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viernes, 13 de octubre de 2023
El querido hermano
Deja El querido hermano un poso de amargura terrible desde el principio. Joaquín Pérez Azaústre nos muestra la figura de Manuel Machado, otro señalado, otro “converso protegido” por el régimen, otro “farsante”. ¿Pero no somos farsantes todos? ¿No somos todos en algún momento de nuestra vida como Pablo antes de su conversión? La guerra es esa mierda indescifrable que mata los ideales, porque “no hay ningún ideal lo bastante alto como para que los hermanos se maten entre sí”. O sí. ¿Cómo definir la Guerra Civil? Pues JPA lo hace en pocas líneas, y lo hace muy bien: “Un hermano yendo en coche a despedirse de otro que acaba de morir. Eso es la Guerra Civil. Y esta ha tenido la suerte de ser quién es. La mayoría no podemos despedirnos de nadie”. Pero en nuestra vida todo es inspección, todo cadena de mando, todo etiqueta, y Manuel Machado es otro de esos etiquetados, otro papel pegado a la botella de Luis Felipe para que se pueda leer que es Luis Felipe y no Cardenal Mendoza, o Siglo XIX: “También cabría preguntarse por qué hay que juzgar a Manuel Machado, cuando no se juzga a Antonio, y qué tipo de superioridad moral íntima convierte a ciertos estudiosos y escritores en valerosos guardianes de la moral pública cuando ha pasado el peligro”. Siempre, a posteriori, todo es más fácil, más sencillo, pero el retrato entre obuses es más complicado, es más de dibujar una flecha en el corazón (sin conejos, o con ellos). EQH es un ejercicio que, por momentos, parece insano, con un viaje a enterrar a la familia sin saber exactamente un paradero moral o físico (aunque parezca que es lo contrario). Pero también recuperará momentos anteriores de los Machado en París, en momentos de absenta y noche interminable porque “uno siempre sublima su juventud”. O parece que sublima, aunque sea otra cosa. Y Dorian Gray, y títulos de discursos que lo dicen casi todo (o “todo”): “Semi-Ficción y Probabilidad”. ¿Qué probabilidad tenía España de llegar a una guerra entre hermanos cuando se estrenó La Lola se va a los puertos y esos hermanos se fotografían con Miguel y José Antonio Primo de Rivera? El porcentódromo, que decía el hombre de la camisa verde, se rompió varias veces antes de la guerra, pero al final nos quedamos sin cántaro, sin fuente y con muchas familias rotas y en cunetas. Y las etiquetas reinan, en las guerras de antes y de ahora, pero la muerte lleva a esa igualdad en el dolor que nos supera: “Pero no ha muerto su hermano. Ni siquiera su mejor amigo. Ha muerto un compañero en la literatura y en la vida. En la poesía y en la vida”. También reflexiona Joaquín Pérez Azaústre sobre ese “desencanto previo a la contienda”, sobre una “desesperación absoluta que precede a la posibilidad de la muerte”. Hágase querer por adjetivos convertidos en sustantivos. O no. La burguesía y los toros desde la barrera, que todos fuimos, somos o seremos barrigones, y a todos nos sobrará el mismo abrigo que antes nos quedaba pequeño. Y la enfermedad y el engaño, la decepción y el cariño, la espera y la resignación, teniendo en cuenta que “no existe mayor afrodisiaco que la imaginación". En esta historia de bares, hoteles, carreteras y ciervos, hay fauna retratada y tuberculosis que no olvidar, diferencias de edad que chirrían, abuelos y padres que no fueron entendidos, y “esa perduración de ilusiones perdidas” que antes o después nos invade a todos. La vida suele ser derrota y como todo es mentira, “la mitad de una media verdad siempre es una verdad entera”. Amarga buena lectura la de El querido hermano.
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