción y aquellos jardines que acabaron en avispero. Nadie, o casi nadie, quiere recordar a Bush Jr., a CP o a DR. Parece que se nos han olvidado muchas cosas, y está bien, como hace Los 8 de Irak, recordar. Aunque deberíamos recordar muchos más asuntos con mayor frecuencia. Un buen ejercicio de memoria.

miércoles, 12 de octubre de 2022

Stoner

Stoner no deja espacio para concesiones. Va directo a los problemas, aunque no tengan soluciones. John Williams cuenta la historia con el matiz de la derrota, porque en la sucesión de envites no hay más que pérdida, prórroga tras prórroga hasta el apocalipsis final. Stoner va desde la miseria (porque es un inicio de hambre y sudor, de trabajo y explotación, se superación de pruebas) hasta el hartazgo infinito. Es más, parece que está narrando la decepción nuestra de todos los días, el despego hacia todo, la desilusión como bandera. Pero en esa sucesión de errores vitales en los que nos metemos, de vez en cuando, muy de tarde en tarde, hay alguna alegría inesperada. Pero los momentos en los que no estamos tristes y decepcionados son los menos, son números rojos en nuestra cuenta vital. Hágase querer por la realidad: “Desapasionada y objetivamente, examinó el fracaso que, aparentemente, había sido su vida”. Esa afirmación, en la página 237 de Stoner, es la de todos y cada uno de nosotros. Pero Stoner no va solo del fracaso personal. No. También va del fracaso institucional (el funcionamiento de un departamento universitario), del familiar (lo que somos frente a lo que los demás esperan de nosotros) y del mundial (el reflejo del caos de las dos guerras mundiales). La generación de los nacidos en la última década del siglo XIX fue excepcional porque, los que tuvieron suerte de llegar casi a los 70 años, se comieron marrón tras marrón. Desde pequeño, Stoner ve a gente que no es vieja pero que parece vieja (sus padres), trabaja en el campo en su casa y en la casa de los parientes que lo alojan a cambio de ser esclavo de sus campos y poder estudiar en Columbia. Y una vez en la universidad, cambia de especialidad y se pasa a la historia y a la literatura inglesa. Escribe JW: “Años después recordaría sus dos últimos cursos de estudio como si tratase de un tiempo irreal que perteneciera a otra persona”. Nada como vivir sin futuro, nada como no tener amigos, nada como caer en la cuenta de estar solo, de ser “consciente de su soledad”. Pero en la novela nos damos cuenta que podemos estar acompañados y seguir solos, ya sea en un matrimonio (la mujer de Stoner no es despreciable, porque la palabra despreciable se queda muy corta para esa tipeja descrita por JW). Pero en ese afán de superación del que tanto le hablo a mis alumnos en clase cuando me pongo en plan regalador de consejos, JW nos muestra a ese Stoner como un decatleta que aprende a velocidad de vértigo latín y griego pero que a su vez es ajeno a sus padres, y ve posibilidad de seguir en la universidad y lo hace, una vez que uno de sus profesores en la facultad le muestra lo que tiene: “¿Aún no se comprende a sí mismo? Usted va a ser profesor”. Y entonces, la Gran Guerra y su tesis sobre los Cuentos de Canterbury de Chaucer, y su primera habitación alquilada, y su buena relación con sus dos compañeros Gordon Finch y David Masters, de cervezas los viernes pero miembros de una extraña comunidad de solitarios universitarios: “Tú también estás entre los enfermos, tú eres el soñador, el loco en el mundo de los locos, maestro Don Quijote del Medio Oeste sin su Sancho, retozando bajo el cielo azul”. Y en esa guerra, el reclutamiento de jóvenes y menos jóvenes, y como “los alemanes estaban allí para ser odiados”. Escribe JW en Stoner sobre el desastre que ya pintó Goya: “Una guerra no solo mata a unos cuantos miles o a unos cuantos cientos de miles de jóvenes. Mata algo en la gente que no puede recuperarse nunca. Y si alguien pasa por suficientes guerras, pronto todo lo que queda es lo bruto, la criatura que nosotros –usted y yo, y otros como nosotros—han sacado del fango”. Y apostilla: “Hay guerras, derrotas y victorias de la raza humana que no son militares. Recuerde eso mientras decide que debe hacer”. John Williams si estuvo en la II Guerra Mundial pero su personaje Stoner es de los que decide quedarse en Yankilandia, y eso no estaba bien visto. Nunca contentamos a todos con nuestros actos, con nuestras palabras, con nuestros egoísmos no siempre bien entendidos. Y entonces llega la muerte de Masters en la guerra y el fin de la guerra, y el armisticio de noviembre, y la vuelta de algunos que si fueron como Finch de la guerra. Y el fracaso en Stoner está presente siempre: “Y así, como la de tantos otros, su luna de miel fue un fracaso aunque no lo admitieran, y no se dieran cuenta del significado del fracaso hasta mucho tiempo después”. JW pone el ejemplo del matrimonio, pero hay muchos ejemplos, aunque el suyo es desolador: “Fue como estar en una prisión”. Y los problemas de la convivencia de muchos tipos, aunque el infierno de lo personal pasa de lo temporal a lo etéreo, a lo incomprensible, a lo intangible: “Al mes sabía que su matrimonio era un fracaso, al año dejó de esperar que mejorara”. Y