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domingo, 24 de agosto de 2014
Super 8. Veinte años después.
Escribía Manuel Alcántara un 5 de noviembre de 2001 en su Vuelta de Hoja que “todos los males del hombre provienen de no saber quedarse en su habitación”. Este verano he estado encerrado muchos días recordando viejos discos de los años 90’s. Uno de ellos, el Super 8 de Los Planetas que han recordado esta semana en Radio 3 en 6x3. Pasando décadas, pasando fronteras, en este caso con palabras de Florent. Desorden y desamor, a dosis iguales, a dosis fraccionadas que en menos de una hora te ponen en tu sitio aunque tengan momentos inasibles en las que no sabes por donde agarrarte en mitad del barranco. Demasiados espíritus presentes, demasiadas profundidades emocionales, demasiadas exploraciones existenciales. No es únicamente el espíritu de Ian Curtis, no solo hablamos sin sentido cuando le damos la vuelta a un disco una y otra vez. No es el salón, es la habitación, sin cóctel en la mano. ¿Frivolidad veinte tacos después? Tal vez. No lo sé, faltan palabras. O quizás, sobran. Inadaptación al pasar los 37. Puede ser. Demasiado sudor neuronal, demasiada acidez, demasiada emoción. ¿Flagelos para una existencia en la que Los Planetas son agentes decisivos? Pues no lo sé, aunque no me canse de estar horas y horas con Super 8 y con Una semana en el motor de un autobús. Son historias dolorosas, pero en plan Eddie Vedder, hay que tragar veneno emocional hasta inmunizar el alma. El corazoncito, la patata, sale a relucir en las cajas diabólicas, en 10.000, en De viaje, en Qué puedo hacer, en todas y cada una de ellas. La postal del día no llega al buzón (ni falta que hace). El ordenador reproduce, una y otra vez, todo Super 8, como si una sinfonía clásica fuera, como si hubiera que poner un altar por cada Corpus diario. ¿Alucinación? ¿Inocencia? ¿Miedo? Ni puta idea. En ese baúl que es Super 8 cabe casi todo, como el brillo endemoniado de Caja del diablo. Ni True Blood en sus mejores días. Esa tensión, canción, tras canción. Esa efectividad emocional. Esa jodida reverencia. Hay que arrodillarse y dar gracias a Dios por esos putos himnos. Quizás brille, por momentos, algo huidizo. Quizás, en momentos concretos, piensan en eliminar las canciones, no escucharlas nunca más. Pero no. No se puede. El silencio se rompe una y otra vez, y lo que hay que romper de nuevo es el tímpano. Y vuelven a ser canciones relucientes, aunque encerrado en ese bucle a veces dé pereza mover una pierna y otra (ahora creo que lo llaman andar). Es un ejercicio deslumbrante empezar de nuevo Super 8, matiz a matiz, viñeta sonora tras viñeta sonora, fatalidad tras fatalidad. No me gusta extenderme, que pierdo tiempo en descubrir nuevos himnos, pero hay días que los himnos inventados no tienen rival. Eso pasa con Super 8, que en comparación con muchos todo parece chiste ambulante. Buscad la metáfora correspondiente, que yo me pierdo. Y todo lo demás.
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