jueves, 31 de agosto de 2023

Justified: City Primeval. Primera temporada.

Empezar Justified: City Primeval con la crianza es una buena experiencia, porque hasta Raylan Givens se le cae la baba viendo fotos de su hija (con piercing falso en la nariz) con el móvil. Pero Detroit, aparte de consideraciones sobre Thomas y Dumars (yo tengo dudas cual de los dos es mejor en la cancha, fuera de la cancha no), es una ciudad distinta de lo que fue (como todos nosotros, no somos los mismos que hace cinco minutos). Y ese “primeval” da mucho juego, porque el bueno de Givens, con Elmore Leonard viéndonos desde las alturas, o desde los infiernos, o desde nos escribiera que estuvo antes de palmarla, tiene su aquel. O muchos. Givens se quita complejos, anda más lento, escucha más pero sigue siendo el mismo: si tiene que apalizar a alguien en plena calle, a la altura de la puerta de un hotel, lo hace. Yo por mi hija haría mucho más. Muchísimo más. Tiene lo mejor de las temporadas de Justified en su fase primigenia y tiene mejorado lo contemporáneo, lo instantáneo, lo rápido y la huida. Droga, palizas, el peligro de los caucásicos en barrios de negros ricos (no estigmatizando frases, ni poniendo la rodilla en el suelo [esto no es la Premier ni falta que hace]). J:CP es una vuelta de tuerca pero sin destornillador adecuado, una verso libre en un mundo en el que lo políticamente correcto se ha vuelto demasiado atronador (y dejamos de escuchar hace mucho tiempo a Amaral). Y ya puestos, Viva Albania (aunque podríamos hablar de aquella película, La conquista de Albania), y los personas con agendas que esconden secretos (tenemos la imagen grabada de Julián Muñoz siempre con su agenda en la mano), y las abogadas sin escrúpulos y con miedos pero atrevidas, y las policías con secretos, y los jueces corruptos (salvo en España, que parece que no hay, que no hay juicios a jueces, viva el corporativismo). Pero luego creemos que, como Florent, hay retirada posible, y pinturas los días que acaban en ese, y paseos con la niña del pendiente mentiroso, pero no. Kentucky siempre será Kentucky, con o sin biblia, con sin tatuajes en los brazos y esvásticas de corazón. No. Todo es mentira, hasta las versiones de canciones de Jack White. Todo mentira.

martes, 29 de agosto de 2023

Kin. Segunda temporada.

Kin sigue siendo, en su segunda temporada, un nido de serpientes (físicas y de las otras, si es que hay alguna diferencia entre ellas). Kin vuelve con serpientes que salen de sus jaulas, con serpientes que creen tener redención (otra gran mentira de nuestra vida, unida a la reinserción [mierda sobre mierda], con serpientes que se arrastran lo suficiente para sobrevivir y con serpientes que se hacen preguntas sobre los tres minutos entre los que estás entre la superficie y la caja de pino. En ese zoológico dublinés en el que todas las bestias se conocen (demasiado pequeño), no hay lugar para dar un paso atrás, es imposible dudar ante la necesidad, es necesario sobrevivir para llegar a la ciénaga con posibilidades. Pero como todo es falso, creemos que hay arreglo, pero al final solo confiamos en el poder, en la tijera agresiva, en cortar por lo sano aunque el quirófano lleva mucho tiempo sin limpiar. O quizás, en esa ciénaga, hasta los que parecen buenos son los peores, las ratas luchando contra las serpientes, primo contra primo, hermano contra hermano. Y no hay ni un resquicio para pensar. Kin se mantiene como un valor en alza en una bolsa que, con los agentes turcos de rigor, está sujeta a demasiadas fluctuaciones. Y siempre, en todos los sentidos, hay un tiro esperando. O dos.

jueves, 24 de agosto de 2023

Círculo cerrado. Primera temporada.

Al principio de Círculo cerrado no sabes si hay que tomar el asunto en serio o todo es una tomadura de pelo. Si pasas, como en Elige tu propia aventura, a tomártelo en serio, quizás te pierdas con tanta curiosidad y sin apuntar frases memorables; por el contrario, si te pones en plan Guy Ritchie, y piensas en tipos de Guyana, en ritos chamánicos, en chinos con bolsas de dinero multiplicadas por dos, es que no estás en Círculo cerrado. En esta primera temporada de CC no hay medias tintas, pero todo tiene su tiempo de tinte: primero compras en el supermercado el tinte; luego te pones los guantes de un solo uso; al final, pones ese mejunje en la cabeza de alguien para tapar canas, pero, es verdad, que a nadie le quedan tan bien las canas (lo de dice Claire Danes, su esposa) como a Timothy Oliphant. Con esa musiquilla de Zack Ryan de fondo, mitad entierro con sofás en primera fila, nos vamos metiendo (si es que hemos seguido la primera de las opciones en ETPA) en un berenjenal que incluye a un Dennis Quaid con coleta metido a Chef (sin oso pero citando CD, su hija, a José Andrés), metiendo a tíos cojos con pasado oscuro, a gentes de mal vivir y peor pasaporte, a personajes que no tienen nada que perder porque no tienen nada, en ese berenjenal que tiene mucho de adictivo y maquiavélico. Como es soderberghiano el asunto, está bien rodada, aunque a veces te pierdes viendo el Principio de Peter en la policía, en asuntos postales, en firmas que no son firmas y en deudas que no solo están en el casino sino en el día a día. Familias que solo son de apellido y otras de sangre convertidas en fetiche, tanto o más que la palabra lealtad. Todo mentira en una historia atrayente, que parece de otra época, en la que nada está prohibido porque hasta la prohibición de hace cien años dejó caminos a ninguna parte (o al mejor sitio, nunca se sabe). Muchos secretos que empiezan a salir, y no siempre para bien. Un buen ejercicio que deja la sangre para el final y la bilis en los puntos suspensivos. O quizá, ya estén firmados los puntos suspensivos, pero en una buena postal de despedida.

miércoles, 23 de agosto de 2023

Ghosts of Beirut. Primera temporada.