el nacimiento de la hija, y las cargas económicas “casi destructivas” (la casa), y no llegar a fin de mes, y la crisis del 29 y las comparaciones con años aún más difíciles todavía. Y la realidad de ese matrimonio hecha frase: “Optó por callar esperando que su silencio fuese menos comprometedor que sus explicaciones”. Y esa figura de la hija como catarsis, y la muerte del padre y la madre, y el suicidio del suegro, dueño de un banco: “Había invertido imprudentemente, no solo su propio dinero, sino también del banco y su ruina era tan absoluta que no podía imaginar socorro”. Y la salida profesional de la docencia, y el renombre en su trabajo, y los problemas que llegan con alumnos y con compañeros que pronto son jefes: “Me doy cuenta de que mis ideas no coinciden con las suyas, pero siempre pensé que el desacuerdo era saludable”. Siempre le cuento a mis alumnos, en plan viejo pesado, que lo más difícil siempre es decir que no. Nos surgen en la vida tantas situaciones en las que nos apetece decir que sí que nos olvidamos del no. Stoner le da el no a la jefatura de departamento. No todos valen para ser jefes, no todos valen para jefaturas insanas, no todos valen para interrogatorios. No. Y el poder de una idea. Ahora aprobamos en Bachillerato a personajes que no deberían pasar de cuarto de Primaria, y en Stoner vemos la determinación del que pone trabas al inepto: “Sí, dijo Stoner tranquilo. Lo siento por él. Le estoy privando de licenciarse, y le estoy privando de enseñar en una facultad o en una universidad, que es precisamente lo que quiero hacer. Si fuese profesor sería un desastre”. Y quien dice profesor, dice albañil. Hay personajes que ni sirven de peones de albañil, pero ahí están, en las universidades. Y añade Stoner sobre ese personaje: “Sería un desastre dejarle suelto en un aula”. Todavía, en mitad del sueño, te encuentras tipos (aunque sea de ficción) que enlazan palabras para decir bien alto y claro ese no: “La universidad era un sanatorio, un refugio en el mundo, para los desposeídos, los inválidos (…) Y no podemos dejarle entrar. Si lo hiciéramos, seríamos como el mundo, tan irreal, tan… La única esperanza que tenemos es no dejarle entrar”. Y en mitad de la tormenta del desánimo, la luz de una aventura amorosa de Stoner, no esperada pero gratificante hasta que la “ética” provocó el final de la misma. El encuentro de dos personas infelices que ven una solución a su día a día. “La persona que uno ama la principio no es la persona que no ama al final, y que el amor no es un fin sino un proceso a través del cual una persona intenta conocer a otra”. Vaya invento el amor, o el desamor, o los trucos de marketing al más puro estilo Casi famosos: “En su tierna juventud, Stoner había decidido que era el cielo de una religión falsa hacia el que debía mirar con sosegado descreimiento benévolo y crónico desprecio y vergonzante nostalgia. Ahora, en su mediana edad, empezaba a entender que ni se trataba de un estado de gracia ni de una ilusión; lo veía como un acto humano de conversión, una condición inventada y modificada, minuto a minuto y día a día, por la voluntad y la inteligencia del corazón”. Siempre buscamos la felicidad, aunque sea imposible. Y hay párrafos con los que meditar sobre nuestro fracaso, ya sea de origen libre o autoimpuesto o dictaminado por incompetentes: “Lamentamos la necesidad de plegarnos a los dictados morales de la clase media, y estamos de acuerdo en que la comunidad universitaria deberá ser un nido de rebelión contra la ética protestante y llegamos a la conclusión de que en la práctica estábamos indefensos”. Pero es que siempre estamos indefensos, siempre salimos perdiendo, siempre, antes y después de la II Guerra Mundial, y de la GCE y de lo que toque a esa hora del día, de la tarde o del infierno: “También fue consciente de los movimientos en Europa como en una lejana pesadilla, y en julio de 1936, cuando Franco se rebeló contra el gobierno de España y Hitler alimentó dicha rebelión para convertirla en una guerra mayor. Stoner, como muchos otros, sintió asco al ver como la pesadilla invadía los sueños del mundo”. Y todo se repite, siempre, en forma de guerra o de vida cotidiana: “Barruntaba los años que tenía por delante y sabía que lo peor estaba por venir”. Y añade JW: “Se dio cuenta de la futilidad y el sinsentido de comprometerse por completo con las oscuras fuerzas irracionales que empujaban al mundo hacia su final incierto”. Y habla JW de victorias parciales, de esas que se consiguen a través del “hastío” o de la “indiferencia”. Y luego, la enfermedad y la muerte, que no queda otra. Stoner, un libro sin contemplaciones, una lúcida reflexión sobre la persecución en vida, sobre el dolor de respirar, sobre la brevedad de la alegría y el negro futuro que nos espera: “Conoció la enfermedad del mundo y de su propio país durante los años posteriores a la Gran Guerra; vio el odio y la sospecha convertirse en un tipo de locura que barrió la tierra como una plaga veloz, vio alos jóvenes ir otra vez a la guerra, marchando orgullosos hacia una condena sin sentido, como en el eco de una pesadilla”. Y en esas seguimos, en la pesadilla inacabable.

