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sábado, 25 de noviembre de 2017
Wolf Hall. Primera temporada.
Allá, por tiempos peñafielísticos, escuchamos hablar y tuvimos que escribir en un examen cuatrimestral sobre Oliver Cromwell, sus aventuras, sus cuitas, sus llantos, sus dramones, sus ascensos y su llegadas a los infiernos. Casi todo en plural. Casi todo. Ahora, aprovechando el jueves de Acción de Gracias, vamos a parar a otro Cromwell y he visto Wolf Hall. Luchas, inventarios, envenenamientos femeninos, primeras barbas masculinas, huidas hacia adelante porque no queda otra. Porque a Cromwell no le quedaba otra. También aparecen los bolenísticos enjuagues bucales, con y sin grandes pechos que llevar(se) a la boca un rey. Y no un rey cualquiera, sino Enrique VIII, que aparece escuchando a Catalina, la tía del emperador, contando historias sobre la primera noche, la penúltima y cualquier noche de aquel infierno en que se vio inmersa la Cristiandad poco después de convertirse en Cristiandades. Nada como un divorcio para joder (un poco más) a la iglesia de nuestro señor. Con un tono que da gusto verlo. Con silencio, sin estridencias. Poniendo, entre voces bajas y susurros, entre animales de palacio y escudos que volver a pintar, los puntos sobre las que no son griegas. Siempre el griego desde el principio, y Tomas Moro, y los embajadores italianos, y soltar frases en francés. O en lo que haga falta. Y deriva el asunto hacia infames juicios, en palabras y cargas, en la cabeza de Ana y en el futuro de Juana, en la penitencia por un futuro que no existió hasta que fue presente. ¿O era la revés? Grande Wolf Hall.
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4 comentarios:
Como siempre, una delicia leerte. Dan ganas de ponerse a verla ahora mismo
Merece la pena. Gran serie.
Inglesa.
Muy buena serie. De verdad. Y Ana Bolena dos años después se convierte en... Isabel II
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