Fantasmas de Beirut nos da un paseo por distintos lugares de ese ajetreado Oriente Medio que siempre tiene entretenido a analistas políticos, espías y gente que cierra bares antes de no saber lo que le pasará en un rato (o mañana, o nunca). También FDB nos lleva de viaje entre lugares de Egipto, Siria, El Líbano, Irán, Irak, Israel, Colombia y Estados Unidos, siempre con una mochila preparada. La historia gira en torno al personaje de Imad Mugniyah, una sombra, un fantasma, un asesino que tenía su familia, y buscaba otra, y mientras no tenía nada mejor que hacer que asesinar y hacer el mal. La serie intenta ser aséptica hasta el final aunque sea ese final sin aplausos ni cohetes ni premios lo que la hace más llamativa (¿no hay premio en la victoria?). Pero se deja ver, hace más de un ejercicio de geografía y nos muestra a los malvados haciendo el mal (aunque no solamente el mal). Un buen retrato de otro de esos personajes que no salen en los libros de Historia.

lunes, 21 de agosto de 2023

Black Mirror. Sexta temporada.

Ahora siempre llego tarde a todos sitios (también a Black Mirror). Llegué al primer capítulo de la sexta temporada dos meses y tres días después (Joan is Awful). JIA es insano y locura, es repetición dentro de la repetición, es cookie y desodorante, es novedad rancia (pero novedad), es la equivalencia al terror de nuestros días (y por momentos me recordó a Dead Set, al mejor creador dentro de la creación, a la verdadera aberración de nuestros días). Llegando tarde a la cárcel de nuestros días (esa competición por ver sin analizar, por meterte en la quijotera algo que no entiendes pero que dices que entiendes y ves) nos retratamos: somos algo que no queremos ser, o quisimos ser, o no somos capaces de hacer lo que realmente quisimos hacer. Quizás todo es demasiado complicado, o lo hemos hecho horrible por un simple capricho, por sumar cuando solo somos una resta en una operación matemática más compleja y que somos incapaces de entender (o, ni siquiera imaginar). Pero al final, como todo es mentira, seguimos pinchando y creemos que el icono del Marca es el mismo que el de Netflix, y leemos que Neymar vive como un marajá en Netflix mientras vemos a la mujer de Cristiano protagonizar un reality en el Marca: eso es sí que es un JIA, eso sí que es Black Mirror y no esto (bueno, realmente, era lo del cerdo, no esto). En Loch Henry, erre que erre (aunque en España hemos sido más de ERE que ERE, viva la patronal), sigue la ese roja mayúscula haciendo de las suyas, porque necesitamos contenidos hasta la arcada, hasta el vómito (más o menos prieto), con jocosas referencias a proyectos de brujas (no como alguna exdirectora mía) y lugares encontrados (la industria siempre muere, incluso siendo de un grupo racial no privilegiado). Con Loch Henry descendemos a los infiernos (en muchos sentidos) porque el infierno (y aquí más) es una cosa muy personal (pero si es televisado, lo es menos, es más masticable, más digerible y huele tan bien al salir por el culito que ni el de bebé). Incluso haciendo, con LH, demasiados guiños (y no solo al cerdo imperial) a la videocámara, a las pestañas y las cintas, a grabar sobre grabar y tiro porque me gusta mucho (hasta que la realidad te salpica, y piensas en Lobatón y en Nieves Herrero y en aquellas niñas que dejaron de ser niñas). Con Beyond the Sea tenemos demasiados lugares comunes: Matrix, Una odisea en el espacio, La matanza de Texas (o de Tejas, de colores, como las de cualquier cúpula pintada, como la de cualquier aceite de linaza, como la de un Hannibal Lecter hecho Renacimiento). En las dos últimas piezas, o píldoras, o explosiones de lucidez (Mazzey Day, Demon79) ,Charlie Brooker se pone el disfraz de Tarantino para escribir sobre las bestias y las decisiones, sobre la posibilidad de hacer el mal para hacer el bien, ya sea con una cámara en la mano, con un micro en un estrado o desde el cuchillo más próximo. Como siempre, una experiencia para repetir.