miércoles, 5 de octubre de 2022

Quentin Tarantino (libro de Ian Nathan)

Pienso mucho en Tarantino. En lo mucho que me gustaba y el motivo por el que no me apasiona. Nos pasa a todos: éramos rebeldes. Éramos subversivos. ¿Y ahora qué somos? ¿Solo chistes ambulantes o algo más triste? ¿Algo más triste aún? No estoy de acuerdo con eso de “atrevido e innovador”. No. Pero el libro me gusta mucho: su texto y sus fotografías. Sus zonas negras. “Reservoir Dogs era especial, todos estuvimos de acuerdo”. Y el miedo y las risas y la forma en como “su historia se convirtió en evangelio”. Hoy todo parece refrito historicista, copia de copia de mala copia, y no hay profetas innovadores. Nos creemos que Mr. Robot es original porque está rodeado de miseria de guiones (y en ese gremio, hay corporativismo de defensa de un colectivo que ha preferido el número [abusivo] a la calidad). Y elevamos a los profetas del pasado a héroes de Biblias que de su Génesis a su Apocalipsis brillan, aunque no siempre por igual: “Esa es la clave del mito Tarantino: el optimismo que lo acompañó. Era el Mesías de los frikis del cine”. No es fácil, pero QT lo hizo: “Un matrimonio hecho de arte y comercialidad; basura y humanidad; violencia y risa. Historias que se elevan por su propio artificio, pero que parecen algo real”. Finales en plan Airbag. Y hablando de valores, apostilla Ian Nathan en esta obra suya titulada Quentin Tarantino: “Sus trabajos son engañosamente éticos”. Viva marzo y viva 1963. Enumera el autor películas que influyeron en QT, pero es que son tantas y tan buenas que hay que coger un bolígrafo y muchos folios. Se habla del instituto como prisión (como mi día a día, añado yo). Sobre RD escribe IN: “Tipos duros con Ray-Ban con sus discursos de jerga callejera en Los Ángeles empalmados en sermones de altura pop archivados en la voluminosa memoria de Tarantino. Era un escritor del Método: todas sus voces fluían de él como un río”. Y puestos a ser psicópatas, dejemos de ser psicópatas por un rato: “Esto no va de violencia per se, esto va de estilo”. Y la pregunta del millón de atenciones: “Había muchos Tarantinos diferentes clamando por ser escuchados”. Silencio, se rueda. Lo de Tarantino es como lo de Radiohead con Creep, o con himnos que luego no se repiten pero siempre están ahí. No sé las veces que pude ver RD o PF. No me salen las cuentas. Escribe IN que “Pulp Fiction se niega a comportarse como una película normal”. ¿Acaso alguien quiere? ¿Qué es lo normal? ¿No podemos hacer de una catana un leit motiv? ¿No podemos creer en la catarsis? ¿Y en la redención? Subraya IN que Pulp Fiction es, desde el punto de vista conceptual, anterior a Reservoir Dogs y eso se ve en las elecciones de los actores (el autor lo llama Dios en ese sentido). Un ejemplo, el de Travolta: “Como predijo Tarantino, el talento no se había ido, simplemente había permanecido inactivo, y Travolta es una maravilla de contemplar”. Hoy la ene roja, o la suma haches y dos letras más hubieran hecho una serie de Travolta y Samuel L. Jackson inacabable. Pulp Fiction, escribe el autor, “es una película profundamente comprometida con las reglas que mantienen unido este inframundo criminal. Es una película inesperadamente ética”. Y puestos a coger epítetos convertidos en otra cosa, apostilla: “Pulp Fiction no era simplemente una película, era un evento cultural sísmico”. Batería, bajo, guitarra y una voz que acaba en todo, o en robo, o en sesos en una americana negra que empezó impoluta la película y que acaba hecha unos zorros: “Ver Pulp Fiction por primera vez fue como asistir a un concierto de rock en forma de película”. Y todo es una balanza, pero no es fácil compaginar talento y billetes: “Nadie podía ser declarado el nuevo Orson Welles, el elegido que se colocaría con un