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miércoles, 6 de julio de 2016
Hannibal. Segunda temporada
Después de casi diez meses vuelvo a Hannibal con su segunda temporada. No solo para ver los inventos del asesor culinario, el gran José Andrés, sino para seguir con la historia, con caídas inesperadas, con sonidos que no son tajantes porque nada es tajante en la vida. Nada es tajante hasta que te cortan en trocitos milimétricos. Ante la maldad, distancia. Pero hay distintos tipos de maldades, y plantas que crecen en los cuerpos, y médicos locos, y psiquiátricos raros y jaulas enrobinadas. En su línea cruel, cuernos arriba, cuernos abajo, Hannibal no deja indiferente. Nunca. Tragas hiel y sigues viendo capítulos, uno tras otro, música celestial para oídos clásicos y retinas contemporáneas. Y copiamos lo que vemos, y si hay que comer cerdo, cerdo; si hay que matar a una cerda para comer cerda, pues se mata. Nada como la resistencia activa, nada como seguir a Maquiavelo, a Praxíteles o al que suene en cualquier canción de L-Kan. Todo está escrito, pero la tinta la eliges tú. Y si hay salsa de langosta, pues salsa de langosta. Y la fragilidad de la adoración y los problemas de la amistad, y cristales y tazas rotos, y los intentos por arreglar esos cristales y esas tazas rotos. Y un último capítulo de una belleza dolorosa, pero belleza a fin de cuentas. Y todo lo demás, también.
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2 comentarios:
Con lo dura que es la vida de por sí, cuando ves tu casa como si fuera un capítulo de csi...
Mejor uno de CSI que de Hannibal.
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