Hace 1 hora
jueves, 29 de diciembre de 2016
El carmín y la sangre
Estira mucho el chicle al principio Montero Glez en El carmín y la sangre antes de llegar al lío gibraltareño de Ian Fleming, el señor Donovan, espías que citan a James Joyce y Dylan Thomas, y llega a meter en el lío hasta el célebre Ignacio Molina. Penoso que no nos hablaran de ellos en la Licenciatura de Historia en la Universidad de Murcia, pero es que mucho más interesante hablar sobre la emigración murciana a Marruecos desde febrero del 41 a marzo del 48. Interesantísimo. Pero una vez que entra en materia, le da hilo a la cometa como Dios manda, con una guapa Petenera que te mete en líos, en barcas y en lo que haga falta. Tardaron los yankis en llegar, pero menos mal que llegaron que si no hoy todos hablaríamos merkeliano. O tal vez, no. Nunca se sabe, pero meter guerras y parlamentos en la misma frase no siempre es fácil. No es fácil hacer ver a los claveles que los rifles, de vez en cuando, son necesarios. Y las mentiras (bien) disfrazadas son absolutamente necesarias en las guerras. Imprescindibles. La guerra, ante tipos como Hitler, es un mal necesario, a la altura de los entrenadores de fútbol y de los profesores de Historia en 4º de la ESO. También imprescindibles. Gibraltar, Estoril, Nueva York, Algeciras y tiro porque me toca. Pero luego todo se tuerce. Todo se va a tomar viento. Fleming cambia de tercios, de banderillas, de agujeros que cerrar, de almohada y de limpiabotas, que a fin de cuentas es lo mismo. Y las implicaciones de España. ¿Por qué no entró España en guerra como quería Serrano Súñer? ¿Por qué algunos alemanes no querían que España entrara en guerra? ¿De verdad qué el motivo era el reparto posterior al posible triunfo italogermano? Será por hipótesis. Pero todo eso es como escupir en el Estrecho: no sirve de nada. Todo es mentira en el balanza de los espías, de las entrepiernas, de los telegramas, de los casinos, de las barras, del morse del taconeo, de las mentiras con sello oficial y de las andanzas de los embajadores. Aderezadas, pero grandes mentiras a fin de cuentas, a fin de novelas, a fin de relatos con los que llenar periódicos e imaginaciones. Mucha guerra para tan pocas neuronas, que decía un profe de cuyo nombre no debo acordarme. O tal vez, sí. Herodes no hizo suficiente trabajo. No hubo suficientes abortos entreguerras. No los hubo. El número debió multiplicarse, como los torpedos de los submarinos. Y el famoso bombardeo italiano de La Línea de la Concepción de julio de 1941 en el recuerdo, como todo el pasado, hecho diapositiva, hecho dolor, hecho guerra mundial. Y La Petenera, la más grande en La Venta Vargas y en los cuartos oscuros y menos oscuros, y las vergüenzas que duelen hasta que dejan de doler. Y en los pasillos, y en las duchas, y en los anuncios de los periódicos encuentras de todo. Lo mejor, cuando uno pueda, es retirar(se), abandonar(se) a los placeres y olvidar la derrota. Sí, la derrota. Porque siempre perdemos. Siempre salimos perdiendo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Tengo libros pendientes.
Esperaba más de este libro, la verdad.
Publicar un comentario