pie en el cine de autor y otra en el cine comercial, sin alguna venganza del karma”. Y claro que el nombre de Tarantino pasó a ser adjetivo de muchas cosas, incluso antes que otros lo utilizaran como exageración. Habla el autor del experimento que supuso Four Room y la obsesión de QT por actuar, y los años sabáticos, y la adaptación de Jackie Brown y la figura de Elmore Leonard que nos encandiló en Justified a todos. Ian Nathan va más allá y habla de la primera secuencia de JB como “posiblemente la mejor de la carrera de Tarantino”. También, para Ian Nathan, el personal se confundió ante las expectativas creadas con JB, ya que era “sutil y lenta”. Subraya IN que no todo el mundo entendió las esperas, como esos seis años hasta la parejita de Kill Bil: “Para su regreso, planeaba hacer la película más ruidosa, reverencial -y menos realista- posible”. Recuerdo que vi primero Kill Bill 2 y luego Kill Bill 1, cortesía de videoclub de, como no, El hombre de la camisa verde. Un puto shock fue aquello. Escribe Ian Nathan: “El suyo no es un desapego inteligente. Y afirma no saber que significa realmente la ironía, toda su falsedad es real. Subvierte el género, pero nunca lo traiciona”. Y añade: “Kill Bill fue una terapia de choque, un festival de Tarantino en forma de película”. Del siguiente episodio de QT, esta vez con Robert Rodríguez, debo decir que a mí personalmente me encantó. Recuerdo verlo con Sergio y Antonio, y sobre Death Proof con sus diálogos tiene algo especial, aunque Planet Terror no es despreciable en absoluto. Para el autor, “al igual que Kill Bill, su nueva película era hasta cierto punto una oleada de muerte y destrucción. Esa descarada sensibilidad del cine grindhouse tampoco estaba completamente fuera de su estilo. Y también aparecían los temas clásicos de Tarantino: la profesionalidad, la lealtad, la traición, la raza y la violencia a sueldo”. Malditos bastardos la vi con Don Importante en Nueva Condomina después de una farra(gosa) comida de domingo en casa del Marqués. Ya no hay tiempos así, ni sobremesa en las terrazas así, ni nada así: “No es simplemente una película sobre la ejecución de Hitler. El orgásmico diluvio de muerte del final sucede dentro de un cine y la propia película es el medio a través del que llega la muerte. El cine, se podría decir, está corrigiendo la historia". Django la vi con el amigo Jesús Manuel un viernes de esos que sabíamos el comienzo pero no el final. Nos hicimos un Django y luego una ruta murciana digna de Jamie Foxx. Escribe el autor en este libro tan amarillo: “Era como si estuviera excavando en la raíz temática de su propia obra: la raza, el crimen y la segregación social que sustentaban el Sueño Americano”. Tiene momentos sublimes, y como indica el autor, “y de acuerdo con las perversas leyes del universo de Tarantino, los planes se acaban torciendo porque solo en la catástrofe es cuando los personajes se rebelan a sí mismos”. Los odiosos ocho no la he visto, aunque está apuntada en una de esas agendas llenas de futuras e imprevistas visiones, y Érase una vez en Hollywood la dejé después de media hora. Acaba el autor asegurando que "Tarantino es un hombre de mediana edad y un superviviente. Es sinónimo de una época y un lugar, y el impacto sísmico que tuvo cuando era un joven que le cambió la cara al cine podría haber desaparecido fácilmente, la sensación del momento se podría haber perdido. Sin embargo, ya sea por esa monumental confianza en sí mismo o por la insistencia de ese talento natural, combiando con una hábil gestión de su propia fama .y su propia fortuna-, la próxima película de Quentin Tarantino sigue siendo un acontecimiento capaz de parar Hollywood, con la posibilidad que sea la última". Un buen libro que deja buenas frases y unas imágenes bestiales.