sábado, 19 de agosto de 2023

miércoles, 16 de agosto de 2023

La utilidad de lo inútil

La utilidad de lo inútil. Un título equívoco (la segunda palabra del mismo es oxímoron, y no me parece bien, pero es que últimamente casi nada me parece bien [será la crianza]), porque todo es mentira y contradicción en esta vida. O juntar esta vida y mentira sea todo lo que conviene en agosto, con la humedad y las vacaciones y los pañales. Escribe NO: “Considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores”. Mentira. A cierta edad, lo único que quiero es consuelo, no ser mejor. Ser mejor es imposible. Podemos escuchar el Oh! Sweet Nuthin’, e intentar recuperarnos, pero no lo hacemos. Imposible. Pero sueña el Money de PF y recuerda el italiano que “no es cierto que en tiempos de crisis económica todo esté permitido”. Faltaría más (y un pijo). Luego mete (con calzador de zapatería cursi lo de la “prima de riesgo”, pero se lo perdonamos, tanto o más que un premio en Oviedo). Añade el autor: “Hoy en día Europa se asemeja a un teatro en cuyo escenario se exhiben cotidianamente sobre todo acreedores y deudores”). Vuelvo a repetir: YUP. Si yo fuera Soros, Europa tendría ya mi nombre, mis apellidos, mi DNI y hasta mi talla de zapatos (y no solo Italia y Malta [o Malta e Italia, con Melli y Datome siempre en mi equipo]). Apostilla el difunto en plan boticario: “El fármaco de la dura austeridad, como han observado varios economistas, en vez de sanar al enfermo lo están debilitando aún más de manera inexorable”. El enfermo, desde hace mucho tiempo, está en la UCI y con la extremaunción recetada vía Meet (no vaya a ser que el capellán pille algo entre ascensor hospitalario). Otro ladrillo, que seguimos con PF de fondo, aunque Berlín se convirtió hace tiempo en un Benidorm de los ladrillos: “Transformando a los hombres en mercancías y dinero, este perverso mecanismo económico ha dado vida a un monstruo, sin patria y sin piedad, que acabará negando también a las futuras generaciones toda forma de esperanza”. Y en la página 12 sale a relucir, o reluce saliendo (parece algo de Brandon Flowers con The Killers), lo de la utilidad dominante. Palabras que soltamos, con una pierna encogida y con herpes en la otra (en la piscina hay de todo), y con las que nos quedamos a gusto (o muy a gustito, Ortega, acelera): “La utilidad dominante que, en nombre de un exclusivo interés económico, mata de forma progresiva la memoria del pasado, las disciplinas humanísticas, las lenguas clásicas, la enseñanza, la libre investigación, la fantasía, el arte, el pensamiento crítico y el horizonte civil que debería inspirar toda actividad humana”. Me gusta que el autor reconozca que es un “retrato incompleto y parcial”, porque todo es parcialmente incompleto (faltaría más, como en toda autopsia, porque LUDLI es una autopsia en toda regla). “Cuando prevalece la barbarie, el fanatismo se ensaña no sólo con los seres humanos sino también las bibliotecas y las obras de arte, con los monumentos y las grandes obras maestras” (suena de fondo el TV Preachers de los Automatics en aquel concierto de Radio3 del 99) y la conjunción es inequívocamente placentera. Y en la 22 (como aquella pareja del 123), aparece Keynes (también en la 23), pero sin montera y sin pescozones, pero si con pellizcos. ¿Qué banda sonora hubiese puesto Cristobal Tapia de Veer a LUDLI? Mejor no hacer, o hacerse, esas preguntas, porque nos llevarían a la inutilidad de lo inútil. Pero, llamando al 112, o al 062 (viva el Duque y la GC), y los párrafos salvables, algo queda: “Es mejor proseguir la lucha pensando que los clásicos y la enseñanza, el cultivo de lo superfluo y de lo que no supone beneficio, pueden de todos modos ayudarnos a resistir, a mantener la esperanza, a entrever el rayo de luz que nos permitirá recorrer un camino decoroso”. Un camino decoroso, con música de sitar de fondo (JJF), nos lleva al apartado 1 en el que leemos: “El aparentar cuenta más que el ser: lo que se muestra –un automóvil de lujo o un reloj de marca, un cargo prestigioso o una posición de poder—es mucho más valioso que la cultura o el grado de instrucción”. Apartado 2, descripciones sobre conceptos de gratuidad y desinterés. En el 3, David Foster Wallace, y nos seguimos recreando con aquello que es supuestamente divertido (muchas cosas) y no queremos volver a hacer (muchas más cosas todavía, y el hombre de la camisa verde también me preguntó un día sobre aquello que le habían dicho que era el agua, pero sin hablar de peces). Escribe Ordine: “No tenemos, pues, conciencia de que la literatura y los saberes humanísticos, la cultura y la enseñanza constituyen el líquido amniótico ideal en el que las ideas de democracia, libertad, justicia, laicidad, igualdad, derecho a la crítica, tolerancia, solidaridad, bien común, pueden experimentar un vigoroso desarrollo”. Y luego, nos seguimos preguntando: “¿Dónde está Jessica Hyde?”. Utopía, pero de la de Tomás Moro, la del apartado 6. Hágase querer por una ínsula, por mercaderes venecianos, por pretendientes que esconden objetivos, por versos que no lo son y por valores que tampoco lo son. En esas páginas, quizás un poco difusas, se pierde el autor (un poco, la falta de brújula) hablando de usura y crédito, de amores y tensiones de religión (¿puede existir religión sin tensión?) y de otras cuestiones que unos podrían considerar más o menos importantes. Aristóteles nos queda lejos, Platón casi en Nueva Zelanda (mejor hablamos otro día de leyes educativas en España). Kant nos queda lejos (“I can’ understand Kant”, dijo Ginés Caballero una vez en su lucidez taciturna, aunque de Ovidio no recuerdo que comentara nada). De los que siguen, letrinas incluidas, ni idea antes de esta lectura. Andantes todos, como en la sucesión narrada en imágenes. Baudelaire, Locke, utilitarismos varios, caballeros descaballerizados y esa página 65 repetida en contraportadas y reseñas varias: “Mi experiencia como docente en una facultad humanística –en la cual desde hace décadas resuena la misma pregunta planteada por padres víctimas de la nefasta ideología dominante de lo útil: Pero ¿qué hará mi hijo con una licenciatura de letras?—me hace suponer que, con toda probabilidad, los ásperos argumentos de Locke no suscitarían ningún enojo”. Y las musas boccacianas, las de hueso, más hueso (y en la postmodernidad, con suerte, alguna carne, o pellejo caído, o injerto para salir en el Sonorama). Y pensar (en infinitivo) en una universidad española en 1934, con palabras sobre palabras (Lorca sobre Neruda). Y, ya puestos, cervantinos todos: “El mítico don Quijote podría ser considerado el héroe por excelencia de la inutilidad”. Entonces, quijotescos todos. Todos simulacros, todos mentirosos, todos Vedder. Quijotescas impresiones: “Todas sus empresas están inspiradas por la gratuidad, por la única necesidad de servir con entusiasmo a sus ideales”. Ideales, recuerdos (ya no hay bares así, o no creemos recordar bares así, o no nos reconocemos en bares así). Nirvana, Smells Like Teen Spirit y los últimos gritos de rebeldía antes de un disparo, antes de un molino, antes de una ruleta rusa en mitad de Albacete, o de Cuenca, o del desierto de Atacama en mitad de Roma: “Cervantes, en definitiva, hace de la contradicción uno de los grandes temas de su novela: si la invectiva contra los libros de caballerías suena como una incitación al desengaño, en el Quijote encontramos también la exaltación de la ilusión que, a través de la pasión por los ideales, alcanza a dar sentido a la vida”. Y la pregunta del millón para tipos con camisa verde: “¿Era Sancho Panza albino?”