Hace 18 minutos
lunes, 25 de abril de 2022
The Newsreader. Primera temporada.
Recuerdo el accidente del Challenger. Es una de esas catástrofes que se te quedan grabadas en el disco duro neuronal de por vida. Pero la pregunta sería: ¿Cuántas veces nos pusieron esas imágenes en la tele? ¿Cuántas veces repetidas? Con el ejemplo en The Newsreader con el accidente del Challenger, empieza una serie que va de noticias, pero, sobre todo, de egos. Una redacción es una casa de putas en la que todos tienen un caché. Y no quieren perderlo, y está la caja del día (o puedes llamarlo las audiencias del día anterior). En los últimos años, Vicente Vallés se ha pasado por la piedra la competencia porque transmite una idea. Credibilidad. Equivocada o no, pero transmite. Criticaba a Rajoy, ahora critica a otros. Pero en el pan y el circo de todos los días, queremos pan crujiente y delicioso, y no el de ayer. Ya lo decía el viejo chascarrillo de la panadería que decía el hombre de la camisa verde cuando entraba en el despacho de pan: “¿Te queda pan de ayer? Pues te jodes por haber hecho tanto”. No queremos pan de ayer. Queremos algo fresco. Me ha recordado el inicio de The Newsreader con el Challenger al primer capítulo de The Newsroom con aquel asunto del vertido en el Golfo. Es inmediatez. Esos nervios. Eso es periodismo y no lo que hacía el imbécil de mi profesor de Derecho de la Información en primero, dictando cual dictador que quiere hacerse escuchar. El periodismo es otra cosa. Muy distinta. Y al igual que con Challenger, también recordamos los que tenemos una edad, la expectación por el cometa Halley. The Newsreader mezcla estrés y ansiedad, eso nervios que, unidos a la locura del set, lleva a un ritmo endiablado. Y los atentados, y las carreras, y ese estrés mal entendido no distingue si la humedad de sus pies se debe a que el barco hace aguas o que se ha meado encima. Historias, como aquella del dingo, que fueron portadas (y olvidadas por hemerotecas oxidadas). Y la falsedad de las relaciones (todo sea por seguir ascendiendo en el trabajo) y la rigidez de la cadena de mando, y la sombra del SIDA en 1986 y el tormento que llevó a los contagiados por transfusiones en hospitales. The Newsreader es realidad y ficción, como en cualquier trabajo, porque muchas veces seguimos, fuera del trabajo, casados con nuestra profesión. Y las “noticias falsas” antes de ser llamadas “noticias falsas” y sus daños colaterales. Y en mitad de la gran mentira que es la televisión, llegó el cataclismo de Chernbóil que convirtió el sueño comunista en la peor de las pesadillas, en mitad de esa tormenta de la redacción. Una gran serie para pensar en lo realmente importante, en el valor de los secretos y en los juicios para encontrar una verdad en un pajar. Pero seguimos sin encontrar esa verdad.
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