Brockmire. Segunda temporada.

“El podcast está bien pero no son las grandes ligas”. Empieza más agria la segunda temporada de Brockmire, con más mala baba y más pesadumbre, con más mala leche y más dejadez taciturna, con más uva podrida y uva a medio pudrir. O no hay uva, solo mierda en un ambiente nuevo pero con la misma mierda de siempre: “Sospecho que en el fondo, aunque no queramos admitirlo, nos gustan los niños con cáncer porque su inminente muerte nos recuerda que estamos vivos. Son ellos los castigados, no nosotros”. O no hay vuelta atrás y todo es mentira, o no buscamos nunca la verdad porque no existe: “No relajarse es el dogma básico del fascismo”. No vale ser el número tres cuando aspiras al número uno. Pero ser el número tres, antes de ser el número uno, te lleva al estrés, a la desesperación, al exilio, a la lentitud dentro de la cámara lenta. Y si no has visto El padrino, tienes un problema. O muchos problemas. O un contenedor de un barco lleno de problemas. Todo mentira en esta vida menos El padrino. “Para los muertos tengo poesía, para los vivos mis disculpas más sinceras”. La familia nos lleva a hacer visitas inesperadas y dolores de cabeza y si es de bebida de cereal, más todavía: “Beber sin parar es el único modo que tenemos de tolerarnos”. No siempre, no. Y está bien recordar cuando descubrimos a Nietzsche, aunque fuera en el instituto. Y el intento de que recapacite, de dar marcha atrás. Esta segunda temporada de Brockmire nos hace pensar en las oportunidades perdidas, en lo que desaprovechamos cuando no nos damos cuenta de lo importante, de lo que vale realmente la pena.

domingo, 2 de octubre de 2022

Apagón. Primera temporada.