. Quizás. Y luego, Ordine, tras comprar por internet, nos lleva a Tiananmen, nos lleva a 1989, nos lleva a “empresas” que acaban en nada, a gestos sobreutilizados que al final solo son estampas de camisetas, infografías de una canal de noticias sin sonido (o con el volumen muy bajo, viva Euronews). Y luego, Dickens: “Nadie ha pintado mejor que Charles Dickens la guerra declarada contra la fantasía en nombre de los hechos y el utilitarismo”. No sé. Tampoco visualizo a Cioran, ni a Ionesco, ni a Calvino. La segunda parte de La utilidad de lo inútil la inicia Nuccio Ordine con el título de La Universidad-Empresa y los Estudiantes-Clientes, subrayando, nada más empezar, “los efectos catastróficos que la lógica del beneficio ha producido en el mundo de la enseñanza”. Recortes y, lo que es más grave, “secundarización de las universidades”. Apostilla, como el Demócrito velazqueño de la portada, asegurando que “casi todos los países europeos parecen orientarse hacia el descenso de los niveles de exigencia para permitir que los estudiantes superen los exámenes con más facilidad, en un intento (ilusorio) de resolver el problema de los que pierden el curso”. Añade NO: “Se busca atraerlos mediante la perversa reducción progresiva de los programas y la transformación de las clases en un juego interactivo superficial, basado también en la proyección de diapositivas y el suministro de cuestionarios de respuesta múltiple” (vamos, lo que yo hago en la ESO). En el caso del territorio berlusconiano, con plus: “En Italia, donde el problema de los que pierden el curso alcanza dimensiones preocupantes, las universidades que logran el objetivo de graduar un estudiante en los años previstos por la ley reciben el premio de una financiación ad hoc”. Pero que quede claro, que “las universidades, por desgracia, venden diplomas y grados”. ¿Motivo? Claro: “Y los venden insistiendo sobre todo en el aspecto profesionalizador, esto es, ofreciendo cursos y especializaciones a los jóvenes con la promesa de obtener trabajos inmediatos y atractivos ingresos”. Y en esa rueda de la fortuna, con o sin profesor engominado, “institutos de secundaria y universidades, en definitiva, se han transformado en empresas”. ¿Objetivo? Claro: “El cometido ideal de los directores de instituto y rectores parece ser sobre todo el de producir diplomados y graduados que puedan insertarse en el mundo mercantil”. ¿Resultado? Claro: “El año académico transcurre velozmente al ritmo de un incansable metrónomo burocrático que regula el desarrollo de consejos de todo tipo (de administración, de doctorado, de departamento, de curso de graduación) y de interminables reuniones asamblearias”. Más que recortes, tijeretazos mayores, ya sean contemporáneos o en época de Víctor Hugo, ya sea pensando con Alexis de Tocqueville o con Herzen, o con Georges Bataille y “valor universal de la educación” que defiende John Henry Newman. Más preguntas, aunque no salga Cabra ni la palabra egarense ni una corte franquista: “¿Para qué enseñar las lenguas clásicas en un mundo en le que ya no se hablan y, sobre todo, no ayudan a encontrar trabajo?”. Suma NO: “A los estudiantes se les disuade de emprender carreras que no reproducen recompensas tangibles y ganancias inmediatas. Poco a poco, el creciente desapego al latín y el griego llevará a cancelar definitivamente una cultura que nos posee y que de manera indiscutible nutre nuestro saber”. Hache dos o: “Y si, naturalmente, gracias a estas tendencias solo unos pocos estudiantes se inscriben en los cursos de latín y griego, la solución para resolver el problema del coste de los profesores parece ser simple: clausurar su enseñanza”. Y al final, el final: “Por este camino, se acabará liquidando la memoria a fuerza de progresivos barridos que conducirán a la amnesia total”. Punto y seguido: “Tendremos una humanidad desmemoriada que perderá por entero el sentido de la propia identidad y la propia historia”. Más motivos para la desesperanza (aunque aquí haré matizaciones, que me obligaron a hacer exámenes del Quijote cada cuatro capítulos): “Los estudiantes pasan largos años en las aulas de un instituto o de un centro universitario sin leer nunca íntegros los grandes textos fundacionales de la cultura occidental” [bueno, mejor me voy a callar mi opinión sobre aquella profesora que iba en bici al instituto, quijotesca ella]. Acaba NO el subapartado de la desaparición programada de los clásicos de la siguiente manera: “Difícilmente la pasión por la filosofía o por la poesía, por la historia del arte o por la música, podrán brotar de la lectura de materiales didácticos que, siendo en principio simples apoyos, acaban por sustituir definitivamente a las obras de las que hablan: los textos, en definitiva, se convierten en puros pre-textos” (y leo esto mientras el Rape me de Nirvana antecede un universo sin Kurt, que los suicidas están mal vistos). Y en la misma página, la 98, sentencia NO: “No es posible concebir ninguna forma de enseñanza sin los clásicos”. Y antiquijotescos profesores, también hemos tenido, reyes del orden y el compás, y es necesario reconocer que “todos nosotros hemos podido experimentar hasta qué punto la inclinación hacia una materia específica ha sido suscitada, con mucha frecuencia, por el carisma y la habilidad de un profesor”. Subraya el autor la seducción de la enseñanza, y como “verdadero profesor toma los votos”. Reflexiona, como George Harrison con lo que lo que rodeaba, sobre la desaparición de las librerías históricas (esto no es nuevo, antes y después del fenicio, y de los fenicios, y de la Fenicia contemporánea): “Pero por desgracia la avalancha de catástrofes no se detiene aquí”. Avalancha, HDS, camisetas y pelo largo. Apostilla: “También la identidad de las librerías se ha visto desfigurada por las exigencias mercantiles”. Como todo, cuando el plato me gusta: “Lugares históricos de encuentro, donde era posible hallar en cualquier momento textos y ensayos de fundamental importancia, hoy se han convertido en cajas de resonancia de obras a la moda, cuyo éxito puede parangonarse a efímeras llamaradas”. ¿En qué lo estamos convirtiendo todo? “Sin responsabilidad, los libreros se transforman en simples empleados cuya tarea principal es vender productos con el mismo espíritu de quien trabaja en un anónimo supermercado”. Creo que es un jardín equivocado (lo que se lee en la 103,104 y 105) meterse en hierbas sin querer quitar la alfalfa del bancal (por mucho que cite artículos del siglo pasado). O no. ¿Plutarco? ¿Poincaré? ¿Juvenal? ¿En qué equipo jugaba Juvenal? Yo no veo armonía entre matemáticos y escritores (ni analogías, tampoco). Veo Pearl Jam por todos lados, veo Vitalogy, veo MB con un 10 en la espalda, pero nadie se acuerda de él, ni de esos equipos que no ganaron nada. Escribe NO: “Sólo el saber –poniendo en cuestión los paradigmas dominantes del beneficio—puede ser compartido sin empobrecer. Al contario, enriqueciendo a quien lo transmite ya quien lo recibe”. 111, antes de la lesión de Militao, y después, y la de Kevin. Come back, Eddie. Come back. Y la tercera parte, que empieza con voces de clásicos (¿no vale la mía, Vedder?). Tampoco me gusta eso de la prostitución de la sabiduría, pero es una conjetura que da la quijotera para ejercitar el quijoterismo (aunque no nos gusten las profesoras quijotescas). Pero pasa como con Wilco (los ves en un concierto con lluvia, y luego los escuchas en tu casa, y son distintos). Falsas ilusiones, dice NO. Falsas ilusiones, y veo leer a mi mujer Lo mejor de nuestras vidas, de una pediatra que hace colas en las librerías en su espera. Hasta el amor aparece al final de LUDLI. Pero vuelve PJ, y seguimos leyendo, y se nos pasa (o no se nos pasa, pero seguimos leyendo). Y luego, entre anécdotas, penar que “el amor implica despojarse de toda pretensión de poseer certezas” (y no puedo mejorar el Just Like Honey, desde los dos minutos y medio hasta el final). Tremor Christ. Celos. Lotario y aquellas pruebas a las que impone el hidalgo: “La posesión, a fin de cuentas, se revela uno de los peores enemigos del amor”. Perfección moral, que siempre es bueno recordar a Ornamento y delito (antes y después de Montejurra) [otro día nos quitamos la corbata]. Escribe NO que “poseer la verdad mata la verdad”. Quizás Theodore Saphiro escriba otra partitura mejor, pero seguimos siendo de Severance. O no. Paz, Erasmo, brutalidad. De todo hay en la viña ordiniana. Verdaderas religiones ante las que escribir, o pensar, o recrearse: “Quien está seguro de poseer la verdad no necesita ya buscarla, no siente ya la necesidad de dialogar, de escuchar al otro, de confrontarse de manera auténtica con la variedad de lo múltiple”. Viva Bryan Ferry (LST). Viva. O no: “La pluralidad de las opiniones, de las lenguas, de las religiones, de las culturas, de los pueblos, debe ser considerada como una inmensa riqueza de la humanidad y como un peligroso obstáculo” [y no lo ha escrito Armingol, ni nadie saliendo de un bar en la pandemia, o cerrando iglesias, o confesionarios]. Todo es mentira y el tiempo nos dice que en el futuro todo estará parcialmente soleado. O parcialmente. O: “Convivir con el error no significa abrazar el irracionalismo y la arbitrariedad. Significa, por el contrario, en nombre del pluralismo, ejercitar el derecho a la crítica y sentir la necesidad de dialogar también con quien lucha por valores diferentes de los nuestros”. ¿Milton? ¿He leído Milton? No, pero seguimos escuchando Jeremy, una y otra vez.

