miércoles, 12 de octubre de 2022

Stoner

Stoner no deja espacio para concesiones. Va directo a los problemas, aunque no tengan soluciones. John Williams cuenta la historia con el matiz de la derrota, porque en la sucesión de envites no hay más que pérdida, prórroga tras prórroga hasta el apocalipsis final. Stoner va desde la miseria (porque es un inicio de hambre y sudor, de trabajo y explotación, se superación de pruebas) hasta el hartazgo infinito. Es más, parece que está narrando la decepción nuestra de todos los días, el despego hacia todo, la desilusión como bandera. Pero en esa sucesión de errores vitales en los que nos metemos, de vez en cuando, muy de tarde en tarde, hay alguna alegría inesperada. Pero los momentos en los que no estamos tristes y decepcionados son los menos, son números rojos en nuestra cuenta vital. Hágase querer por la realidad: “Desapasionada y objetivamente, examinó el fracaso que, aparentemente, había sido su vida”. Esa afirmación, en la página 237 de Stoner, es la de todos y cada uno de nosotros. Pero Stoner no va solo del fracaso personal. No. También va del fracaso institucional (el funcionamiento de un departamento universitario), del familiar (lo que somos frente a lo que los demás esperan de nosotros) y del mundial (el reflejo del caos de las dos guerras mundiales). La generación de los nacidos en la última década del siglo XIX fue excepcional porque, los que tuvieron suerte de llegar casi a los 70 años, se comieron marrón tras marrón. Desde pequeño, Stoner ve a gente que no es vieja pero que parece vieja (sus padres), trabaja en el campo en su casa y en la casa de los parientes que lo alojan a cambio de ser esclavo de sus campos y poder estudiar en Columbia. Y una vez en la universidad, cambia de especialidad y se pasa a la historia y a la literatura inglesa. Escribe JW: “Años después recordaría sus dos últimos cursos de estudio como si tratase de un tiempo irreal que perteneciera a otra persona”. Nada como vivir sin futuro, nada como no tener amigos, nada como caer en la cuenta de estar solo, de ser “consciente de su soledad”. Pero en la novela nos damos cuenta que podemos estar acompañados y seguir solos, ya sea en un matrimonio (la mujer de Stoner no es despreciable, porque la palabra despreciable se queda muy corta para esa tipeja descrita por JW). Pero en ese afán de superación del que tanto le hablo a mis alumnos en clase cuando me pongo en plan regalador de consejos, JW nos muestra a ese Stoner como un decatleta que aprende a velocidad de vértigo latín y griego pero que a su vez es ajeno a sus padres, y ve posibilidad de seguir en la universidad y lo hace, una vez que uno de sus profesores en la facultad le muestra lo que tiene: “¿Aún no se comprende a sí mismo? Usted va a ser profesor”. Y entonces, la Gran Guerra y su tesis sobre los Cuentos de Canterbury de Chaucer, y su primera habitación alquilada, y su buena relación con sus dos compañeros Gordon Finch y David Masters, de cervezas los viernes pero miembros de una extraña comunidad de solitarios universitarios: “Tú también estás entre los enfermos, tú eres el soñador, el loco en el mundo de los locos, maestro Don Quijote del Medio Oeste sin su Sancho, retozando bajo el cielo azul”. Y en esa guerra, el reclutamiento de jóvenes y menos jóvenes, y como “los alemanes estaban allí para ser odiados”. Escribe JW en Stoner sobre el desastre que ya pintó Goya: “Una guerra no solo mata a unos cuantos miles o a unos cuantos cientos de miles de jóvenes. Mata algo en la gente que no puede recuperarse nunca. Y si alguien pasa por suficientes guerras, pronto todo lo que queda es lo bruto, la criatura que nosotros –usted y yo, y otros como nosotros—han sacado del fango”. Y apostilla: “Hay guerras, derrotas y victorias de la raza humana que no son militares. Recuerde eso mientras decide que debe hacer”. John Williams si estuvo en la II Guerra Mundial pero su personaje Stoner es de los que decide quedarse en Yankilandia, y eso no estaba bien visto. Nunca contentamos a todos con nuestros actos, con nuestras palabras, con nuestros egoísmos no siempre bien entendidos. Y entonces llega la muerte de Masters en la guerra y el fin de la guerra, y el armisticio de noviembre, y la vuelta de algunos que si fueron como Finch de la guerra. Y el fracaso en Stoner está presente siempre: “Y así, como la de tantos otros, su luna de miel fue un fracaso aunque no lo admitieran, y no se dieran cuenta del significado del fracaso hasta mucho tiempo después”. JW pone el ejemplo del matrimonio, pero hay muchos ejemplos, aunque el suyo es desolador: “Fue como estar en una prisión”. Y los problemas de la convivencia de muchos tipos, aunque el infierno de lo personal pasa de lo temporal a lo etéreo, a lo incomprensible, a lo intangible: “Al mes sabía que su matrimonio era un fracaso, al año dejó de esperar que mejorara”. Y el nacimiento de la hija, y las cargas económicas “casi destructivas” (la casa), y no llegar a fin de mes, y la crisis del 29 y las comparaciones con años aún más difíciles