Con lo mucho que me gustó El gran apagón y lo desconcertado que me ha dejado Apagón. Cuando vas a la prensa repiten que la serie se ha inspirado en el podcast. Pues no lo veo yo así. La idea, quizás. Pero son ligas distintas de deportes distintos. Escuchar El gran apagón era adictivo (yo lo hice poco antes de la pandemia y con el coronavirus ya en el horizonte). Ver Apagón ha sido, salvo el primer capítulo, monótono. Han llevado la historia a lo marginal, a lo maqui, a lo escondido, a poner la voz en los que vinieron y no tenían nada mientras que los de aquí, observan. No sé la opinión de José Antonio Pérez, el creador del podcast, pero no sé si estas interpretaciones tan libres son originales o buscan llevarlo todo al extremo. Para mí ha acabado siendo la gran decepción, pero es que lo sonidos imaginados son difícilmente expresables en imágenes. Veo esta primera temporada menos incisiva que El colapso, menos imaginativa que Anna, menos brillante que Station Eleven. Pretende hacernos comparar, en el primer episodio, una muerte episódica (mejor dicho, 43 muertes en un accidente de tren) con lo que viene después: el caos. Y a ese caos se llega a través de llamadas familiares, a través de una Protección Civil que no protege, a través de un fallo eléctrico masivo, a través de eventos que pasaron en 1859 y que no se repiten hasta que se repiten. Y con el icono de una batería de móvil que se acaba, y que se ve que puede volver en cualquier momento, no hacen esperar algo llamativo pero nada nos llama la atención, todo nos suena a otras cosas vistas y escuchadas con antelación. Alguna frase salvamos: “Hay que invertir un poco más en ciencia”. En esa marginalidad que impregna esta primera temporada, nos llevan a arrabales que todos conocemos (o por lo menos, nos hacemos la idea), nos llevan a hospitales al borde del abismo, nos muestran a personas desesperadas en un mundo desesperado. Y el campo aparece como elemento catártico aunque insufrible, variable como él solo. Manchas solares que cambian vidas, y asesores de mierda para ministras de mierda que parecen reales porque sueltan por su hocico frases que podrían ser verosímiles. De lo positivo, en ese primer episodio, nos muestra la posibilidad de redención a partir de opciones rechazadas por los políticos, porque en la estrecha mente de los políticos hay que ahorrar dramas en épocas de mentiras. Los políticos lo joden todo. Prepararse para estar preparados no entra en su mente. Un político no piensa en el caos, piensa en el tamaño de sus genitales. Mientras tanto, hay personas en primera persona del singular que buscan ropa de abrigo, botiquines, comida, pilas, gasolina, que se van al campo, que vuelven al Medievo en mitad de su peste particular. Todos tenemos, en algún momento, nuestro episodio de Peste Negra o de Pequeña Edad de Hielo en nuestras vidas. Y como la mafia, cuando todo es caos, toca pensar en la familia, en salvar a la familia. Siempre. Recuerdo a Tony Soprano y la piscina y su hijo y las locuras. Cuando estoy con los jóvenes en clase siempre les pregunto si podríamos vivir sin semáforos, sin policías, sin médicos. Siempre añado que los policías, como los médicos y los profesores, como esos mismos semáforos y los teléfonos móviles, somos un mal necesario. Y no sabemos vivir sin teléfonos móviles. Y entonces pienso en ese asesor, de esa ministra, soltando mierda por su boca: “No se puede alarmar a la gente sin un motivo real y un riesgo posible no es un motivo real. Nosotros tenemos que tranquilizar y trabajar, porque si pasara lo que nadie quiere que pase, que es impensable: ¿a quién culpas de lo impensable?”. Y luego te acuerdas de los padres de ese asesor, y de esos políticos y de la cantidad de dolor que se habría ahorrado si no hubieran nacido.