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sábado, 11 de junio de 2016
Peaky Blinders. Tercera temporada
Los peones del ajedrez mundial sufren, son utilizados y siempre caen bajo el golpe certero de piezas más fuertes. El problema es que las jugadas, dignas en su imperfección, no salen nunca. Como en los juegos guerreros de tres premios dorados, la única manera de jugar, con música de los Artics y de Radiohead de fondo, es no jugar. O jugar con un plan B. Con un túnel B, barcenando la vida y las joyas. En esta tercera temporada de los Peaky Blinders vuelve a estar presente, túnel arriba, túnel abajo, la política internacional. Los recuerdos de la I Guerra Mundial, como siempre. Pero hay peones nuevos, con los llegados de tierras ruskis, con la lucha entre blancos y rojos, con vodkas de redención y precios sobrevalorados. Demasiado Levítico para los años veinte, demasiados curas con los que practicar la Carta Magna con sus culos. Si Thomas Shelby no existiera habría que inventarlo. El problema del jefe de los Shelby es que habrá un día que el nivel de sufrimiento lo mate. No las balas, los puñetazos, la morfina que le hace follar en sueños con la ama de llaves. No. El sufrimiento. Thomas Shelby es una máquina de sufrir. La vida solo le da sufrimientos. Podrá tener los mejores caballos, las mejores villas, las mejores mujeres, pero la tortura es la sábana con la que duerme e intenta tapar su desdicha. Y todo tiene un límite. Hasta las mayores promesas se rompen, hasta los mejores zafiros llevan malicia a los cuellos. Y la venganza. Y la peor de las Italias. Y los puertos y las maestras del pasados y retratos que traen recuerdos. Y bodas que llevan la infelicidad. Y túneles, sabatinos o no, que tenemos que excavar, arcillosos o no. Y la muerte no es la salida. Volvemos a lo de siempre: a la mentira, al caballo que alimentar, al niño que raptar, a la joya que (mal)vender. Pero siempre nos quedará Thomas Shelby, sus palabras, sus discursos, sus disparos. Y escuchar en la soledad como las agujas del reloj marcan segundo tras segundo. Y todo lo demás.
Coda: Y sí, mi copa sigue estando vacía.
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2 comentarios:
Hay vacíos que nunca se llenan
Para eso siempre está Thomas Shelby, los túneles, el alcohol y todo lo demás.
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