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miércoles, 24 de diciembre de 2008
El último voto
Viendo El último voto se me vino a la cabeza el viejo lema de la época egebiana del baloncesto&gintonics, el de la capacidad de elegir. O de no elegir y ser del club del ni fu ni fa. Todo chicle es estirable, toda cometa volará hasta el final del horizonte. Pero el film es más que eso. Es el retrato de un modo de vida. Es una ilustración de la sociedad decadente y desilusionada del siglo XXI. Porque se puede perder el dinero, se puede perder un décimo premiado, se puede perder una casa o un equipo de Alta Fidelidad. Pero lo peor de todo es perder la ilusión. Tanto que dar y tan poco que recoger. Y la fruta madura cae por su propia podredumbre. Un Kevin Costner abonado a la cerveza y a la desazón; una hija en edad escolar que todavía cree en la utopía; unos periodistas que venden el alma por una noticia (no me extraña con el personal que veo en la facultad lunes y martes); y de los aspirantes a la presidencia de los USA… pues que son aspirantes a la presidencia. El largo invierno de la desesperación. En el siglo XXI todo está en venta, es la época de los embaucadores. Todo se vende, absolutamente todo. ¿Y las preocupaciones de la gente? La peli toma el precedente de Florida, ese escándalo en el cual, parece extraño, todos salieron victoriosos de la derrota. Se pide el voto renunciando a los ideales, no se dice la verdad aunque eso te haga ser más falso que un billete de Rompetechos (que no todos van a ser de Mortadelo, joder). Pero yo me quedo con la cara de esa niña que vive con ese desastre de padre. Pero es su padre, su bandera, su caña de pescar, su obligación de despertarlo cada día. Su alma en pena, pero, a fin de cuentas, su alma. Porque todos los árboles tienen raíces. Y punto.
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