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viernes, 16 de mayo de 2014
El ala oeste de la Casa Blanca. Séptima temporada
Todo lo bueno se acaba. Todo lo mejor, también. Esa sensación da al terminar la séptima temporada de El ala oeste de la Casa Blanca. Todo lo bueno se acaba. A partir de ahora, en cualquier cuestión política, compararemos a cualquier comparsa con Toby Ziegler y con Josh Lyman, y con Leo McGarrit y con C.J y con todos los que se encargaban de enderezar la mierda y que los desagües fueran desagües. No se me ocurre otro argumento. Y hasta sale el gurú Sorkin en el último episodio, en Mañana. Empieza turbia la temporada con el tema de las filtraciones militares ycon la campaña a las presidenciales. El problema de las agonías es su duración: cuando son largas se jode casi todo, y al presidente se le alarga con el enfrentamiento entre China y Rusia. Hay capítulos míticos como el del debate entre los candidatos demócrata (Santos) y republicano (Vinnick). Y alterna capítulos entre la campaña entre estos candidatos y la propia labor del presidente y sus secuaces. Pero también saca lo mejor y peor de las personas, y ahí es donde los tipos como Lyman y Ziegler sacan las garras y demuestran lo cabrones que pueden ser. No, perdón. Lo he dicho mal. Lo cabrones que eran a diario esos personajes. Ya lo dijo Ziegler: "Que tus insatisfacciones sean tus secretos". Después de frases así, no hay más. Siempre recuerdo lo que dijo Edgar Neville cuando le preguntaba por Ramón Gómez de la Serna diciendo que después del maestro no había nada, solo la muerte. Otro crack. En fin, que todas las obras maestras se acaban, pero las frases siguen así. Y todo lo demás.
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