Es una de mis frases favoritas. A Y punto, me refiero, pero mucho antes de la novela. Decía mucho, Y punto. Para zanjar las cosas, las dudas, las absurdas pérdidas de tiempo. Mercedes Castro ha ideado un personaje, Clara Deza, que se convertirá en clásico de nuestra literatura postmoderna. El reflejo del ser del XXI. Alguien que tiene personalidad, que actúa cómo hay que actuar, aunque eso lleve implícito meterte en problemas. Decirle al jefe lo que piensas, por ejemplo. Los impresentables de hoy, los calzonazos (y calzonazas, que dirían en las sedes de los partidos políticos), se callan las cosas.
La novela también es reflejo de la sociedad contemporánea (a su medida, en proporción, sin perder la perspectiva [que diría cualquier tecnócrata historicista que copia de muchos sitios pero se cree original)]. Convivimos con drogatas, con putas, con jefes con apodos, con amigas incorregibles, con fotógrafos irredentos sedientos de imágenes increíbles, suegras que esconden un pasado que hace su presente falso y obtuso, mafiosos a escala (la escala de los mafiosos en este país no la conozco), compañeros con pasados comunes, ricos con pasado y pijos con polo rosa que inundan sus fosas nasales con lo mejor del país.
Eso, y todo lo demás. Increíble novela. 623 páginas, que enganchan, con una prota hecha para durar, para salir en el cine, para lectura obligada en la mierda de ESO que tenemos. Y encima con referencias culturales que serían de obligado conocimiento en cualquier país civilizado que no sea como España, desde Leopoldo María Panero a Sidonie, pasando por Lori Meyers o Deluxe. En fin, lectura obligada.
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