sábado, 15 de noviembre de 2025

Yakarta. Primera temporada.

Los abuelos. Los malditos abuelos. Yakarta debería llamarse los abuelos. Los abuelos, esos pelos de la nuca de Javier Cámara en Yakarta, larguísimos como ellos solos. Este híbrido de ficción, de bocadillos en hostales y carreteras, de soledad y huidas, de coches ajenos y raquetas ajenas, va lento. Quizás demasiado lento. Apenas se ven volantes en esta historia que coge el bádminton como podría coger la Bolsa, o las lentejas. Ambición y deseo de recuperar un espacio, aunque sea minúsculo. Y los fantasmas del pasado, el olvido y ese bingo que nunca llega porque en el 92 nos lo dejamos todo. Llamadas telefónicas. Padres que todo lo pierden porque nacieron perdidos. Pero siempre hay un pasado que llama a ese presente de drama, de recuerdos de piscinas, de cosas que no puedes olvidar porque ese quebranto es eterno. Pero el dinero siempre te mete en líos (“son matemáticas, no hace falta”). O en más líos, que decía EHDLCV. Y la comida, en plan Tardajos Beauty, pero sin música de ascensor. Y el bingo, y las adicciones, y la forma en la que todo es imposible porque no hay solución de mirar atrás sin pensar en lo que fuimos y en lo que nunca volveremos a ser. Nunca. Y el delirio, la vuelta a la irrealidad, al vicio y esos pecados que nos llevan a repetir, una y otra vez, esa misma jodienda a la bahía. Y cualquier cosa nos vale. Cualquier cosa, pero todo vale, porque todo es mentira: “La memoria te puede fallar, pero el cuerpo no”. Pero siempre salimos perdiendo en la vida. Siempre. Y si es 14 de abril, más todavía: “Lo importante no es intentarlo. Intentarlo es una mierda”.

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