En sangre y espíritu.

Realmente, ¿con quién tienes algo que ver? Con esos que no hablan igual que tú en el bus, con tú vecino del segundo… ¿Qué patrón, que idea preconcebida seguimos? Parece que estamos enclaustrados en nuestro propio exilio. ¿Quién dictamina tu presente y tu futuro? ¿Un gobierno legítimo? ¿Una creencia desfasada? ¿Una canica que rula calle abajo? ¿Un periódico que no tiene nada nuevo que contar? Los cruces de caminos se han vuelto más peligrosos que un desierto para una diligencia. ¿Qué pinta ese semáforo en esta avenida? ¿Seguro que hablas español, julandrón? Vaya símil de país de mierda que tenemos. Se va todo a la mierda. La identidad nacional se ha pasado de un domingo a otro. ¿Dónde andan las banderitas que todos atizaban la semana pasada? La pluralidad multilingüística, la pluralidad multinacional, esa España que miramos y nos sangra con sus malditos impuestos. Porque alguien paga las medicinas, y los cheques al portador, y las pensiones. Serán prejuicios. A priori, todo prejuicios. Porque yo lo digo. Y punto. Los semejantes de mi país, perdón de nuestro expaís, no son nuestros semejantes. Los deseos incontrolados llevan una rémora bastante importante, aunque en esto no sé si importa el precio del gasoil. Putos estúpidos de tribunales aún más estúpidos, putos ignorantes, putos miopes que no tienen ni zorra idea, putos egoístas que sólo piensan en su nómina de medio kilo y medio. Los envidiosos y celosos ya están en su poltrona, en su altar de veneración, en su mundo, en su peligrosa esfera, en su red inconclusa de gentuza asquerosa. La atmósfera está viciada, y las inquietudes de toda esta chusma se resume en un sello de treinta céntimos. Quizás en uno de treinta céntimos hay demasiadas letras. Vaya puta mierda.