lunes, 14 de agosto de 2023

Fortuna

Fortuna, de Hernán Díaz, vuelve a confirmar que todo es mentira. Todo es mentira de principio a fin de la novela. O de lo que sea Fortuna, que es mitad testamento, cuarto y mitad de restos y mucha basura de la que nos gusta. ¿Es que no hay mejor basura que la mentira? ¿No hay mejor mentira que la bolsa? ¿No hay mayor escoria que la mentira cotidiana que duerme con nosotros? HD nos dice, al final de Fortuna, “que Dios es la pregunta menos interesante a las preguntas más interesantes?”. Quizás sea realidad esa esfera de niebla, porque “este sitio parece lleno de simulacros”. Y ya puestos a escribir sobre Fortuna, vayamos a la 414: “Uno solo está casado de verdad cuando está más comprometido con sus votos que con la persona a quien aluden”. Fortuna nos lleva al mercado y a la farsa (¿acaso nuestra vida no es otra cosa?), a reflexionar sobre cerdos, buitres y vampiros (¿acaso no nos dominan solo esas tres especies?), a creer que todo es posible (incluso que una mujer domine el mundo). Más preguntas que nos deja Fortuna: “¿Dónde cree usted que habría alojado Dante a los sabios de Wall Street? ¿En el cuarto círculo del Infierno o en el octavo? ¿Codicia o fraude?”. Y palabras raras en italiano, en alemán, en inglés, que suenan diferentes pero excluyentes, porque en ciertos ámbitos, hasta el aire es excluyente: “¿Y qué es una elección sino una rama del futuro que se injerta en el tallo del presente?”. Noticias, noticias que varían dependiendo de la hora y caras que son “ruina desolada”. Me gusta ese pensamiento pecaminoso (o pensamiento, que ya eso no se lleva, y no es solo pecaminoso sino delictivo), de pensar que cualquier cosa “en el futuro sería considerada libro de texto”. Fortuna también es entreguerras y Suiza, Hitler y ociosidad, universos equivocados en vidas fuera de lugar, billetes impresos sin papel suficiente, recuperaciones que parecen bancarrotas y ruinas que salen al amanecer con un vestido blanco de domingo. Y como todo es mentira, podemos seguir “explotando todas las posibilidades del luto”. Fortuna es una mentira sobre el luto antes del luto, sobre negar lo evidente ante la realidad, un “espectáculo ligeramente bufonesco” que se queda a la altura de chiste ambulante con nuestra realidad cotidiana: “Hay gente que en ciertas circunstancias esconde sus emociones verdaderas detrás de la exageración y la hipérbole, sin darse cuenta de que su caricatura amplificada revela la medida exacta de los sentimientos que pretende ocultar”. Nos repite Fortuna ese axioma de que el “capital que engendraba capital engendraba capital”, pero es que es no hay otro. Es el que manda. Toca trabajar e intentar dormir un poco y alguna cosilla más sin importancia. No suena REM pero “la negación es una forma de confirmación” (y algunos seguimos negando escuchar a REM en el pasado, o en The Bear, o en cualquier asunto que nos lleve a posicionarnos. Y ya puestos a reflejarnos en el espejo, que nos quede claro que “lo importante el cómputo de nuestros logros, no lo que se cuenta de nosotros”. Y como profesores, como alumnos, como esclavos de ese capitalismo hecho cruz y martillo y cincel y canción de relleno, sabemos que “el trabajador ha quedado reducido a la condición de pordiosero”. Pero como profesores, también sabemos que “no hay inversión que devuelva mayores dividendos que la educación” (aunque también me gusta esa de que “la educación de un niño empieza varias generaciones antes de que nazca”). Y ya puestos a soltar trolas en plan Fortuna, sigamos en contra de los “guardianes del gusto” que nos dicen que leer, que escuchar, que respirar. Y puestos a poner números en la calculadora del error, pongamos 1807, pongamos 1837, y 1873, y la cifra de 1884, y la de 1893, y la mentira de 1907, y 1920 y 1929, porque “el brazo egoísta siempre es corto”. Con un par. Y los pasatiempos convertidos en herencias envenenadas, en locura, leyes económicas de retrete sucio, en basura (y no solo frívola ni burguesa), en “mascotas obedientes”, en las formas de medir el miedo (HD utiliza la palabra “estándar”). Todo es mentira, pero debo recordar que “sé que tengo los días contados, pero no todos los días son números reales”. Y Fortuna no es un número, ni real ni de los otros, en un texto complejo pero lleno de matices maravillosos.

jueves, 10 de agosto de 2023

The Bear. Segunda temporada.