todavía. Y la realidad de ese matrimonio hecha frase: “Optó por callar esperando que su silencio fuese menos comprometedor que sus explicaciones”. Y esa figura de la hija como catarsis, y la muerte del padre y la madre, y el suicidio del suegro, dueño de un banco: “Había invertido imprudentemente, no solo su propio dinero, sino también del banco y su ruina era tan absoluta que no podía imaginar socorro”. Y la salida profesional de la docencia, y el renombre en su trabajo, y los problemas que llegan con alumnos y con compañeros que pronto son jefes: “Me doy cuenta de que mis ideas no coinciden con las suyas, pero siempre pensé que el desacuerdo era saludable”. Siempre le cuento a mis alumnos, en plan viejo pesado, que lo más difícil siempre es decir que no. Nos surgen en la vida tantas situaciones en las que nos apetece decir que sí que nos olvidamos del no. Stoner le da el no a la jefatura de departamento. No todos valen para ser jefes, no todos valen para jefaturas insanas, no todos valen para interrogatorios. No. Y el poder de una idea. Ahora aprobamos en Bachillerato a personajes que no deberían pasar de cuarto de Primaria, y en Stoner vemos la determinación del que pone trabas al inepto: “Sí, dijo Stoner tranquilo. Lo siento por él. Le estoy privando de licenciarse, y le estoy privando de enseñar en una facultad o en una universidad, que es precisamente lo que quiero hacer. Si fuese profesor sería un desastre”. Y quien dice profesor, dice albañil. Hay personajes que ni sirven de peones de albañil, pero ahí están, en las universidades. Y añade Stoner sobre ese personaje: “Sería un desastre dejarle suelto en un aula”. Todavía, en mitad del sueño, te encuentras tipos (aunque sea de ficción) que enlazan palabras para decir bien alto y claro ese no: “La universidad era un sanatorio, un refugio en el mundo, para los desposeídos, los inválidos (…) Y no podemos dejarle entrar. Si lo hiciéramos, seríamos como el mundo, tan irreal, tan… La única esperanza que tenemos es no dejarle entrar”. Y en mitad de la tormenta del desánimo, la luz de una aventura amorosa de Stoner, no esperada pero gratificante hasta que la “ética” provocó el final de la misma. El encuentro de dos personas infelices que ven una solución a su día a día. “La persona que uno ama la principio no es la persona que no ama al final, y que el amor no es un fin sino un proceso a través del cual una persona intenta conocer a otra”. Vaya invento el amor, o el desamor, o los trucos de marketing al más puro estilo Casi famosos: “En su tierna juventud, Stoner había decidido que era el cielo de una religión falsa hacia el que debía mirar con sosegado descreimiento benévolo y crónico desprecio y vergonzante nostalgia. Ahora, en su mediana edad, empezaba a entender que ni se trataba de un estado de gracia ni de una ilusión; lo veía como un acto humano de conversión, una condición inventada y modificada, minuto a minuto y día a día, por la voluntad y la inteligencia del corazón”. Siempre buscamos la felicidad, aunque sea imposible. Y hay párrafos con los que meditar sobre nuestro fracaso, ya sea de origen libre o autoimpuesto o dictaminado por incompetentes: “Lamentamos la necesidad de plegarnos a los dictados morales de la clase media, y estamos de acuerdo en que la comunidad universitaria deberá ser un nido de rebelión contra la ética protestante y llegamos a la conclusión de que en la práctica estábamos indefensos”. Pero es que siempre estamos indefensos, siempre salimos perdiendo, siempre, antes y después de la II Guerra Mundial, y de la GCE y de lo que toque a esa hora del día, de la tarde o del infierno: “También fue consciente de los movimientos en Europa como en una lejana pesadilla, y en julio de 1936, cuando Franco se rebeló contra el gobierno de España y Hitler alimentó dicha rebelión para convertirla en una guerra mayor. Stoner, como muchos otros, sintió asco al ver como la pesadilla invadía los sueños del mundo”. Y todo se repite, siempre, en forma de guerra o de vida cotidiana: “Barruntaba los años que tenía por delante y sabía que lo peor estaba por venir”. Y añade JW: “Se dio cuenta de la futilidad y el sinsentido de comprometerse por completo con las oscuras fuerzas irracionales que empujaban al mundo hacia su final incierto”. Y habla JW de victorias parciales, de esas que se consiguen a través del “hastío” o de la “indiferencia”. Y luego, la enfermedad y la muerte, que no queda otra. Stoner, un libro sin contemplaciones, una lúcida reflexión sobre la persecución en vida, sobre el dolor de respirar, sobre la brevedad de la alegría y el negro futuro que nos espera: “Conoció la enfermedad del mundo y de su propio país durante los años posteriores a la Gran Guerra; vio el odio y la sospecha convertirse en un tipo de locura que barrió la tierra como una plaga veloz, vio alos jóvenes ir otra vez a la guerra, marchando orgullosos hacia una condena sin sentido, como en el eco de una pesadilla”. Y en esas seguimos, en la pesadilla inacabable.

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