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sábado, 20 de febrero de 2016
B (la película de Bárcenas)
Entre triple y triple del partido de cuartos de Copa del Rey entre Obradoiro y Caja Laboral, zapeando por ciudades invisibles, he acabado viendo B (la película de Bárcenas). Sí. Pensamos en Bárcenas. Pensamos en esquí. Pensamos en dedos. Pensamos en el episodio en su casa. Pensamos que Bárcenas da para una serie. Pensamos que da para todo lo que pueda arramblar Sorkin en Los Rosales y nos haga tres primeras temporadas como las de El Ala Oeste de la Casa Blanca. Pero hoy solo he visto B (la película de Bárcenas). Pero pensando en la patulea de nombres hiperconocidos, creo que Sorkin, aprovechando la facilidad de España para traer cosas de Colombia vía Argentina (esperemos que ahora que no está la amiga del Papa el nuevo presidente cambie esa asquerosa situación), podría hacer un serial para Netflix de inmureble éxito (hablo desde la sobriedad absoluta, que quede claro). ¿En qué manos hemos estado tantos años? ¿Cómo podemos permitir que esta colmena de gaviotas nos siga diciendo qué hacer y a quién poner de vicepresidentes? La cantidad de mierda en los partidos políticos españoles (y no voy a hablar de los que se guían por la hora catalana) no es imaginable. O quizás, sí. Vamos a pensar: un campo lleno de fútbol lleno de mierda y lleno de billetes de quinientos euros. No. Insuficiente por completo. Pensamiento número dos: la península Ibérica llena de mierda. Error. Pensamiento número tres: el Atlántico lleno de mierda y alquitranado en su parte superior con más billetes de quinientos para que, una vez que la renovación gaviotil volviera a los aires oceánicos, no volviese a cagar encima de ese mismo Atlántico. ¿Y por qué digo Atlántico y no Pacífico? ¿Tengo algo contra el Índico? ¿Algo contra los glaciares? No. Ni mucho menos, si yo fuese Dios, nikineando un rato, vegeteleando un rato, llovería siempre e, incluso, nevaría. Y digo Atlántico porque Galicia sale mucho en ese infinito número de nombres que salen a relucir en la contabilidad b (y mira que yo me jacto de escuchar en aquellas mañanas a la Jungla B, al gran Fernando y al gran Jordi), la contabilidad b tan famosa de la que nadie habla. Nadie habla de Gurtel y han pasado dos meses de las elecciones. Nadie habla de la Púnica y han pasado dos meses de las elecciones. Nadie habla de las reformas de Génova 13. Nadie. Y Rajoy mirando al horizonte. ¿Nos podremos imaginar alguna vez la cantidad de daño que han hecho los partidos políticos a este país? Los bisnietos del sistema de la Restauración, los herederos del caciquismo, han dejado al sistema canovista como el adalid de la democracia. Pero no nos equivoquemos: cojo la calculadora, sumo votos de seguidores de púnicos y ereístas, y me salen más de diez millones de votos. Muchos más. Y empieza Bárcenas en la película a decir cifras y te quedas a cuadros. A distintos tipos de cuadros. Y va bajando, y habla de nombres, y comunidades autónomas, y de tierras manchegas, y de murcianos adictos a los michirones, y de andaluces perdedores de elecciones (cumbre!!!), y de personas de las que se te revuelven las entrañas al oir pronunciar sus nombres. Nos hemos acostumbrado a ser tratados como imbéciles que ya tragamos cualquier cosa. De tanto vinagre en sangre, ya hasta la hiel nos parece ambrosía. Y, como dicen los créditos, al final, muy al final: "Cualquier parecido con la realidad ha sido inevitable". Es cierto que siempre nos queda Quique González, y alguna canción, y que, quizás, muy al final de este túnel, tengamos esperanza. O tal vez, no. Pero cuándo os pregunten, sea el 26 de junio (o 20N, estadista), recordad iniciales, cifras, preguntas y respuestas de B (la película de Bárcenas). Y todo lo demás.
Coda: estoy mayor, y entre triples, séptimos cielos de gánsters y trileros de González, no he hablado casi nada de Bancos. Ni de bancos vascos. Ni de vascos en la tercera temporada de Engrenages.
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