Los primeros capítulos de la segunda temporada de The Bear no son lo que nos habían contado (al menos, en la primera). Moho, propósitos, números de teléfono falsos, mitos que se te caen, reuniones familiares, palidez que salta a la vista y un montón de lugares comunes (¿se puede seguir escribiendo lo de “lugares comunes”?) al más puro estilo canción de relleno en un álbum doble de una banda que lleva poco tiempo de gira con un gran primer disco en el mercado. Y la depresión postcovid que hace salir a los fantasmas de marzo del pasado (cierre de locales, adiós a historias de bares, llantos por lo que pudo ser y no fue) y el melodrama (sin Anthony ni NY, que estamos donde el viento) reluce, por momentos, de más. ¿Quizás demasiado Wilco en nuestras vidas? ¿Quizás no queremos reconstrucción cuando solo tenemos casilleros vacíos y gorras del pasado? ¿Quizás no nos hemos sacudido el moho pendiente en nuestras almas perdidas? Pero, de pronto, una cena navideña, un combate de lucha libre, lo cambia todo, o hace que entendamos muchas cosas, o algunas cosas. Algún detalle, y no solo pequeños: tenedores, osos, uñas rojas, primos ejerciendo de primos y ratas ejerciendo de carroñeras. Lo que era y no pudo ser, o se truncó, o acabó con casi todo y explica aquello que nos chirriaba, aquello en lo que no podíamos creer y tuvimos que hacer. Caminos paulinos que, sin pesebre y con siete pescados, hacen que lancemos atunes fuera y lo negro se tiña ala de cuervo. O sobaco de grillo. Y después, catárticos todos, es una agonía larga, una de esas que Manuel Alcántara definía para que los que no sabemos definir sepamos la forma de definir los asuntos sangrantes. Pero hay vida con la resurrección, y la resurrección se traduce en un recuerdo (y no solo sonoro) de la primera temporada, con unos capítulos finales que no dan tregua, que te llevan a la extenuación, que te exigen atención y sentimientos, que te encierran en una nevera en la que, entre congelados, te hacen decir lo que no quieres decir, pero debes. O tal vez, todo sea una equivocación, “porque los errores no forzados son contagiosos”. Y en eso, precisamente en eso, The Bear transmite, es contagioso para lo bueno, porque “tachar no es una ciencia exacta”. Nos muestra el modo de equivocarnos, de escapar del error (o, por lo menos, de intentarlo). Y seguimos creyendo en el Animal de Pearl Jam. Mucho.

miércoles, 9 de agosto de 2023

El perro de terracota

Vuelvo a Montalbano varias estaciones después, aunque creía que hacía menos tiempo de la lectura de Camilleri. El perro de terracota nos lleva a darle un poco más, como debe ser, a la imaginación: a la imaginación de guerras mundiales y pequeñas historias que se entrecruzan con un presente maldito. Y da mucho juego el sarcasmo que utiliza AC para darle hilo a la salamandra: “Gaettano Bennici, llamado el Griego no había visto Grecia ni siquiera con un catalejo y de las cosas de la Hélade debía de saber tanto como una tubería de hierro”. Podría pensar lo mismo de la mayoría de mis alumnos de 1º de ESO, pero como he decidido no pensar, no lo haré (por lo menos durante un rato). Y esas noches (porque con Montalbano las noches son importantísimas, entre buenos platos de comida y bañitos a deshora) que son “dignas de contarse al médico”, y las referencias a Vázquez Montalbán y el recuerdo de que “era un hombre de honor en la época en la que la palabra honor significa algo”. Hay distinción entre bombardeos ingleses y yankis en una Italia que languidecía en 1941, entre pesebres que no eran pesebres sino monumentos, entre padres que hacen cosas que no son dignas de padres y países que no hacen cosas dignas de países: “Representaba la memoria histórica de los errores históricos”. Y apostilla el autor: “Hijos bastardos de políticos bastardas”. Y a la hora de definir, Camilleri también define a los personajes, o aquellos que no llegan a personajes y son serie B dentro de la serie b: “Profesaba ideas de extremísima derecha”. Y como nada es casual, siempre es bueno hacerse la siguiente pregunta: “¿Es que usted cree que los accidentes ocurren accidentalmente?”. Nunca, por eso, se asegura que “uno busca los accidentes y siempre hay alguien dispuesto a enviárselos”. Y los polvos para la cara de las putas de hace treinta años, y Bosch y Brueghel, y el disfrute de las bromas y los cultos que ya no se llevan. De todo tiene El perro de terracota. Cuevas, granizados de limón con fórmulas perfectas y el retrato de una época que siempre tendremos presente con un eje cronológico: “De febrero de 1941 a julio de 1944 fui, siendo muy joven, alcalde de Vigàta. Quizá porque el fascismo decía que le gustaban los jóvenes, hasta el extremo de que se los comió a todos asados o congelados, o quizá porque en el pueblo sólo quedaban los viejos, las mujeres y los niños, pues los demás estaban en el frente. Yo no pude ir porque estaba enfermo del pecho, pero de verdad”. Y preguntas sobre el carnaval y sobre las clases de Numismática y de Historia y de como “ahora matan sin dar explicaciones”. Y como en casi todos los países, siempre encontramos a alguien que es “ex comunista, ex democristiano, ahora destacado exponente del partido de la renovación”. Y las creencias nos llevan a lo que nos llevan, porque siempre hay bondad en el infierno y en las despensas compartidas: “Él creía en la guerra. Era fascista. Un buen chico, pero fascista”. Y fuera disfraces y uniformes, que “Dios nos libre de las cosas oficiales. Aquí las cosas van muy bien porque todo se desarrolla con carácter extraoficial”. Me ha gustado más que La forma del agua, aunque sobre algún diálogo de relleno y no sean suficientes las referencias al sueño. Y ya puestos a perdernos, y no solo en la traducción y en la tradición, pensemos (solo por un breve momento) en el poder de las palabras que nos deja Camilleri: “¿Le complicaría sus deducciones si le dijera que en árabe se utiliza un solo verbo para designar el dormir y el morir? ¿Y que también vale un solo verbo para el despertar y el resucitar?”. Y ya puestos a reinar, porque Montalbano es un rey que no quiere trono, se conforma con la silla de mimbre vieja y sin barniz de marinero, Camilleri cita a Sciascia y nos recuerda que “a uno se le encuentra cuando los demás necesitan o tienen intención de encontrarlo”. Y yo no quiero que me encuentren. Lo único que quiero es más tiempo. Y no lo tengo.

jueves, 3 de agosto de 2023

El nombre de la rosa. La novela gráfica. Volumen 1 (de 2)

