Carnivale. Primera temporada

¿Se pueden comulgar cuchillas de afeitar? ¿Seguro que no? ¿Se puede vivir con el peso de una cruz siempre presente? ¿Se puede vivir con un homicidio a cuestas? ¿Se puede vivir después de dejar morir? ¿Podemos cambiar personas como si fueran cromos? Carnivale es eso y muchísimo más. Parto de la exigencia de la recomendación del señor García, que la puso en los altares; también el Palomero en su blog habló maravillas de ella. Situación cronológica: la puta Gran Depresión en los Estados Unidos, esos jodidos años treinta que acabaron en Normandía y en el Pacífico, en el jodido Pacífico. El New Deal, un puto juego de niños que no llegó a la escoria vital de todos los días. Grupo de muertos de hambre que pasea su actividad feriante de Oklahoma a Nuevo México pasando por el puto culo del mundo, viviendo en un calor asfixiante y tragando cantidades industriales de arena. Y siempre con Dios y el Diablo presentes, los dos con mayúsculas. Si analizamos cada una de nuestras vidas, con y sin caja, podríamos poner en una balanza los hechos que han sido motivados por Dios y los que lo han hecho por el Diablo. ¿Mitad y mitad?

Un tipo con un pasado oscuro que tras su sotana esconde demasiados pretéritos concentrados en uno, demasiado odio no puede ser natural. El infierno es levantarse para ir a trabajar; lo de ese cura, es lo mismo pero multiplicado al infinito. Y, cuando su infierno es radiado (ojito, estamos hablando de 1934), se hace figura pública, y todos los que están a su alrededor sufren consecuencias.
Grupo variopinto el de Carnivale, aunque si llegaran a Villa Desmadre Azul pasarían desapercibidos, la verdad: el patrón que no se ve, pero que todo lo controla; el ciego que lo ve todo; la mujer barbuda que parece no hacer nada; el show materno-filial-erótico-festivo; las siamesas, que no falten; la lectora de cartas y su madre que habla en silencios; la puta fauna, vamos.
Esperaba más, pero tiene un duodécimo capítulo, final de temporada, que es una puta película como Dios manda. Y hablando de Dios, Carnivale es una continua reflexión para aquellos que pisamos la iglesia cada fiesta de guardar y cada fin de semana, aunque no comulgamos. La conclusión, aparte de que todo es mentira, es que no podemos fiarnos de nadie, porque todo el mundo te engaña: tu esposa, tu marido, tu jefe, tu amiga, tu confidente, tu tesorero, tu dueño, tu Dios y tu Diablo, sea quien sea. Y, en el centro de todo, el asesino que todo lo cura, el tipo que duerme en el suelo pero que te va a sacar del charco de lodo cuando lo necesites.

Y otro puntito a recordar para los que estamos en la secta del insomnio, dormir te mete en líos porque te hace soñar. Y soñar en colores, aunque seas ciego, es muy peligroso. Soñar en colores te hace recordar lo que hiciste y lo pudiste ser, te hace ver lo que nunca vas a ser por mucho que te empeñes. Soñar en colores sólo se puede hacer en una caja de pino y con los pies por delante. Soñar en colores estando vivo sólo te lleva a dos cosas: a Dios, o al Diablo, y, visto lo visto, los dos parecen ser muy rencorosos. Y punto.