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lunes, 21 de agosto de 2023
Black Mirror. Sexta temporada.
Ahora siempre llego tarde a todos sitios (también a Black Mirror). Llegué al primer capítulo de la sexta temporada dos meses y tres días después (Joan is Awful). JIA es insano y locura, es repetición dentro de la repetición, es cookie y desodorante, es novedad rancia (pero novedad), es la equivalencia al terror de nuestros días (y por momentos me recordó a Dead Set, al mejor creador dentro de la creación, a la verdadera aberración de nuestros días). Llegando tarde a la cárcel de nuestros días (esa competición por ver sin analizar, por meterte en la quijotera algo que no entiendes pero que dices que entiendes y ves) nos retratamos: somos algo que no queremos ser, o quisimos ser, o no somos capaces de hacer lo que realmente quisimos hacer. Quizás todo es demasiado complicado, o lo hemos hecho horrible por un simple capricho, por sumar cuando solo somos una resta en una operación matemática más compleja y que somos incapaces de entender (o, ni siquiera imaginar). Pero al final, como todo es mentira, seguimos pinchando y creemos que el icono del Marca es el mismo que el de Netflix, y leemos que Neymar vive como un marajá en Netflix mientras vemos a la mujer de Cristiano protagonizar un reality en el Marca: eso es sí que es un JIA, eso sí que es Black Mirror y no esto (bueno, realmente, era lo del cerdo, no esto). En Loch Henry, erre que erre (aunque en España hemos sido más de ERE que ERE, viva la patronal), sigue la ese roja mayúscula haciendo de las suyas, porque necesitamos contenidos hasta la arcada, hasta el vómito (más o menos prieto), con jocosas referencias a proyectos de brujas (no como alguna exdirectora mía) y lugares encontrados (la industria siempre muere, incluso siendo de un grupo racial no privilegiado). Con Loch Henry descendemos a los infiernos (en muchos sentidos) porque el infierno (y aquí más) es una cosa muy personal (pero si es televisado, lo es menos, es más masticable, más digerible y huele tan bien al salir por el culito que ni el de bebé). Incluso haciendo, con LH, demasiados guiños (y no solo al cerdo imperial) a la videocámara, a las pestañas y las cintas, a grabar sobre grabar y tiro porque me gusta mucho (hasta que la realidad te salpica, y piensas en Lobatón y en Nieves Herrero y en aquellas niñas que dejaron de ser niñas). Con Beyond the Sea tenemos demasiados lugares comunes: Matrix, Una odisea en el espacio, La matanza de Texas (o de Tejas, de colores, como las de cualquier cúpula pintada, como la de cualquier aceite de linaza, como la de un Hannibal Lecter hecho Renacimiento). En las dos últimas piezas, o píldoras, o explosiones de lucidez (Mazzey Day, Demon79) ,Charlie Brooker se pone el disfraz de Tarantino para escribir sobre las bestias y las decisiones, sobre la posibilidad de hacer el mal para hacer el bien, ya sea con una cámara en la mano, con un micro en un estrado o desde el cuchillo más próximo. Como siempre, una experiencia para repetir.
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