“He buscado la paz en todas partes, y no la he encontrado en ninguna, excepto en la esquina de un libro”. Las palabras de Tomás de Kempis anteceden a las del propio Umberto Eco en esta adaptación gráfica de El nombre de la rosa: “Cuando tengo ganas de relajarme leo un ensayo de Engels, si en cambio quiero mantenerme ocupado, leo a Corto Maltés”. Tengo pendiente a Corto Maltés, y hacía mucho que no volvía a Eco. Empieza con ese monasterio danubiano, con miles de hojas y miles de piedras y reflejos y torres que tenemos en la retina. Pero Milo Manara dibuja a Eco en Praga en 1968, y automáticamente pensamos en tanques y huidas. Y huyendo, o volviendo a Borges, nos lleva al Buenos Aires de 1970, siempre Eco detrás de libros y manuscritos, de papeles y legajos, de traducciones de originales en lengua georgiana. Y en esas, leemos: “Me siento libre de contar, por el mero placer de fabular, la historia de Adso de Melk, tan gloriosamente ajena a nuestro tiempo, porque es una historia sobre libros, no de miserias cotidianas”. Y otro salto, esta vez a 1327, con el emperador Ludovico entrando en las Italias para que el Sacro Imperio siguiera siendo el Sacro Imperio, que Dios es mucho Dios, y los cismas y las rupturas quedan siempre menguadas. O no tanto. Y en esas que parecen grietas y franciscanos con votos de pobreza, de la pobreza cristiana. Y en ese noviembre de la Edad Media (en todos los sentidos), hay desfiladeros y abadías benedictinas que son ciudades cerradas y herméticas, que buscan la salvación de un caos que no parece acabar. Señales en las maderas de las puertas, copos de nieve sin final, murallas de las que no escapar (salvo que Dios lo permita). Pero nada es nuestro y “cuando no poseemos las cosas, usamos signos y signos de signos”. Y no está de más recordar que “la única prueba de la presencia del diablo es la intensidad con la que todos ambicionan descubrir sus actos”. Y puestos a hacer el rebaño, hagámoslo con propiedad: “Si un pastor falla, hay que separarlo de los otros pastores, per ¡ay si las ovejas empezaran a desconfiar de los pastores”. Se ven en los dibujos los detalles de las barbas de un día mientras diferenciamos “entre lo que es oportuno y no lo es”. Muertes de índole incierta, o matices que subrayar en un scriptorium con viento oportuno: “No se mata sin alguna razón, aunque esta sea perversa”. Me ocurre con esta historia gráfica que a Guillermo de Baskerville lo veo como Marlon Brando y no como Sean Connery (y a Adso de Melk no lo veo como Christian Slater sino como a Milla Jovovich en Juana de Arco). A veces, nos creamos esa imagen mental y ya es imposible eliminarla, aunque sea un tópico repetirlo. Y esas reflexiones sobre los libros que nunca fallan: “El libro es una criatura frágil, se desgasta con el tiempo. El bibliotecario defiende nuestros códices no solo de los hombres, sino también de la naturaleza y de las fuerzas del olvido, que es enemigo de la verdad”. Y las tinieblas y lo que está por llegar, porque antes o después a todos nos toca juzgar: “Duro oficio el del inquisidor, tiene que golpear a los más débiles y cuando mayor es su debilidad”. Y el recreo en las imágenes de portadas y habitaciones, de claustros y refectorios, de cementerios e ilusiones que acaban también bajo tierra. Y llega la luna, y todo cambia porque “de día se cura el cuerpo con las hierbas buenas y de noche se enferma la mente con las hierbas malas”. Una primera parte que deja con ganas de más, con interpretaciones llamativas de cruzadas y contracruzadas del pueblo, de historias de desheredados de la nada, de mentiras institucionalizadas como fue la Edad Media. Y hay dibujos con los que recrearse continuamente. Una inabarcable obra, pero llena de matices muy llamativos.

martes, 1 de agosto de 2023

Megacuarenteno y la espadica del poder

Megacuarenteno y la espadica del poder, publicada inicialmente entre diciembre de 2021 y febrero de 2023 empieza con una imagen de la ciudad de Qart Hadast, de Cartagena en el siglo III a.C. Le dije a Jesús, que se documentó al respecto, que parecía una mezcla de escudo y de península ibérica, con sus templos y sus torres, y sus puentes. Escipión, lanzas, tropas y armamento, y murallas que cercan palmeras y hombres, libertades encontradas y una “espadica forjada por los dioses del Murciaverso” con la que encontrar el poder “descomunal”. Subraya el autor el deseo de venganza, la propia y la adoptada, todo con el deseo de alcanzar la gloria. Pero eso solo es una pildorita que nos hace ir al pasado, pero la primera parte nos lleva a la falsa normalidad postcovid de la ciudad de Murcia en la que “las personicas han vuelto a sus rutinas”. Edificios reconocibles, pero rutinas que no son tales porque la acción siempre se añora y hay que ponerse manos a la obra ante los covicrones, penúltima variante que antecede a la número equis. Y los armarios con recuerdos y los videos de kung fu llevados a la práctica y sardinas, y Gran Vía, y el universo que ya conocíamos de vuelta con nosotros. La segunda parte, con casino y parientes víricos incluidos, nos lleva a saltos temporales y nos deja un recuerdo a ese Mar Menor que va “muriendo cada día”. Y como buena película de Historia que es, nos pone un mapa en liza, que pasa de Murcia a Edimburgo, y tiro porque me toca, aunque el look del exilio sea maquillable. Nada como un cementerio (esta vez sin absenta, ni mezcal, ni Stroh 80) para recordar que no somos nadie. Zepelines al poder y recuerdos berlineses, aunque sin revolución de los colores, que de todo hay en MYLEDP. Con la tercera parte, con luna, catedral y edificios profusísticos, se rompen defensas antiaéreas y las máquinas funcionan a todo trapo mientras el personal sigue enfrascado en la avaricia, la ambición y la especulación. Y nuevos vehículos para ayudar a los viejos héroes, araña Marlene incluida. Y cúpulas, miradores y comisarios con bigotes reconocibles. Y la tentación llega y no sabes decir no. Lo más difícil en la vida es sabir decir no. Y no sabemos. Nunca. Y más lecciones de historia, entre gabachos del XIX y reyes del XII (y nunca es tarde para saber los verdaderos propósitos de Napoleón), y ascensos con ayuda que nunca pueden acabar bien. Y hay que alejarse de los regaladores de consejos, tengan alas o no. Y la propaganda, el populismo, megapoderes convertidos en obra pública y de la otra, baño árabe convertido en asfalto e impuesto convertido en bien común. Y cárceles convertidas en prejuicios, que todo vale hasta que deja de valer. “Son tiempos oscuros en los que la presencia de superhéroes nos da una pequeña luz de esperanza…”. Pero no vale solo la esperanza, aunque la libertad (o lo que creemos que es libertad) nos sirve para sobrellevar el día a día, como hace este tebeo en nuestras vidas. Un buen ejemplo de aire fresco el que nos muestra este MYLADP, que nos advierte, al final del final, sobre el geniecillo de las tentaciones y sus secuaces y adláteres: “Si estás en la terrazita de un bar y se te acerca para hacerte proposiciones de cualquier duda, no lo dudes, huye”. Lo dicho, no huyan de Megacuarenteno y recréense con sus aventuras, que también son Historia con mayúsculas.

