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lunes, 29 de junio de 2015
Braquo. Primera temporada.
La primera temporada de Braquo me recuerda mucho a la idolatrada The Shield. Polis malos de París que limpian las calles y se llenas sus bolsillos y se harinan sus narices y alcoholizan sus hígados y malviven en casas ajenas y en barcos y en pocilgas a las que llaman casas. En ese París, se la juegan con albanokosovares, se la juegan con gitanos, necesitan de croatas, bosnios y serbios, se las buscan con mafiosos de toda calaña. De toda calaña. Dentro y fuera, asuntos internos y asuntos externos. Empieza con demasiado énfasis. Demasiado. Y si hay pincharle el ojo a un violador, se le tuerta. La venganza, las envidias, las jodiendas con vistas al Arco del Triunfo. Toda es mierda en la policía. Alguien tiene que limpiar las calles y no son los barrenderos. No. Es la policía. Son crápulas que tienen una vida asquerosa. Soportar a un policía es arrastrar demasiados vicios. Y este grupo, porque son un grupo, tiene demasiados vicios: cartas, cargas familiares, caprichos de toda calaña. Primeros episodios épicos que van descendiendo en intensidad sin motivo aparente. Pero siempre nos quedará París. O un micro en el pecho. O un hijoputa con el pelo pintado. O una puta a la que sobornar. O un juez corrupto. O lo que sea.
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