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miércoles, 8 de febrero de 2012
Hell on Wheels. Primera temporada.
Hell on Wheels empieza como una historia de venganza. Nos dicen que hay que conquistar el Oeste norteamericano y que en la guerra, como en todas las guerras, se hicieron atrocidades. En una guerra uno no es persona, es una cosa sin control. No nos engañemos. Todos hemos conocido historias sobre la guerra: Norte contra Sur, blancos contra negros, católicos contra protestantes, putas del barrio A contra putas del barrio B, pieles grises separados por una Biblia, compañías subvencionada i) contra la ii)… Será por lucha. Y que más da. Nada como la venganza. Si sacáramos nuestros más bajos instintos, mataríamos el equivalente a la población de cualquier departamento francés. O a Francia entera. Pero hablamos de los Estados Unidos de la segunda mitad del XIX, y, un tipo con pintas de Jesucristo que debe vengar el ahorcamiento de su parienta y la fogata de su pequeño secuaz. Venganza de la buena, con brandy malo, barro en los ojos y mucha porquería que tragar por dentro y por fuera. Y como no hay nada que perder cuándo ya estás en el infierno, a mí que me pongan otra copa, aunque sea de brandy malo. Y si hay que escoger, como dice el reverendo/padre/cura/sacerdote o lo que sea, escoge el odio. El más cabrón de los odios. Para arrepentirse de ciertos pecados, siempre hay tiempo después. Mucho tiempo. O tal vez no tanto, que la vida en el oeste entre viudas rubias, putas marcadas e indios que joden la vía del tren, nunca se sabe. Llega un día 11 y no puedes coger el tren, el avión o el metro que te lleva al infierno. Y Hell on Wheels es también la corrupción política. Si el estado subvenciona algo, hay que hacerlo, aunque no interese, que algo queda en bolsillo propio y en alforjas con parentesco. También es esta primera temporada una alegoría sobre la propiedad: de los que tuvieron y ya no tienen, de los que no tienen y quieren, y de los que ya quisieran tener algo. Quizás echan el freno de mano en algún capítulo, pero es que una vía de tren se tarda mucho en construir, como bien sabemos con ese bestia de acero que nunca llega a Murcia. Pero ese es otro drama aviar. La horca, la venganza, la posibilidad de triunfar en mitad de la derrota, el drama, la pasión por el alcohol, la aniquilación de minorías y un poco de todo. Pues eso, quedémonos con el odio. Llevemos a cabo el odio. Viva el odio.
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