La caída de Robespierre. 24 horas en el París revolucionario.

No deja detalle sin citar (y eso abruma) Colin Jones en La caída de Robespierre, 24 horas en el París revolucionario. La excusa es Robespierre, pero realmente de lo que se habla es de la revolución. De esa revolución en la que todos iban con todos y contra todos: Convención contra Comuna, robesperristas contra dantonistas, supervivientes contra supervivientes. En la página 504 se puede leer: “Lo ocurrido el 9 de termidor no fue un movimiento destinado a derrocar un sistema de gobierno, sino a defenderlo frente a presuntos conspiradores”. Y la etiqueta de la tiranía de la que no se libró Robespierre, está latente durante todo el libro: “La caída de Robespierre fue provocada por él mismo y constituyó su mayor contribución a la democracia”. ¿Quién lo llevó a cabo? Jones responde en la página 18: “Algo semejante a un golpe de Estado protagonizado por las élites políticas que se oponían a Robespierre”. La etiqueta del pueblo también era utilizada, era recurrente, como salvador y como agente en la política francesa desde 1789. Y el Comité de Salvación Pública y su “formidable mano de hierro se enfundó de forma intermitente en un guante de terciopelo”. El libro analiza esos comités gubernamentales (CSP y CSG) que constituían “el meollo del Gobierno revolucionario que llevan la batuta de Francia”. Analiza también Colin Jones la importancia del hambre, antes y después del asesinato de Robespierre durante la revolución, ya que “un estómago vacío puede ser el primer paso en la senda del radicalismo político”. Y sobre, todo, pone énfasis en las diferentes barriadas, y en la periferia (fabourgs), y en esa guillotina que eclipsó todo lo que tenía a su alrededor: “La guillotina es menos espectáculo grandioso de títeres que una obra teatral austera y moralizante”. ¿Motivo? Uno, claramente: “Los carros del verdugo mezclan clases sociales con promiscuidad e incluyen por igual a partidarios y detractores de la revolución”. Vuelve a darle a lo cuantitativo el autor (repite el famoso número de 749 diputados), vuelve a los tópicos sobre Robespierre (“Don Quijote de la plebe”), vuelve a hablar de esa casta que está en peligro (“el peligro de la corrupción acecha siempre cerca del corazón del gobierno”). Y Fouché como una “pesadilla” para Robespierre, y el odio de los dantonistas, y el recuento de las matanzas de 1792 y frases de Danton que utilizamos con y sin motivo aparente: “Apliquemos el terror para dispensar al pueblo de hacerlo”. Siempre con el pueblo en la boca, siempre espías (“moutons”), siempre inventando y maquinaciones, siempre con corruptelas carcelarias y ese golpe en la cara del año 1789 que “había demostrado que la idea de felicidad como fin último de la organización social resulta inimaginable”. Y el poder en pocas manos, y esa imagen de Incorruptible de Robespierre con tantísimas dudas: “La proverbial incorruptibilidad y a su afición de presentarse como un mártir tienen ya mucho de representación”. Vivan los mártires, y el Ser Supremo y su culto, y esas “ganas de Robespierre de ver rodar cabezas que parecen insaciables”. Y en esas maquinaciones, también entran en juego (y mucho) la Ley del Máximo General y la diferencia entre metal y papel en el dinero y como “todo apunta a que sigue habiendo una ley para los ricos y otra para los pobres”. ¿Para qué entonces la revolución? Para tener café, chocolate y azúcar, “exóticos en el pasado, se consideran ahora alimentos fundamentales”. Y esos motines del pan que no son del pan, sino del jabón como el de febrero de 1793. Igualdades impensables, porque “ya habrá tiempo para los derechos más adelante: hoy toca el terror”. Y la función de los periódicos y los periodistas (metidos a políticos muchos de ellos), y el ascenso de las publicaciones de todos los bandos, y las noticias falsas y como Robespierre acaba pensando que “los periodistas se están convirtiendo en el enemigo”. Nada nuevo bajo el sol revolucionario. Y ni el teatro se salvaba, con censores teatrales, ya que “el ejecutivo se siente incómodo al ver cómo reacciona el público ante las evocaciones del terror”. Y la ausencia de mujeres en la vida pública, y las referencias a Marco Junio Bruto y como “no es fácil disipar el miedo que ha inspirado Robespierre: se supone que en eso consiste el poder de los tiranos”. Y salen los nombres de Julio César, de Cromwell, de Catilina, de Pisístrato, y los guardaespaldas, y los asaltos a una soberanía convertida, continuamente, en tiranía. Y la detención, y las cárceles, y el día de la morera dando paso al de la regadera, y como todo se acelera, y el recurso de las masas no es útil cuando ya todo está escrito. Y el pueblo a lo suyo: “Es verdad que el pueblo se ha alzado, pero no en favor de la Comuna ni de Robespierre”. Y la derrota de lo municipal, pasando de la felicidad a la tortura. Y la cercanía de una guerra civil, que no llegó pero que estuvo a punto. Y el derramamiento de sangre de los días posteriores (especialmente entre los concejales) y como el autor evita la expresión “el Terror por considerarla un anacronismo poco útil”. Y apostilla Jones: “No parecía tanto justicia como venganza”. Y la vampirización de Robespierre, llevada al extremo de la comparación: “Vampiro, un monstruo, una esfinge, un camaleón, un lobo y, en particular, un tigre, animal tristemente famoso por su sed irracional de sangre”. Y como “las figuras políticas que parecían más patrióticas eran las más sospechosas”. Un libro excelente en el que analizar distintos parámetros no siempre observables. O que no queremos observar, porque todo es mentira.