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domingo, 2 de junio de 2024
Donde caiga la flecha
El mismo día de la decimoquinta acabé la lectura de Donde caiga la flecha, ese libro en el que encontramos referencias a Paquirri, al Edificio Hispania, a La historia de Nastagio degli Onesti, al zanahorio de Bobby Axelrod, al Macallan sin hielo, a Robin y Marian y a un montón de asuntos más. La excusa, como siempre con RB y EL, es el periodismo, o se utilizan otros asuntos para hablar de periodismo. ¿Importa? Tal vez, no. Lectura fluida, en la que se ríen de los nuevos convencionalismos de la lengua (“subnormal, retrasado -ella tendría que escribir neurodivergente”), de la “paridad cosmética”, de todo aquello de lo que deberíamos reírnos y no nos reímos en público. En esa falsedad de lo que queda en el periodismo de papel (viva la tinta en las manos), y del otro (“como había dicho su padre, que había muerto hacía veinte años, a ver si se pasaba ya la maldita moda de internet”), se encuentra las autoras como oliva en vermú. Para todas esas mierdas del nuevo periodismo disfrazado de clics, las alforjas no deben ser grandes (“reunión y pérdida de tiempo eran sinónimos”) y los egos ombliguísticos de los que lo dirigen tienen frases (“en la prepotencia del mínimo poder, la que tienen los examinadores de autoescuela”) que no siempre debemos recordar. Y en ese mundo de prisas y compromisos, de estrictos horarios y jodiendas con vistas al editor de textos, podemos referirnos a Pedro el Cruel y a Enrique de Trastámara, o a Francisco Yañez de Almedina, ya que siempre se puede sacar tiempo para eso. Y el campo, en vez de la playa de la anterior aventura de Socorro, se muestra como el escenario de la ruina de seres que disparan a animales pero que desearían poder hacerlo a personas (o creemos que podrían hacerlo, que a fin de cuentas es lo mismo). También se habla de reliquias, de maquinitas de tirar balas, de perdices y cochinos, de comparaciones con las llegadas desde Venezuela a La Florida y de que “las mujeres no son bobas, se ponen bobas porque piensan que eso es lo que les gusta a los hombres”. Y en todo ese revoltijo, en toda esa quimera de inseguridades, aparecen ofertas que no se pueden rechazar y se realiza lo que más uno quiere: “Por fin volvía a lo que más le gustaba del periodismo. Tratar de saber”. Y en esa acumulación de pobrezas que es la vida (“solo la gente sin dinero se compra cosas que no quiere”), RB y EL nos aseguran que “es duro pensar que un imbécil puede causar tanto dolor”. Y apostillan: “Parece como más injusto que si lo hace alguien realmente inteligente”. También reflexionan mucho sobre el desamor, sobre un trabajo con posibilidades varias, sobre los secretos de los matrimonios. Hasta que dejan de tener secretos, hasta que dejan de ser matrimonios. Donde caiga la flecha suena a libro de verano, de granizado de limón, pero con un chorrito de Anís Salzillo, que los buenos libros hay que disfrutarlos sin prisa, aunque pensaba que, en algún momento, se iban a acordar de Greg Lemond. Pum, pum.
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