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miércoles, 20 de noviembre de 2019
La Peste: La mano de La Garduña. Temporada 2.
Vuelven las cuitas a la hispalense ciudad a finales del XVI y volvemos a las andadas desde la fría Tierra de Fuego. Jodiendas sin vistas, porque desde el principio los ojos claros son arrancados, las putas siguen sifilíticas, el mercurio escasea, las monedas se pierden, las ausencias se eternizan y el dolor se hace más profundo. Muy profundo. La Peste: La mano de La Garduña sigue con el problema del sonido desde el principio, pero sigue con su sueño profundo, con su pensamiento brumoso, con su incienso y sus candelabros. Vaya jodienda que metió la Casa de Contratación en Sevilla. No solo metió La Peste. No. Se repite varias vece la idea de que estamos "condenados a servir". Por muchos gusanos de seda que tengamos, los segundos de terror son eternos. La peste nos hace pensar en esta segunda temporada sobre el garduñístico oficio del hampa entre salidas impenitentes, flamencos sin dientes, soluciones imposibles, pozos y llantos. Y sí: todos nos utilizamos aunque no seamos los mejores en algo. ¿Preferimos el respeto o el miedo? Nada. Todo tiene un precio, y si nos quitan el vicio (llamadlo putas, llamadlo cartas, llamadlo huida), todos se levantarán y protestarán. Hasta se mete LPLMDLG en historias de pleitos de censura y estados de excepción, en jodiendas con vistas a un Guadalquivir corrupto (aquella Garduña trajo esta setencia de los ERE's). El Principio de Peter hecho serie, en este caso con la figura de un asistente (o más bien, la esposa del asistente) obsesionados con el ascenso de una Corte que ya olía mal y que vivía inmersa en una corrupción que le llegaba al tuétano (aunque aquí lo que está muy presente es el laúdano). Vivan el chaqueterismo, los Baezas de la vida, la mentira institucionalizada.
Coda: Pero siempre nos queda un poema para recrearnos en un mundo que se va al garete.
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